El fin de una leyenda negra |
Maten al cuervo |
En los últimos ciento cincuenta años, alrededor de medio centenar de libros se refieren a la muerte de Edgar Allan Poe, ocurrida en 1849 en la ciudad de Baltimore (EE.UU.), más o menos en estos términos: "Víctima del delírium tremens, cuando comenzaba a regenerarse, fue encontrado tendido a las puertas de una taberna de Baltimore y murió a los pocos días" o "Al fin víctima de una zarabanda de sanciones incoherentes, delirantes y enloquecidas el alcohol y el opio le pasaron la cuenta final en una vereda de la ciudad de Baltimore" o "Fue encontrado casi muerto, en un estado de ebriedad manifiesta y de degradación bestial..."
Lo que resulta realmente llamativo en casi todas las biografías del genial virginiano autor de "El cuervo", de
Historias extraordinarias o de Las aventuras de Arthur Gordon
Pym, no es sólo el sistemático maltrato a su reputación. sino también una especie de oculta confabulación para que su vida, su obra y su muerte fuese vista, por los siglos de los siglos, como un dechado de sordidez humana. |
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Leyenda negra. "Edgar Allan Poe ha muerto. Falleció anteayer en Baltimore. A muchos esta noticia les sorprenderá, pero a pocos les entristecerá. El poeta era muy conocido en todo el país, personalmente, o por su reputación: tenía público en Inglaterra y en varios países de Europa, pero pocos o ningún amigo".
Estas líneas, publicadas en el New York Tribune del 9 de octubre de 1849, son citadas por todos los biógrafos y si bien fueron firmadas bajo el seudónimo "Ludwig", se sabe que fueron escritas por Rufus Wilmot Griswold. ex ministro baptista, hombre de letras reconocido y célebre por ser el autor de la primera Antología de los poetas americanos (1849). Sin embargo, la celebridad de Griswold tiene mucho que ver con el sanbenito que le colgó a Edgar Alian Poe. cuando poco después de su muerte se publicaron por primera vez sus Obras completas. Al estilo de las cajas de cigarrillos que advierten sobre la cantidad de nicotina y alquitrán que traen consigo, las obras de Poe —por mucho tiempo la única edición—, llevaban como advertencia un mensaje de Griswold dirigido al público anglosajón. que decía: "El lector puede leer estas historias, que por lo demás son con frecuencia excelentes, pero tiene que estar avisado de que ésta es la obra de un borracho, de un enfermo mental, de un hombre capaz, y culpable de las peores fechorías. Tales escritos, espejos de sus deficiencias, a pesar de las más brillantes facultades analíticas no podrían alcanzar cierta profundidad, ni sus poemas algún sentimiento humano. En cuanto a su crítica, reflejo de sus taras, se reduce a la de un peón que corrige las faltas gramaticales y denuncia los plagios. cuando resulta que él mismo es el mayor de los plagiarios de todos los tiempos". Sin embargo, en contraposición a la muy bien alimentada leyenda negra que se construiría con posterioridad a la muerte del autor de "El cuervo" —en la que campean el opio. el alcohol y la demencia—, acaba de aparecer Poe, un extenso y magistral trabajo de investigación realizado por el escritor franco-húngaro Georges Walter, para quien la verdad fue muy distinta a esa "inmortal infamia" que creció sin que nadie la detuviese.
Tras un riguroso seguimiento de los últimos días de su vida, Georges Walter deja entrever que la muerte de aquel Poe escandalosamente borracho, había sido mucho más norteamericana de lo que podría pensarse.
La técnica que empleaban, llamada el coopping (enjaulamiento), consistía en neutralizar a las víctimas con una mezcla de whisky y de narcóticos, para luego empezar el paseo por los distritos electorales. Una vez cumplido su papel, el infeliz "votante" era encerrado en un sótano, sin alimentos y con el doble de brebaje encima, de modo que una vez arrojado a los adoquines ya tenia un embotamiento suficiente como para que no recordase nada del ultraje padecido.
Según un testimonio de un periodista de Baltimore —para quien el cooping de aquel año había superado lo usual—. los demócratas habían enjaulado a setenta y cinco electores y los republicanos a ciento cuarenta y ocho... todos en la High Street. la misma en donde un impresor del Baltimore Sun reconoció a Edgar Alian Poe tirado en la vereda y "con la misma capacidad de movimiento que puede tener un cadáver", frente a una conocida taberna de maleantes.
De acuerdo a la investigación de Walter, los testimonios del impresor, del médico y del cochero que lo condujo al hospital donde moriría tres días después, concuerdan en cuanto al aspecto y al ridículo atavío del escritor en la taberna Cooth and Sergeant's: el rostro huraño y la mirada vacía, un sombrero de paja, un lamentable abrigo de alpaca desgarrado que ocultaba la ausencia de traje, una camisa sucia y con manchas, un pantalón usado demasiado grande y unas botas demasiado grandes y sucias para haber sido del gusto del "señor Poe". Es decir que aquella indumentaria era suficiente como para dejar estupefacto a cualquiera que conociese la imagen inmutable del escritor, siempre vestido de negro, impecable y un poco altivo, caballero de Virginia (aunque no esclavista) de la cabeza a los pies. Sin embargo, esgrimiendo el argumento de exceso de trabajo "en aquellos días endemoniados", las autoridades policiales se mostraron indiferentes a la investigación del caso.
A ello se suma el hecho de que Poe hacía varios meses que no había probado bebida alcohólica alguna, fuera del mortífero whisky electoral de su última caída.
A través del examen del episodio final de Baltimore. Georges Walter cree haber encontrado todos los indicios de un asesinato desdeñado por la justicia y también, elementos sobrados para creer que Poe cayó en manos de rufianes de uno y otro partido y que su débil organismo no pudo resistir el tratamiento aplicado.
Entre otras cosas, el escritor franco-húngaro deslaca que ese Poe andrajoso y borracho, encontrado por un imprentero tirado frente a una taberna de pésima fama. acababa de publicar apenas seis días antes en ocho periódicos de la costa Este. la balada de Annabel Lee, su último canto. Pero sobre lodo, tres días antes había dado su última conferencia en Richmond. de gran éxito según la prensa (300 entradas a cinco dólares, un precio inverosímil por entonces) y que le habría dejado al menos mil dólares, suma que en su vida había tenido. Que las aves de presa lo hubieran divisado, que no contentos con vaciarle los bolsillos lo hubieran despojado de sus ropas para vestirlo con andrajos es la hipótesis más lógica, sin absolver por ello a los agentes electorales.
Pero más allá de la sórdida peripecia de su muerte, lo que sorprende realmente es la saña con que el revolucionario de todos los géneros literarios, el "genial poeta cósmico" o "el Gran Cuervo Negro" como lo llamaron Mallarmé y Baudelaire, fue condenado a la miseria, al insulto y al desprecio, aún más allá de las tribulaciones de sus huesos.
Esta prosa elegante de aquel especialista en biografías que era Griswold. formara el núcleo de una biografía de las que hay pocas: su famosa "Memoria", aparecida casi de inmediato en la primera edición mundial de las Obras completas de Edgar Allan Poe, del editor Redfield de Nueva York. de tal prestigio como para dar a la palabra de Griswold un valor de "referencia obligada". Durante tres decenios, y en progresión geométrica, la crítica anglosajona se inspiró en las falsificaciones de textos y mentiras del mismo Griswold que según Walter. "costó más de medio siglo desenmascarar". pero que permitían, mientras tanto, explicar la "rareza y el genio" de las Historias extraordinarias, por la "insondable inmoralidad" del autor. Por una razón exactamente inversa. Baudelaire. antes de denunciar su "infamia eterna" se nutrió de las opiniones de Griswold. en razón de ese perfume de maldición que lo tenía todo para seducirle.
A esta altura, todo inclina a pensar que el autor de "El cuervo", por su encanto tenebroso y su lucidez conceptual, hizo sombra a Griswold más que Mozart al Salien de la leyenda. Sin embargo, esto por sí sólo no alcanza para justificar la leyenda negra: el artículo firmado por "Ludwig" tuvo una receptividad desmedida en el momento de su aparición. Esa resonancia no se debió a otra cosa que al consentimiento de los intelectuales bien pensantes de Bostón y de Filadelfia. la ciudad de los cuáqueros. así como de la "rosca" neoyorkina del
Knickerbocker, la revista de moda. y a todos aquellos que habían sido trasquilados por el feroz rigor de Poe en algunos de sus 855 artículos, particularmente de aquellos publicados a partir de 1835 en el
Southern Literary Messenger ("El mensajero literario del sur"), de Richmond. De hecho, muy pocos se "entristecieron" (para usar la expresión de Griswold) con la muerte de Poe. Entre ellos, algunos poetas ilustres como James Lowell, Henry Longfellow o el novelista John Pendleton Kennedy, que aunque fuera con torpeza o amaneramiento, intentaron honestamente alegar a favor de "aquel ser apacible, paciente y activo, cuyo comportamiento de caballero no inspiraba sino respeto". O como anunció Nathaniel Willis, director del
Mirror de Nueva York y que había dado trabajo al problemático Poe: "Ha muerto de congestión cerebral y no de eso de lo que le acusan los viles, los muy viles periódicos".
Los años 1835 y 1836 son los más luminosos de la tarea crítica de Poe y ocurren en el Southern Messenger, luego de haber abandonado a West Point y su carrera militar plagada de escollos. Allí Poe inaugura su sección de Autografías, que lleva a la euforia al director de la publicación. Para interesar al lector ajeno al mundillo literario, Poe echa mano a esa facultad innata e indispensable para el periodista, que es poder presentarse con cualquier salsa. De modo que Poe escribe no sólo las grandes páginas, sino también los chismes de calidad, es capaz de hablar de Napoleón, de recetas de cocina. de la educación de las muchachas y siempre sin abandonar una envidiable erudición, en su mayor pane inventada al amparo de la urgencia de la redacción.
Con su inagotable inventiva periodística, recurre a sus reservas de mistificador y publica una magnífica colección de firmas autógrafas, de las que pretende que un desconocido le ha entregado con un paquete de cartas. El juego, que encantara a los virginianos, consistirá en hacer que antes de cada una de estas firmas célebres (Fenimore Cooper, Washington Irving, Nathaniel Hawthorne o Ralph Waldo Emerson, entre tantos), figure una imitación de su estilo y un presunto análisis grafológico. El resultado es satírico unas veces, halagador otras, muy ácido no pocas, pero siempre divertido por el talento de la imitación.
Sin embargo, a los "grandes" no les hará ninguna gracia. Irving, por ejemplo, escribirá que "el señor Poe pronto deberá pensar en abandonar su puesto o conformarse a las leyes de la crítica moderna. El propietario del Southern debería pensarlo...". También Emerson. que había sido calificado por Poe como el principal animador de ese "estanque de ranas" que era la puritana Bostón, le devolverá su amabilidad, dedicando al poeta muerto el económico calificativo de payaso.
A sabiendas de que Poe había manifestado públicamente sus deseos de ser incluido en la Antología de Griswold —habiéndose tratado con simpatía incluso en varias oportunidades—. Griswold prepara una meticulosa venganza que. según Georges Walter. encontrará vía libre en las terribles maldades realizadas con sus canas personales. En efecto, tomando aquellas canas en las que Poe. en ley de caballero, levanta bandera blanca y propone empresas productivas, Griswold transforma las excusas del poeta en repulsiva obsequiosidad. Walter no da crédito a sus ojos al ver, por ejemplo, que una breve nota de Poe dirigida a Griswold, terminaba de este modo: "Supongo que sabe usted que en mi segunda conferencia en Nueva York referida a los poetas, me he abstenido de cualquier cosa que pudiera ofenderle".
Y Griswold le añadía de su mano: "Me avergüenzo de haber dicho que usted cosas tan desagradables y tan injustas, pero estoy seguro de que lo que le dije le ha sido mal presentado".
Dice el escritor franco-húngaro: "en la Memoria que publicó en 1856 para acompañar a la primera edición de las Obras completas del escritor, las cartas de Edgar Poe fueron cuidadosamente falsificadas, como se comprueba comparando el original la veces ligeramente amputado) y el texto reproducido: la diferencia son los añadidos de Griswold".
Las pruebas que aporta son tan indignantes como vergonzosas. Es más. parecería que hasta bien entrado el siglo veinte, la leyenda negra de Poe estuvo sostenida en una mala historia originada en el terreno de la critica. más que en su propia vida de creador y ello se debió a los malignos oficios de Griswold. Ello colaboró, según este notable trabajo de Walter. a que. por mucho tiempo. Poe fuese visto en su propio país apenas como una "curiosidad".
"Se sacaron de él mucha pacotilla, orangutanes de taxidermista para los ultimas folletines de los periódicos. Se le introdujo en la ciencia-ficción. el rock astronómico, se le puso junto al visionario cósmico Haldane, que observó m 1927 que el organismo humano es de un tamaño exactamente intermedio entre el electrón y la nebulosa espiral", dice Walter. En Francia Valéry dirá que la escritura de Poe es "policial" y André Bretón, para quien el autor de "El cuervo" es un sobrerromántico, dirá simplemente: "Escupamos de pasada sobre Poe".
En suma, el Poe de Georges Walter es toda una revelación, un esfuerzo tan profesional como sobrehumano por poner las cosas en su sitio a través de casi seiscientas páginas, que configuran un verdadero mapa desconocido sobre la niñez de Edgar Allan Poe, la tortuosa relación con su padrastro, sus amores, su intervención en la guerra de Secesión, sus motivaciones y deslumbramientos magníficos, partiendo como lo hace de aquella muerte oscura en la Baltimore de los rufianes y de allí. en un fascinante ir hacia atrás, desandar la pista de aquel "indio sin tribu" que fue Poe, el Gran Cuervo Negro a quien el futuro, como dice Walter. nunca terminara de pagarle la deuda. |
Mario Delgado Aparaín
El País Cultural Nº 326
2 de febrero de 1996
Editado por el editor de Letras Uruguay
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