Limay |
Aquí estamos, padre,
Emiliano y yo convocados en tu sueño a orillas del único río que amabas sin consuelo. Hemos dejado atrás la soledad y la congoja. Debes estar en algún lado del misterio. En la corriente desenvuelta y cautiva, en el invierno áspero, en la sequedad del polvo. ¡Oh, vientos del sur devorantes de noches! Mi voz es sorda en estos arenales, en esta mudanza errante entre patos silvestres y árboles desnudos. Mi voz es una ausencia de dolencias y ocios. Pero es bella la tarde en esta orilla de transparentes cielos y pastos amarillos. El aire me enfría la cara y las manos. Y la soledad es espléndida al lado de mi hijo. Sobre pastizales, la aturdida planicie de una luz ausente en el milagro de pájaros alzados. Vamos callados, sonrientes, entre la tarde y la transparencia de Lisandro. Hemos venido a encontrarnos en esta morada sin ribera donde el alma busca el desahogo. A lo lejos un caballo, ovejas, la intemperie. Aquí el río ascendente, perdurable velando la llanura, la indolente memoria de la patria. ¡Y el aura helada del río entre nosotros! Río Negro, junio de 2002 |
Carlos
Penelas
El aire y la hierba
Buenos Aires, 2004.
Ediciones del valle.
Prosa.
Gentileza: http://www.carlospenelas.com/
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