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Malvinas y el informe Rattembach
por Pedro Pesatti
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Artículos de Pedro Pesatti editados en Rebanadas:

Rebanadas de Realidad - Río Negro, 01/04/12.- El año había comenzado con un gigantesco asado para trece mil personas en la localidad de Victorica (La Pampa). Gómez Fuentes, el periodista que desde ATC ejerció durante la guerra de Malvinas uno de los principales roles en el aparato de propaganda del régimen, uno meses antes había acompañado a los Estados Unidos al general Leopoldo Fortunato Galtieri, organizador del mitin. El conductor de “60 minutos”, el noticioso que compartía con Silvia Fernández Barrios, calificó a Galtieri, tras regresar de ese viaje, como el general mimado de la potencia del norte. El general mimado como lo llamó Gómez Fuentes –o “mamado” como lo bautizó la revista Humor- tenía pretensiones democráticas. Soñaba ser presidente constitucional de los argentinos. Y Victorica era el punto de arranque de su plan que estaba íntimamente vinculado con Malvinas. Galtieri pensaba, como otros jerarcas de la dictadura, que si la operación de recuperación del archipiélago resultaba exitosa, el pueblo apoyaría la continuidad de los militares en el poder, pero esta vez a través de las urnas que legitimarían de una vez y para siempre todas las atrocidades y crímenes cometidos por el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

Sin embargo, el 30 de marzo de 1982, la CGT-Brasil, liderada por Saúl Ubaldini, lo sacude con una gigantesca movilización bajo el lema “Paz, Pan y Trabajo” que complica el frente interno de su gobierno. Galtieri no duda en ordenar una represión feroz.

Al grito de “se va a acabar la dictadura militar” miles de manifestantes pertenecientes al movimiento obrero, a partidos políticos, a organismos defensores de los derechos humanos y a las Madres de la Plaza de Mayo, marchan sobre Buenos Aires mientras otros tantos miles se suman en Mar del Plata, Rosario, Neuquén y Mendoza donde las fuerzas de seguridad asesinan a Benedicto Ortiz. Al concluir la jornada los principales dirigentes de la protesta son detenidos. El frente interno, disciplinado con el aparato de represión más brutal que reconoce la historia argentina, comenzaba a quebrantarse. La plata dulce, el “deme dos”, los viaje a Miami, la destrucción de la industria, la caída de los salarios, el desempleo, sumado a las consecuencias de las políticas represivas, a los secuestros y desaparición de personas, comenzaban a provocar una reacción creciente en vastos sectores de la población como quedó evidenciado ese 30 de marzo. Galtieri, que ya conocía los informes de distintos observadores extranjeros que vaticinaban un final cercano para el Proceso, decide, para descomprimir la tensión interna, adelantar la recuperación de las Islas Malvinas cuyo plan había sido encomendado al vicealmirante Juan José Lombardo el 15 de diciembre de 1981 por el jefe de la Armada, el ex almirante Anaya. Sin embargo, a fines de marzo de 1982, el plan todavía no estaba terminado.

El plan del almirante Lombardo

Lombardo comienza a planificar la recuperación de Malvinas y fija como fecha tentativa, por su fuerte carga simbólica, el día 9 de julio de 1982, día de la Independencia. El diseño estratégico indicaba la necesidad de dar marcha atrás a la llamada Operación Georgias del Sur que se había iniciado en octubre de 1981 con el objeto de ocupar esas islas ubicadas al este de Malvinas, separadas por 1.600 kilómetros del bravío mar austral. Para Lombardo cualquier presencia militar argentina en las Georgias carecía de sentido en tanto podía actuar como disparador de un alerta en el Reino Unido y jaquear el factor sorpresa para la recuperación de Malvinas. Pese a ello, un grupo de marinos comandados por Astiz, al amparo del Almirante Otero, desembarcan en las Georgias el 23 de marzo bajo la autodenominción de “Grupo de Invasión Los Lagartos”. Astiz lleva a cabo algunas acciones provocativas ante unos pocos efectivos británicos y ordena la colocación de bombas cazabobos en las inmediaciones del lugar donde había desembarcado su grupo. Este episodio fue determinante para que los británicos comenzaran a sospechar que el objetivo final era otro, tal cual se lo informó a su gobierno el cónsul inglés en Buenos Aires.

Anaya, paralelamente, advierte que la operación de Astiz hacía peligrar el plan de Lombardo, la que puso en evidencia, por otra parte, el fragmentado orden jerárquico de su arma, consecuencia, por otra parte, de las formas de operar que adoptaron las Fuerzas Armadas durante la represión. Frente al temor de que la recuperación de Malvinas se frustrara, Anaya le recomienda a Galtieri el adelantamiento de los plazos. Este hecho, sumado a la tensión interna que comenzaba a experimentar la dictadura, deciden a Galtieri a ordenar que el 2 de abril se iniciaran las acciones militares sobre Malvinas cuando aún las tropas no estaban suficientemente preparadas ni habían llegado al país los seis cazabombarderos provistos con misiles Exocet, comprados a Francia, y que para Lombardo constituían las armas clave para el éxito de la operación.

La recuperación de Malvinas, en resumen, nacía en un cambalache que se acentuaría en las semanas siguientes. La presencia en Viedma de una división de tanques basados en el establecimiento “La frutícola” durante todo el conflicto demuestran hasta qué punto llegó la irresponsabilidad de los jefes militares que mantuvieron, en plena hostilidades, fuertes discrepancias de orden político que ni siquiera la guerra pudo atemperar. Aquellos tanques que durante semanas estuvieron estacionados en cercanías de San Javier no respondían a ninguna lógica militar y su presencia sólo puede explicarse en términos de los enfrentamientos internos que experimentaban los máximos jefes de la dictadura.

El rol de los Estados Unidos

La Doctrina de la Seguridad Nacional, en torno a la cual los Estados Unidos formaron en la Escuela de las Américas a decenas de oficiales de los distintos ejércitos latinoamericanos, es el marco donde se inscriben los golpes de Estado que se suceden en América Latina en los años setenta. Luego del asesinato de Kennedy y de la abrogación de la política de la Alianza para el Progreso, urdida por la administración Kennedy en el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos adoptan la Doctrina de la Seguridad Nacional que justificará no sólo los golpes de Estado que se suceden en la mayoría de los países como el nuestro sino también las prácticas represivas más crueles que contarán, en muchos casos, con el apoyo explícito del Departamento de Estado y la intervención directa de la CIA. El golpe de Estado que termina con el gobierno de Salvador Allende en Chile demuestra, precisamente, esta política intervensionista.

Sin embargo, cuando Videla llega al poder, en Estados Unidos se produce un cambio en la política exterior de la mano de James Carter que hizo de la defensa de los derechos humanos una de sus prioridades en su relación con América Latina. Los vínculos, en consecuencia, del Proceso con la administración Carter no fueron buenos al punto que ésta decide bloquear la venta de armas a la Argentina fundando su decisión en el hecho de que el gobierno militar no garantizaba la plena vigencia de los derechos humanos.

Cuando en enero de 1981 Reagan llega a la presidencia de su país el Proceso encuentra en el republicano el aliado que hasta ahora no había tenido en el gran “hermano” del norte. Reagan, por su parte, necesitaba de un enorme respaldo internacional para llevar a cabo su programa de rearme que se plasmó en lo que popularmente se conoció como Guerra de las Galaxias. Los militares argentinos, sin dudarlo, se alinean automáticamente con los Estados Unidos y Galtieri, antes de desplazar a Viola de la presidencia, recorre ese país para cimentar una relación que la prensa oficialista cubre ampliamente para mostrar las virtudes de la nueva etapa que protagonizaría el general mimado de los norteamericanos. Como contrapartida a la decisión del Proceso de apoyar su política exterior, Reagan, en cuanto asume el gobierno, levanta las sanciones impuestas por Carter y trasciende en la prensa, poco antes de la guerra de Malvinas, que los Estados Unidos podrían establecer una base permanente en algún lugar de la Patagonia para “fortalecer” los vínculos entre ambos países. Galtieri, un militar con escasa formación intelectual, seguramente pensó que Reagan acompañaría su decisión de recuperar Malvinas o que mantendría una actitud neutral frente al conflicto. Su desconocimiento histórico sobre la relación de ambas potencias y una famélica visión estratégica de la política mundial pronto quedarían al descubierto cuando los Estados Unidos ponen a disposición de Margaret Tatcher su tecnología satelital y la base militar de la isla Ascensión desde donde operarán los Vulcan ingleses.

El hierro de Tatcher

Siempre había existido la sospecha pero nunca la confirmación de que el gobierno de Pinochet había apoyado a las Task Force. Recién cuando el ex dictador es apresado en el Reino Unido a raíz de las acusaciones formuladas en su contra por el juez español Baltasar Garzón, la “Dama de Hierro” reveló el secreto. El 9 de octubre de 1999, durante la asamblea anual del Partido Conservador Británico, Margaret Tatcher, ocupando el rol de abogada del dictador chileno, exhortó a los miembros de su partido a apoyar al hombre que en 1982 había colaborado en la guerra de Malvinas. Tras condenar enérgicamente al primer ministro Tony Blair, Tatcher reveló cómo el régimen militar chileno había actuado en conjunto con Londres. Con el objetivo de lograr que la opinión pública de su país se volcara a favor de Pinochet, a quien consideró un aliado, Tatcher fue muy crítica con Blair al sostener que “a los aliados no se los mantiene cautivos”. En su defensa agregó que "Chile es nuestro más viejo amigo en Sudamérica. Nuestros vínculos son muy estrechos desde que el almirante Cochrane ayudó a liberar Chile del opresivo dominio español. El debe estar hoy revolcándose en su tumba al ver cómo Inglaterra respalda la arrogante intromisión hispana en asuntos internos chilenos. Pinochet fue un incondicional de este país cuando Argentina invadió las islas Falklands. Yo sé -era Primer Ministro en esa época- que gracias a instrucciones precisas del Presidente Pinochet, tomadas a un alto riesgo, que Chile nos brindó valiosa asistencia. Yo no puedo revelar los detalles, pero déjenme narrarles al menos un episodio. Durante la guerra –explicó Margaret Tatcher al Partido Conservador- la Fuerza Aérea Chilena estaba comandada por el padre de la senadora Evelyn Matthei, quien está aquí esta tarde con nosotros. El entregó oportunas alertas de inminentes ataques aéreos argentinos que permitieron a la flota británica tomar acciones defensivas. El valor de esa ayuda en información de inteligencia se probó cuando faltó. Un día, cerca ya del final del conflicto, el radar chileno de largo alcance debió ser desconectado debido a problemas de mantenimiento. Ese mismo día -el 8 de junio de 1983, una fecha guardada en mi corazón- aviones argentinos destruyeron nuestros buques “Sir Galahad” y “Sir Tristram”. Eran barcos de desembarco que trasladaban muchos hombres y los ataques dejaron entre ellos muchas bajas. En total unos 250 miembros de las fuerzas armadas británicas perdieron la vida durante esa guerra. Sin el general Pinochet, las víctimas hubiesen sido muchas más".

El Informe Rattenbach

En verdad, los principales enemigos de la Argentina durante el conflicto del Atlántico Sur fueron los propios jerarcas del Proceso. Al terminar la guerra, la última Junta Militar ordenó la realización de una investigación para determinar las responsabilidades de la derrota. Para este fin, el 2 de diciembre de 1982 se crea la Comisión de Evaluación del Conflicto del Atlántico Sur integrada por el teniente general (R) Benjamín Rattenbach, general de división (R) Tomás Armando Sánchez de Bustamante, almirante (R) Alberto Pedro Vago, vicealmirante (R) Jorge Alberto Boffi, brigadier general (R) Carlos Alberto Rey y brigadier mayor (R) Francisco Cabrera. La comisión concluyó su informe, de 291 páginas y varias decenas de anexos, el 16 de septiembre de 1983. Conocido como Informe Rattenbach, en una de sus partes sostiene que “la decisión de ocupar Malvinas, que se mantenía latente, estuvo influida por aspectos políticos particulares, tal, por ejemplo, la conveniencia de producir una circunstancia significativa que revitalizara el Proceso de Reorganización Nacional (acápite 274)”. El informe agrega en otro tramo que “es necesario señalar que el estado general del país, en el momento de tomarse la decisión de ocupar las Islas Malvinas, no era el más adecuado para enfrentar un hecho político internacional de tal naturaleza (acápite 783)” para lo cual se argumenta que “las autoridades nacionales eran duramente atacadas por el problema de los derechos humanos, lo cual debilitaba sensiblemente el frente externo (acápite 784, inc. a)”. En las conclusiones, el informe enfatiza: “la oportunidad, libremente fijada por la Junta Militar para la recuperación de los archipiélagos del Atlántico Sur, benefició fundamentalmente al enemigo (acápite 788)” ante lo cual, los firmantes del informe, en el Capítulo XIII-Encuadramiento jurídico de los responsables, consideran que los tres miembros de la Junta Militar, es decir, Galtieri, Anaya y Lami Dozo, deben ser fusilados.

El Informe Rattenbach nunca fue publicado por el Estado. Recién ahora, hace muy pocas semanas, la Presidenta de la Nación tomó la decisión de desclasificar estos informes para que todos los argentinos tengamos acceso a los mismos. Mediante el decreto 200/2012 el Poder Ejecutivo sacó de la esfera del secreto un texto que no deja lugar a dudas sobre el rol canalla y cobarde que cumplió la cupula militar durante la guerra. Cristina Fernández de Kirchner decidió terminar con uno de los secretos mejor guardados de la gesta de Malvinas, el mejor homenaje -al cumplirse el 30º aniversario de la recuperación del archipiélago- para honrar la memoria de nuestros héroes y la memoria del pueblo argentino. Los lectores pueden consultar la totalidad del Informe Rattembach.

[1] Profesor en Letras - Presidente del Bloque de Legisladores del Frente para la Victoria

 

por Pedro Pesatti

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