La breve sonrisa de Leonardo

-Apuntes para una historia del trabajo y el arte-
Alberto Pérez-Delgado Fernández

Resumen

Partiendo del papel que jugó el arte rupestre para el trabajo del hombre prehistórico, se explica en qué se afinca, al menos parcialmente, la belleza de las más destacadas obras de arte que conocemos. Para llevarlo ello  a cabo, se enlazan los conceptos estéticos con el desarrollo histórico del trabajo humano. Así, se aborda el Discóbolo en el contexto del trabajo que se desarrollaba en la Grecia Clásica; la Venus de Milo dentro del Helenismo, el Partenón y su conexión con el Imperio Romano,  El Señor de la Compasión dentro del espíritu religioso indio, y de igual forma se tratan la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada, la Mona Lisa insertada en el mundo monárquico del Renacimiento europeo y, finalmente, el Barroco y el Arte Impresionista y Modernista.

 

Introducción

¿Es  desconsuelo lo que esconde la expresión de doña Lisa Cherardini? ¿Por qué su mejilla derecha es flácida, por qué el cambio de horizonte en el cuadro? Y la Venus de Milo, ¿son tan sugerentes sus caderas que pueden hipnotizar a través de los siglos sin saber por qué? ¿Qué condición de belleza distingue  la mezquita de Córdoba del Panteón romano? ¿Por qué serán eternos los planos alterados del cubismo, quién mira a quién en Las Meninas? Y, aún más importante, ¿qué relación guardan esas obras maestras con el trabajo de los campesinos atenienses, los herreros romanos, los artesanos indios o los laneros españoles? La historia del trabajo y su espíritu, la historia del arte y su alma. De la imbricación íntima de ambas trata la siguiente exposición.

De manera puramente didáctica, es posible aproximarse a la historia del trabajo y del arte haciendo una analogía con el sencillo movimiento de un péndulo. Un péndulo describe cuatro etapas en su movimiento. Cuando está pasando por su trayectoria más baja va a la mayor velocidad, después comienza a frenarse, en el extremo de su trayectoria se detiene y posteriormente de regreso comienza de nuevo a adquirir velocidad conforme se vuelve a acercar a su trayectoria más baja, ahora de regreso. Puede ocurrir que el viento zarandee al péndulo y momentáneamente lo frene en su trayectoria, lo acelere, lo saque de esta, etc. Pero de todas maneras la tendencia al movimiento siempre será la descrita anteriormente y una vez que el viento cese regresará a describir esas cuatro etapas. 

 

Para simplificar, consideremos un péndulo libre de acciones exteriores que alteren su movimiento natural. Entonces, si  por velocidad libre entendemos libertad de fuerzas que centren el movimiento del péndulo, su  primera etapa será  de descentralización, en su trayectoria más baja; en la segunda existirá cada vez una tendencia mayor a la centralización, la cual se alcanzará en la tercera etapa en el extremo de su movimiento, cuando el péndulo quede un instante detenido por una fuerza que lo hala hacia el centro del movimiento, antes de dar comienzo al regreso. Y la última etapa será  de tendencia a la descentralización hasta que alcanza de nuevo su máxima velocidad en su trayectoria más baja, aunque moviéndose ahora en sentido contrario. Por cada una de estas cuatro etapas el cuerpo pasa de manera continua, de forma tal que  ningún punto de su trayectoria es igual a otro: solo en el punto más bajo hay una total descentralización de las fuerzas actuantes (se anulan mutuamente) y por tanto libertad de su movimiento y solo en el extremo hay una total centralización de las fuerzas actuantes y por lo tanto se detiene, pero en un solo instante.

 

Pues bien, la historia del arte y del trabajo sigue también estas cuatro etapas y es después  de analizar las características que cada una de ellas, que podemos entender una de las columnas en que se sustenta la perfección de las grandes obra, como resultado de su  vínculo con el trabajo a través de la historia. 

 

Arte y trabajo

Es evidente la conexión de esencia que tuvo en la Prehistoria el arte y el trabajo. La representación de caballos, bisontes y rebecos está tan ligada a la caza como la música a los ritmos de las faenas agrícolas. Esta conexión no es superficial, en el sentido de  un rito adocenado, cada cacería  obligadamente condicionada a la visita a un templo cavernario; sino que la conexión es de base: la desesperación por la  supervivencia, por rastrear trabajosamente la pieza de caza, enfrentarla y darle muerte, esa aventura estupenda y mortal, se ve directamente condicionada por el ánimo que se tenga para ello, y este ánimo lo insufla el brujo en el templo, donde al cazador se le hace próxima y pacífica la fiera. 

 

Pero si además la figura del animal no es basta, si  presenta colores atrayentes y formas delicadas con ancas evocadoras, entonces la pieza se hace asequible y codiciada. Si se la ve tendida al galope se despierta el valor por darle alcance; si yace, el anhelo por lancearla. Y cuando en  la tierra no se encuentra la raíz comestible, o mucho después, cuando no germina el grano, las largas hambrunas se atenúan con la esperanza al contemplar la Venus de Willendorf, su vientre prolífico y sus enormes senos generosos de buena leche. 

De tal forma se funden la vida real y la artística que de manera instintiva se adoran las figuras del animal y la mujer, y esta misma  idolatría se transmite al arma esbelta, regularmente afilada, cuando “la mano que toca la herramienta siente toda su suavidad” (Parias, Nougier, Sauneron, Garelli, Bouriot & Rémondon, 1965, T I, p. 63) . Vale decir, ha nacido el signo en el arte.

 

El Discóbolo y el trabajo campesino en la Grecia clásica

 

Los trabajos agrícolas constituían el fundamento de la economía griega. Difícilmente pueda considerarse que en aquella  democracia la base del trabajo agrícola fuese la mano de obra esclava por tres razones: en primer lugar las Ligas no constituyeron ejércitos  conquistadores, característicos de una sociedad pujante que vive de la esclavitud; en segundo lugar no existía el latifundio ni siquiera durante la época arcaica,  por el contrario  los ciudadanos se dedicaban a sus minifundios: “La evolución de las propiedades tendía al parcelamiento, como consecuencia de la partición de las herencias; el Ática parece haber alcanzado el límite de los minifundios al final del siglo V”( Parias et al., 1965,T I, p. 242); y en tercer lugar porque durante todo el período griego nunca existieron rebeliones  de esclavos, como en Roma, y sí agitaciones sociales de campesinos pobres y artesanos. El hecho de que una de las primeras grandes rebeliones de esclavos contra Roma, la de Pérgamo, ocurriera a raíz de la invasión romana de ese territorio griego es prueba de que la condición social de la mayoría de la población había cambiado radicalmente.

Ahora bien, se sabe que ya desde la Grecia arcaica que –aunque no existan latifundios como tales- la gran porción de tierra pertenece a los  aristócratas. Y a lo largo del siglo VII se generan huracanadas tensiones entre estos y los campesinos las que en Atenas se neutralizan con las reformas de Solón, no tanto por el hecho de la relativa eliminación de  las deudas –incluyendo la esclavitud por estas- sino principalmente por el reconocimiento estatal del trabajador agrícola frente a los derechos de cuna de la oligarquía patriarcal, o sea, el sistema social tiende con fuerza a la mayoría de los ciudadanos. Y ello es propio de una sociedad descentralizada. Cada vez con mayor fuerza el trabajador agrícola pobre se libera de restricciones de casta en el período que va de Solón a Pericles. El espíritu social, entonces, es el de igualdad, una igualdad que no complace a quien intente desde aquí medirla con una vara contemporánea. Pero nos lo aclara un testigo cercano de esos tiempos, Aristóteles:

...la democracia es un Estado donde los hombres libres y los pobres, siendo la mayoría, están investidos con el poder del Estado(...)la más pura democracia es aquella que se llama así principalmente por la igualdad que en ella prevalece (“Política”, Libro IV, cap. 4, 1290b, 1291b. Tomado de la Enciclopedia Británica, entrada: democracy)

 

Envuelto en  estos aires sociales se educa Mirón (490-430 a C). Y los griegos necesitan, como el cazador prehistórico, que los alienten soplos de igualdad. El griego admira al atleta como un héroe, casi como a un dios y Mirón se dispone a ejecutar la estatua de un lanzador de disco. No de Zeus ni de Afrodita ni de Heracles. No quiere destacar lo grandioso quiere insuflar de grandiosidad lo parejo, la tersura de lo igual. Por otro lado, desde hacía tiempo los escultores trataban de representar el movimiento en las estatuas. Pero representar el movimiento en el espacio se enfrenta con dificultades muy serias, una de ellas el desequilibrio de la figura. Esto es mucho más de lo que parece. 

Sostener una pesada figura en desequilibrio ya constituye un reto desde el punto de vista físico pues el elemento de sostén no puede ser ajeno al motivo de la escultura. Durante la época arcaica Zeus apenas puede levantar los brazos, apenas puede dar pasos tímidos sin desmoronarse. Y este inconveniente ni siquiera es el principal. Una figura en desequilibrio rompe ferozmente el ideal de la pareja perfección que se necesita expresar. La igualdad requiere, dicho rústicamente,  tres bucles a la izquierda de la frente de Zeus y otros tres a la derecha. Y un atleta al lanzar un disco deja su cuerpo totalmente orientado hacia el proyectil que se acaba de fugar de su mano. A pesar de todo Mirón acepta el reto, representar el movimiento más enérgico dentro de un marco de la igualdad más perfecta.

Al Discóbolo se le reprocha la poca expresividad de su rostro. Y se le reprocha la falta de estabilidad que tendría el atleta al lanzar el disco en la forma que Mirón lo representó (un problema físico de desequilibrio de palancas), efectivamente, al disparar con su mano derecha, probablemente caería. Y si para equilibrarse levanta el brazo izquierdo ello le reduciría velocidad de rotación. En fin, se dice, ningún discóbolo debería adoptar esa posición antes de lanzar el disco. 

Pero Mirón necesita, ante todo, representar el movimiento sin desequilibrio estético –no físico-, y todavía más, sublimar la igualdad.

El Discóbolo ha sido millones de veces reproducido por todo tipo de propaganda. Tiene levantado el disco en su mano derecha mientras el brazo izquierdo está algo plegado sobre el cuerpo, la mano a la altura de la rodilla. Si movemos la vista desde el disco en lo alto, recorremos el brazo que lo levanta, pasamos a los hombros del atleta, continuamos por el brazo izquierdo ligeramente plegado al cuerpo y finalmente recorremos la pantorrilla izquierda hasta el pie en punta, que el atleta ha dejado un poco atrás, nos hemos  movido por un arco de círculo casi perfecto. Si recorremos el torso ligeramente curvado y después pasamos al muslo bien modelado, nos hemos movido aproximadamente por otro arco de círculo. Ambos arcos de círculos se cortan, y como la cabeza y los glúteos quedan uno delante y otro detrás de ambos arcos de círculo, toda la figura da la impresión de un arco guerrero tensado con su flecha. Quiere decir, Mirón representó intachablemente la energía del movimiento más intenso, la inminencia del disparo más potente. Pero queda endeudado con  la necesaria impresión de la igualdad más pura. ¿O no? El cuerpo debía quedar repartido democráticamente en el espacio. Y esto es aún más importante, y, como obligadamente debe hacerse en toda obra de arte que realmente lo sea, debe quedar como impresión velada, no ostensiblemente mostrada sino de manera que mueva el espíritu del hombre más que sus propios sentidos. ¿Cómo lo logra Mirón? 

Existe una figura geométrica que, aun desplegada en el espacio, no permite que ninguno de sus puntos valga más que otro. Y es precisamente el círculo. Todos los puntos del círculo están a una misma distancia del centro, idénticamente repartidos en el espacio. Y todos los músculos del Discóbolo están repartidos en dos arcos de circunferencia, con lo cual todo su cuerpo queda igualitariamente repartido e integrado al espacio de manera tan excelente como lo anhelaba la estética clásica: amar la belleza con moderación. La persistencia del círculo incluye el disco, medio arrojadizo del atleta.  Pero todavía queda el reproche que se hace a la impasividad del rostro. 

En una figura humana el rostro atrae inmediatamente la atención de quien mira, incluso si no ocupa un lugar principal en el diseño. Si el rostro reflejase aunque fuera un poco, aunque fuera una partícula del enorme esfuerzo que se hace antes de lanzar un disco, toda la magia anterior se viene abajo pues el rostro se roba el equilibrio inmediatamente a pesar de que los músculos estén uniformemente repartidos en los arcos de círculos. Por ello Mirón prefiere mantener en su rostro la tenue sonrisa de las estatuas anteriores, arcaicas. Por supuesto que evidentemente él sabía lo que estaba haciendo al transigir con este pecado, no es influencia del pasado como se le reprocha, es, simplemente, genialidad.

 

La Venus de Milo, comerciantes, marinos y científicos en el Helenismo

 

Aristóteles, crítico de la ahora decadente democracia ateniense, la considera una forma pervertida de un Estado donde a la larga los ciudadanos gobiernan, porque la democracia considera solo a los pobres y no el bien común (“Política” Libro III, cap. 7, 1279b. Tomado de la Enciclopedia Británica, entrada democracy). Aristóteles es el maestro de Alejandro cuyas conquistas se extendieron por Asia hacia la India y por el sur hacia Egipto. ¿En qué consistía ese bien común para Aristóteles? ¿Se refería al bien de todos, a la mejoría de todos, incluyendo a los pobres de la democracia ateniense? Si el trabajo en la Grecia clásica se basaba en la agricultura y la economía dependía de esta, ¿había cambiado algo? Los griegos siempre fueron esforzados agricultores, pero con una población en aumento, los suelos aún peores y sobre todo con una experiencia mucho mayor en el arte de la navegación y en el establecimiento de colonias, lo único que para todos resulta mejor consiste en  traer a suelo griego productos baratos de otras tierras. Grecia no producía ya ni grano ni aceite suficientes para alimentarse. Y los frutos del Oriente eran inalcanzables y beligerantes. No solo por las acometidas persas contra Grecia, sino porque el mercader persa y su comercio no significaban nada para el imperio.  Parias et al., 1965,T I, p.266 señalan: “las capitales del imperio persa eran sobre todo residencias principescas y centros administrativos; los mercaderes no tenían acceso a la plaza principal que se abría ante el palacio, donde solo se paseaban los jóvenes nobles”. Como decía Aristóteles, el bien común posiblemente no solo beneficiaría a los griegos sino también a sus enemigos.“Más que una conquista se trata de una revolución”. (Parias et al., Idem)

¿Podía Grecia mover algo el péndulo fuera del estado de descentralización que era su democracia? Para pasar a una etapa de transición hacia la centralización se necesitaban núcleos de centralización los que, aunque subordinaran elementos de diferente tipo cada uno, tuviesen conexiones entre ellos. De lo contrario no se puede comenzar a centralizar lo que es tan diverso. Y Grecia contaba con dichos núcleos: los comerciantes. Los había especializados en los granos de las islas mediterráneas, otros en papiros, cristales, telas y ungüentos del Oriente, otros en perfumes de la Arabia y algunos hasta en  telas de la China. Los diversos elementos eran los diferentes productores y los marinos, provenientes de pueblos que habían estado en guerra entre sí. Los núcleos que centralizarían todo este mundo diverso y pendenciero, los intereses comunes por el intercambio. Y los comerciantes estaban interconectados, no solo por el dialecto común con que se comunicaban,  koiné, sino por “las asociaciones de mercaderes, donde muy probablemente concluían acuerdos y contratos” (Parias, et al.,  1965, T I,  p.280). Una vez eliminado el  muro persa, tanto el Mediterráneo levantino como las rutas caravaneras es suyo, ayudados por la multitud de ciudades fundadas por Alejandro en las rutas comerciales y la experiencia y tecnología de sus marinos. No importa que en la península decaiga la agricultura y la artesanía, las ciudades comerciales se llenan de inmigrantes que se favorecen económicamente, y no solo son griegos: judíos y naturales habitan en ciudades cosmopolitas que ofertan trabajo y mezclan  ídolos religiosos y príncipes al gusto de cada cual.

Pero esta prodigalidad de viajes está llena de osadías que tiene que enfrentar el marinero y el comerciante mismo. Ausencia de orientación en mar abierto, piratería, tormentas –la novela helenística da cuenta de ello, como informa Hauser (1966)- . Y además es necesario conocer la realidad con precisión. No solamente hace falta orientarse en el mar sino también en el universo, y así  nace la ciencia independiente de la filosofía. Dos nombres bastan para probarlo: Arquímedes y Euclides. Y no todos los hombres son capaces de  lidiar con las dificultades que impone ahora el mar, el desierto y el reciente universo. Es tiempo de seleccionar hombres, desaparece la gris igualdad de la democracia. Véase a este respecto el sentimiento que experimentaba Aristóteles (trad. Azcárate):

 

Si se distribuyen flautas entre varios artistas, que son iguales, puesto que están dedicados al mismo arte, no se darán los mejores instrumentos a los individuos más nobles, puesto que su nobleza no les hace más hábiles para tocar la flauta; sino que se deberá entregar el instrumento más perfecto al artista que más perfectamente sepa servirse de él. Si el razonamiento no es aún bastante claro, se le puede extremar aún más. Supóngase que un hombre muy distinguido en el arte de tocar la flauta lo es mucho menos por el nacimiento y la belleza, ventajas que, tomada cada una aparte, son, si se quiere, muy preferibles al talento de artista; y que en estos dos conceptos, en nobleza y belleza, le superen sus rivales mucho más que los supera él como profesor; pues sostengo que en este caso a él es a quien pertenece el instrumento superior. (Libro III, cap. VII, parra 2)

La leyenda de Alejandro había dejado un personaje: el héroe. Y es ahora el héroe el núcleo de centralización de los espíritus y las voluntades. El mito más representado es el de Heracles. Y las diosas se desnudan y muestran sus osadas caderas.

 

Se ha dicho que las caderas de la Venus de Milo son heroicas. Ya Praxíteles había desnudado a las diosas y estos refinados comerciantes realizaban el largo viaje hasta la isla de Cnido nada más que para ver a su Venus desnuda y con semblante de mujer. De manera natural el cuerpo de una mujer tiene dos núcleos de centralización distintos: los senos y el pubis. Los senos centralizan los hombros y ciertas disposiciones de los brazos, el pubis centraliza las caderas. La estrechez de la cintura separa ambas zonas. Prueba de ello es que al representar dioses masculinos, si se quiere mantener separadas ambas zonas y dar un toque cinético a la escultura se necesita ladear femenilmente las caderas (contrapossto).Sin embargo, la propiedad heroica no se  nota tanto en la Venus de Cnido como ocurre con la Venus de Milo.

 

Esta última sugiere una línea ondulada esbelta a través de los senos si imaginamos el brazo izquierdo tomando una manzana y el derecho sosteniéndose el manto (peplo), y esta línea lleva la vista desde los hombros hasta el manto, o sea, desde el primero hasta el segundo centro de centralización. El pubis por su parte subordina las caderas y el envoltorio del manto alrededor de  las mismas, manto cuya prolongación son los pliegues a lo largo de las piernas. Ahora bien,¿qué la hace “heroica”? El contrapossto y el manto envuelto alrededor de las caderas acentúa estas, pero si la figura fuera frontal como las Venus de Praxíteles, no sintiéramos subliminalmente el poder de esas caderas. Y es que un destello genial de un tal Alexandros permite al torso de la diosa girar quince grados, solo eso. Y esos quince grados afinan algo más la cintura, con lo cual la conexión entre los centros de subordinación superior e inferior se hace elocuente al ánimo del observador a causa del nuevo movimiento vital que cobra la figura, resaltando sin otros aditivos la cadera, que ahora, sin llegar a ser ampulosa, se torna heroica.

 

El Panteón y el trabajo del soldado y del esclavo en Roma

El brioso comercio griego requirió, como se ha visto, crear un dialecto. Fue necesario también ayudar a la navegación con rutas previas bien estudiadas, una especie de guía de viaje llamada periploi. Se hizo forzoso acuñar moneda y crear banqueros honestos, formados en el ideal del héroe. Pero con el tiempo los negociantes enriquecidos se relajan a la vida cómoda de las cortes y comisionan contratistas para que hagan su trabajo.

Los banqueros se pervierten y para los marinos ya las rutas consuetudinarias no constituyen particulares desafíos. ¿Podía otra potencia tomarles entonces la ventaja y desbancarlos? En África del Norte una ciudad llamada Cartago, de raíz fenicia y muy bien ubicada geográficamente, también se dedicaba al comercio. Pero no hacen ninguna innovación de la técnica naval, no acuñan moneda, no tienen bancos, su comercio se facilita por su ubicación intermedia, la proximidad a las tribus bárbaras del Oeste de Europa  les permite trocar con ellas–mediante señales de humo- pacotilla por plata y estaño o traer del Sudán oro, cambiado también por pacotilla. Y estos metales los trasladan a Oriente donde a su vez obtienen productos fabricados o alimentos. Por supuesto, este sistema primitivo de comercio no podía sustituir al griego helenístico por muy relajado que estuviese. Antes bien, vulnerable como es, será derrotado por un nuevo pueblo no comerciante.

Simultáneamente con el desarrollo de la civilización griega un pueblo  bárbaro de la Italia central, de economía agrícola y pastoril, y en lucha perenne con enemigos que provienen de todos los alrededores, va adquiriendo una experiencia militar impresionante. Su sistema económico es en extremo primitivo, aún más que el cartaginés, solo necesitan hacer incursiones, dominar territorios, tomar en prisión jóvenes fuertes y esclavizarlos en las labores de campo. 

Sin embargo, el éxito que tienen con tal empresa les permite asentarse cada vez mejor en una ciudad que crece continuamente: Roma. Y en una ciudad con recursos aparecen siempre hijos de ella que ansían cultivarse. La única cultura admirada que está a su alcance es la que poseen las ciudades griegas que tienen cerca (en el sur de la península itálica se asienta Siracusa, patria de Arquímedes) y que conocen por el comercio. Por otra parte, desde antiguo este pueblo bárbaro se había mezclado con otro, los etruscos, que probablemente aprendieron también de los griegos cómo drenar tierras pantanosas, irrigar tierras secas y medir los terrenos para ordenar las propiedades. Así, una ciudad alejada de las rutas comerciales privilegiadas por los griegos puede crecer, absorber cierta cultura, organizar una república y escapar de las invasiones alejandrinas. Pero aquella república estaba preñada de contradicciones sociales: los intereses de aristócratas poseedores de latifundios, y los intereses de los pequeños y medianos propietarios; y como en Grecia –y quizás a imitación de ella misma- esa contradicción se resuelve con leyes más o menos democráticas. Pero lo que no sucedió en Grecia, sociedad de múltiples ciudades-estado, sí ocurre aquí, sociedad de una gran ciudad que vive de un gran campo. Parias, et al., 1965,  comentan:

Sobre este conflicto [patricios contra plebeyos] se engarza otro mucho más complejo, en el cual la fortuna mobiliaria se opone a la inmobiliaria (...) la ciudad al campo (...) cuyas fuentes de renta y cuyos intereses son divergentes(...) Esta situación, que contiene ya en germen las crisis que arruinaron a la República, no corresponde ya al orden antiguo del patriciado y la plebe. La sociedad cerrada se ha abierto y, gracias al liberalismo romano, los más ricos de los plebeyos(...)se han sumado a los patricios, mientras que entre estos los hay que se convierten en tránsfugas. Ha nacido otra aristocracia. (T I, p. 345) 

O sea la etapa de descentralización típica de Grecia clásica no se da aquí, ni la etapa de tendencia a la centralización típica de la Grecia helenística. Lo que sucede es que a la oligarquía de ascendencia patriarcal se acopla  una nueva oligarquía pecuniaria, el péndulo no avanza, y su trabazón no se resuelve independientemente de que la sociedad consiga cultivarse a partir del acervo griego.

Pero el espíritu del helenismo filtra la conciencia romana. La contradicción que presenta la oligarquía helénica es equivalente a la contradicción de su propia oligarquía. Y no necesitan una oligarquía. Necesitan que el péndulo se mueva hasta el extremo y las fuerzas se centralicen. Un príncipe justo a la cabeza de una estructura política piramidal traería muchas ventajas. Tendría que ser un jefe militar reputado, porque es el ejemplo del  soldado y el trabajo de este es proporcionar esclavos, que son la base de la economía romana. Tendría que ser  un buen organizador, que administre el mundo conquistado y sepa sacarle provecho con eficiencia. Y sobre todo tendría que neutralizar a la rara oligarquía de senadores, todos ricos pero con el formidable antagonismo ciudad-campo el cual, tirando cada uno para sí, no pone riendas al mundo conquistado. Leemos en Parias et al., 1965:

A la explotación desordenada sigue la punción fiscal. Que es una mejora. Catastros y censos de las personas permiten establecer mejor el asiento de los impuestos. La percepción, sea directa o por medio de pequeños adjudicatarios, se regulariza. La era de los hombres de negocios ha terminado. Empieza la de los funcionarios. (T I, p.279)

A pesar de que Roma se convierte en centro del mundo, existe un gran problema que no puede resolver. En la Grecia Clásica el campesino produce o gestiona –depende de su posesión- el bien de vida fundamental y el Estado lo ampara. En la Grecia Helenística el comerciante produce o gestiona el bien de vida fundamental y el Estado lo ampara. En la Roma Imperial el esclavo es quien produce el bien de vida fundamental y el Estado lo somete. Con este pecado original, resultado de un tipo de economía primitiva, Roma es capital del mundo. De donde los consumidores no producen sino soldados, nada para el intercambio, por lo cual hay que subvencionarlos. Y en las ciudades de las provincias donde reside el gobernador sucede lo mismo. Pan, vino y circo al pueblo que aporta los soldados. Al desfigurarse el carácter del trabajo, muy pronto se tuerce el carácter del emperador. Desde un 47 aC, año de César  dictador vitalicio hasta un 37 dC, año de Calígula emperador, han transcurrido solo 84 años y podemos figurarnos la catastrófica diferencia. A un Claudio sucede un Nerón. De aquí que el arte necesite insuflar  el espíritu de centralización de la manera mejor posible. La Eneida es un ejemplo excelso. Toda la Edad de Oro del Imperio Dorado. Y cien años después Adriano crea, por su juicio o por su impulso, una de las maravillas del arte universal: El Panteón.

La cúpula enorme es referente del imperio, del poder centralizado. Al entrar al Panteón  sobresalta la enormidad de un espacio cubierto de 43 metros de diámetro. Allá en lo alto una sola entrada para toda la luz, un opérculo de 8 metros de diámetro parece pequeño debido a la altura a que está. Toda la visión del interior del templo depende de la luz que penetra por ese agujero. Solo cuando los reflejos del piso dan en las paredes se pueden ver las imágenes de los mosaicos o de las esculturas que la habitaron en su tiempo. Todo absolutamente depende de esa luz magnífica y única allá en lo alto. Conforme se mueve el sol la luz va permitiendo observar el resto de las imágenes que son rigurosamente dependientes de ella. Ars est celare artem (el arte consiste en disimularlo). Los romanos de hoy, sobrecogidos, aseguran que quien está dentro no se moja  cuando llueve. Tan grande es el emperador.

 

El Señor de la Compasión y la labor del monje en la India Gupta

Vuestras armas, ¡oh poderosos de este mundo!, deben servir para proteger a los débiles y no para maltratarlos.

“Sakuntala”

El imperio romano ha llegado a un límite. Controlar territorios militarmente y esclavizar a sus habitantes tiene un confín: las fronteras del mundo que se puede esclavizar. Los romanos, desde el inicio del imperio y percatados del problema que un límite de esclavos impondría a las necesidades alimenticias de una población creciente, de hecho inventan la ciencia agronómica para incrementar la productividad del trabajo. Varrón y Columela coleccionan un conjunto de procedimientos que han demostrado su eficacia en las tierras mediterráneas, pero la laxitud posterior –con la excepción de la época de los emperadores Antoninos- no conduce a nuevos empujes.

De todas formas, el saldo que deja Roma en las ingenierías es sobresaliente: agrimensura, técnica de la construcción, hidrotécnica y arte militar. En astronomía, el sistema de Ptolomeo –sabio de la Alejandría romana- permitía entender mejor el movimiento de las estrellas visibles imaginando las esferas donde estaban inscritas rotando alrededor de un punto situado en algún lugar de La Tierra, un punto con cierto movimiento. Las verdaderas joyas de las ciencias aplicadas romanas las constituyen los acueductos y la ingeniería de caminos, como corresponde a un Estado centralizado cuyas ciudades principales, Roma ante todo, disfrutaban prácticamente gratis de agua y del trigo que les llegaba (y de muchos otros bienes). Pero, como se ha dicho, el imperio había llegado a las fronteras que podía esclavizar. Y cuando la capital del imperio se ve forzada a mudarse para Bizancio este panorama no cambia. La esperanza en aumentar la producción agrícola sigue dependiendo del aumento de la población y de las superficies cultivadas más que de un mejoramiento de la tecnología. Las tierras del Asia Menor no eran tan pródigas como las de Occidente y el laboreo sigue siendo el tradicional: el empleo de bueyes, la siega con hoz corta, el arado rígido.

 

La escasez cada vez mayor de esclavos obliga a acudir a un trabajo campesino prácticamente esclavizado. Solamente el comercio es de cierta importancia en el Imperio de Oriente porque depende mucho de una artesanía y minería  monopolizada por el  imperio, pero entonces resulta que el comerciante extranjero es recibido con sospecha. Ni siquiera el invento de la llamada vela latina, que permite el barloventeo en las embarcaciones, logra que el tráfico marítimo de naves bizantinas alcance la altura que debiera, en una época donde ya la centralización imperial se hacía obsoleta y se necesitaba un  viraje hacia una etapa de tendencia a la descentralización, algo no concebido ni en la peor de las pesadillas de los emperadores.

 

Más allá de las fronteras orientales del imperio, en Persia y la India, sí existían condiciones para esta tendencia a la descentralización. Después de la declinación de Roma, las historias de ambos pueblos constituyen un eslabón necesario para concebir la civilización llamada occidental. La influencia grecolatina en el subcontinente indio, y más aún en Persia es algo totalmente conocido. La influencia de las ciudades alejandrinas y el comercio lo permiten. La agricultura india, por iniciativa propia y  por los contactos con el mundo helénico y el chino, es en el siglo III una de las  agriculturas más desarrolladas del mundo. A pesar de la insuficiencia de datos sobre el Oriente, nos exponen Perroy, Auboyer, Cahen, Duby & Mollat:

la agricultura, riqueza básica del país, gana terreno sin cesar a las tierras incultas. Los cultivadores, ciertamente muy numerosos, se sirven de arados uncidos con bueyes y producen cebada, paddy, varias especies de arroz, caña de azúcar, sésamo y azafrán. Gracias a los riegos y al abono, se obtienen varias cosechas anuales. Para el ganado se cuidan las praderas y se enumeran el buey giboso, el buey ordinario, la vaca, la ternera, el caballo, el mulo, las cabras y el camello (...) el comercio se ejerce por igual con los cereales que con las piedras preciosas, los tejidos de seda y el marfil. (1966, p.72)

Pero la historia de la antigua India no se puede comprender sin el papel determinante que juega el monje. Según  Fernández Bulté, J., Yánez, R.M., Carreras, D. & Lizón, J.L.:

La problemática que introduce el sistema de castas en la India, nos conduce a indagar las razones por las cuales en esta variante de los despotismos orientales, el rey, jefe político, maharajá, no constituye el elemento superior de la sociedad, y  por el contrario, se encuentre en franca dependencia de la casta sacerdotal.  (2002, p. 110)

 

Y, ¿qué es un monje brahmán? De acuerdo al Código de Manú, es persona sagrada, jefe de todos los seres creados. Los sacerdotes están en la cima, como dioses terrenales o brahmanes; en segundo lugar los guerreros,  a continuación  los agricultores y mercaderes, y por último  los sudras, servidores, especialmente de los brahmanes. Ahora bien ¿cómo se  acepta este sistema? Por la vigencia de creencias como la reencarnación y el karma. Según estas creencias religiosas, todas las personas reencarnan varias veces y tienen la posibilidad de nacer en una casta más alta, siempre y cuando en su anterior vida hayan obedecido las reglas de la casta a la que pertenecieron. Así, el karma en realidad retrae a las personas de intentar rebelarse contra la ley.

 

Para que la civilización pase a una etapa de tendencia a la descentralización hace falta una sociedad que se asiente en núcleos de descentralización, desligados entre sí (a veces opuestos entre sí), pero que  agrupen elementos similares. Solo de esta manera se puede comenzar a descentralizar  aquello que  está fuertemente centralizado. Estos núcleos de descentralización los posee la India, gracias al papel del monje. Los núcleos  de descentralización desligados entre sí, en tiempos de la dinastía Gupta, los constituyen las diversas confesiones religiosas, brahmanismo y budismo principalmente, con sus distintas escuelas. Todos se benefician con la protección y donaciones de los soberanos, que garantizan el austero esplendor de los establecimientos religiosos y escuelas. Y los elementos similares que agrupan son los fieles: todas las confesiones tratan de congregar a príncipes, comerciantes, guerreros, artesanos, campesinos. Inmediatamente puede hacerse una objeción, ¿no coexistía el budismo con el brahmanismo siete u ocho siglos antes de los monarcas Guptas? Entonces, ¿por qué es ahora cuando se convierten en núcleos de descentralización?

La India vivió una época floreciente de centralización durante los tiempos del rey Asoka, tres siglos aC. Para llevar a cabo su gobierno Asoka tuvo que elevar el budismo a la categoría de religión oficial y así anular el poder de los brahmanes. Las monarquías Guptas no florecen hasta los siglos IV y V dC. Son brahmanistas, pero como conquistan territorios budistas su inteligente política es proteger a todos los monjes. De esta manera, es de conjeturar que aparezca una briosa emulación entre las distintas confesiones y escuelas y por consiguiente los monjes se sientan impelidos más que nunca a dar ejemplos ortodoxos de conducta (en su juventud debe estudiar profundamente, después será un cabeza de familia ejemplar, finalmente debe despedirse de la familia y convertirse en anacoreta y en sus últimos años vivir de la limosna), y cuando la conducta del monje es ejemplar el karma obliga a tensar el espíritu del conjunto de la sociedad, temeroso cada cual  de su próxima vida. 

El monje inspira cómo actuar y la actuación de todos, desde el rey al sudra, desarrolla impetuosamente la sociedad. Esta suposición se confirma en el campo del arte, al ser creado por Kalidasa, de confesión brahmánica, uno de los dramas egregios de la literatura universal y a la vez ser ejecutado en una cueva catedral de Ajanta, de confesión budista, la figura de lo que se ha dado en nombrar “El Señor de la Compasión”,  una pintura que se puede comparar sin sonrojo a la Mona Lisa.

En Sakuntala el mundo de la dignidad de los brahmanes, simbolizado por una joven huérfana que no se permite calmar su sed antes de regar las flores agostadas del bosque sagrado donde ella vive junto a  los brahmanes,  se opone resueltamente al mundo pedestre de poder y gloria de la corte. Conforme vamos conociendo a la muchacha la acción se desplaza del mundo telúrico de la caza a mansalva al mundo espiritual de lotos sagrados sobrevivientes del agua. Un acto tras otro Kalidasa va borrando subrepticiamente la frontera entre lo humano y lo divino. Habiendo dado el rey promesa de matrimonio a la joven, la olvida involuntariamente cuando ella, absolutamente desamparada,  hace una fatigosa expedición para llegar hasta él en  palacio. Pero si  el  rey la rechaza y  la reina la hostiga los dioses responden trasladándola, a pesar de ser humana, al  paraíso. Finalmente Sakuntala es reconocida por el rey, pero la condición y el espíritu de la época están plasmados incluso cuando Sakuntala al final es reconocida por el rey: esa muchacha huérfana simboliza el espíritu brahmánico, ¡guárdate entonces, emperador de hombres, de tus actos! Los valores estéticos de este drama, nos advierte Campuzano:

no solo han sido reconocidos por la crítica romántica europea (...) sino también por los pandit (sabios) hindúes: el más bello entre todos los géneros poéticos es el drama; entre los dramas, Sakuntala; en este, el cuarto acto, y en este acto, cuatro estrofas: “Divinidades ocultas bajo la corteza de los árboles majestuosos, la joven que  nunca quería apagar su sed antes de haber regado las plantas agostadas, la muchacha para quien era un crimen cortar las flores y daba gracias a la primavera que les ofrecía la magnificencia de las piedras preciosas, Sakuntala os abandona para ir al palacio de su esposo. ¡Que su viaje sea fácil! Cuando esté fatigada, ¡que la sombra de los cedros y los alerces les ofrezcan un abrigo impenetrable a los rayos del sol y que un suave céfiro robe a los lotos azules de los lagos sagrados un fresco rocío para derramar en torno a ella!”. (1987, p. 5)

El budismo, a diferencia del brahmanismo, no ofrece la reencarnación como oportunidad para alcanzar una mejor casta sino para que en cada vida el hombre pueda sacrificarse por el bien de los demás hasta que toda la humanidad quede redimida. En una leyenda, un alumno de Buda le pide a este le permita ser enviado a predicar en tierra de infieles.

 “Pero son bárbaros, ¿y si  te injurian de palabra?”. “Se los agradeceré, porque no me golpean y puedo seguir predicando tu nombre”. “ ¿Y si te golpean y te hacen sangrar?”.  “Se los agradeceré porque no me hieren y puedo continuar predicando tu nombre”.  “¿Y si te lancean hasta la muerte?” “Se los agradeceré porque me dan la oportunidad de reencarnar, llegar donde Buda y pedirle que me vuelva a enviar a tierra de bárbaros para predicar su nombre”.Después de unos instantes de reflexión el anciano mira al joven.

“Entonces  ya estás preparado, ¡ve y salva a esos infelices!”

“El Señor de la Compasión ” es una pintura hecha sobre una superficie lisa de arcilla blanca pulida dentro de una enorme cueva excavada en una montaña. Es una de los cientos de pinturas hechas en las cuevas catedrales próximas a un pequeño poblado de nombre Ajanta. Representa a un príncipe ricamente vestido en el momento de renunciar a todo en el mundo para dedicarse a alcanzar la redención del resto de los mortales. No tiene un rótulo que explique lo dicho sino que la sola expresión de sus ojos hablan solemnemente acerca del acto que está a punto de llevar a cabo. Como toda legítima obra de arte de una época con tendencia a la descentralización, gobiernan la obra dos o más centros plásticos opuestos pero  artísticamente enlazados mediante la imaginación del creador. A primera vista resalta la fortaleza del hombre, su ancho tórax, pero sin darnos cuenta la redondez dulce  de los hombros moldea el torso. La expresión resuelta de los ojos fijos contrasta con  la placidez de su mirada caída. El rostro viril contrasta con los delicados pliegues de las vestiduras. Su brazo fuerte sostiene un loto cerca de su cara, con los dedos de la mano extendidos a manera de pétalos de flor. La perfección de su arte reside en lo inexpresado, refinamiento supremo. Millard refiere:

En la figura del gran Bodisatva, la combinación de una gracia lánguida y casi femenina con la serenidad acogedora de su máscara y sus hercúleas proporciones se esfuerza, gracias a esos símbolos visibles, por expresar las cualidades inseparables de compasión y de fuerza en este intercesor celeste. (1967, entrada “India”)

La Mezquita de Córdoba y el trabajo del comerciante y del acequiador

 

Durante la época Gupta florecieron la lógica, la matemática y la astronomía. La primera había recibido un impulso notable ya desde la escuela ñaia (s I aC) y la segunda hizo una conquista inmarcesible en esa época: la numeración de base decimal que hoy llamamos “arábiga”. Aharbhata estudió las ecuaciones indeterminadas y desarrolló la astronomía, la aritmética comercial se impulsó notablemente con la nueva numeración, lo cual junto con la seguridad que la dinastía Gupta ofrecía a las rutas comerciales hacia Oriente y Occidente y el esfuerzo desplegado en el trabajo por la sociedad que antes se ha comentado, convirtieron a la India Gupta en una potencia económica mundial. Es probable que la producción intelectual estuviese mayormente generada por la casta brahmánica, como está documentado sucedió con las teorías atomísticas del asceta Kanada (s V aC), quien se alimentaba de los granos que recogía en los campos segados. Todas las castas excepto tal vez los sudras desarrollaron su inteligencia con  los numerosos juegos de lógica que se han ido descubriendo hasta hoy y de los cuales el ajedrez es el ejemplo descollante. 

No muy diferente del panorama indio lo es el dorado Estado sasánida de Persia en la misma época. “Tres castas dominantes: la nobleza territorial, el clero rico y la administración burocrática” (Perroy et al., 1966, p. 50) y ambas sociedades bien cebadas del conocimiento helenístico por el Oeste y la cultura china “rica en ciencias” por el Este. 

Pero correspondió a un pueblo seminómada vecino el llevar a cabo el próximo movimiento del péndulo hacia la descentralización: las tribus árabes. La proximidad relativa de las civilizaciones es uno de los factores que permite se aceleren o no los cambios en el desarrollo. Esa es una de las razones básicas de por qué en la cuenca mediterránea y en el Asia Menor la cultura ha podido ser tomada sucesivamente en relevo por uno y otro pueblo, la razón por la cual en la larga noche medieval los aislados bosques de Europa vivieron en relativa ignorancia y también una de las razones que explica la dificultad que este mismo relevo ha encontrado tanto en el subcontinente indio como en la vasta China.

Las tribus nómadas árabes realizaban un largo comercio caravanero. Podían observar tanto los enormes palacios sasánidas cupulados como la catedral bizantina de Santa Sofía. Pudieron ponerse en contacto con fragmentos de la cultura griega difundida en Persia y además nutrirse de la aritmética comercial india también llevada allí. Y no solo utilizaron la aritmética de base decimal, sino que por la necesidad de manejar partes de unidades en el pesaje, descubrieron el número fraccionario. Aún llegarían a más. El primitivo trabajo del acequiador en los oasis no solo daba de beber a plantas, animales y hombres, sino que casi con seguridad le permitió caer en la cuenta, muy empíricamente, de las leyes que gobiernan la conducción del agua y posteriormente, a todo el pueblo, de  amar el agua de esas moradas salpicadas de fuentes y albercas (“acequia” viene del árabe as-saquiya: la que da de beber). Con Mahoma estos pueblos pasan de politeístas a monoteístas y la fe religiosa enciende en las mezquitas los corazones. Leamos a Pijoán (T XII, 1996, p. 58):  “Sugiere Creswell que la primitiva mezquita de Córdoba era un erial cuadrado, con solo una galería del lado del mihrab(...) Actualmente ocupa un lugar de 22 250 metros cuadrados, que la hacen el monumento religioso mayor del mundo”. 

O sea, esta maravilla del arte mundial  no era mucho más que un gran patio. En un patio al que acuden creyentes de todas las fortunas los seres humanos se igualan, no existe un trono para el emperador sino que todo es parejo y democrático, y constituye estéticamente lo opuesto al haz de luz imperial de cuyo privilegio dependen todas las figuras del Panteón romano: la luz del pabellón celeste ilumina a todos por igual. Pijoán escribe: 

Al llegar Mahoma a Medina, cuando la héjira, todos los ciudadanos le pedían se detuviera en sus casas. Mahoma dejó a su camello decidir el lugar donde instalarse, que fue el patio o era de secar dátiles de la casa de unos huérfanos. Ya de allí no se movió el Profeta, porque dijo: El hombre debe estar donde está su silla de montar y su camello.  (...)Mahoma compró la casa con el patio adjunto por diez dinares(...) y allí se convocaban a los creyentes cada viernes para la oración. Según Baladuri, ya en tiempos del  Profeta el patio fue rodeado de pórticos con troncos para soportes y techos de palma. (T XII, 1996, p. 16)

Todos los árabes libres son iguales ante Alá, y a los creyentes se los libera de cargas fiscales (solo la entrega de la décima parte de lo que se gana pero para beneficio de la comunidad, y ni siquiera es obligatoria la peregrinación a La Meca para quienes tienen limitados sus recursos). De hecho la guerra que sostiene Mahoma desde la ciudad de Medina –ciudad de modestos agricultores del desierto- contra La Meca –ciudad rica, de comerciantes- es prueba de este sentimiento. Mahoma tiene que huir a Medina porque, él mismo siendo comerciante, predica un culto monoteísta que perjudica económicamente a su grupo social.  Este sentimiento de igualdad obligó a la ayuda que el creyente debe a los huérfanos, a las viudas y a los enfermos. En Perroy  et al. se advierte:

...la Ley, que el musulmán no concibe separada de la fe, y que como esta tiene autoridad divina, está dirigida a las obligaciones de este mundo: entrega de una limosna a la comunidad, guerra santa contra los enemigos de la fe para someterlos por la fuerza. (1966, p. 101)

 Parias et al. reconocen :

... el Profeta tenía ante todo la preocupación por reprimir los abusos del lujo y de la avaricia, y la prohibición que dictó contra el préstamo con interés  pudo haber redundado en perjuicio del desarrollo económico (!). En tiempos de los Califas Omeyas (661-750) no conocemos grandes mercaderes musulmanes. (1965, TII, p. 61)

Resulta entonces comprensible la epopeya que constituyó la relampagueante conquista del mundo por el Islam. “...Para nosotros no fue ventaja pequeña ser liberados de la tiranía de los romanos, escribiría un cronista monofisista” (Perroy et al., 1966, p. 102). Es explicable. En Egipto se abole el monopolio que ejerce el Imperio Romano de Oriente con el fin de abastecer Constantinopla y se sustituye por un comercio libre, de particulares indígenas. En Perroy et al. se tiene que conceder: 

En la campiña las tierras se repartieron en dos categorías: tierras privadas y públicas, a las que en beneficio de la comunidad es asimilaron las de los propietarios desaparecidos a causa de la huida o de muerte en la guerra(...)el dueño no ejerce ninguna de las prerrogativas de la autoridad pública sobre sus arrendatarios, menos dependientes de él, por consiguiente, de cuanto solían serlo de los grandes patronos bizantinos o sasánidas (1966, p.108). 

No por gusto ocurre, cuando les es permitido, “la conversión en masa de los indígenas al Islam” (Idem). En cuanto a la esclavitud, que persiste entre los árabes, está muy morigerada: por estos tiempos es únicamente doméstica. Parias et al., 1965, TII, p. 69 aclaran: “...a no haber sido por la guerra [refiriéndose a los soldados turcos obligados a incorporarse al ejército], la piratería y la trata de esclavos, que proporcionaba inmensas masas de negros, turcos y eslavos, la esclavitud hubiese sido borrada del mundo musulmán”.

Signo claro del espíritu descentralizador lo es que en la Persia ahora decadente, donde se ha enriquecido una oligarquía latifundista en perjuicio de los endeudados campesinos, ya desde finales del siglo V aparece un movimiento mazdekista que nunca murió: “más que una predicación religiosa, una protesta social que exige comunizar los bienes” (Perroy et al., 1966, p. 52).

La uniformidad religiosa de las mezquitas, donde ni siquiera la dirección del mirhab (nicho vacío que mira a La Meca) posee un lugar arquitectónico privilegiado sino que se puede constatar la igualdad de direcciones al observar los diversos caminos que custodian las columnas; el gusto por lo abstracto –el cual encontraremos mucho más tarde en los tiempos similares que vivió Piet Mondrian- donde no se permite el arte figurativo (aunque ello no está prescrito en el Corán), nacen del inevitable sentimiento de igualdad que marcó la gran expansión musulmana. La mezquita de Córdoba es arte vivo que refleja este espíritu descentralizador. Como todas las mezquitas su génesis es un patio parejo, y los embellecimientos posteriores deben acentuar una belleza igualmente repartida. En Pijoán:

Nuevos constructores piadosos enriquecieron las mezquitas con más hileras de columnas por este lado [el del mihrab] y con un pórtico simple también en los otros tres, y así multiplicándose el número de hileras de columnas en el lado del mihrab, la mezquita tomó tan diferente aspecto que nadie por él recordaría su planta primitiva: esto es, se convierte en un templo con numerosas naves o hileras de columnas paralelas y con un patio anterior como antesala del lugar santo (1932,T II, p. 212).

 

La Alhambra y el aclimatador de plantas

Una nueva era se instala en el mundo musulmán en los tiempos descentralizadores de la gran expansión, y como ocurrió en el mundo griego es sustituida por la tendencia a la centralización. Aparece un nuevo agente capaz de establecer núcleos de centralización conectados entre sí. No es posible comprender cabalmente la evolución del mundo islámico si se considera al Califa como un  soberano absoluto a semejanza de los monarcas europeos posteriores o a los emperadores romanos anteriores. Si así fuera, una sociedad centralizada en aquellos tiempos necesitaría de caminos excelentes que llegaran desde los territorios administrativamente dependientes de él,  como sucedió en tiempos romanos, pero los árabes incluso en Bagdad o en Córdoba no construyen buenas vías de transportación. “El mundo árabe ignora el coche con ruedas (hasta tal punto que, al recibir de los indios esta figura del ajedrez, la convierten en roca)” (Parias et al., 1965, T II, p. 65). En cambio el riego alcanza alturas ignoradas por los demás pueblos. Los árabes, aprendiendo inicialmente del trabajo en los oasis, son capaces de aclimatar en las secas tierras del Magreb y el sur español prácticamente todas las plantas conocidas. Parias et al:

 

En el siglo IX, en el curso de una fiesta dada en el palacio del califa en Samarra, se presentó una curiosidad de todo punto inesperada, y extraordinaria: las naranjas y los limones de la India. Al siguiente siglo, el naranjo se aclimataba al suelo de Palestina. El arroz y la caña de azúcar fueron llevados a regiones que antes desconocían. A finales del siglo IX, la aparición del papel había acarreado la ruina de los productores de papiro en Egipto. El lino lo sustituyó. El Fayún y el lago de Tinnis encaminaron hacia la Mesopotamia enormes cantidades de tejidos blancos, elaborados a veces con hilos de plata y oro. En 973, la conquista de Egipto por los Fatímidas originó la ruptura con Bagdad y por consiguiente la pérdida de este mercado. La solución consistió en la distribución por todos los países árabes, desde el Irán hasta España, en el siglo X, del algodón de la India: a esta fecha se remonta el éxito del algodón egipcio. (T II, 1965 p. 62)

La región donde mejor se deja estudiar el nuevo proceso social es en al-Andalús. “el perfeccionamiento extraordinario del primitivo sistema de riegos, sometido a un régimen administrativo para la distribución de agua y acequias, fueron realizaciones que modificaron eficazmente la agricultura, aumentando la rentabilidad de la tierra y del trabajo aplicada a ella” (Parias & Reglá, T II, 1965 p. 440). ¿Y quiénes son estos señores que se disputan el agua? Son los que producen el alimento del califato  y los bienes y materias primas que se comercian, o sea, los ejes del desarrollo a quienes el califa administra y por lo tanto, sirve. Se conforma una aristocracia latifundista-comercial, formada por los jefes conquistadores a quienes se les ha otorgado tierras que han puesto en envidiable producción –la pequeña propiedad fue respetada en general- con la formidable introducción de nuevos cultivos.

Inicialmente, los jefes militares llegados a España vivían en continuas pugnas entre sí. Consintieron entonces en 756, en traer un príncipe Omeya: Abderramán, refugiado en África de la revolución abasí que se había producido en Siria y Mesopotamia, para que instalara un emirato y organizara la sociedad. Desde el comienzo se observa el papel de mediador y organizador del futuro califato. En general todo el mundo musulmán sigue la misma estructura social: “...la aristocracia militar. Si los mercaderes dedican una parte de sus ganancias a la compra de fincas, por su parte los propietarios invierten una parte de las suyas en las empresas comerciales” (Perroy et al., 1966, p.178). De este binomio el más importante lo es el ángulo agrícola: “Por notables y nuevas que sean sus actividades [comerciales], ni en el Islam ni en Occidente los mercaderes fueron quienes tuvieron más parte en la constitución de las grandes monarquías territoriales” (Idem, 1966, p.188).

El palacio fortaleza de la Alhambra es un notable ejemplo arquitectónico, un monumento a la cultura mundial de este espíritu de tendencia a la centralización del cual estaba impregnada la sociedad. Para ello, en la obra deben existir núcleos de centralización que unifiquen lo diverso pero que estén a su vez conectados entre sí. Estos núcleos son los oasis. 

El oasis representa para el árabe nómada una divinidad natural en medio de la muerte. Sin oasis no existe economía ni comercio ni religión, pero con el oasis aparece todo de golpe. Si el artista musulmán quiere representar algo hermoso, acogedor, lleno de contenido religioso y de paz, debe sugerir un oasis. Y oasis son los patios fontanados y albercados de la Alambra. Vista en planta, la Alhambra aparece como un gran conjunto de habitaciones y dos grandes patios: el de los Leones y el de los Arrayanes, próximos uno al otro. Pero las habitaciones son totalmente distintas alrededor de uno y otro. Alrededor de la alberca con la hilera de arrayanes las habitaciones son salones de despacho para dirimir querellas y administrar el califato. Alrededor del patio con la fuente de doce leones las habitaciones son para descansar. Los moradores y visitantes de la Alhambra no podían mezclarse porque el acceso estaba cerrado con una puerta doble. El patio de los Arrayanes centraba el selamlik o habitaciones para la administración de justicia y despacho de los negocios de Estado, y el patio de los Leones centraba el harén. La vida pública y la vida privada. “La vida se desarrollaba en torno a dos grandes patios”, dice Pijoán. Cada núcleo de centralización asumía su papel sobre construcciones arquitectónicas diferentes: salas y moradas. Desde el selamlik el visitante oteaba la gran alberca  y por las ventanas olorosas le llegaba el perfume de los mirtos verdísimos. 

Las graves disputas de los potentados se apaciguaban con estas potencias naturales. Por debajo de toda la Alhambra corrían canales con agua fresca y la calidez y sequedad andaluza desaparecían fantásticamente. Si un diplomático extranjero venía encendido de cólera o un gran aristócrata se obstinaba sin remedio, el paseo por la alberca entre mirtos y la persuasiva voz del califa contribuían a calmarlo, más aún por el contenido religioso de esta notable arquitectura. En el harén el príncipe descansaba, estudiaba el Corán, escuchaba los preceptos de un médico sabio o leía un diván de poesías en la nueva escritura árabe. Jamás la Alhambra fue palacio de bacanales como Versalles, Fontainbleu y otros. ¿Qué nos dice Pijoán?:

[el harén] es algo reducido: no se explica que pudieran reunirse allí multitudes de cortesanos y servidores, armarse pendencias, celebrar fiestas, danzas y zambras como las que describen los cronistas castellanos que aprovecharon la Alambra para escenario de novelas moriscas (1996, vol XII, p.515). 

Desde todas las ventanas del harén se ve la Fuente de los Leones. Junto a ella se podía meditar, conversar íntimamente o decidir una guerra. Ahora bien, igual que el busto de la Afrodita de Milos y su pubis están interconectados por una cintura ligeramente rotada de la diosa, el  patio de los Arrayanes y el de los Leones necesitan un broche que los una. Volvamos a Pijoán:

Al-Hamra, la Roja (Alhambra) tiene dos grupos de aposentos, uno junto a otro, pero aislados por una pared medianera. Gómez Moreno, en su Guía de Granada, dice: “El Cuarto de los Leones, antes de la Reconquista, fue en absoluto independiente del Cuarto de Comares. Este último es el conjunto de salas alrededor del patio de los Arrayanes”. (1996, vol XII, p. 515). 

Pero podemos descubrir la cintura de la Venus de Milo: desde la alberca del Patio de los Arrayanes se puede descender por una escalerilla al baño de la Alhambra “hábilmente colocado” entre el selamlik y el harén. Del baño del selamlik se puede acceder a uno de los aposentos del harén: el Cuarto de las Dos Hermanas, el más completo del harén, al cual puede accederse tanto desde el baño – o sea desde la sección centrada por los Arrayanes- como desde el harén –centrado por el Patio de los Leones-. “Es un conjunto de salas perfectamente habitables...[y de ellas] la sala principal es la mayor maravilla de la Alhambra (...) Tiene un gran salón(...) y hay una especie de zócalo que ocupa todo el piso bajo” (Pijoán, 1996, vol XII, pp. 528-529). ¡Un verdadero patio techado enlaza los dos patios mayores que centran toda la Alhambra!. El arquitecto sirio puso allí una inscripción: “...soy como un jardín (...) la luna me desea por habitación (...) pero yo no soy la única belleza de este lugar, yo misma quedo extasiada contemplando a mis dueñas” (Pijoán, Idem). ¡Queda todo dicho!

 

La breve sonrisa de la Gioconda

 

Los árabes habían llegado en sus conquistas hasta el sur de Francia (Marsella estuvo ocupada siglo y medio), así que el Califato de Córdoba, asentado en todo su esplendor en el sur de España, llevó hasta el sur de Francia fragmentos de su cultura. Y una vez reconquistada Cataluña, los monjes franceses eran mandados estudiar allí. Algunos, además de Teología, aprendieron la ciencia árabe ahora traducida y parcialmente apropiada por los españoles. Se sabe que el monje francés Gerberto (940-1003) aprendió en Barcelona el “Tratado de los Números” del español José, la Astrología traducida por Lupito y con sus propias manos fabricó un reloj de péndulo, un globo y un astrolabio. “El pueblo bajo, dados sus experimentos físicos, lo tenía por brujo” (Enciclopedia Americana, entrada Gerberto) y eso que ya había sido creado Papa con el nombre de Silvestre II. En la Enciclopedia Americana,  leemos:

De los tres puentes –España, Sicilia y la Siria de los Cruzados- por los cuales el conocimiento musulmán y la cultura árabe entraron en Europa, fue España indudablemente el más importante. Estos elementos, sin exagerar, contribuyeron de forma vital al redespertar de Europa y la pusieron en camino del progreso moderno.

(entrada Middle East).

Como se conoce, Europa en esa época además de absorber la cultura árabe (y por lo tanto hindú y griega) hace un giro manifiesto hacia la centralización con la instalación de las monarquías y la trabajosa formación de los Estados nacionales. Y ese movimiento del péndulo en el punto más extremo de su trayectoria, consistentemente centrado por las fuerzas del hilo y la gravedad, tiene que expresarse en el espíritu del arte. Aparecen las grandes cúpulas como en los tiempos romanos. Aparecen las composiciones en triángulo del Renacimiento con Cristo en el vértice y las Tres Marías en la base. Y aparece la Mona Lisa de  Leonardo da Vinci. 

Este retrato refleja también el espíritu centralizador que anima la época, solo que tan maravillosa y sutilmente tratado que sentimos su belleza, pero es dificultoso el descifrarla. Comencemos por sus manos entrelazadas y sus antebrazos, constituyen la base de un triángulo cuyo vértice se instala en la cabeza de la dama. Pero después da Vinci cubre sus vestiduras con tonos oscuros de manera que damos con el escote iluminado y más arriba, el rostro. 

En este movimiento de nuestros ojos es difícil advertir que la caída de los bucles por los hombros de la señora constituyen los lados de un nuevo triángulo cuyo vértice cae en la mejilla izquierda de la dama. Así que aparece este nuevo triángulo con base en el escote y vértice exactamente en la mejilla izquierda de la mujer, o sea, los lados de este nuevo triángulo llevan inconscientemente a nuestros ojos hacia su mejilla izquierda. René Berger (1969) decía muy bien que la importancia de este retrato radica en su modelado. Esa mejilla izquierda es la cúpula que domina el resto del rostro. O sea hay una nueva piramidación con vértice en el pómulo izquierdo, ahora en las tres dimensiones que  sugiere el modelado. Igual que la cúpula de Santa Sofía domina las demás cúpulas que la acompañan, la cúpula de la mejilla izquierda –con el punto más brillante de las prominencias del rostro- domina la cúpula de la ceja, las cúpulas de la frente y del mentón. El específico semiperfil que le da Leonardo  hace desaparecer la proyección que constituirían el mentón y sobre todo la nariz si la mujer hubiese ladeado un poco más la cabeza. Entonces, para que esa mejilla sugiera la cúpula dominante, la sonrisa no puede ser más abierta pues esa mejilla quedaría contraída de una forma demasiado patente. El toque enigmático de la sonrisa, tomado por Leonardo de su maestro Verrochio,  es solo un distractor, debemos concentrar nuestra observación en el pómulo al ver la pintura. 

La Mona Lisa no es un retrato inacabado, como han dicho algunos, toda la vida costó a Leonardo dar los sucesivos retoques para que el efecto de la mejilla fuera sugerente y no ostensible, con lo cual se hubiera acabado el arte. Por ello hay quien ha observado que el retrato se parece algo al propio pintor: muchas veces tuvo Leonardo que mirarse en el espejo, pincel en mano y ya sin la modelo delante, para resaltar la mejilla en su justo término. 

Otros hay que han concluido que la modelo tendría parálisis en la mejilla derecha, porque allí el pintor casi no pudo contraer el pómulo, con lo cual el efecto de la mejilla izquierda se habría también acabado. Por eso se interrumpe el horizonte: a nuestra derecha es más alto y a nuestra izquierda es más bajo, para dar la impresión de que el pómulo izquierdo es mirado desde abajo –y con ello resalta- y el pómulo derecho es mirado desde arriba –con lo cual se aplana-. Y también por eso, como se sugiere en cierta popular novela de aventuras, extendió un poquito más de lo natural la mejilla derecha: para resaltar su planitud en contraste con el domo de la izquierda y que así toda la subordinación piramidal de la monarquía y el papado quedara establecida.

 

El Barroco, cultivadores de maíz, pañeros, industriales

El estupendo desarrollo de las ciencias durante las monarquías conduce a un conocimiento más exacto por el ser humano de la realidad con la que trabaja, los centros de enseñanza e investigación pasan a depender de los reyes y son las monarquías las que pueden subvencionar los largos y aventurados viajes. Cristóbal Colón no consiguió de ninguna sociedad mercantil italiana el financiamiento del viaje a Catay, las colonias portuguesas en la India fueron epopéyicamente establecidas por los monarcas portugueses. De América no solo oro y plata llegó a Europa, sino también una diversidad de plantas que incrementaron la cantidad de alimentos debido a sus propiedades. Parias et al:

La más célebre es el maíz (...) Es un alimento tanto para hombres como animales, y muy especialmente para aves de corral(...) para el trabajo campesino las consecuencias son considerables (...) el campesino cuenta ahora con dos cosechas anuales en vez de una. El nuevo cultivo mejora el suelo y beneficia al del trigo (...) la nueva agricultura modifica el ritmo de su existencia. Desaparecido el barbecho, llega la hora de la sucesión ininterrumpida de los laboreos. (1965, T II, pp.364-365) 

El desarrollado conocimiento de la Mecánica hace posible el progreso de herramientas y maquinarias. Y estas permiten a su vez aprovechar  con más eficiencia la fuerza del viento, del agua, la animal y la humana. En la fabricación de paños hay ahora máquinas para ejecutar el cardado, hilado, devanado, tejedura, batanado y prensado. Algunas máquinas de los talleres se mueven con la fuerza del agua. Las herramientas manuales se multiplican y hacen el trabajo con más exactitud y productividad. Llega el momento que resulta más eficiente concentrar todas esas labores especializadas en locales amplios –a veces se habilitan para ello antiguas iglesias- que continuar trabajando en los hogares de forma independiente o en talleres pequeños. Así aparecen las fábricas. “La originalidad de la época moderna en la historia textil y la que hace a esta industria motriz de los siglos XVI y XVII es la organización del trabajo que puede establecerse en las fábricas” (Parias et al, 1965, T II,  p. 392).

Y si es cierto que los monarcas establecen factorías reales lo es más que existe un sujeto a quien le es posible manejar mucho mejor esta fuente económica: el industrial. Es el antiguo comerciante enriquecido que se ha convertido en banquero y prestamista incluso de las monarquías para financiar sus guerras, y ahora invierte su dinero en la instalación de grandes factorías. 

El monarca tiene recursos, pero para garantizar los Estados nacionales recién conformados e incrementarlos, se involucra en guerras continuas de las cuales salen beneficiados los prestamistas de todos los países beligerantes igualmente. Los núcleos de descentralización que constituyen los industriales agrupan por igual desde artesanos hasta artistas (piénsese en los tapices), es más, se disputan los maestros de oficios mejor calificados y se disputan los eventuales mercados. 

Esta especie de guerra sorda entre ellos impulsa la producción. 

Pero el rey limita su desenvolvimiento. Si Colbert, ministro de Luis XIV en Francia, hace prosperar en el país una industria de lujo muy rentable (artículos pequeños, fáciles de transportar y caros) como tapices, porcelanas y encajes, por otra parte anula la iniciativa privada del industrial con una infinita cantidad de reglamentos normativos que rigidizan la forma en que pueden fabricarse los productos (reglamentos más destinados al fisco y al proteccionismo que a garantizar la venta mediante la calidad del producto).

Así que príncipes y reyes no pueden por naturaleza llevar a cabo una tendencia a la descentralización y este espíritu penetra en el arte. Se requieren por lo menos dos núcleos desligados o antagónicos entre sí y que ambos agrupen los elementos similares resultantes de la anterior centralización. Un artista italiano se inflama de la nueva estética y produce una obra de arquitectura destinada a ser eterna, Gian Lorenzo Bernini (1598-1690) y su pórtico de San Pedro. Las plazas en el barroco son muy importantes porque proyectan la iglesia hacia la ciudad. La plaza de Bernini es elíptica y como todas las elipses, posee dos focos. Si el paseante está en el centro de la elipsis, ve una columnata que encierra la plaza muy uniformemente distribuida. Conforme el paseante se mueve desde el centro hacia uno de los focos, al mirar hacia el cuadripórtico van apareciendo las columnas de una hilera de atrás, escondidas para su vista cuando se hallaba en el centro. 

Finalmente, llegado al foco de la elipsis, las columnas de la hilera de atrás cubren los espacios vacíos que hay entre una y otra columna de la hilera delantera, lográndose un nuevo esquema de uniformidad en la columnata. De esta manera el centro de la elipsis genera una imagen del cuadripórtico griego pero el foco de la elipsis genera otra distinta, y el espectador no se siente deudo del espacio, como bajo una cúpula del Renacimiento. Esta tendencia a la descentralización se agudiza en la pintura romántica del siglo XIX, por ejemplo en Delacroix, donde varios centros de subordinación se disputan el cuadro, sin embargo el color sirve de nexo entre las diferentes partes evitando la completa descentralización de la pintura.

Dos monumentales obras del barroco plasman genialmente la nueva estética, como hizo Bernini con su pórtico: “La Ronda Nocturna” de Rembrandt y “Las Meninas” de Velázquez. En el primero la disposición del conjunto de figuras atrapa inmediatamente al espectador y lo incorpora como parte del pueblo que presencia la comitiva. En “Las Meninas” el efecto merece un análisis detallado. Los dos núcleos subordinantes se inscriben en el espacio de claridad del plano delantero (la princesa y sus meninas) y en el de oscuridad cada vez mayor conforme se va pasando hacia el fondo de la habitación. En el espacio oscuro del fondo se inserta una puerta abierta por un aristócrata a la luz de otra habitación lo cual conduce de inmediato la vista hacia el espejo adyacente, casi en el centro de la oscura pared del fondo. Por el contrario el pintor constituye una zona oscura adyacente a la intensa claridad del primer plano. Quedan así plasmados por contraste dos puntos de atención que, una vez contempladas la princesa y las meninas, centran todo el cuadro: el espejo que supuestamente refleja a los monarcas (una de las meninas comienza a realizar una genuflexión) y el propio rostro de Velásquez, que mira algo. Ahora bien, ¿son los monarcas del reino los reflejados en el espejo del fondo? Un rey y una reina merecerían un lugar más destacado o por lo menos el reconocimiento indudable de sus facciones. El comienzo de la genuflexión en una de las meninas nos indica que la pareja acaba de llegar, pero solo están esbozadas las figuras de la pareja real. No se reconocen con exactitud porque no es posible que queden definidos allá en el espejo del fondo. Sin embargo Velásquez, ¿las está mirando? Eso parece. La mirada de Velásquez está fija en el lugar donde apareciera un externo espectador  del cuadro.  Acoge, como Rembrandt, el espacio exterior del cuadro (y también lo hace la disposición de las figuras del primer plano e incluso sus actitudes). ¿A quién mira Velásquez? ¿A los reyes? ¿Son otras que los reyes las personas reflejadas en el espejo? ¿Quién ha llegado? Sí, el pintor lo está mirando a usted, al pueblo, a través de los siglos. A usted, en el lugar del rey. 

 

Impresionismo y modernidad

 

Según Pierre Francastel  (Padrón, 1999, p. 7), esta época fue la primera etapa en la destrucción de la concepción tradicional del espacio que tuvo su origen en el Renacimiento. Y así debe ser, pues son tiempos de descentralización y por lo tanto diametralmente opuestos a la centralización renacentista. En lugar de una disposición triangular, ya sea en primer plano o en la magnífica perspectiva de “La Ultima Cena” de Leonardo, el Impresionismo trae el fondo al primer plano, lo confunde con él haciéndolo claro con lo cual desaparece la perspectiva incluso aérea. 

En palabras francas, todos los planos merecen igual importancia. Y esto es válido tanto para el Impresionismo, digamos Monet y su “Parlamento de Londres”, como para el postimpresionismo de Cezanne, quien en sus bodegones quiebra la perspectiva y podemos verle el fondo a una fuente de mesa que está al nivel de nuestros ojos, y válido también en el arte cubista donde absolutamente todos los planos tienen igual reparto y puede verse incluso el ojo escondido de una señora que está de perfil. En cuanto al color, en el “Almuerzo sobre la Hierba” de Manet, la espalda de la joven desnuda presenta reflejos morados. Ninguna espalda tiene tintes morados pero sí una espalda pintada, ¿por qué no?. ¿No merece el color morado igual importancia que el rosa? ¿No contrasta bien con el blanco rosa? ¿No armoniza mejor este color con el entorno boscoso? Son tiempos en que todos los colores y formas reclaman igual presencia. 

Esto nos recuerda la pareja simetría de las mezquitas, la abstracción en los cornisamentos que hacía al escultor árabe partir y convertir las hojas de acanto griegas realizadas en los frisos de antiguas columnas que aprovechaba, en figuras abstractas. Y después del Impresionismo y el Postimpresionismo, después de casi todos los “ismos”, debía entonces darse un paso más y hacer desaparecer las formas de los seres y objetos naturales porque solo así podía acudirse a  la fusión de  formas geométricas con lo que ninguna de ellas centralizaría nada. 

Malevich, quien llevó el arte figurativo hacia la abstracción absoluta nos cuenta, según Micheli:

Cuando en 1913, mientras realizaba esfuerzos desesperados para liberar el arte del lastre de la objetividad, me refugié en la forma del cuadrado y expuse un cuadro que no representaba otra cosa que un cuadrado negro sobre fondo blanco (...) lo que yo había expuesto no era un cuadro vacío sino la percepción de la no-objetividad”. (1967, p. 232)  

Realmente lo que hizo Malevich fue traer las formas geométricas a la objetividad, porque liberan al pintor para insertar en el cuadro los colores cuyo gusto estético mejor convenga lo cual no puede hacerse libremente si representa un ser u objeto modelo. Y el traer al cuadro los colores más apropiados y las formas que mejor guste,  permite que aparezcan   todas las formas y colores y no que predomine obligadamente el verde o el azul cada vez que se representa un paisaje o una marina. 

Quien inicia este movimiento es el Salón de los Rechazados en París, y particularmente Eduard Manet (1832-1883). Leemos en Hunter: 

El almuerzo sobre la hierba devino pronto en el escándalo del nuevo salón (...) Manet había turbado al público al tomar el tema clásico de ciertas figuras en un paisaje, basado en un grabado renacentista de Marcantonio Raimondi y colocarlas vestidas –y desvestidas- a la usanza actual. Había insertado a una joven desnuda en compañía de dos caballeros completamente vestidos (...) y el público encontró el realismo encantador y candoroso de Manet indecente (...) sin  embargo, cuando Cabanel ese mismo año exhibió en el salón oficial una Venus mucho más sugestiva que la figura de Manet (...) hubo poca reacción. El lustroso academicismo de la obra fue ampliamente admirado, y trajo a su creador honores públicos. Probablemente el público se sentía tan ofendido con los métodos de peinture claire de Manet como con el contenido de la obra. En lugar de seguir la práctica prevaleciente de modelar con muchos valores de gradaciones desde la luz a lo oscuro, Manet lleva a cabo un color límpido y relativamente no modelado en contrastes tonales planos y dramáticos. Realmente, lo que Manet había hecho era destrozar muchas convenciones. (1956, Cap. I, p. 16) 

Y en Seller:

Manet no solo fue renovador del contenido, sino también de las formas: creó superficies de color unidas, elevó el horizonte de modo inusitado, separó la masa de las figuras del segundo plano. (1989, p. 26).

 

En el Almuerzo sobre la Hierba la muchacha encorvada recogiendo algo y que está al fondo, es totalmente clara ella y su entorno, con lo cual todo ello es traído de golpe a primer plano. Manet pintó un bodegón completamente académico en la esquina izquierda del cuadro tal vez para evitar que lo tacharan de desconocedor de conceptos elementales, pero de todas formas fue furiosamente criticado. El hecho de no modelar la espalda desnuda sino traer el blanco casi puro con sombras moradas en una espalda daba algo así como carta de ciudadanía a los demás colores que no existieran en un modelo natural, y ello es lo que hace explotar a la crítica y no el desnudo en sí mismo. Hunter:

De la noche a la mañana ganó Manet un enorme prestigio, el prestigio del ridículo. Pero las grandes innovaciones de Manet y su posición en despliegue de batalla reunieron a pintores fundamentales a su lado. Pronto fue algo así como un héroe del arte. Era el principio de su amplio reconocimiento como guía de la vanguardia en arte.

(1956, p. 34).

Entonces, ¿es  desconsuelo lo que esconde la expresión de doña Lisa Cherardini? ¿Por qué su mejilla derecha es flácida, por qué el cambio de horizonte en el cuadro? Y la Venus de Milo, ¿son tan sugerentes sus caderas que pueden hipnotizar a través de los siglos sin saber por qué? ¿Qué condición de belleza distingue  la mezquita de Córdoba del Panteón romano? ¿Por qué serán eternos los planos alterados del cubismo, quién mira a quién en Las Meninas? Y, aún más importante, ¿qué relación guardan esas obras maestras con el trabajo de los campesinos atenienses, los herreros romanos, los artesanos indios o los laneros españoles? Es probable que ahora podamos responder estas preguntas.

 

Bibliografía

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Berger, R. (1968) El conocimiento de la pintura, Barcelona:  Noguer.

Campuzano L. (1985) Prólogo a Sakuntala (del autor Kalidasa). La Habana: Gente Nueva.

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Fernández Bulté, J., Yánez, R.M., Carreras, D. & Lizón, J.L. (2002) Manual de historia (general del estado y del derechoI, Primera parte .La Habana: Ed. “Félix Varela”.

 

Hauser, A. (1976) Historia social de la literatura y el arte, Madrid: Guadarrama.

 

Hunter, S. (1956) Modern french painting, New York: Dell Publishing Co.

 

Micheli, M. (1967) Las vanguardias artísticas del siglo XX, La Habana: UNEAC.

 

Millard, R. (1967) Diccionario universal del arte y los artistas, Barcelona: Greidos S.A.

 

Padrón, S. (1999) Curso de introducción a la historia de las artes plásticas, La Habana: Edición (“Universidad para Todos”.

 

Parias, L-H., Nougier L-R., Sauneron, S., Garelli, P., Bourriot, F. & Rémondon, R. (1965), México-(Barcelona: Grijalbo S.A.

 

Perroy, E., Auboyer, J.,  Cahen, C.,  Duby G. & Mollat M. (1966) Historia general de las (civilizaciones. La edad media. La Habana: Ediciones R

 

Pijoán, J. (1932) Historia general del arte. Madrid: Espasa-Calpe.

 

Pijoán, J. (1996) Summa artis. Madrid: Espasa-Calpe.

 

Séller, K. (1989) La pintura francesa del siglo XX. La Habana: Arte y Literatura.

 

The Encyclopedia Americana (1959),  New York-Chicago-Washington D.C.: American (Corporation.  

Alberto Pérez-Delgado Fernández

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