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En días como estos, torcidos,
cuando no hay mea culpa
y todo lo preside el cascabeleo de los demagogos
o el envite de celestinas pegajosas, no mataré mi sonrisa
ni mi instinto arquero por los caminitos de la rima,
por el trecho de las llamaradas, por la miel de la connivencia.
Ahora me llamo Universo y me pongo cielo abajo pero
Cerca, muy cerca de las dos mitades del gran cañón.
Déjenme ser bulto incansable, greda giratoria al pie
de la tórtola que voló por el desierto. Ahora
me llamo El Siempre con la ruina de su hacienda
pero ubérrimo de sosiego. Doy fe que el destierro
no me resulta largo, que le hinco el diente
a quien muestra los colmillos. Más adelante pediré
un entierro en el aire. Mientras, síganme
fuera de los templos fríos. Síganme a repartir el trigo,
pero primero a sembrarlo lejos del tedio, sin
liturgias, pero con desbastada Apocalipsis de primicias.
Quiero ver por dentro en días como estos, ver el misterio
que reside dentro de la luz arriba de los dátiles.
Llueven primaveras desde un anillo y ahora me llamo
Jeroglífico. Me doy a explicar cómo se han hecho
las cosas, cómo dentro quedó la vida que no ha sido
devorada del todo. Conservo la marca
y escribo precarias sílabas en la piedra más alta.
Exactamente ahora me llamo Siervo juntando inocencias,
colocando a los demás en la balsa, primero la antorcha
del niño que fractura holocaustos. Al final sube
el tutor absorto imbricado en el tiempo, en su gran
embudo. Dejadme parpadear la sangre de la vigilia
destemplando la osamenta de los ídolos. Dejadme libar
de las antiguas ánforas donde se guarda el vino
del milagro. Dejadme quedar en calidad de prisionero
de mi propia certeza.
En días como estos, de pronto me peso
en la balanza aborigen y me arrullo en el meridiano
de su fiebre, de su pulso. Desnudo amor al paisaje
de antaño, verdes lentejuelas a favor de la dicha.
Cantaría en la verbena final, sin pavor al ridículo
de agrietar el silencio en días como estos que trasudan
carroña, que hieden a realidad degollada
zozobrando en torno mío. |