Espacio y memoria en Fe de vida (1994), de Dulce María Loynaz

Ensayo de Dra. María Lucía Puppo
luciapuppo@fibertel.com.ar
Universidad Católica Argentina

1. Retrato de la artista anciana

La cubana Dulce María Loynaz (1902-1997) fue una mujer tímida y solitaria, que conoció el éxito internacional como poetisa en los años cincuenta, y luego el olvido frente al triunfo de sus coetáneos adscriptos al régimen comunista. Ajena a los grupos y las modas literarias, el único mandato que obedeció fue el de su propia poesía, que en cantidad apenas supera dos centenares de páginas. Menos comprendida aún que su obra lírica fue su producción narrativa, que se reduce a la novela Jardín (1951), el libro de viajes Un verano en Tenerife (1958) y un escrito autobiográfico, Fe de vida (1994), además de algunos manuscritos inconclusos y varias decenas de conferencias, discursos y crónicas periodísticas.

Si las paradojas signaron la recepción de la obra de DML, la última de ellas viene a subsanar el vacío crítico de tantos años, puesto que hoy sus textos atraen la atención de numerosos lectores e investigadores en Cuba y el resto de Latinoamérica, en España peninsular y las islas Canarias, en Estados Unidos y, cada vez más, en el resto del mundo. Luego de haber dedicado cuatro años al estudio de su obra, he comprobado que cada vez son más frecuentes los coloquios, seminarios, libros de ensayos, tesis y papers académicos que la abordan. Especialmente en el año de su centenario se realizaron importantes homenajes, actos públicos y reediciones de sus textos poéticos, narrativos y ensayísticos.

Por mi parte quisiera dedicar algunas páginas al análisis de la última empresa narrativa de DML, Fe de vida, que lleva por subtítulo Evocación de Pablo Alvarez de Cañas y el mundo en que vivió. Es el texto más desconocido de Loynaz. Sabemos que, a pedido de su infatigable amigo Aldo Martínez Malo, en 1976 DML comenzó su escritura, después de haberse sumido en la reclusión y el silencio por más de quince años. El proceso no fue fácil, como era de suponer para una autora de setenta y cuatro años, muy sola y con la vista cada vez más débil. A mitad de camino DML decidió interrumpir su tarea (“Ahora veo que en realidad ya no sé escribir…”), pero finalmente acabó el libro “el día 3 de agosto de mil novecientos setenta y ocho, sábado a las tres de la tarde”, cuando “Empieza a llover” (141)[1]. Aclara en la “Nota necesaria” que precede al texto que en ese entonces expresó su deseo de que las páginas “sólo se conocieran cuando yo hubiera cumplido noventa años o después de mi muerte” (7). Cumplida la primera de las condiciones, en 1993 DML, a quien la vida le “depararía nuevas sorpresas” tales como el Premio Nacional de Literatura de su patria (1987) o el Premio Cervantes (1992), accedió a su publicación[2].

Fe de vida es en principio un homenaje de la autora a su segundo marido, pero constituye también, sin lugar a dudas, un libro de memorias. Manifiesta esa voluntad confesional que está en la base de todo “pacto autobiográfico” (Lejeune, 1975), aunque no debemos olvidar que los textos de este tipo “pretenden realizar lo imposible, esto es, narrar la “historia” de una primera persona que sólo existe en el presente de su enunciación” (Molloy, 1996). Es por eso que tal vez lo más interesante sea buscar en ellos “una presencia oblicua” del Narrador-Autor, “no la narrativa discursiva sino esas pistas delatadoras (intencionales, fortuitas, contingentes, inadvertidas)” (Kadir, 1995).

¿Cómo abordar el análisis de un libro complejo, polisémico, en el cual confluyen datos históricos y proyecciones imaginarias, descripciones minuciosas junto a saltos o vacíos temporales, una estructura narrativa atravesada por el más fino lirismo? La lectura que propongo focalizará en el tratamiento de los espacios en Fe de vida, un aspecto que, según veremos, es fundamental en la configuración del texto.

Si siempre es compleja la relación entre el espacio literario, representado, y su referente, el “realema” según Doležel, lo es más aún en los relatos autobiográficos, donde todo elemento diegético aparece inserto en una encrucijada de ficción y no-ficción. En nuestro caso veremos de qué modo la descripción de los espacios está estrechamente ligada a las estrategias de autorrepresentación del Yo loynaciano, que va tejiendo el entramado textual en torno a los nudos de la ciudad -La Habana-, el barrio -El Vedado- y la casa. 

2. El tiempo de la memoria

En la Introducción la autora se declara “urgida por la necesidad de hablar” de su segundo esposo, “uno de los hombres más conocidos en su ámbito y en su época” (9). A continuación cita a Julián del Casal, José Martí y otros ilustres cubanos que cultivaron el género periodístico en el que sobresalió Pablo Alvarez de Cañas, la crónica social. La Primera Parte sitúa la narración en el momento en que Pablo, acompañado de su familia y su perro, llega a La Habana a fines de 1918. Luego se retrotrae a los años de su infancia y juventud en Tenerife, para continuar después con sus infortunios y progresos laborales en Cuba. Llega el día en que conoce a quien sería por veinticinco años su amor imposible, la joven y aristocrática poetisa, cuyos padres se opondrían severamente a su relación con un inmigrante sin fortuna ni trabajo fijo. La “ficción rosa ad hoc” que recorre el texto (Portilla Negrín 2002) los presenta luego a Dulce María y Pablo ya casados, en las segundas nupcias de ella. Aparecen juntos en múltiples y variadas escenas: celebrando los multitudinarios cumpleaños de él, compartiendo una lectura de poemas, cuando él era representante internacional del Comisionado del Tabaco Cubano, o bien en el momento en que vuelve del exilio para morir, enfermo, junto a su esposa.

En el Intermezzo, “una pausa que pudo ser epílogo”, DML advierte que “la muerte se ha introducido por cualquier hendidura, como si ya debiera entregarle lo escrito sin añadir más palabras a su texto” (79). Sin embargo, confiesa que “no quisiera” rendirse “a su reclamo”, y es por eso que decide seguir “escribiendo, dando la vuelta en sentido contrario -un poco fatigosamente- a la rueda del tiempo” (86). La perfecta simetría del texto dispone entonces de otros seis Capítulos para la Segunda Parte, centrados ahora en la protagonista femenina de la historia, DML. Primero recrea “la época azul” de su infancia en la gran casa de la familia, en segundo lugar “la época rosa” de su juventud: el largo noviazgo con su primo Enrique de Quesada y las “juevinas”, las famosas tertulias literarias que la poeta organizaba en los años treinta. Después del casamiento de los primos, una catástrofe familiar -el intento de suicidio de Carlos Manuel, el hermano menor de Dulce- signará un destino trágico para todos sus allegados. Mientras tanto, la personalidad de Enrique, retraído y celoso, se va delineando como la antítesis de Pablo, y de ese modo se establece un equilibrado contrapunto entre ambos personajes. Ya divorciada del primer marido, DML decide acompañar a Carlos Manuel en un viaje por Sudamérica. Allí es interceptada por la presencia furtiva de Pablo y las constantes orquídeas que le hacía llegar a cada destino, al tiempo que en Cuba continuaba esperándola Enrique con otras flores queridas, los anones. Esta “lucha simbólica” de las flores, como la ha llamado Portilla Negrín, terminó con el casamiento de Dulce María y Pablo, al que siguieron “trece años perfectos” (140). La piedra de toque de Fe de vida es el Envío que, como una despedida (de la vida, de la escritura), clausura el texto. En él DML se pregunta si “existe una vida ultraterrena” en donde Pablo pueda recibir “de algún modo sutil y misterioso, ésta, la última ofrenda” de su amor (141).

Como lo narra Martínez Malo (2002), en los años sesenta y setenta la poeta cubana vivió el olvido de los lectores de su patria, el derrumbe de su mundo burgués por los cambios que impuso la Revolución, el exilio de su marido, la muerte de sus padres y su hermano Enrique, y la demencia irreversible de Carlos Manuel. Ese “espíritu de confinamiento, acaso de desolación” (Portilla Negrín, 2002) domina el presente del sujeto de la enunciación de Fe de vida que, sin embargo, oscila entre la exaltación y la nostalgia cuando se remonta a otros tiempos. Bien ha expresado César Aira que

A pesar de los cautos recortes en la narración, termina siendo una confesión conmovedora, dolorosa de leer. Y la historia en sí, tal como sucedió, es de esas cosas que sólo pueden pasar en la realidad, porque en una novela serían demasiado inverosímiles. (2001a, 328)

Este mismo autor señaló, en Las tres fechas (2001b), tres actitudes básicas con las que un escritor puede manipular “la calidad de la experiencia”: la acción, la reflexión y la perfección, que equivalen a “vivir aventuras, explicarse lo que pasó, y crearse sensaciones condensadas o exquisitas”. En la tercera instancia se sitúa Fe de vida, un relato que ha sido construido fragmentariamente, a partir de “ciertos momentos de la vida de Pablo, que siendo generalmente de tránsito fugaz, variaban, sin embargo, en su gama cromática” (59). Así es que DML propone un peculiar registro visual de las experiencias a medida que las va traduciendo a la escritura:

Ya había clasificado como estampas o policromías las que tenían un aire ligero, una como fina comicidad; y bajo el rótulo de aguafuertes, las que a veces, dentro de una apariencia también ligera, encerraban un sabor ríspido, una almendra amarga.

Pero, ¿cómo clasificar aquellas que no encajaban en ninguna de las dos denominaciones? … Dije que por asociación de ideas había venido a mi memoria la palabra “fotos”, y esto fue recordando las múltiples que nos hacían por esos días los fotógrafos de la prensa… (59)

Estampas, aguafuertes y fotografías conforman un álbum, un anecdotario a partir del cual es posible conocer distintas caras de una personalidad compleja. En el proceso de registrar lo vivido cobra un rol fundamental la memoria, con el peso que implica semejante esfuerzo:

Hay un desmembramiento de situaciones y sucesos, que ya no sabría dónde colocar, y si he de proseguir con mi relato, tendrá que ser un poco a la deriva, dejándome llevar por la corriente, o sea por lo que buenamente vaya acudiendo a mi memoria, extrañamente lúcida unas veces, otras negada a recordar. (50)

Cuando los pensadores contemporáneos han reflexionado sobre los modos y la ética de la reelaboración narrativa del pasado, han centrado la atención en la doble “responsabilidad de la memoria”, ante el pasado del que da cuenta, y ante el presente al que siempre sirve (Ricœur, 1999; Todorov, 1999). En el relato biográfico se confiere a la vida orden y valor, se traza el mapa de la interacción del yo y la otredad. La noción de “identidad narrativa” (Ricœur, 1985) implica que al contar la historia de Pablo y la suya propia, DML está afirmando quién es ella. Veamos de qué modo, cuando describe los espacios y evoca un tiempo que ya fue, la poeta anciana construye discursivamente su identidad personal y colectiva.  

3. Lo público y lo privado

Estamos acostumbrados a que una ciudad sea protagonista en la poesía y la novela modernas. El caso paradigmático es sin duda el mito literario de París, fundado a partir de los textos decimonónicos de Balzac y Víctor Hugo [3]. Otro tanto podría decirse de La Habana, ciudad mítica que en el siglo XX despliega su belleza barroca en la prosa de Lezama Lima, Sarduy o Cabrera Infante. En Fe de vida también está presente la ciudad, con todo el esplendor que alcanzaba en 1918:

El que no la vio, no podrá nunca imaginar lo que era La Habana en aquel momento: una pequeña Viena, una París en miniatura, un extracto de Buenos Aires, sin la sosera ni tanta calle ancha y descolorida.

Porque La Habana era todo eso; color, esplendor, refinamiento. (27)

La “ciudad alegre y confiada” vivía por ese entonces la Danza de los Millones, gracias al elevado precio del azúcar en el mercado internacional. DML evoca a “las mujeres más elegantes del mundo” que “transitaban diariamente por sus calles y paseos”, y subraya el contraste con el presente:

Había que detenerse a contemplarlas, como se detenían muchos, por esa calle de San Rafael, hoy convertida en sede de riñas callejeras, adonde diariamente se ven precisadas a acudir las fuerzas represivas del Estado; o por ese Paseo del Prado, desde hace tiempo madriguera de hampones y marihuaneros, igualmente escala obligada de la gendarmería. (28-29)

Lo mismo ocurre cuando describe El Vedado, un barrio que, “enterrado vivo por la estulticia y la avaricia de los hombres nacidos bajo su mismo cielo”, para la autora “ya no existe”, como Pompeya, Palmira o Macchu Picchu:

El Vedado era una esencia, un espíritu, un ser fundido con nuestro ser, que cuando lo perdimos, no fue sin sentir que ya dejábamos de ser un poco nosotros mismos, y aun prescindiendo de estas finuras de la sensibilidad… ¡Cómo olvidar aquel trasunto de mármoles y jardines, de árboles umbrosos y verjas de hierro calado en filigranas! Y luego aquel olor a albahaca y a romero que era su olor, y nunca más he vuelto a percibir. (27)

Aunque minuciosa y rica en detalles, la descripción loynaciana está siempre imbuida de una fuerte carga subjetiva, dejando traslucir en el texto lo que Raymond Williams (1981) llamó “estructuras de sentimiento”. Asimismo los fragmentos que describen la ciudad nos enfrentan más que nunca con la referencialidad del texto literario. Jacques Soubeyroux (1993) propuso hablar de diferentes “grados de mimetismo” y “grados de desvío” en el espacio ficcional con respecto a una ciudad real, en tanto que Els Jongeneel ha señalado el “carácter híbrido” de toda topografía urbana literaria:

The description gives us verifiable information about an extratextual reality, but at the same time it forms part of a fictional, non-verifiable plot. … Thus a tension arises, in the literary city description, between fiction and non-fiction, that varies according to the foreknowledge of the reader. (2003)

La ambivalencia de la escritura autobiográfica remite, de ese modo, a la complicidad de los receptores, que sitúan el espacio del relato en una ciudad o un barrio que conocen más allá de la realidad del texto. A la tensión intra- / extratextualidad se le suma otra tensión entre la dimensión personal de los acontecimientos narrados y el entramado social que envuelve y determina esa trayectoria individual. Si filósofos del siglo XX como Hanna Arendt y Jürgen Habermas indagaron en las relaciones entre lo público y lo privado, hoy sabemos que ambas esferas existen en una interpenetración, y que en este tipo de relatos liminares se confunden (Arfuch, 2002).

El espacio privado por excelencia es la casa. En las memorias de DML hay dos ámbitos domésticos fundamentales. Uno de ellos es “la casa frente al mar”, donde posteriormente el gobierno comunista construyó un “horrendo estadio” (94). De la casa de la infancia de los hermanos Loynaz, se destacan, ante todo, los jardines:

… plantas de especies hoy casi desaparecidas se desbordaban por los canteros; jazmines de El Cabo, begonias, embelesos, la rara dalia color lila, que no he vuelto a ver. […]

Luego, la arboleda entretejida en toldos de frescura, la fuente con pececillos de colores, que con pececillos y baranda de hierro poco a poco se fue tragando la yagruma; y el gran pino que se veía a kilómetros de distancia, y derribó el ciclón del 26… (94)

El espacio refleja, una vez más, el paso del tiempo: el ciclón que dejó su marca; luego la Revolución que confiscó la propiedad privada. A pesar de su predilección por los ejemplares exóticos, costosos, que ambientaban la casa de Calzada 505, DML confiesa que

nuestra familia seguía siendo muy burguesa y ya no entonábamos en su ambiente… (93)

Por eso los hermanos, amantes de la música, la pintura y la literatura, recibieron “un ala entera de la casa” para “recrear” a su gusto (93). Abolieron la luz eléctrica, inventaron juegos y personajes, poblaron con su imaginación las habitaciones. Más que lamentar haber perdido los privilegios de la clase acaudalada, la autora llora un estilo de vida, una aristocracia de las costumbres que ha desaparecido. Esto es incluso más evidente cuando describe La Belinda, la otra casa esencial de Fe de vida:

Y la paz reinaba en aquel edén privado, casi obra de mis manos. Cuando llegamos, poco menos que en ruinas se hallaba la gran mansión colonial, albergadera de príncipes fugitivos, cuya verja ostentaba la fecha de su construcción 1793.

[…] Poco a poco, empezamos a encontrar estatuas mutiladas, bancos de mármol rotos que me limitaba a unir si podía, y hasta la vieja fuente recobró su cantarino hilo de agua. (110)

La Belinda aparece como un espacio construido por DML con esfuerzo, un paraíso “con tantos sacrificios … fabricado” (122), a cuyos umbrales “no llegaba nadie o casi nadie” (110). No es casual que allí la autora pasara sus primeros años de matrimonio con Enrique, en un aislamiento y una aparente paz conyugal que no mermaba los celos de éste al tiempo que asfixiaba su vocación literaria. Finalmente iniciaron el divorcio y la poeta abandonó la casa para salir de viaje con su hermano menor. En la narración insiste en que, debido a su caótico estado mental, apenas recuerda los lugares recorridos en América del Sur. Ecuador, Colombia, Chile, Uruguay, Bolivia, Argentina, Brasil pasan fugazmente por los párrafos de Fe de vida (pp. 125-27), excepto por alguna vivencia o inquietud particular que a veces se señala. En Mar del Plata, por ejemplo, DML buscó “el sitio donde se había arrojado al mar Alfonsina Storni, nuestra Safo del Sur”, pero estuvo más de dos meses en Río de Janeiro y sólo le quedaron “despojos de recuerdos”.

Después del viaje el héroe retorna al hogar. La vuelta de DML cobra una dimensión mítica porque el regreso a La Belinda significó para ella una anagnórisis[4]:

Estaba todo oscuro, oliendo a casa cerrada y a humedad. ¡Qué triste me pareció el que fuera mi pequeño Edén, y cómo deseé no haberlo abandonado o no haber vuelto! (127)

Ya nada sería igual en su vida a partir de entonces. Le regaló La Belinda a su ex- marido, que de otra mujer tendría el hijo que siempre quiso, y ella decidió casarse con Pablo, el hombre con quien recuperaría su lugar de mujer de letras, y el que se encargaría de difundir su poesía, principalmente en España.  

4. La intimidad compartida

… una cosa es descubrir y otra muy distinta describir: porque a las dificultades que puede haber en descubrir, vienen a sumarse las que existen siempre en describir, empezando porque la primera tiene que ser tarea previa a la segunda. Mal puede describirse lo que sólo a medias se descubrió. (80)

Las palabras del Intermezzo confirman la sospecha que desde un principio ha recorrido solapadamente este artículo. Describir implica descubrir, o sea interpretar, toparse con una verdad -una versión, una visión- que se desnuda en la escritura. En Fe de vida DML reivindica a una persona -Pablo Alvarez de Cañas- y una profesión -el cronista social-, pero principalmente recrea una época, una manera de ver el mundo que amó y ya no existe. Ella quisiera que sus palabras “sirvan para exponer sencillamente pasajes de una vida que estuvo tan cerca” de la suya,

Y si posible fuera, para evocar siquiera sea de pasada aquel mundo nuestro, que es hoy un mundo sin habitantes, porque los que en él vivieron ya están muertos o lo estarán muy pronto. Y al paso en que se precipita y se transforma la actual humanidad -¿Hacia dónde y en qué?- bastarán otros cincuenta o sesenta años para convertirlo en un fósil de la Historia. (80)

Escribir contra la fugacidad del tiempo, narrar para escapar de la muerte: la tarea de Sheherazade es la de todo escritor. DML no finge hazañas para ella o su esposo, y se demora poco en enredos pasionales y meras curiosidades biográficas. Le interesa evocar las casas, los paisajes, los ideales, las creencias y los valores que alguna vez constituyeron su vida y la de sus seres queridos. Echa de menos, qué duda cabe, los lujos y placeres de los que pudo gozar hasta 1959, pero no se coloca en el rol de juez del régimen castrista[5] .

“Yo hablo de un mundo fenecido, y los que quieran seguir mi relato, tendrán que situarse en él” (60): la voz autoral vuelve una y otra vez a hacer referencia a la situación ilocutiva. Los índices contextuales y la figura de los lectores como comunidad están muy presentes en este libro “lo más sencillo posible, escrito casi como hablo” (78). Instancias de prolepsis y analepsis, excursos, paréntesis narrativos, transmiten la sensación de “escritura en progreso”, donde la narradora no disimila sus dudas y titubeos:

Mientras escribo me doy cuenta de lo ridículas que hallarán muchos mis aprensiones. Pero acaso no era tampoco timidez lo que sentía, sino más bien emocionada turbación. (138)

Si es cierto, como escribió Aira en el ensayo citado (2001b) que “la intimidad en la literatura toma la forma de la relación del lector con el texto”, entonces Fe de vida es un texto íntimo en todos los sentidos del término: porque trata temas personales, porque gira en torno a pequeños episodios narrados con sutil delicadeza, porque devela secretos pliegues del yo autoral y porque en él los lectores se encuentran íntimamente involucrados. Con su castellano coloquial y purísimo DML no ahorra explicaciones o datos que pueden resultar interesantes a “las gentes de ahora o de mañana, si disponen de tiempo para leerme” (40). Ella eligió situarse como testigo pero, sin darse cuenta, se transformó en guía, en maestra que está a punto de abandonar el oficio:

¿Podrán recordar los que me lean mañana, la décima popular:

En Cuba todo se encierra,
Cuba es un jardín de flores?

(Lamento no poder transmitir la estrofa entera, porque soy vieja y la memoria me falla a veces… A veces, nada más.) (28)

El humor subsiste, aun cuando un viento suave de despedida recorre el texto. Los años pasaron para la anciana escritora, pero una singular lucidez poética la acompañó hasta el fin. El 27 de abril de 1997, dos años y unos meses después de que viera la luz en Cuba Fe de vida, DML murió en El Vedado, en una casona de 19 y E. Recientemente esa, su última vivienda, ha sido destinada a albergar un museo dedicado a su persona y su obra. 

5. A modo de conclusión

Nuestro breve recorrido nos ha permitido constatar que en la poética loynaciana triunfa el interior sobre el exterior, la premonición sobre el dato. Los textos narrativos de la cubana se construyen como spots (Garrandés, 1996) o fotografías, creando un ritmo armonioso que incluye lo desigual y lo extraño (polifonía, intertextualidad, metadiégesis, multiplicidad de niveles discursivos). La significación tiene una fuerte componente musical que remite sin duda a un lirismo intrínseco.

Hemos comprobado que en Fe de vida la subjetividad, sea como imaginación proyectiva o como memoria retrospectiva, da la medida (el color, el sabor, el gusto o desagrado) del espacio. Es por eso que un barrio en decadencia puede representar el Paraíso perdido de la juventud, en tanto que la casa puede ser el Edén doméstico o bien la cárcel donde el mundo tiene prohibida la entrada. En el relato de las vidas de Pablo Alvarez de Cañas y Dulce María Loynaz hay lugares e imágenes que se cruzan, llamadas telefónicas que nunca llegan a destino, itinerarios secretos de cartas, flores, poemas y libros. ¿Es la escritura en su obligación de constituir un orden la que confiere a los hechos sus símbolos y simetrías? ¿No hay en la vida real irónicas coincidencias, presagios y respuestas con puntos suspensivos? Por la segunda opción parece inclinarse DML, quien entiende la realidad como una categoría dinámica, sujeta a las percepciones de cada momento y abierta al conflicto de las interpretaciones.

En la literatura, como en la vida, muchas veces es preciso tomar un desvío para adelantar trecho en el camino principal, el que conduce al destino buscado. Tal vez hablar de Pablo fuera para la cubana un rodeo, una excusa para hablar de sí misma; tal vez abordar un relato fuera para ella seguir escribiendo poesía. Lo cierto es que en su escritura las presencias están cubiertas por un velo, elevadas al mito que las transfigura en sustancia lírica. Y así lo expresó DML en una carta fechada el 19 de junio de 1972:

no deseo ser medida, sino soñada, no aspiro a que me observen con un microscopio, sino a que tengan de mí una presencia un poco intangible, un poco fugitiva… (Citado por Martínez Malo, 2002)

Parece redundante, a esta altura, concluir que la producción poética y narrativa de DML no tiene nada de la simpleza ingenua o el preciosismo vacío con que, de frentes opuestos, se ha intentado menospreciarla. Una apariencia sobria y apolínea contrasta con las descripciones que incluyen sus textos de lo complejo e impenetrable, lo deforme, lo ambiguo. La lectura de sus escritos autobiográficos permite comprender mejor las tensiones que subyacen en toda su obra, y una vez más hemos comprobado que DML recurre a la mesura para expresar el desgarramiento, sostiene el lirismo para narrar las metamorfosis más cruentas[6]. Como un Garcilaso que llevara faldas y hubiera nacido en el siglo XX, en su escritura supo utilizar elementos convencionales -de una tradición clásica, de su propia vida- y convertirlos en el oro de la poesía.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Aira, César, Diccionario de autores latinoamericanos, Buenos Aires, Emecé, 2001.

————Las tres fechas, Rosario, Beatriz Viterbo, 2001.

Arfuch, Leonor, El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea, México, FCE, 2002.

Casanova, Casanova, Pascale, La República mundial de las Letras, Barcelona, Anagrama, 2001. [Orig. 1999]

Doležel, Lubomír, “Semiotics of Literary Communication” en Strumenti Critici, nueva serie, año I, núm. 1, 1986, pp. 5-48.

Garrandés, Alberto, Silencio y Destino. Anatomía de una novela lírica, La Habana, Letras Cubanas, 1996.

Jongeneel, Els, “Literary cities: urban topography in modern prose fiction”, en http:// www. uib.no./ped/jongeneelbiblio.htlm

Kadir, Djelal, “Proemio: Personificaciones primarias / Colón autobiográfico”, en Orbe, Juan (comp.), La situación autobiográfica, Buenos Aires, Corregidor, 1995, pp. 15-26.

Lejeune, Philippe, Le Pacte autobiographique, Paris, Seuil, 1975.

Loynaz, Dulce María, Fe de vida. Evocación de Pablo Alvarez de Cañas y el mundo en que vivió, Pinar del Río, Ediciones Hnos. Loynaz, 1994.

                 ————Cartas que no se extraviaron (compil. y pról. de Aldo Martínez Malo), Valladolid, Fundación Jorge Guillén; Pinar del Río, Cuba, Fundación Hermanos Loynaz, 1997.

Martínez Malo, Aldo, “Fe de vida: un libro escrito a través de una correspondencia”, 2002, en Biblioteca Virtual Cervantes http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Loynaz

Molloy, Sylvia, Acto de Presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica, México, FCE, 1996.

Portilla Negrín, Juan Ramón de la, “La hora brillante”, 2002, en Biblioteca Virtual Cervantes http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Loynaz

Puppo, María Lucía, “Alquimia en dosis pequeñas: Acerca de las “definiciones poéticas” de Dulce María Loynaz”, en Primer Congreso Internacional Celehis de Literatura, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata, Mar del Plata, 2002, ISBN: 987-544-053-1.

                ————“Autobiografía y ficción en Un Verano en Tenerife, de Dulce María Loynaz”, en Letras, Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina, Número 45, Monográfico Siglo XX,

                            Enero - Junio 2002, pp. 51-62.

                ————“Dos discursos menores en Jardín, la novela-isla”, trabajo leído en el V Encuentro Iberoamericano sobre la vida y la obra de Dulce María Loynaz, Universidad de Pinar del Río, Cuba, 10-13 de diciembre de 2002.

                            [No se editaron Actas]

Ricœur, Paul, Temps et récit III. Le temps raconté, París, Seuil, 1985.

       ————La lectura del tiempo pasado: memoria y olvido, Madrid, Arrecife, 1999.

Soubeyroux, Jacques, Lieux dits. Recherches sur l’espace dans les textes hispaniques, Université de Saint Étienne, 1993.

Todorov, Tzvetan, Los abusos de la memoria, Barcelona, Paidós, 1999.

Williams, Raymond, Culture, Londres, Fontana Paperbacks, 1981. 

Notas:

[1] Los números de página corresponden a la primera edición del texto: Dulce María Loynaz, Fe de vida. Evocación de Pablo Alvarez de Cañas y el mundo en que vivió, Pinar del Río, Ediciones Hnos. Loynaz, 1994.

[2] Fue sin duda la concesión del máximo galardón de las literaturas hispánicas, el Premio Cervantes correspondiente a 1992, el hito que reinició la proyección internacional de la obra y la figura de DML.

[3] Ver Casanova, Pascale (1999), pp. 40-54.

[4] De hecho Portilla Negrín (2002) ofrece una interesante lectura de Fe de vida como romance, según el enfoque mítico de N. Frye.

[5] Tal vez se podría alegar que DML no se explaya en las críticas por miedo a la censura castrista. Yo me inclino a pensar que su actitud -pese a haber pertenecido a una familia muy rica- es completamente diferente de la asumida por los escritores cubanos del exilio. Basta recordar las terribles diatribas del libro de memorias de Reinaldo Arenas, cuya familia pertenecía sin embargo, antes de la Revolución, a la clase social más humilde.

[6] Esta es una de las hipótesis que guía la investigación de mi Tesis Doctoral, comenzada en diciembre de 1999. Algunas conclusiones ya han sido publicadas en Puppo (2002a, 2002b y 2002c).

© María Lucía Puppo 2003

 

Ensayo de Dra. María Lucía Puppo
luciapuppo@fibertel.com.ar
Universidad Católica Argentina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y TécnicasRaffaele Cesana

 

Publicado, originalmente, en: Revista Espéculo, Año IX Nº 25 / noviembre 2003 - febrero 2004

Revista Espéculo (del lat. speculum): espejo. Nombre aplicado en la Edad Media a ciertas obras de carácter didáctico, moral, ascético o científico.

Revista Espéculo Electrónica Cuatrimestral de Estudios Literarios editada por la Facultad de Ciencias de la Información - Universidad Complutense de Madrid (España)

Link del texto: http://webs.ucm.es/info//especulo/numero25/fedevida.html


Ver, además:

 

                      Dulce María Loynaz en Letras-Uruguay

 

                                                             María Lucía Puppo en Letras Uruguay

 

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