El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido. Winston Churchill (1874-1965), Político inglés
Hace muchos años dije, antes de que se publicara mi primer libro, que América Latina debería de votar en las elecciones estadounidenses, por aquello de la influencia estadounidense en nuestras vidas, y cuando digo nuestras vidas me refiero a que los Estados Unidos, lo que ellos aceptan sin ningún rubor, se ha dedicado a marcar la pauta que deben seguir nuestros países latinoamericanos.
Ejemplo tangible cuando Reagan o Bush padre llamó “patio trasero” a América Latina.
Unos tres meses después de que yo lo dijese salió en la prensa internacional que el gran escritor uruguayo, Mario Benedetti, decía que América Latina debería de tener derecho a voto en las elecciones estadounidenses.
Nunca he pensado que Benedetti me copiara sino coincidencias de pensadores de la época, aún con sendas diferencias de edad, pero aquel era Benedetti y yo un aprendiz. El eterno aprendiz que sigo siendo.
Ahora, muchos años después, pueda ser que la influencia estadounidense no sea tan fuerte o visible como en los ochentas, pero sigue tratando de marcar el destino de América Latina. América. Cuando escribo América me refiero a esta América toda, continental, única, esa misma que los segregacionistas estadounidenses contemporáneos no supieron, o no tuvieron, la voluntad de asumir como la América plena, toda, hermanada, cobijada bajo un manto que pudiese enfrentar a otras economías extracontinentales que tarde o temprano despertarían en bloques que hoy agobian a esta realidad “americana”.
Hoy, no en una América sino en un Estados Unidos consumido por el consumismo y devastado por la carencia de pensamiento, o cuando el pensamiento se ha relegado de tal forma que vuelve ser inquietante, como en la época de Edgard Allan Poe, la subsistencia de cualquiera dedicado al bello arte de pensar, con las excepciones que la regla permite en un país tan grande, aun cuando se trate de extremos de los que uno piensa que será difícil algún día concertar, como lo es Noam Chomsky con su verdad humanista sobre el resquebrajamiento humano que a no sólo permitido sino acuerpado los Estados Unidos, ante las nociones de guerra de civilizaciones de Samuel Huntington y su creencia de que los inmigrantes son amenaza latente para la conquista de un país como los Estados Unidos.
Ni el extremo de Chomsky, aunque más acertado a la realidad mundial, ni el refugio racista de Huntington, mismo que no pareciese que proviene de una de las universidades más importantes de los Estados Unidos, sino de los más aislados y recónditos pueblos estadounidenses, en donde ver a la cara a alguien es señal de que busca que le disparen a muerte.
Los Estados Unidos, después de la apariencia mundial de derroche que dieron en los setentas como símbolo de combate ante la distribución equitativa pretendida por la Unión Soviética, encendieron luz verde para que el mundo viese esta tierra como la prometida para saciar los más bajos instintos de la acumulación de riqueza del mundo animal pensante. Y hoy por hoy padece los excesos de la otra utopía nunca vista ni anunciada ni denunciada: la utopía del sueño americano. Siempre se habló de la utopía socialista, pero se negó u olvidó la utopía capitalista, en otras palabras, el sueño americano se planteó no como utopía sino como una realidad irrefutable, hoy el desvelo americano nos dice lo contrario.
Esta utopía capitalista ya ha causado suicidios a quienes agobian más que a otros las deudas; ha causado locura temporal desembocada en que el enfermo dispare indiscriminadamente; ha causado tantas medidas desesperadas de quienes han sucumbido en su arena movediza que enumerarlas sería imposible.
Así, en esta realidad, surgió el presidente Bill Clinton, quien con encanto casi sobrenatural llevó a la máxima superpotencia a creer en él, y de allí al mundo entero. Tanto así que escritores, como el embajador mexicano Carlos Fuentes, en momentos postclinton y de realidades tormentosas de los Estados Unidos llegó a escribir un artículo titulado: “¿Dónde estás Bill Clinton, cuando más te necesitamos? El mismo Fuentes dice en una entrevista: “Fue un gran presidente, de una inteligencia extraordinaria, de una gran cultura como lo pudimos comprobar García Márquez y yo en el encuentro que tuvimos con él”.
La más grande victoria de Bill Clinton no es haber dado un superávit a la economía estadounidense, que sí cuenta, por supuesto, sino haber superado el paredón de fusilamiento con el caso Lewinsky, en donde el puritanismo falseado tocara fondo, y que esos dardos de pulcritud en donde el tal juez Starrs no pudo ser la “star” que pretendía y que esos millones de dólares dirigidos a la muerte política de Bill Clinton se hayan devaluado. Es más asombroso si uno recuerda antecedentes históricos como lo es el caso del ex candidato demócrata Gary Hart.
En la primavera de 1987 comenzaron a circular rumores sobre la relación extramatrimonial del candidato presidencial Gary Hart, con una joven modelo de 29 años, llamada Donna Rice. Este negó la relación y retó a los periodistas a encontrar evidencias más claras de lo que decían. Los periodistas aceptaron el reto, y The National Enquirer publicó en portada unas fotografías del ex senador en un yate con su amante sentada en su regazo. Los medios de comunicación fustigaron a Hart durante siete días, al cabo de los cuales, renunció a su campaña presidencial, alegando una "persecución calumniosa".
Bill Clinton no sólo superó a Gary Hart en cuanto a lo del pecado carnal, ya que lo de él fue en la misma Oficina Oval, sino que resistió y con ello mató el mito de sepultar a candidatos y presidentes por su vida personal en relaciones entre adultos.
Organizaciones de mujeres solidarias con Hillary Clinton se manifestaron contra Bill, de hecho, hubo parodias, disfracez, fotomontajes en revistas, etc., en los que se reflejaba que en la casa Hillary llevaba los pantalones, lo que evidenciaba que Bill Clinton tiene intacto ese lado femenino que dicen que todos los hombres tenemos y que sabe convivir perfectamente con él. Tal parece que él ni se dio por aludido que lo representaran como el Bill Clinton mujer.
Por otro lado, quizá por su afición al jazz, porque toca el saxofón, porque sabe reírse cuando le da la gana de hacerlo o por muchas razones más, la Premio Nobel de Literatura, la afrodescendiente Toni Morrison, llamó a Bill Clinton “el primer presidente negro de los Estados Unidos”. Entonces queda constatado que ese mismo Bill Clinton puede ser a la vez Bill, mujer y negro.
Y así aún cuando hoy son contendientes Hillary y Obama, tienen muchos puntos de coincidencia, para sólo mencionar uno, en el tema de la educación: “Hillary y Obama coinciden en subrayar la importancia de la educación superior para la competitividad y el desarrollo de Estados Unidos en los años por venir. Según Obama, “para ser exitosa en la economía del siglo XXI, la fuerza de trabajo estadounidense tiene que ser más innovadora y productiva que la de nuestros competidores. Dar a todos los norteamericanos la oportunidad de acceder, costear y ser exitosos en la educación superior es un elemento crucial para enfrentar ese reto”. En la plataforma de Clinton se establece que “en el siglo XXI la educación superior es más importante que nunca”.
Los precandidatos presumen: Hillary de su experiencia y Obama de su juventud, del cambio. La experiencia de Hillary por supuesto que va de la mano con la de su esposo al ser ex presidente. Pero si uno observa la expresión corporal de Obama, su agilidad, su risa ante las masas y la manera de saludar y su mensaje de cambio, inevitablemente que recordará al joven candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Bill Clinton. Pueda ser que Obama acuse a Hillary en temas tan delicados como el de la guerra, pero es que Obama estaba en la sombra, desconocido, y no son iguales las responsabilidades cuando se está en el ojo de la tormenta, cuando ya se ha estado en la Casa Blanca, ese es el precio de la fama que ha tenido que pagar Hillary.
Analizando todo esto llegaremos a la conclusión de que estamos frente a la lucha Clinton versus Clinton: el Clinton mujer y el Clinton negro. El asunto que está por verse es si la sociedad estadounidense ha avanzado y saber hacia qué tiene menos tolerancia: si hacia el machismo o hacia el racismo. También en esta contienda deben tener cuidado de no destruirse en el camino el uno a lo otro como en la famosa película Kramer versus Kramer, protagonizada por Meryl Streep y Dustin Hoffman, en donde una pareja divorciada enciende una guerra por la custodia del hijo.
En un reciente informe de las Naciones Unidas, publicado el siete de marzo: “El Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial concluyó que en Estados Unidos se siguen aplicando perfiles raciales contra árabes, musulmanes y sudasiáticos desde el atentado del 11 de septiembre de 2001”. Además, agrega el comunicado: “Por otro lado, los expertos expresaron preocupación por el hecho de que las minorías negras y latinas se concentren de manera desproporcionada en áreas residenciales pobres, con viviendas inferiores, expuestas al crimen y a la violencia, con oportunidades de empleo y de educación limitadas. El Comité llamó la atención sobre las disparidades raciales en el sistema de justicia penal estadounidense, entre ellas el número excesivo de personas de determinadas minorías raciales, étnicas o nacionales en las cárceles”.
Por lo que puede palparse es más factible que presida una mujer, siempre y cuando sea blanca, que un afroamericano. Si Obama gana la candidatura es posible que con ello esté firmando la derrota del Partido Demócrata. Para quienes conocen bien los Estados Unidos, y me refiero no solamente a las ciudades cosmopolitas como Nueva York o San Francisco, sabrá que en el interior de los Estados Unidos existe una gran población que nunca ha visto fuera de sus fronteras y su mundo se limita a lo que tienen alrededor, y en sus alrededores casi todo es blanco. Quizá por eso muchos blancos, latinos, negros y muchas razas más coinciden en que la fórmula que volvería a llevar a los demócratas al poder con mucha fuerza, no es otra que Hillary –Obama, en ese orden. Esta es otra prueba para el carismático Bill: lograr que su yo mujer y su yo negro superen diferencias y se fusionen para dar batalla. |