La casa

poema de Ulises Petit de Murat

La vi crecer, triste y desgarrada,
abierta hasta la raíz
al viento, las lluvias, las miradas.

Y de pronto sus duros harapos
de confusa cal, de ladrillos y dudosas
maderas se cerraron, tapiando
un pequeño sitio del horizonte, alzando

su frágil misterio.

Ya tiene la sombra rosada de una muchacha

en el pórtico. Ya los que pasan
ven su cintura más fina, sus ojos
del color del sueño, sus cabellos
dándose como un pañuelo en el adiós, rostro
negándose como los rostros amados
en el recuerdo.

Ya tiene un interior en sombras, en luz.
Ya tiene un interior hondísimo
para esperar las cosas calladas, y tediosas
que siempre llagan, insaciables:
las horas, los sueños, la enfermedad, la muerte.

Ya tiene techos repetidos

pesando sobre los ojos,

del insomnio y la fiebre.
Ya tiene sus tapias cómplices,
muertos espejos de gestos, de gritos, de suspiros.
Ya tiene altos, muros

iguales
para el insulto o la palabra enamorada.
Ya esconde furia, miedo, ansiedad, deseo,

espera triste, monótona llegada, dulce abrazo

trayendo las estrellas y los ríos y los árboles

al cuarto apasionado.
Y alguna música. Y ciertas risas. Y la sombra rosada

de una muchacha en el pórtico

mencionando tímidamente la aventura
y la belleza al que se aleja, al que pasa, al que se extingue ya

como una sombra castigada que desciende

al ámbito oscuro de la realidad, llevando

—flor de ceniza impalpable—
un poema imposible, una cintura' de corola, una tarde cualquiera,

y una casa vista hondamente y olvidada.

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