|
A la misteriosa
(Andante I)
Ni me debes, ni te debo. En paz están los cuerpos. Ahora
déjame vivir mi pleno otoño, pero no olvides tu primavera
aquel verano de rocas en la playa, allegro mais non troppo
no volverá, pero los retoños colgarán en la punta de la rama.
Y quizás una gota destilada vuelva a guindar en tu vida.
Asustada la muerte retrocederá y aunque no retornen
esas gotas te devolverán tus años; el sabor
del vejete, su ya casi nada, algo te repondrá,
quizás, el sendero amarillo. Donde hubo cuerpo
nada prevalecerá contra la vida. Grosso el otoño
siempre estará presente. Déjalo morderse.
Maga en mi kínder, te di apenas escarcha
ceniza, viva ilusión donde persiste tu mundo:
óyelo en mi otoño, allegro concierto en Sol Mayor;
cercano o lejano, escúchalo casi como muy bien.
No pienso ni espero llegar al próximo invierno.
13, 08, 13
A la misteriosa
(Andante II)
Sin los años, tantos en él, muy pocos en ella,
sin el necio todo pudo ser mejor. Aceptaste a ciegas.
De saber, poco sabías del hombre entero.
Mansa al trote, ya echada, nada te sorprendió.
Todo estaba en su hervor. Ajenos a la edad
sin vana parola tocaron lo conocido siempre distinto,
la bendita calceta café que nunca apareció.
Contra ellos, nada pudo el berrido celular,
menos el volumen de la música corpo coral.
Y si alguna vez cayeron del tálamo al piso,
allí rodaron hasta topar contra la costra de salitre.
Y si no hubo playas en las rocas, ellos inventaron
este andar por guijarros hasta la carcasa de un pez.
Sólo lamentan el Claro de luna, apenas Debussy.
Faunos adormilados se despidieron sin otra siesta.
Contra Vallejo sabían que hay primera sin segunda.
15, 09, 13
A la misteriosa
(Andante III)
Breve fue su tiempo, acaso súper y restaurante.
Temerosa del gentío al lado, el vino fue casero,
blanco o tinto, siempre asaz calentó la palabra.
Los avíos de cena llegaron special delivery.
Sentencia atroz, rodó cabeza y cuerpo tumultuoso.
Colgaron y nunca nadie advirtió la horca soleada,
su sistema de cuerdas y contra pesos, nadie lo vio.
Adversos al murmurador, su chiribitil fue extraño;
lobos de Gubia permanecieron en su risco
rapada en su lana negra, ella devoró oveja y pastor
vesperal siempre hubo en él, hueso por lamer y roer.
Tal como uno que sueña haber soñado con Dios,
temerosos guardaron astillas para más adelante
y como no sabían dónde queda el espacio en el tiempo
buscaron redomada batalla, apenas reposo, orillados
en la puerta del más adelante. Siempre supieron, al pretérito
sólo suyo pertenece el vacío, el hollejo chupado, relamido.
Después de todo qué podía esperar el vejete.
Acaso, liar los bártulos rumbo al habitual desengaño,
a la puerta eterna, otra vez contra la nariz de la vida.
19, 9, 13
A la misteriosa.
Andante IV.
Tenía una vida en Managua. La eche a perder.
Seguro la habría echado a perder en cualquier parte.
Dada por el azar de mis padres, no la supe conducir,
perdí mis años en cantinas y paliduchas de callejón.
Ahora ya todo pasó. No me queda nada.
Estoy más solo que durante aquellos años lapidarios.
Me quedé sin acordeón parisino, sin conservatorio romano.
Mi tiempo pasa lento, estoy ido en lo que pude ser sí ganaba
mi propia batalla contra mí. Confieso que perdí.
Siempre hablo de esas cosas y, realmente,
por donde la busque, ya no tiene salida el asunto.
Moriré un día de estos y aún pienso que ganaré la guerra
ya perdida cuando andaba en mis alegres bermejas.
O guam tristis et afflicta voy por mi silencio desierto,
pero no te enlutes, tú siempre tendrás París.
26, 09, 13
|
Retrato de Antonio Machado, de Miguel Elías |
A una tumba en Colliure
Escuché la canción, muchas veces, la canción;
pocas los versos.
En nada me afrenta: no los entendí
(y cómo iba a entenderlos un picapleitos
un erudito en babosadas empresariales).
Hecho el camino final
caigo a la cuenta, fui una bestia, una bestia peluda;
caminante sabio en leonores y guiomares,
no sentí su camino, ni tan siguiera lo percibí,
no advertí la suma hilada por la rueca;
idiota más de lo que soy.
Cuando ya se acabó el caminante,
más o menos despejada la cabeza
(metida en la pana de agua fresca)
me parece, creo entender sus versos.
Usted hablaba de un canalla cuyo rostro no vio pasar.
Ese canalla, en todo camino del mundo, soy yo.
Y pedirle mil perdones por mi natural inopia;
en nada valen, ni mucho ni poco, los perdones.
Estas líneas quiero colocarlas en Colliure,
que, desde luego, no conozco ni conoceré.
Managua, 23 de noviembre de 1985. |