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Edwin Yllescas Salinas: “Soy un alucinante del Eros… y un timado por la vida”
por Alfredo Pérez Alencart
Poeta y profesor de la Universidad de Salamanca

alen@usal.es

 

Me honro de la reciente amistad anudada con el poeta Edwin Yllescas Salinas (Managua, Nicaragua, 1941), gracias al cáñamo cordial del más salmantino de los nicaragüenses, Humberto Avilés.  Pronto escribiré mis impresiones sobre su libro de cuentos “La pajarita Guido”, el cual tengo entre manos gracias al envío que, desde su reducto malagueño, hizo el editor Francisco Javier Torres.

Agradezco a Edwin su plena confianza al ofrecerme cinco poemas inéditos para disfrute de los lectores; también el haber dejado de lado su cuasi animadversión a entrevistas, máxime en revistas digitales.

Estamos ante un destacable poeta cuyo nombre y dicción poética, no lo duden, deben anotar en su memoria. Y lo afirmo con cierta autoridad  y/o prontuario a la hora de salirme de cualquier canon nefasto y ‘descubrir’ genuinas perlas de la poesía en lengua castellana, más allá de nombradías y premios interesados.

 

Edwin Yllescas Salinas

P: Empecemos por lo último: tu primer libro publicado en España, “La Pajarita Guido” (e.d.a. libros, Benalmádena, diciembre de 2013, pp. 219), un libro de relatos. Háblanos de tus intenciones al escribirlos, tus búsquedas expresivas, tus  enormes deudas con lo gozado y lo padecido, tanto en la universidad querenciosa de la vida como en el desamor político. Háblanos de tus deudas con la música, con las libaciones que hacen volar, con míticas actrices inalcanzables, con esos maestros que han preñado tu escritura narrativa.

R: La pajarita Guido es un libro virtual, libro de ficción. Las cosas relatadas allí sólo ocurrieron en mi mente. Mi mente reaccionaba, imaginaba cosas frente al entorno. La gente, faltaba menos, era real; los hechos, no. Me ocurría un poco lo de Walter Mitty. A lo mejor padezco de watelrmittysmo. Salgari, lo probable, lo posible, a lo mejor, casi seguro, también padecía de waltermittysmo.

Mis búsquedas expresivas arrancan en el normado, mi nombre cariñoso para Flaubert. Quien no aprende con Flaubert, no aprende con nadie, aunque podrían recurrir a la literatura norteamericana del siglo XIX. De joven quise ser músico, tocar piano, acordeón, saxo. En mi primera adolescencia estudié un poco de guitarra. Al final mi padre dijo que yo era sordo para la música, y hasta allí llegaron los manuales y el profesor Rositas. Además, mucho me dolían las yemas de  los dedos.

Con las libaciones no tengo deuda, ni tantico así, como decía el Che Guevara.  Las mías más que libaciones eran naufragios de escocés. Ahora, desde hace unos 20 años, estamos en paz. Ni me debe ni le debo. Ellas y mi pasión por el cine me hicieron tocar el cielo como un viejo cuplé. Bueno, entre las libaciones y los desencuentros siempre hubo tiempo para la buena lectura, lo cual sería largo enunciarlo.

Con lo gozado no tengo deudas. Quienes me dieron gozo (y esto parece de Quevedo) tienen deudas conmigo, y mucha. Desde luego, con los padecimientos -y muchos he recibido- sucede lo mismo.

P: ¿Todavía recuerdas las historias de Salgari? Lo pregunto porque leí algún poema tuyo donde lamentas no haber conocido a las hermosas jóvenes que mencionaba el capitán Emilio.

R: De vez en cuando vienen a mi memoria Sandokán, La venganza de Sandokán, Los tigres de Mompracem, La pantera de los Vindhya… así hasta llegar a mi cuaderno del quinto-sexto grado escolar donde dibujaba sus batallas. Me hundo en ellos y hablo y reaccionó como reaccionaba el Capitán de Verona. Por cierto, le escribí; escribí a su modo “El capitán de Verona”, “Mailú bajo el cielo de Singapur” y otros poemas más que ahorita no recuerdo. Y quizás no valga la pena recordar.

P: Tengo el privilegio de haber leído algunos de tus poemas más recientes, aquellos que forman parte del cuaderno “A la misteriosa”. No hablemos de quién, sino de por qué estos cantos de otoño, este reconocer la derrota, la mella del tiempo sobre el cuerpo del hombre que, no obstante, siempre se aferra al renuevo del deseo, como cuando dices: “Maga en mi kínder, te di apenas escarcha/ ceniza, viva ilusión donde persiste tu mundo”.

R: No soy un vejete picaflor, pero cuando veo una joven bella, una Thereza de antología, me acuerdo de Limelight. Automáticamente me convierto en Calvero. Puede que no esté bien de la cabeza. Deben ser cosas de la Secreta vida de Walty Mitty. A nadie recomiendo la lectura de ese guión.

A la Misteriosa puede ser una forma de Calvero, en definitiva, una forma de decirle adiós a la vida, al menos, a algunas de sus cosas. Me siento un poco como Avec le temp. Timado por la vida. Pobre la Maga de mi kínder: …tu llegaste a mí cuando me voy, eres luz de abril, yo sombra gris.

 

P: La poesía se escribe por necesidad y no por vanidad. Desde tu primer libro, publicado en 1966, dejaste pasar casi tres décadas para volver a dar a imprenta un compendio de ocho libros, aparecidos en el volumen titulado “Algún lugar de la memoria”. ¿Qué motivos o dificultades te llevaron a demorarte tanto en ofrecer una segunda entrega?

R: Me apena lo que te diré, pero los años transcurridos entre 1966 y 1996, después de graduarme como Abogado y Notario (1962-1968), fueron días de vino y rosas, estudios, apuntes para mañana y para después de mañana. Aún así quedó tiempo para publicar Lecturas y otros poemas (1966). De alguna manera, y por ciertas razones familiares, fui a parar al INCAE, un Instituto de Administración de Empresas (1979-1971); luego a Washington, a la sala de investigaciones socio-económica (1971-1972). Me cansé de escribir sobre los bienes afectos a reversión en materia de hidrocarburos, o las relaciones socio-políticas entre el Canadá y Latinoamérica y otras sandeces más. El chino-chicano jefe de la sección quería que las escribiera en el estilo de Platón. Lo mande a la mierda y regresé a Managua.

Entonces las chicas eran pizpiretas y me ranché con una por tres años.  Entre el 75 y el 77 fui a caer en Barcelona, a otra escuela de administración de empresas, en la Universidad Politécnica de Barcelona. Y como si eso fuera poco, llevé paralelo el curso de Economía Internacional. Después hubo trabajitos varios y por fin mandé al carajo esa cesta de necedades.

En 1999 reuní mis anotaciones en Algún lugar de la memoria. En 1996 publiqué La vela de los sueños; el mismo año vino Teoría del ángel; Tierna mía llegó en 2008, Historias urbanas (2007) ganó el concurso Rubén Darío, en cuento. Por cierto, el libro permanece inédito porque en la institución convocante “desapareció el dinero de la impresión”. Al menos eso me dijo el taimado jefe de la institución. Cosas raras del azar, el mismo año elaboré para la Universidad Autónoma de México una Antología de poesía centroamericana (1952-2007). Luego, en 2008, la revista chilena Trilce me pidió una Antología de poesía nicaragüense contemporánea. En el 2011 publiqué Los mordisco del ángel y La ciudad y su habitante, ganadora, como dicen los españoles, de un premio para andar por casa, el María Teresa Sánchez.  El resto de esta maga historia la conoces tú: La pajarita Guido. No voy a hablar de lo inédito, pero te digo: tengo triple corona. Como puedes ver no soy un escritor olímpico ni profesional, apenas un amateur entre muchos.  Nunca he puesto un pie en una Facultad de Letras  No hay en esto, decía Paul Eluard, un sola gota de mentira. Gala nunca se lo creyó.

P: ¿Cómo de intenso o apasionado es tu connubio con la Poesía? 

R: Somos el matrimonio del pobre Lelian y su Maty. A veces nos llevamos bien, pero la mayor parte del tiempo me escapo para Londres. Es mejor leerlo en Bird in the night, aunque yo no ejercito las “artes” de Verlaine o Rimbaud; pretencioso podría hablar del Matrimonio del Cielo y el Infierno, pero somos distintos en nuestro propio cielo e infierno. Cuando me le escapó con alguna rubia de callejón, suelo regresar a casa con el rabo entre las patas a escribir todos los inventos que provocan las blondas callejeras. Especialmente si son delgadas y larguiruchas.

P: ¿Mejor huir de los aplausos, de grandes estadios, de proscenios donde relumbran los elegidos por el canon? Lo tuyo pareciera decantarse hacia la poca luz, la ironía o el valiente reconocer que es mejor apartarse de hipócritas rituales que orbitan por otros intereses? 

R: Creo ser un hombre básicamente tímido, sin llegar a la beatería. Los elegidos del aplauso, los amigos del proscenio, los ansiosos del estadio, los que escriben para convertirse en Best Seller o brillar en la pequeña constelación de la literatura, son meros gansos detestables. He oído a una valquiria decir que los libros se escriben para venderlos, y venderlos caro. ¡Qué horror! Personalmente me siento más cómodo a media luz. En la media luz del tango. Eres una persona peligrosa, tu pregunta significa que has leído algunos juguetitos de Tierna mía.

P: Tu poesía es de dicción aparentemente sencilla, algo coloquial, pero lo cierto es que su médula está preñada de  ritmo y pensamiento, de sentimiento profundo, nutrientes esenciales de la buena poesía. ¿Cuál tu opinión respecto al lenguaje poético?

R: ¡Alfredo, lo tuyo es mucho pedir! Cómo voy a tener yo una opinión sobre el “lenguaje poético”. Trabajo como Spinoza, pule que pule lente, hasta encontrar el que busca y ya estaba en su cabeza. El tallador y el ceramista, ¡los músicos!, trabajan igual. Hay que dar con la ganzúa capaz de extraer o fijar lo que está en el cerebro. Después de todo, la poesía, la literatura, sólo es una función del lenguaje, una explosión neuronal.  Del deconstructivismo, del Estructuralismo, del Intertexto y la Intertextualidad, al día de hoy, pasando por Derrida, Barthes, Pinker, etcétera, (sin olvidar La epístola a los Pisones, o la Poética) hay decenas de teoría sobre el lenguaje. Entre ellas me muevo como un ecléctico.

P: Háblanos sobre el Eros que impulsa al hombre y cómo lo abordas en tu poesía.

R: Tengo dos maestros de la erótica: Quevedo y Rubén Darío. Primera y única lección: no hables de la mujer que nunca has poseído. Ambos me han enseñado que el Erato radica en quienes locas juraron que te roerían el corazón. Ambos, alejado de Garcilaso de la Vega, todo lejos del amor petrarco, pero cercanos a Lope de Vega, me han enseñado que hablar de muñequitas, noviecitas y esposas amantísimas sólo conduce a la cursilería. Papá Hemingway decía que uno debe hablar de lo que mejor conoce. Eso es lo que yo hago, al fin y al cabo, conocer es lo mismo que alucinar. Soy un alucinante del Eros.  No hay hombre o mujer sobre la tierra que escape a ese axioma.

P: ¿Será que todo tiende al derrumbe, a la disolución, al desengaño? ¿Acaso no hay algunos finales felices? Lo pregunto por estos versos: “Después de todo qué podía esperar el vejete. / Acaso, liar los bártulos rumbo al habitual desengaño / a la puerta eterna, otra vez contra la nariz de la vida”.

R: Me parece conocer esos versos, e intuyo que fueron escritos por alguien que pensaba, más o menos, lo que yo pienso. Sí, ciertamente todo va al derrumbe, a la disolución, al desengaño de la tierra y la vida. El Eros es la única piedra de apoyo del alpinista. En la cumbre sólo encontrará vacío. No hay final feliz.

P: ¿A quiénes reconoces como tus ancestros poéticos? ¿Cuál y por qué esa parentela de tus predilecciones? 

R: En mi lista (todos tenemos una) hay conocidos, amigos, buenos amigos y verdaderos amigos. Éstos son nuestros ancestros. Los poetas norteamericanos, salvo Eliot y Pound, me enseñaron la sencillez del lenguaje. Hablo de Robert Frost, Carl Sanburg, William Carlo William, Edgar Lee Master: la Spoon River. Don Antonio Machado me confirmó en esa creencia. Michaux: Juana tú que al marcharte no me has dejado más que la recomendación explicita de quemar tus… Paroles, de Prevert, otra vez el lenguaje sencillo, tanto como en Saint John Perse. Nicanor Parra hermano en la ironía. Borges, por lo que todo el mundo sabe. Vicente Gerbasi por su visión de conjunto, su forma de narrar, casi cinematográfica. Luis Rosales y Félix Grande porque escribían como iberoamericanos. Y desde luego Jaime Gil de Biedma, quien aprendió la sencillez de su lenguaje en la poesía inglesa que bastante refrescó la poesía  española. Ángel González, cuya Palabra sobre Palabra me iluminó la sencillez, pero no la simplicidad de la palabra. José Agustín Goytisolo, su Julia Gay, versos tan ajustados que entre ellos no penetra un alfiler. Jordi Virallonga y Joan Margarit, cuya lectura me instruyen en el cataláunico modo de facer los versos, sin pandereta ni sardana. En resumen, sólo la sencillez del decir es capaz de generar el enigma de la poesía, cosa que desde luego no le debe gustar mucho a Góngora y a los gongorinos. Al Maestro Rubén lo dejé para el final, pero él sigue siendo el rey del último siglo. Un consejo: ¡no retuerzan los  versos!

P: Háblame de Machado y de Unamuno. Así, de pronto, que te sugieren sus nombres.

R: En Nicaragua y supongo que en Centroamérica es poca, casi nula la presencia o vigencia de Unamuno. Ha caído en una especie de olvido histórico. En cambio don Antonio está presente en casi toda conversación. Todo poeta, incluso todo joven poeta, se siente atraído por la obra de don Antonio. En Nicaragua todo poeta español es mencionado por su apellido, pero cuando nos referimos a Machado, se antepone el don Antonio. Suelo decir que se puede vosear a todo poeta, menos a don Antonio. Su obra, digamos Campos de Castilla, está viva, la sentimos actual y contemporánea. Don Antonio huele a pólvora encendida. Todo el mundo, los del oficio y los lectores, se comunican fácilmente con su obra. Cosa que no sucede con Unamuno. Sin embargo me consta que algunas universidades norteamericanas lo incluyen en su pensum para los estudiantes de literatura iberoamericana.

P: ¿Cuál tu opinión sobre la poesía del eterno joven Joaquín Pasos?

R: El nombre de Joaquín Pasos permanece en la boca de todos los poetas nicaragüenses, en especial de los jóvenes, aunque me temo que no lo han leído, al menos, a fondo. Para los poetas digamos adultos, es una lectura anual. Siempre volvemos a él con espíritu crítico para ver qué tiene vigencia actual, y cuál comienza a hacer agua. Su Canto de guerra de las cosas, o Misterio indio (por citar algunos) permanecen incólumes en su belleza expresiva, tanto como por su hondura. Sin lugar a dudas el Canto de guerra de las cosas, es uno de los más bellos poemas de la lengua castellana en el siglo XX. El poema resulta genial. Otras cosas de Joaquín han perdido un tanto de su vigencia: Poemas de un joven que nunca ha viajado o Poemas de un joven que no sabe inglés, hoy resultan juguetes simpáticos, monerías, chulerías de los años 30-40. Recuérdese que murió en 1947. Los lectores españoles deberían conocer a Joaquín Pasos mediante la reedición de sus obras, no más de 150 páginas, especialmente ahora, que se escribe tanta poesía insustancial, insulsa y mala.

P: Supongo que muchas, muchas veces, te habrán preguntado cómo un abogado escribe poesía y relatos. Te lo comento porque así sucede conmigo ¿De qué manera resuelves este tipo de preguntas cuasi irrelevantes, por decirlo educadamente?

R: Alfredo, mis estudios de abogacía fueron una disposición de mi padre.  Jamás quise ser abogado, pero mi padre, que era un abogado muy estudioso y exitoso, dispuso las cosas de esa manera. No tuve la osadía de decir NO y mansamente me matriculé en la Universidad Centroamericana. Calenté los pupitres durante seis años. Nunca he ejercido esa profesión, no sé dónde quedan los tribunales. Cuando entré a la Facultad de Derecho ya la gente y mis compañeros me conocían como “el poeta”. De manera que nunca me ha atormentado el por qué estudié derecho o administración. Es más, renuncié por escrito ante la Corte Suprema de Justicia al ejercicio de las facultades que me confiere la ley. Y si no he renunciado a la administración de empresas es porque no hay ante quien hacerlo. Y estoy consciente del dislate que implica tirar al cesto diez años de estudios universitarios (seis de derecho y cuatro de administración), pero más consiente estoy del desatino que conlleva ejercer lo que nunca has querido hacer.

Humberto Avillés, Yllescas Salinas, Tere Ocampo y Marina Moncada, en Granada de Nicaragua

   

CINCO POEMAS INÉDITOS 

Siguen cuatro poemas recientes y uno recuperado de cuadernos pasados, escrito hace casi treinta años y en homenaje al maestro Antonio Machado.

La Misteriosa , de Miguel Elías

 

                           

                             A la misteriosa

(Andante I)

Ni me debes, ni te debo. En paz están los cuerpos. Ahora
déjame vivir mi pleno otoño, pero no olvides tu primavera
aquel verano de rocas en la playa, allegro mais non troppo
no volverá, pero los retoños colgarán en la punta de la rama.
Y quizás una gota destilada vuelva a guindar en tu vida.
Asustada la muerte retrocederá y aunque no retornen
esas gotas te devolverán tus años; el sabor
del vejete, su ya casi nada, algo te repondrá,
quizás, el sendero amarillo. Donde hubo cuerpo
nada prevalecerá contra la vida. Grosso el otoño
siempre estará presente. Déjalo morderse.
Maga en mi kínder, te di apenas escarcha
ceniza, viva ilusión donde persiste tu mundo:
óyelo en mi otoño, allegro concierto en Sol Mayor;
cercano o lejano, escúchalo casi como muy bien.
No pienso ni espero llegar al próximo invierno.

13, 08, 13

                        A la misteriosa

(Andante II)

Sin los años, tantos en él, muy pocos en ella,
sin el necio todo pudo ser mejor. Aceptaste a ciegas.
De saber, poco sabías del hombre entero.
Mansa al trote, ya echada, nada te sorprendió.
Todo estaba en su hervor. Ajenos a la edad
sin vana parola tocaron lo conocido siempre distinto,
la bendita calceta café que nunca apareció.
Contra ellos, nada pudo el berrido celular,
menos el volumen de la música corpo coral.
Y si alguna vez cayeron del tálamo al piso,
allí rodaron hasta topar contra la costra de salitre.
Y si no hubo playas en las rocas, ellos inventaron
este andar por guijarros hasta la carcasa de un pez.
Sólo lamentan el Claro de luna, apenas Debussy.
Faunos adormilados se despidieron sin otra siesta.
Contra Vallejo sabían que hay primera sin segunda.

15, 09, 13

                        A la misteriosa

(Andante III)

Breve fue su tiempo, acaso súper y restaurante.
Temerosa del gentío al lado, el vino fue casero,
blanco o tinto, siempre asaz calentó la palabra.
Los avíos de cena llegaron special delivery.
Sentencia atroz, rodó cabeza y cuerpo tumultuoso.
Colgaron y nunca nadie advirtió la horca soleada,
su sistema de cuerdas y contra pesos, nadie lo vio.
Adversos al murmurador, su chiribitil fue extraño;
lobos de Gubia permanecieron en su risco
rapada en su lana negra, ella devoró oveja y pastor
vesperal siempre hubo en él, hueso por lamer y roer.
Tal como uno que sueña haber soñado con Dios,
temerosos guardaron astillas para más adelante
y como no sabían dónde queda el espacio en el tiempo
buscaron redomada batalla, apenas reposo, orillados
en la puerta del más adelante. Siempre supieron, al pretérito
sólo suyo pertenece el vacío, el hollejo chupado, relamido.
Después de todo qué podía esperar el vejete.
Acaso, liar los bártulos rumbo al habitual desengaño,
a la puerta eterna, otra vez contra la nariz de la vida.

19, 9, 13

                        A la misteriosa.

Andante IV.

Tenía una vida en Managua. La eche a perder.
Seguro la habría echado a perder en cualquier parte.
Dada por el azar de mis padres, no la supe conducir,
perdí mis años en cantinas y paliduchas de callejón.
Ahora ya todo pasó. No me queda nada.
Estoy más solo que durante aquellos años lapidarios.
Me quedé sin acordeón parisino, sin conservatorio romano.
Mi tiempo pasa lento, estoy ido en lo que pude ser sí ganaba
mi propia batalla contra mí. Confieso que perdí.
Siempre hablo de esas cosas y, realmente,
por donde la busque, ya no tiene salida el asunto.
Moriré un día de estos y aún pienso que ganaré la guerra
ya perdida cuando andaba en mis alegres bermejas.
O guam tristis et afflicta voy por mi silencio desierto,
pero no te enlutes, tú siempre tendrás París.

26, 09, 13

                       Retrato de Antonio Machado, de Miguel Elías

                       A una tumba en Colliure

Escuché la canción, muchas veces, la canción;
pocas los versos.
En nada me afrenta: no los entendí
(y cómo iba a entenderlos un picapleitos
un erudito en babosadas empresariales).
Hecho el camino final
caigo a la cuenta, fui una bestia, una bestia peluda;
caminante sabio en leonores y guiomares,
no sentí su camino, ni tan siguiera lo percibí,
no advertí la suma hilada por la rueca;
idiota más de lo que soy.
Cuando ya se acabó el caminante,
más o menos despejada la cabeza
(metida en la pana de agua fresca)
me parece, creo entender sus versos.
Usted hablaba de un canalla cuyo rostro no vio pasar.
Ese canalla, en todo camino del mundo, soy yo.
Y pedirle mil perdones por mi natural inopia;
en nada valen, ni mucho ni poco, los perdones.
Estas líneas quiero colocarlas en Colliure,
que, desde luego, no conozco ni conoceré.

Managua, 23 de noviembre de 1985.

por Alfredo Pérez Alencart
Poeta y profesor de la Universidad de Salamanca

alen@usal.es

 

Publicado, originalmente, en "Salamanca - RadioTelevisión" - http://www.salamancartv.com/ el 20 de enero de 2014
 

http://www.salamancartv.com/contributorpost/edwin-yllescas-salinas-soy-un-alucinante-del-eros-y-un-timado-por-la-vida

 

Enviado por el autor, e ingresado a Letras Uruguay el 7 de marzo de 2014.

 

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