En un lugar de la sábana entre la brisa y
el sol, Awá y Akiko, dos de los animales más importantes en las
ceremonias de los lucumíes, disputaban sus habilidades. A lo lejos,
Akeké, un pequeño pollo los observaba.
-Pues, mi querido Akiko -dijo Awá- yo tengo una gran resistencia,
recorro ese bosque en solo dos segundos.
-¡Yo soy más rápido! -grito el polluelo mientras se acercaba.
-¡Cállate, mocoso! -ordenó Akiko y con un movimiento de sus alas increpó
al pato.
-Pues me río… ¿No recuerdas que mi padre es el Dios Rojo y el rayo?
-dijo orgulloso.
-Tú crrerás en dos segundos, yo lo hago en uno… ¡Soy el más rápido!
-¡Yo lo soy más! -vuelve a murmurar Akeké en voz baja pero con firmeza.
-¡Silencio de una vez! -advirtió Awá, mientras alzaba su cabeza para
responder al gallo- yo me río, me río, me río, pues mi madre es la reina
azul, la tempestad, el mar; es el agua que apaga toda la candela.
-Decidamos corriendo -propuso Akiko.
-Acepto, pero lo hacemos ahora -propone Awá.
-Yo quisiera competir también -interviene Akeké y se colocándose entre
Akiko y Awá, recibiendo un poderoso golpe alado que le hizo rodar por el
suelo.
-¿Qué dices? ¿No te das cuenta que apenas has nacido? -pregunta Akiko.
-Yo les ganaré.
Mirándose Akiko y Awá, casi al unísono exclaman:
-Te dejaremos correr; pero si llegas último, te daremos una soberana
paliza por atrevido.
-Acepto. Les enseñaré a respetar a los pequeños, aunque parezcan
insignificantes -contesta Akeké.
Sin disimular la risa y las miradas de burla, Akiko y Awá lo invitaron
hasta el final de la sábana, allá donde comienza la casa verde del dios
Osaín. Al llegar, hablaron con Awemá y esta con un movimiento de su cola
dio la arrancada para la gran carrera.
Raudos y sin preocuparse por Akeké los otros contrincantes se lanzaron
en pos del bosque. Al principio avanzaron fácilmente, más después, al
internarse en el corazón del reino de Osaín, señor de árboles y yerbas,
el monte se hizo más tupido, como si un manto de alas verdes cubriera el
sol.
Ala con ala, pata con pata, pico con pico, corrieron sin que ninguno
sobrepasara al otro, hasta que casi extenuados por el esfuerzo, fueron
aproximándose al final del Ibó Findó. Ya la vegetación era menos espesa
y al llegar a un claro podía divisarse la meta; sin embargo, en ese
instante, algo les hizo paralizar la carrera.
Allá....en la llegada ...Akeké los esperaba tranquilamente. Cuando
estuvieron junto al polluelo, este no los dejó hablar y solo comentó:
-Usted, mi señor Awá, ¿no es el hijo de Yemayá, la gran dueña del mar? Y
usted, mi señor Akiko,¿no lo es acaso del poderoso y valiente Shangó?
Pues mi padre es Ellegwá, quien con su garabato abre y cierra todos los
caminos, sus pies son de viento y por eso nada puede avanzar más rápido
que él o sus hijos. Nadie habló más. A lo lejos una ráfaga se alzó
violenta agitando todo el Ibó Findó. Akeké partió en busca de ella. Un
rato más tarde, antes que el canto anunciara la llegada de la noche,
todos retornaron a sus casas. |