Llegó con sus dos caras, con su traje de
vida y de muerte, como los pequeños remolinos de polvo que a veces
levanta el viento por los caminos de tierra. Llegó muy contento hasta
ese lugar que a muy pocos les gusta ir. Al entrar al cementerio se apoyó
sobre su garabato y llamó a Yewá, aquella misteriosa reina a quien nadie
osa mirar a la cara, y entonces Ellegwá dijo con júbilo:
-¡Es mío! ¡Mío! Lo encontré en el camino y a nadie lo daré.
Yewá, que al fin y al cabo conoce de todos los secretos le dice
indignada:
-Tú serás el dueño de los cuatro caminos; pero no de todo lo que existe
sobre la tierra.
Pero Ellegwá, tramposo y experto en mentiras, continúo afirmando que el
collar amarillo era suyo.
-Es mío y a nadie se lo daré—decía una y otra vez, mientras retomaba el
camino.
En ocasiones se paraba a contemplar el bello adorno y como los rayos del
sol jugaban entre las cuentas áureas. Así fue andando hasta que sin
darse cuenta se encontró en un claro del monte, cerca del río, con Oshún.
-No puede ser suyo señor, conozco mis pertenencias y sé que nada tiene
que ver con usted -le increpa la reina amarilla, presa de gran
indignación.
-Es mío y no te lo daré -repite de nuevo, entre serio y burlón, mientras
huye de Oshún, sentado sobre un remolino de viento.
La diosa queda triste, viendo cómo el ladrón se iba con su collar
favorito. De pronto siente una voz que llama a sus espaldas.
-Se lo quitaremos -le dice Inlé, el dios de la juventud, muy inteligente
y justo quien desde el Ibó findó había sentido la perversidad de Ellegwá.
-No te preocupes. Cuando se vea sin dinero irá a venderlo entonces.....
Por un rato más Inle siguió explicando su plan a Oshún, luego partieron
por rumbos diferentes. La reina de las calabazas iba más tranquila:sabía
de la astucia de su joven amigo.
Esa noche Ellegwá salió muy temprano, confiado porque llevaba en su
bolso el collar para venderlo y obtener aguardiente, mucho aguardiente,
sin embargo, se encontró, para su asombro, que a nadie le interesaba el
adorno. Las apetevis o esposos del opulento Orumla no mostraron interés
alguno. Yemayá lo rechazó porque los colores azul y blanco son sus
favoritos. Se lo propuso a Ochosí para que el cazador se lo regalará a
Betó su querida madre, mas este le dijo que iba a buscar unas flechas
nuevas y no tení tiempo ni dinero para nuevos negocios.
Entonces se acordó de Obba y fue a verla.Al llegar se encontró que la
esposa de Shangó estaba de muy mal carácter pues el dios rojo llevaba
tres días sin aparecer por la casa y lo único que Ellegwá saco de ella
fue que lo acusara de cómplice en las aventuras del marido.
Fue a ver a Oyá, quien ama todos los colores y de seguro se quedaría con
el adorno; pero al acercarse al arcoiris, el sonido cadencioso de los
tambores bembé le hicieron comprender que allí estaba Shangó con su
amante y no sería prudente interrumpir el idilio.
Cansado de tanto caminar y de tanto fracaso llegó a la última de sus
encrucijadas. ¿Quiénes quedan por ver? Oggún...¡Ni pensarlo! Fue el
guerrero quien le regaló el collar a Oshún. A obbátala tampoco, de solo
mirar sus ojos comprendería la mentira. Oggué sería inútil, ya que de lo
único que se ocupaba era de sus bueyes, como Orisha Oko de sus siembras.
Babalú Ayé ¡¡No!! No resistiría la peste del viejo llagado...no, no lo
haría ni por cien botellas de aguardiente, además, aquellos perros
siempre pegados a las muletas del leproso nunca le ladraban con amor.
Entonces pensó en Osaín. Tal vez le gustaría tenerlo para cubrir un poco
su fealdad; pero registró todo el bosque y no pudo hallar al dueño,
quien dormía tranquilamente sobre la copa de una antigua ceiba.
Así el día lo sorprendió, agotado de tanto ir y venir, de tanto pensar y
no lograr lo deseado....De pronto, se acordó de Inle...
-¿Cómo no había pensado en él, si a los jóvenes les gustan tanto las
cosas hermosas?
Bien temprano, llegó a la casa del dios pescador. Tocó, escuchó una voz
soñolienta que le dijo que esperará y asi estuvo como veinte minutos.
Inle, aparentando estar casi dormido, abre la puerta y lo invita a
pasar. Sin rodeo alguno, Ellegwá le propone la venta del collar. El
muchacho lo mira bien, se lo prueba y luego le propone a cambio una
botella de aguardiente.
Para Ellegwá aquello sonó a tener el mundo a sus pies. Aceptó
inmediatamente, ya que seguro agarraría una buena borrachera.
Apenas hace el cambio, corre a su casa y al llegar enciende un buen
tabaco que guardaba para una ocasión como aquella, mientras vierte un
poco del preciado líquido en una jícara. Ríe, brinca de alegría, en
tanto recuerda lo pícaro que ha sido. Finalmente acerca el recipiente a
sus labios...despacio...bebe un sorbo...algo lo confunde...vuelve a
beber, ahora un poco más...apenas puede creerlo...lo han
engañado...¡agua con azúcar prieta!
Tira bien lejos la funesta botella. Toma su bastón y el sombrero y parte
furioso para la casa de Inle, con el único propósito de vengarse y
reclamar el; pago convenido. Pero casi al llegar, algo lo detiene en
seco.
Inle lo llama...junto a él estaba Oshún, muy contenta con su collar
amarillo y, a su lado Oggún, con el terrible machete desenfundado y
brillante como la estrella de la mañana. Ellegwá no dice nada, solamente
los saludo con un gesto breve y se aleja de allí lo más pronto posible,
mientras dentro de su sombrero de pajas el miedo demuestra poder más que
su deseo de venganza. Entonces recordó lo que una vez le había dicho
Obbatalá:
-¡Al final, toda picardía y malicia será derrotada por la verdad y la
razón! No importa cuanto duré el engaño, siempre aparecerá la justicia,
al igual que cada mañana el sol sobre el firmamento. |