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Carlos Penelas
penelascarlos@yahoo.com.ar 

Yo soy un gran egoísta. Tan egoísta que lucho por la felicidad de los demás para que no me molesten.

Luis García Berlanga

No lo tome a mal, no deseo ser grosero ni ortodoxo. Ni populista ni monárquico. Usted sabe, fariseo lector, sostengo teorías aberrantes. Tal vez porque mis padres fueron campesinos de origen gallego, tal vez porque mi formación –formación que ya no existe – fue literaria, clásica, estética o porque colaboré muchos años con investigadores básicos, no conozco la obsecuencia. Ni la sonrisa insustancial, torpe, de clara felonía. Ni los aplausos o las pérfidas palmadas en la espalda. Gazmoños sin disfraces, los vemos sonreír y aplaudir sin rubor, sin bochorno. Descarados, diría mi madre. Tal vez, pensándolo bien, por todo eso y porque además conocí y me formé con maestros sólidos, íntegros; verdaderos humanistas. Sin dobleces, entonces. Y también porque conocí a viejos libertarios de mirada transparente, hombres que sabían disimular vicisitudes extremas, privaciones económicas. O porque los hombres del poder, desde niño, me parecieron patéticos. Los textos griegos, latinos e isabelinos lo corroboraron tiempo después.

Durante décadas el Partido Comunista señaló en una suerte de Inquisición del hombre nuevo, que todo aquello que no pasase por su concepción era reaccionario, agente del imperialismo o secuaz de la CIA. Y quedó la marca. Diluída, sin criterio, pero el halo sigue dando vueltas. Nacieron los mitos, las leyendas. Hicieron listas negras donde estaban Camus y Ionesco, Pirandello y Orwell. Se ocultaron datos de manera desenfadada, siniestra. Desde los campos de concentración o Gulag (qué no dijeron los camaradas de Solhzenitsyn) hasta los crímenes más absolutos en la Guerra Civil Española o en México. Pero los camaradas leían Novedades de la Unión Soviética y todo estaba en orden. El mal se hallaba afuera: en la Alemania nazi, en la España franquista, en la Italia de Mussolini o en el liberalismo inglés. Y naturalmente lo falso, lo espúreo, lo irracional, lo conspirativo, provenía del Pentágono. Entre nosotros – argentinos hasta la muerte - nacía el culto del bombo, se incrementaba la delación y los sindicatos se transformaban en burdeles. Y todo era idolatría y felicidad.

El politburó, mientras tanto, estaba ajeno al mundo. Era la Biblia, lo único digno, lo sagrado. Hasta embalsamaron a Lenin para cumplir con la tradición del culto a la muerte. Cientos, miles de documentos y antecedentes. Montañas de documentos, de contradicciones, de engaños. El pueblo, que nunca se equivoca, no escuchaba, no veía, no respiraba. Y paralelamente mártires, persecuciones, exilios. Insisto, hay bibliotecas enteras con fotografías, manuscritos, cartas. No se confunda, no sea mal pensado. Hoy todo es distinto. En esta tierra y en las otras. O viceversa. Nos basta ver con quienes están, a quienes acompañan en estos días.

Es así. Hay mapas genéticos, trabajos sucios, torniquetes. En política, digo, no se confunda. Hay segmentación, retórica, montaje. Comportamientos enigmáticos y de los otros. La imbecilidad, la torpeza, la ignorancia, nos empuja de manera fenomenal. Poco y nada es lo que va quedando. ¿Siempre fue así?

No deja de ser atractivo ver como se mueve el Estado. Nuestro Estado y los otros, ahora y en el pasado. El Estado y los obsecuentes que crecen sin piedad y sin rubor. Aquí y en otras partes, reitero. A jugar al Gran Bonete. Ya lo señalaron los griegos y los latinos, todo está en sus páginas, en sus obras. En verdad no se diferencian mucho, depende las circunstancias, las aberraciones de turno, los caballeritos que se arrastran en nombre de lo que sea. Podemos hablar de Turquía, de Arabia Saudita, de Irán, de Wall Street. De Vladimir Putin, de Fidel, de Chávez o de Kim Jong-un. Del duque de Edimburgo, del Generalísimo Francisco Franco por la Gracia de Dios o del Primer Trabajador, líder de los descamisados. De los héroes mundiales, de los héroes latinoamericanos, del Santo Padre o de los ideólogos revolucionarios que piensan desde Londres o desde París el hambre de los desheredados, de los explotados, de los indignados. Y de los salvadores que hablan de los pobres pisando alfombras rojas, con oro en arcas secretas y estelas funerarias. En fin -desaprensivo lector- todo, absolutamente todo es posible desde la óptica de nuestros césares. Mientras, a engordar las arcas de nuestros bolsillos, en nombre de la patria. En nombre de la patria, no se olvide. Y lo peor es que los admiramos, los veneramos y los pensamos inmortales. (Sin palabras fervorosas, tilingas o alambicadas: espero que este artículo no sea incluido en la ley antiterrorista. Uno nunca sabe.)

Le recomiendo, amigo lector, que analice el cine de Harun Farocki. Que vea dos veces Wie man sieht (Cómo se ve). La historia técnica como una sucesión de fases de automatización. Y no digo más.




"…desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla.”
 

Carta de Niccolò Machiavelli a Francesco Guicciardini, mayo de 1521

Carlos Penelas  / Buenos Aires, mayo 2011
penelascarlos@yahoo.com.ar 
http://www.carlospenelas.com    

 

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