Miré hacia adelante, el terror me invadió, enormes lenguas de fuego
abarcaban el ancho de la llanura.
Dimos la vuelta con tan mala suerte que una de las patas de Pampa se
metió en una vizcachera, su relincho de dolor y mi caída se
mezclaron.... después, me invadió la oscuridad.
Cuando reaccioné estaba sola, el humo me ahogaba.
Una sensación de miedo y arrepentimiento peleaban dentro mío. Pobres
papá y mamá, ellos siempre confiaron en mi sensatez, cuando me
encuentren será demasiado tarde para pedirles perdón, soy una
irresponsable. Cerré los ojos, era preferible no ver mi propio fin.
De pronto sentí una voz querida llamándome a través de las nubes de
humo, traté de gritar, no pude. Algo me empujó, era Pampa con su
relincho salvador junto a papá que me tomó en brazos mientras sus
lágrimas mojaban mi rostro.
-Muchachos, todo esta bien, hay que regresar, el peligro se acrecienta. Preparen un contra fuego, ordenó tío Lorenzo, siempre tan parco, pero
con unos deseos enormes de propinarme una tunda, ¡cosa que merecía sin
ninguna duda!...
Al llegar a casa, también el enojo de mamá se diluyó, me abrazo con
fuerza murmurando. Si no hubiera sido por Pampa, que regresó en busca
de ayuda. Comenzó a llorar mientras tío Lorenzo sacudía nerviosamente
su calva cabeza.
Fueron largas horas de incertidumbre hasta que el peligro desapareció,
recién entonces corrí a buscar a mi amigo, seguro estaba descansando en
el viejo molino.
Me acerqué lentamente a el, nosotros nos entendíamos son palabras.
Estaba inmóvil, sus enormes ojos mirando al cielo, seguí el recorrido de
aquella mirada.
Y lo vi....¡ juro que lo vi!, galopando hacia las alturas, convirtiendo
en noche aquel atardecer de mi infancia ...
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