Nueva carta a mis amigos |
Sobrevivimos, amigos, a los años del asco y la avaricia, al letargo que acosa la indiferencia, el tedio y la tristeza. Como los vagabundos o los idiotas hurgamos las naderías, los naufragios, las bellas palabras perdidas y desoladas en libros entrañables. Ahora, después de discutir los happenings, el pop art, el op art, los textos de Lenin, de amar a Los Beatles, de recordar las voces y las banderas rojas en la Visera, las falditas Mary Quart y otras marías, de señalar las intoxicaciones cotidianas, los retratos del Che, los cuentos de Cortázar, de olfatear el perfil programático recordando las mujeres receptivas de Antonioni desde el Lorraine o La Paz, la seducción y el santuario sesentista, la música de Luigi Nono, los textos de Camus, los cotos de la calle Corrientes, la música de Bach, los afiches rebeldes, regreso a mis orígenes. Siempre levantando banderas absurdas, discutiendo templos, escudos, monumentos, firmando contra la guerra de Vietnam, contra los populismos, contra los dictadores, hablando de Malatesta, de Voltaire, de Castelao, de milicianos gallegos reunidos en el Berna, anclado como un náufrago, ingenuo, evoco el mirador de Espenuca, una neblina que cae sin cesar en esta aldea olvidada. Despierto en antiguos jornaleros, sin memoria, en la luz tibia y densa de este bosque. Mis ojos han llorado lejanías que guardan el secreto desde siempre. Siento las presencias que huyen, el color suspenso, brumoso. Me penetra la ausencia en esta tierra suave, impenetrable. Los ojos miran la distancia. La llovizna mece bondad sobre estas piedras. |
Carlos Penelas
Compostela, septiembre de 2000
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