Rodrigo, mi tarta de limón y yo |
-Rodrigo,
¿cómo estás? Te espero a las ocho con una tarta de limón, ¿puedes?
–le dijo Lucía con voz sensual, con la esperanza de verlo de nuevo
después de una semana que él no se había acordado de llamarla.
-Si es sólo para la tarta, cuenta conmigo; no dispongo de tiempo para quedarme a cenar, más tarde debo ir a una junta de negocios. |
De
un tiempo a esta parte, siempre tenía una excusa para no quedarse a pasar
la noche con Lucía; pero ella no estaba dispuesta a terminar una relación
de más de tres años, sin haberle dado motivo alguno. Esta vez lo haría
recapacitar. Iba a prepararle su postre favorito: tarta de limón. Pensó
comprar flores, poner la música que le gustaba y crear un ambiente
incitante para el amor.
A
él le gustaba que estuviera recién preparada pero a la vez muy fría.
Salió de inmediato a comprar los ingredientes frescos. Decidió no
hacerla aprisa, sino tomarse el tiempo necesario para que le quedara como
nunca. Por eso no iba a usar la base del supermercado, la haría con
galletas de vainilla de una marca muy fina, combinándolas con unas pocas
de chocolate. Decidida a usar huevos frescos, no le importó atravesar
casi toda la ciudad con tal de ir a una pequeña tienda de productos
naturales, de granja. Eran muy caros, pero las claras resultaban
esponjosas y las yemas de un color increíblemente dorado, por lo que valía
la pena hacer el cambio. Ahí también compró la mantequilla y los
limones grandes y jugosos, con semillas.
Al regresar vio que se estaba haciendo tarde, así que prefirió no comer con tal de empezar enseguida. Trituradas las galletas las mezcló con la mantequilla que había suavizado; cuando la tuvo lista puso a licuar el jugo de limón, la leche condensada, la crema y el licor. Batió las claras a punto de merengue sin olvidar que a él le gustaba más cuando le ponía una cucharada de agua helada en vez de vainilla.
Mmmhhh, de inmediato la cocina se vistió de fiesta con el aroma que salía del horno. Mientras lavaba todo estuvo pendiente del merengue para que no se dorara demasiado. Dejó que la tarta se enfriara un rato, el que aprovechó para arreglar el departamento. Fue a sacar las velas nuevas y el mantel veneciano; después pasó la aspiradora y estuvo seleccionando los discos. Escogió las copas azul celeste con la orilla dorada, en estilo árabe. Puso las flores en los búcaros con agua y unas gotas de su perfume. ¡Puff!, ya todo estaba en orden. Metió la tarta al congelador para que se le formaran gotitas encima, y las copas en el refrigerador. ¡Todo quedó espléndido! Era su mejor receta, incluso sus amigas cuando la invitaban a una fiesta, le pedían que llevara una tarta aunque hubiese pastel; poco a poco la había ido perfeccionando.
-Creo
que se me hizo un poquito tarde, pero no quise perderme una rebanada de tu
tarta de limón. ¡Se ve deliciosa! –Fue lo único que dijo al entrar.
Sin mirarla a la cara ni mencionar su nombre, dirigió su mirada a la
mesita donde siempre saboreaban el postre. Y allá se dirigió. Ella tenía
cortadas las rebanadas, así que enseguida le sirvió la primera. ¡No iba
a ser la única! Lo vio comer esperando que se diera cuenta de las flores,
la música y de todo cuanto hizo para agradarle.
Apenas
había terminado de comerla sonó su celular. Lo notó turbado al ver quién
le llamaba; ella se hizo la disimulada cuando le dijo que contestaría en
la cocina. Lucía fue a acomodar el saco que Rodrigo había dejado al
descuido sobre una silla. Un sobre se asomaba por una de las bolsas
interiores. Lo abrió. Era una tarjeta con un dibujo muy sugestivo, tanto
como lo que estaba escrito atrás: “Ro, te estoy esperando… trae
mucha, mucha champaña”, y como firma unos labios estampados en un rojo
escandaloso.
Conteniendo
la rabia, regresó a sentarse; de la cocina llegaba su risa insinuante,
aquella que ella bien conocía cuando hablaba de amor…
-Era
de la oficina, me están esperando para la reunión –dijo cuando regresó
a la sala. Aún tenía las mejillas ruborizadas y los ojos chispeantes de
excitación. Se sentó y le pidió otra rebanada.
-Has
superado el grado de perfección al que me tienes acostumbrado, Lucía, te
quedó mejor que nunca.
-¿Si? ¿Te parece? ¡Pues llévatela a la oficina! –le dijo con voz melosa mientras le daba el saco, abría la puerta y lo mandaba al diablo. Cuando cerró fue a tirar el frasquito vacío de un poderoso laxante. Su sonrisa tenía un brillo especial. |
Ruth Pérez Aguirre |
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