Los deseos imaginarios de Cataluña
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Parecería ser que el ser humano siente una necesidad de creer en
algo. En la pata de conejo, en la Santa Inquisición, en la
Virgen María, en Mugabe o Castro, en Maduro o Gandhi, en los
mitos revolucionarios y las revoluciones cesáreas. No importa en
el fondo lo filosófico, para las muchedumbres no necesariamente
fueron ideologías perversas el nazismo, el franquismo o el
fascismo. Los crímenes de Hitler no están lejos de los crímenes
de Stalin. Las propuestas son diferentes no las muertes, no los
campos de concentración. Lo esencial es formarse un relato, una
historia en torno a un líder, a una leyenda, a una ilusión.
Después se puede cambiar. Se puede cambiar burocratizando el
pensamiento de otra manera, con el suicidio -si estamos muy
enfermos-, con una nueva proclama renovadora, clara,
imprescindible, irracional. Los catalanes no escapan a la teatralidad. Como no escapan los alemanes, los franceses y mucho menos los argentinos o los pueblos latinoamericanos. Necesitan tener un sueño. Puede ser el sentido precolombino de lo mítico o el paraíso terrenal del hombre nuevo. Es el ojo ciego de la mirada, de la cual nos hablaba Freud. Por eso en las últimas horas –para volver a la enajenación y la alienación- los compañeros Puigdemont y Junqueras pactaron reglas de “juego limpio”. La desazón es de sus seguidores, que no quisieron ver, que no pudieron ver, que niegan lo evidente. Se diluye el sueño de la república prometida; uno refugiado en Bélgica, el otro preso en Madrid. Sólo queda tela para el fanatismo, la irrealidad, lo imaginario. Necesitan alentar el nacionalismo – de eso viven, como se vive de los pobres, de los humildes, de los hambrientos – necesitan prometer la independencia, los sobornos, las fachadas, centrar el discurso contra la derecha. Ellos, naturalmente, son progresistas, de izquierdas, con sentido libertario. Lo cuestionan todo en nombre de otro poder. Generan una trampa en la que cayeron. Huelen, no son tontos, el fracaso del proceso separatista. Hasta aquí una lectura rápida. Hasta aquí – para que se entienda – sin apoyar a un gobierno, a un partido político, a una ideología determinada. Sabemos, de sobra, del desgaste y corrupción del actual gobierno, de un partido que arrastra la carga de la decadencia, pensando algunos de sus cuadros que tal vez es demasiado tarde para cambiar estructuras. Sin recalcular votos, emociones o paradojas de la historia, está claro que el camino del nacionalismo, de izquierda o de derecha, siempre tiende al fascismo, a lo irracional, al sueño hegemónico. Hay un pensamiento único que poco a poco fue imponiendo el independentismo en Cataluña, una práctica de acorralar al castellano en la enseñanza, a tergiversar la historia, que generó bases falsas para interpretar lo cultural y lo geográfico. También es una advertencia para todos los españoles: no observaron los movimientos internos de una sociedad, los espectros del nacionalismo y del fascismo, que la alcaldesa Ada Colau es aliada de Podemos. Sin caer en el delirio o el desatino, saber que Zimbabwe es un símbolo, un ícono. Y que Inglaterra no está tan lejos. Como Austria y la propia Bélgica. Lecturas, amigo lector, que vale la pena profundizar. |
Carlos Penelas - www.carlospenelas.com
Buenos Aires, 17 de noviembre de 2017
Editado por el editor de Letras Uruguay
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