El misterio del cuarto amarillo |
En
mi infancia escuchaba hablar de todo. Se tomaba la sopa y se discutía
sobre el peronismo, la demagogia, la corrupción. O del dictador Franco,
nacido en Ferrol. Siempre había un tema de conversación en la sobremesa
o en las caminatas con mi padre. El honor, el individualismo, lo grotesco
de la existencia, la perversidad de las instituciones, el maquillaje de
las mujeres, la rutina del matrimonio, las escenografías eclesiásticas,
la barbarie y el libertinaje, la banalidad…
Mis
hermanos participaban con sus monólogos y sus puntos de vista. Cada uno
de ellos aportaba un dato, una secuencia, un lenguaje diferente. Aparecía
la ópera, la pintura, el cine, las revistas de humor, las historietas, la
fisonomía de la ciudad. Todo era un aporte para intentar cultivar la
inteligencia y las manifestaciones artísticas. Se hablaba de despojos,
del engaño sistemático del Estado, de las fachadas familiares, de la
improvisación, del mal gusto de una época en crisis. De la frivolidad y
la imbecilidad humana. Temas que vengo repitiendo desde distintas ópticas
en cada uno de mis columnas.
Me
maravillaban las historietas y la literatura policial. Tenía unos trece años
cuando comencé a frecuentar novelas, cuentos, relatos. Alternaba los
libros de Julio Verne y Emilio Salgari con los de Alejandro Dumas; Roberto
Arlt con Ellery Queen, Daniel Defoe con Agatha Christie. Más adelante, en
el profesorado en Letras, leyendo a Gogol descubrí un texto iluminador:
“Para que un relato o un cuento en general sea logrado, es suficiente
que el autor describa una habitación o una calle que le sean
familiares”. Con los años Gabriel Miró y Azorín complementaron una
estética transparente.
Una
vez escuché decir “esto es rocambolesco”. Me extrañó la palabra, y
además, no comprendí el término, su significación. Con el tiempo, al
hacer una investigación sobre el folletín, descubro a Victor-Alexis
Jonson du Terrail (1829-1871). Éste había sido el autor de Rocambole
una saga publicada entre
1857 y 1870. Rocambolesco era sinónimo de aventura fantástica. Ahí
descubrí (veinte años después como con Alejandro Dumas) que mi padre
mencionó esa palabra vinculada al país. También asocié a Astier, el
personaje de El juguete rabioso,
quien leía los cuarenta tomos de la obra publicada por du Terrail.
Rocambole,
huérfano y adoptado por una horrible y malvada anciana, será un villano.
Llegará a cometer crímenes a sangre fría. Luego caerá preso, se escapa
y conoce a Baccarat, una heroína. Junto a ella ayudará a pobres y
oprimidos. Sobre el final de su vida vivirá en un castillo junto a su
fiel sirviente y su perro Kid. El servicio secreto de Inglaterra lo llamará
cuando no puede descubrir algún caso secreto. Se llevará al cine en
1914, 1924, 1932, 1947 y 1962. Sin duda será el primer
héroe de la literatura folletinesca.
En
esa investigación que hice hace mucho tiempo también descubrí a Eugene
Francois Vidocq (1775-1857) un ser aventurero, enamoradizo, ladrón,
falsificador, que estuvo en varias ocasiones a punto de ser guillotinado.
Terminó creando
Asi como Rocambole fue creado por Jonson du Terrail, Maurice Leblanc creará al ser mágico de mi infancia: Arsenio Lupin. Éste actuará, como Rocambole, desde el lado incorrecto de la ley, será el ladrón de guante blanco, será el antecesor de El Santo. Por supuesto no es malvado y está inspirado en la mítica figura del anarquista francés Marius Jacob, creador de “los trabajadores de la noche” y del “ilegalismo pacifista”. Luego estará, entre otros, Fantomas, de P. Souvestre.
Cuando
en mi casa se perdía algo y no se encontraba mi madre solía decir:
“Pero éste es el misterio del cuarto amarillo”. Pues querido lector El
misterio del cuarto amarillo es una novela de Gastón Leroux, el mismo
que escribió El fantasma de la Ópera,
el mismo que cubrió como corresponsal los primeros tiempos de |
Carlos
Penelas
Buenos Aires, 6 de agosto de 2008
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