Arte |
Te vi por vez primera sentada en el diván de un museo. Enloquecí al instante ante tu belleza. Mi corazón, lleno de júbilo, no quiso darse cuenta de la frialdad de tu sonrisa. No querías verme, empeñada en mirar hacia un punto donde no me encontraba. Pasé frente a ti muchas veces implorando por una de tus frías miradas. No me importó que la gente me observara, empeñado en conquistarte, en llenar mis ojos de ti, desesperaba por verte salir de tu altivez. Cargado de bellos pensamientos te comparé con el nacimiento de una diosa, pero tú eres aún más bella. Quería hablar contigo, decirte en palabras lo que por ti mi ser sentía; tu pretendías no escucharme, sentada ahí, como en un trono, ausente, con la seguridad de tu belleza perfecta. Eres una mujer fría, sin sentimientos, Altiva despreocupada de la sensibilidad que provocas. Me perdí por tu gracia, dejándome atrapar en tus delicados rizos coquetos sujetados con una cinta. Pedía tan sólo una de tus palabras, pero tus labios sensuales, en un esbozo de sonrisa, permanecían semiabiertos, suaves, increíbles… perfectos. Tu cabeza recargada en una de tus manos te daba mayor gracia y majestad, tu piel tersa brillaba como el nácar. Dejando a un lado mis temores, no pude más y me acerqué, toqué tu satinado brazo… no te inmutaste, me quedé asombrado al ver… que eras de mármol. |
Ruth Pérez Aguirre |
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