Arte
Ruth Pérez Aguirre

Te vi por vez primera sentada en el diván
de un museo.

Enloquecí al instante ante tu belleza.
Mi corazón, lleno de júbilo, no quiso darse cuenta
de la frialdad de tu sonrisa.
No querías verme,
empeñada en mirar hacia un punto
donde no me encontraba.

Pasé frente a ti muchas veces
implorando por una de tus frías miradas.
No me importó que la gente me observara,
empeñado en conquistarte, en llenar mis ojos de ti,
desesperaba por verte salir de tu altivez.

Cargado de bellos pensamientos
te comparé con el nacimiento de una diosa,
pero tú eres aún más bella.

Quería hablar contigo, decirte en palabras
lo que por ti mi ser sentía;
tu pretendías no escucharme,
sentada ahí, como en un trono,
ausente, con la seguridad de tu belleza perfecta.

Eres una mujer fría, sin sentimientos,
Altiva
despreocupada de la sensibilidad que provocas.

Me perdí por tu gracia,
dejándome atrapar en tus delicados rizos coquetos
sujetados con una cinta.

Pedía tan sólo una de tus palabras,
pero tus labios sensuales,
en un esbozo de sonrisa,
permanecían semiabiertos,
suaves, increíbles… 
perfectos.

Tu cabeza recargada en una de tus manos
te daba mayor gracia y majestad,
tu piel tersa brillaba como el nácar.

Dejando a un lado mis temores,
no pude más y me acerqué,
toqué tu satinado brazo…
no te inmutaste,
me quedé asombrado al ver… 
que eras de mármol.
Ruth Pérez Aguirre

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