Después de la lluvia |
No
bien salió la mamá de Bettina para ir a visitar a una amiga al hospital
cuando la inquieta niña dejó lo que estaba haciendo para correr hacia la
ventana y mirar lo que sucedía en el patio. La mamá la había dejado
haciendo la tarea y ordenándole que cuando terminara no saliera a jugar
hasta que ella volviera. Su hermano mayor, Jaime,
permanecería en casa para cuidarla, pero estaba en su cuarto
escuchando a todo volumen sus discos sin hacer caso de Bettina. De
pronto, comenzó a lloviznar y la niña se puso a hacer figuras en el
vidrio con sus dedos mientras les echaba vaho. Más tarde la lluvia arreció
y fue cuando pudo ver cómo su vecino y amigo de juegos, Fito, salía de
su casa tranquilamente con una pelota. Lo observó admirada jugando muy
divertido bajo la lluvia; así que no lo pensó más y decidió acompañarlo. Si
el hermano de Bettina le hubiera bajado el volumen a sus discos como la
mamá le había encargado hubiera podido escuchar las risas y gritos de su
hermana mientras jugaba con el vecino, que era más inquieto que ella, y
al cual le permitían hacer cuanto quisiera. La travesura llevaba ya más
de una hora cuando la mamá de Bettina por fin llegó a casa. La encontró
ensopada, sin zapatos y jugando a resbalarse en el pasto sin importarle
nada más, ni a ella ni al terrible Fito. La tomó de la mano y, cubriéndola
inútilmente con la sombrilla, la metió a la casa rápidamente. Le
ordenó que se bañara; después le dio una taza enorme de chocolate
caliente antes de mandarla a su cuarto como castigo sin salir para nada en
el resto de ese sábado. Bettina, aún con su bigote de chocolate encima
de los labios, sonreía muy divertida por la travesura tan divertida, y de
cuánto la había disfrutado. Nunca le permitían salir a mojarse y jugar
con la lluvia, en cambio a Fito le concedían cuanto le pidiera a sus
padres. Acostada
en su cama tomó un libro de cuentos y se puso a leer hasta que el sueño
la venció. A la mañana siguiente su mamá fue a despertarla para ir a
misa. Bettina aún no quería separarse de su cama, sin embargo era una
costumbre ir a la iglesia en familia cada domingo y sabía muy bien que
debía estar puntual. Se levantó y fue hasta la puerta para gritarle a su
mamá: “Ya
me levanté, mamita”. La
niña quedó sorprendida al no escuchar su voz. De nuevo se puso a gritar:
“Ya me levanté, mamita”, pero la voz se resistía a salir de su
garganta. Fue corriendo hasta el espejo para abrir la boca y ver si veía
su voz, pero no consiguió nada. Apresurada fue a vestirse para bajar a la
cocina y tomar su desayuno que ya estaba servido. Ahí se encontró con su
mamá, su hermano y su papá que platicaban animadamente. Ella intentaba
decir algo pero su voz nunca salía de su boca. Su familia estaba extrañada
porque siendo Bettina tan platicadora no había dicho una sola palabra en
el transcurso del desayuno. Comió
todo cuanto le sirvieron, más lo que había sobrado, para ver si de esa
manera recobraba su energía y su voz pudiera volver de nuevo. Aun así no
pudo hablar. Desesperada, subió a su cuarto, y sacando su pizarrón y sus
plumones escribió: “Mamá,
papá, Jaime, no puedo hablar, no sé dónde esté mi voz o qué le haya
pasado, o si se fue lejos de mí para siempre”. Todos
se rieron de la preocupación de Bettina. La mamá le frotó en el pecho
una pomada que olía de manera horrible, le puso un abrigo y fue a buscar
un jarabe para que lo tomara. Mientras, le decía: --Ay
Bettina, eso le pasa a las niñas desobedientes cuando no le hacen caso a
sus mamás y se mojan; tal vez tu voz decidió irse de tu cuerpo y entrar
al de una niña que sí cumpla con lo que se le pide. Bettina
estaba asustada, pero aún más porque tenía que tomarse ese horrible
jarabe durante varios días. Pero, en tanto, ¿dónde estaba su voz?, ¿qué
se había hecho que no la encontraba? Pues la voz estaba muy tranquila
durmiendo bajo las sábanas de la cama de Bettina, sólo que como era tan
cristalina y clara, la niña no podía verla. La voz se sentía muy mal
por la mojada que había recibido la tarde anterior y porque la niña
anduvo sin zapatos mucho tiempo, por lo tanto había pensado en reposar
todo el domingo para estar lista el lunes cuando tuviera que acompañarla
a la escuela. Durante todo el domingo Bettina no pudo hablar; en la iglesia no cantó porque su voz no se escuchaba. Cuando al terminar fueron a la casa de los abuelos a comer todos le preguntaban qué le había pasado al “lorito” que llevaba dentro y que ahora nadie podía oír. Más tarde la familia entera fue al cine y ni siquiera su risa se escuchaba. ¡Bettina ya estaba harta de su situación! ¡Había escarmentado! Ahora pensaba que jamás volvería a desobedecer a su mamá cuando le dijera que no saliera a mojarse, y para no tener que tomar ese jarabe que sabía muy feo. Además, era demasiado aburrido no poder hablar ni expresar lo que sentía, así que a partir de ahora sería muy buena con su voz pues comprobó que era muy delicada y tenía que cuidarla. A ella también debía respetar, igual que a las órdenes de su mamá. |
Ruth Pérez Aguirre |
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