Cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber: José María Vargas Vila.
También podría leerse como la pena debida, pero quién para saber si es debida o indebida, sobre estos temas de pena de muerte resulta difícil opinar pues material para estar en contra o a favor sobra de ambos bandos, por ello mejor, ya que en estos días la pena de muerte está tan manoseada en nuestros medios y nuestro medio, prefiero referirme a la pena de vida.
La pobre pena de vida, ante la pena de muerte, queda marginada y casi olvidada, quizá porque se le ve tan a diario que hemos llegado a familiarizarnos con ella. Y eso sí, cuando tan familiar se es pues hasta el sufrimiento se convierte en rutina. “Familiar” porque a diario se ve en la vida real y virtual niños en extrema pobreza, gente sufriendo por las guerras y lo que ya todo sabemos consciente o inconscientemente: acostumbrados al sufrimiento ajeno.
Pero en el contexto que he de referirme aquí es a la otra pena de vida, esa que se le aplicó, según el cristianismo, al primer asesino de la historia humana y fue directamente condenado a la pena de vida ni más ni menos por el mismísimo Dios, quien en ningún momento pensó siquiera en darle la pena de muerte. Basta con dirigirse al Génesis 4: 3-16:
“Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató.
Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y El (Jehová) le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra. Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me encuentre me matará. Y le respondió Jehová: ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces Jehová puso señal en Caín, para que no lo matase cualquiera que lo hallara.”
Existe cantidad de ejemplos de la pena de vida, aquí daremos uno para hacer esto más comprensible. Uno que padece de pena de vida es el anciano
Santos Salomón Avila Ortiz, hombre humilde y trabajador que según lo relatado por él y otros testigos, fue llevado por las circunstancias a dar muerte al propietario de la empresa de transportes El Rey, José María Sierra Alvarenga.
Al parecer no era la primera vez que el anciano ejecutor recibía maltratos del ejecutado. Dicho de otra manera, ya tiempos le venían cayendo gotas al vaso, hasta que éste rebalsó cuando el propietario se excedió y llegó al extremo de darle un puntapié. Allí fue cuando a don Santos lo atrapó la pena de vida, tras darle muerte al abusador.
La pena de vida de don Santos consiste en su arrepentimiento, ya pidió disculpas a los familiares, está en cárcel domiciliaria y se nota que a raíz de la tragedia su vida ha perdido sentido. A otros, sin duda, que los encierra la pena de vida es a los familiares del fallecido, aunque ellos pueden ser conscientes del carácter explosivo del que se fue, no por ello él deja de ser su familiar ni ellos de sentir el dolor de su partida.
Lo del proceder del empresario no es extraño, en nuestro medio existen dueños de empresas, gente con buenos puestos en la empresa privada e incluso dentro del gobierno (o por el simple hecho de tener un parentesco con el presidente o con alguien en el poder), quienes por ello creen que los demás son seres inferiores y puede humillárseles, pisoteárseles, y que carecen de cualquier sentimiento de dignidad. Este caso es muestra tangible de que el más pobre y humilde de los seres humanos, también es humano. De allí que aunque en apariencia no se le vea, puede en su interior llevar la fiera dormida.
En las entrevistas de familiares que han sufrido la pérdida de un ser amado a manos de un asaltante u otro tipo de criminal, en infinidad de veces puede verse que ellos no piden para el asesino la pena de muerte sino la pena de vida. Ellos piensan que la pena de muerte es una salida muy fácil y que eso no paga como debería de ser el sufrimiento que ellos están padeciendo. Ha habido casos, incluso, que estos familiares han buscado los medios legales para evitar que se le dé la pena de muerte y prefieren cadena perpetua para el agresor.
Quizá por todo ello es que la pena de muerte no se dé tan al instante sino que, al parecer, nadie tiene prisa por realizarla, de lo que sí están seguros es que en determinado momento la llevarán a cabo. Y tal vez por ello el condenado es varias veces llevado a la antecámara, después regresado a su celda habitual por “algún fallo técnico”. Se le permite brindar entrevistas, seguramente que el condenado al exteriorizar lo que piensa y abate siente cerca la posibilidad de vida. Luego llega el día, pero aparece un recurso de amparo que le da una luz cuando ya todo parecía apagado, pero esa luz no es si no como espejismos en el desierto.
A los condenados se les protege de suicidarse, quizá si lograran hacerlo se tomaría como evasión de la justicia terrenal, una burla contra el sistema. Y en muchas entrevistas a condenados, ellos lo que más anhelan es que todo termine cuanto antes, ellos son los que tienen prisa porque se culmine la pena de muerte pues no están sino sufriendo la pena de vida.
En su novela El Extranjero, el novelista francés, en realidad argelino, Albert Camus, Premio Nobel 1962, narra el juicio que recibe un condenado no por matar a un árabe sino por no haber llorado en el entierro de su madre. El riesgo de la pena de muerte es también lo que puede motivarla en nuestras sociedades de doble moral y ser enjuiciado por una cosa y ejecutado por otra.
Aquí también puede palparse la necesidad que tiene el condenado de salir de esa pena de vida, que es peor que otros condenados en cuanto a que él está completamente solo, su único familiar, su madre, ya ha muerto, citó: “Tan cerca de la muerte, mamá debía de sentirse allí liberada y pronta para revivir todo. Nadie, nadie tenía derecho de llorar por ella. Y yo también me sentía pronto a revivir todo. Como si esta tremenda cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, delante de esta noche cargada de presagios y de estrellas, me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.”
¿Y usted por cuál votaría: por la pena de muerte o por la pena de vida?
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