Sentido y sinsentido
Jonathan Swift
La mayoría de las personas son como
alfileres: Jonathan Swift [1] |
Recorrer galerías, el silencio de las bibliotecas, descubrir el tiempo en los relojes, me llevaron desde adolescente a otra dimensión del poema. Vivimos ante el destino de fuerzas irracionales. La irracionalidad gravita en el mundo. Lo político, lo social, el arte se rodea de torrentes aniquiladores. Los dogmas, la demagogia, las dictaduras, el populismo, la imbecilidad, lo grotesco, el extravío asedian lo esencial. A esto le debemos sumar las democracias radicalizadas, las desigualdades del mundo, la multiplicación de influencia de los medios de comunicación, el populismo ordenado, los modelos icónicos y la guerrilla urbana tecnológica. Y por supuesto la iniquidad social. Parecería que lo mágico y lo religioso – en sus amplios sentidos, en lo más burdo de sus itinerarios – han ido impunemente corrompiendo, vulgarizando, embruteciendo, al ser humano. Nos negamos a ver lo tangible, una metamorfosis sistemática. No partimos de la nostalgia de lo sagrado, hablamos de los riesgos de la gratuidad. Los terreplanistas son un símbolo del dislate generalizado. Perdón ¿qué piensa usted de la generación millennial o de la generación Peter Pan? ¿Y de los Chicago boys?
Siempre tuve una visión mordaz de la realidad y de la creación. Eduardo Eiriz Maglione, crítico de la poco recordada revista Lyra en el balance artístico de 1948 en Buenos Aires consideraba que el "número abrumador de exposiciones", y la heterogeneidad de lo que se mostraba, ocasionaba que la oferta superara la demanda y que indefectiblemente provocara la desvalorización de la obra. Opinaba que "sin predominio de lo bueno", la pluralidad de la propuesta fomentaba "el mal gusto", perjudicaba al "verdadero artista" y desorientaba al público. No es casual que evoque las palabras de Maglione. Aquellos críticos como Julio Payró, Aldo Pellegrini o Cayetano Córdoba Iturburu – todos con formación humanística – percibían la obra de arte dentro de una dimensión integradora, donde lo sensorial y lo sensitivo se integran, nos integra. Esa es la mirada que sostengo, esa es la visión que focalizo como testimonio valorativo y, a la vez, como una corriente de expresión en un contexto social. Para Mallarmé nombrar un objeto equivalía a hacerlo desaparecer. Por eso llegó a concebir el lenguaje más como ocultación que como revelación. Para Unamuno nombrar las cosas por vez primera era volver a crearlas. Estos dos ejemplos que traemos a la memoria nos indican teorías, búsquedas de un mundo, de una alquimia. Hoy no ocurre esto en la mayoría de las expresiones artísticas. Hay un idioma babélico - en el mejor de los casos - una suerte de caricatura fonética, pictórica y creativa. La estupidez, la industria cultural, tomaron por asalto universidades, galerías, editoriales y críticos. Aquello que señalaba Heidegger de la identificación de la poesía y el lenguaje como una forma irrenunciable a la virtud comunicativa, el “estar en el mundo”, hoy no se entiende. Vivimos un mundo de exhibicionismo, un mundo en el cual no se diferencia realidad de espectáculo. Definiciones políticas o culturales las leo con estupefacción. El impudor crece sin límites. El arte ¿hacia dónde va? ¿Hacia su disolución, hacia una atomización, hacia una cultura de masas, producida por las masas y para lectura de las masas? ¿Hay una pérdida de sustancia, una desnaturalización estética? ¿Hacia lo mezquino de una literatura envilecida? ¿Un sentimiento que mantiene a una civilización en su órbita con prácticas regresivas? ¿El expresionismo abstracto de Jackson Pollock no tuvo - sin que él supiera- conexión con la CIA durante la guerra fría y la influencia absurda del realismo socialista? ¿Existen una vinculación entre decadencia social, fanatismo, conjura de la irracionalidad y ciertos movimientos culturales? ¿Debemos releer a Koestler, Camus, Orwell, Raymond Aron, Juan de Mairena? Perdón, ¿qué opinión tiene del poder y de la construcción del poder? De verdad se lo pregunto. En estos últimos tiempos surgen movimientos antisistema. Además de las exportaciones de revoluciones cesáreas o primitivas. Ante la crisis, ante las desigualdades, ante las injusticias sociales y políticas, ante la pobreza y la corrupción desde diversos lugares del poder los servicios hacen su juego. Vandalismo, barbarie, sandez. Recordemos que en 455 d.C. una tribu bárbara, llamada Vándalos, saqueó Roma. Hoy hay en los nuevos vándalos causas psicológicas, sociales, trastornos antisociales. Luego, la masificación genérica reaccionará y concreta lo suyo. Lo advertimos en Europa, en América y en otros lugares del mundo que hace unas horas resultaba inimaginable. Basta repasar desde los grotescos circos romanos hasta los brutales conflictos nacionalistas modernos, para horrorizarse de las atrocidades que los hombres cometen. Desde un punto de vista psicológico, la violencia sádica e insensata nos produce un profundo sentimiento de horror, confusión y pesadumbre. Este tipo de agresiones nos enfrenta a la trágica consecuencia del desprecio a la vida, la indiferencia hacia el sufrimiento humano. En definitiva la carencia de empatía, esa cualidad que nos permite ubicarnos con afecto y comprensión en la realidad ajena. Lo estremecedor de estos sucesos al azar es que rompen esquemas, hipótesis y expectativas sobre lo que debe ser una sociedad civilizada. Lejanas parecen aquellas palabras de André Gide: “El cuidado primordial del artista debe ser conservar intacta la integridad de su pensamiento”. No afirmamos que el caos de las economías y los conflictos sociales se relacionen automáticamente con las manifestaciones en el arte. Pero el mercado, la industria cultural, el lavado de dinero y demás yerbas sin duda influyen en esta suerte de problemática. Estamos en medio de El teatro de la desaparición, el ready-made, instalaciones postapocalípticas, lo post y pre humano, circuitos curiatoriales, sistemas cosmos de formas…Coincido plenamente con Avelina Lésper que el arte contemporáneo es un fraude. “El arte contemporáneo es el sueño del marketing”, señaló. Habla de mediocridad e idolatría. Nos estamos refiriendo concretamente al video arte, el performance y la instalación. El derecho a expresarse nos permite entregar ideas estúpidas, un despropósito, un dislate permanente. La masa aullando es categoría de rebeldía, de revolución. Otro día hablaremos de la estética urbana. (Hablamos del graffiti, del “arte visual callejero”. Recuerde: en el Imperio Romano ya existía. En latín vulgar, por supuesto. Los marineros y piratas también lo hicieron). Creo que es imprescindible poner el foco en la jerarquización y priorización de las diferentes disciplinas, el dominio de estructuras conceptuales básicas. Desde hace décadas – en los últimos tiempos de manera más descabellada - se busca en los diferentes planos de la creación, lo experimental o la innovación sin sentido. Lo importante es lo efímero o la repercusión, lo inteligible, la transmutación de palabras u objetos, las disociaciones e inconexiones esbozadas. Mentes sin pulir empujan hacia la incoherencia general. Y un público -snob o pedante, sin ilación racional- contempla, aplaude o calla. Y lo que es peor: interpreta desde lo extravagante, desde lo demencial. Tal vez unas palabras de Juan Ramón Jiménez nos ayude a comprender algo de lo cotidiano: “La literatura, depende, como escritura necesaria, de los ojos, lo mismo que la pintura, será decorativa, ingeniosa, externa, porque no está creando, sino comparando, comentando, copiando.” Ahora estoy ensayando un experimento muy frecuentado entre los autores modernos, es decir escribir acerca de nada. Jonathan Swift [1] Jonathan Swift, nacido en Dublín el 30 de Noviembre de 1667, fue un escritor, poeta, ensayista y religioso irlandés. Su obra Los viajes de Gulliver (1726) es conocida en todo el mundo y ha sido adaptada en numerosas ocasiones para la televisión y el cine. |
Carlos Penelas - www.carlospenelas.com
Buenos Aires, agosto de 2016
Editado por el editor de Letras Uruguay
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