El fútbol es sagrado |
Usted
le tiene fe al María Mater
Ecclesiae? ¿Es simpatizante, hincha o barra brava de éste equipo?
¿Conoce su historia, la superstición de cada jugador, sus cábalas? ¿Piensa
que Pues
bien, para muchos El Banco del Espíritu Santo aparentemente no intervino en ninguna publicidad pero colaboró con su mirada celestial. Una de las canchas auxiliares al Oratorio de San Pedro formará parte de la efemeridografía. Otro equipo: el Colegio Tiberino que intentó pasar a cuarto de final en el Grupo A. Los nombres de los seleccionados son infernales, zigzageantes: Pontificio Seminario Gallito, North American, Pontificio Seminario Romano Maggiore, Universidad Lateranense, Redemptoris Mater - este último un equipo con letanías. La copa tiene forma de sombrero como los que lucían los seminaristas hasta los 90, con dos botines al pie. Un hallazgo bíblico, un emblema de la globalización. También participa un equipo cuyo nombre nos produce escalofrío: Legionarios de Cristo. Conservadores en el juego, dicen. Cuatro, cuatro, dos, dicen. Sin pecado concebido, dicen. Hay banco de suplentes, entrenador, director técnico. Los seminaristas de Antioquia, los nigerianos y los colombianos parecen que dan que hablar. En el campo Cardinali Spellman - una leyenda como el Maracaná - es la cancha principal del Oratorio de San Pedro. Al entrar casi todos se persignan, otros besan el césped, ingresan por lo general con el pie derecho. Entran corajudamente. De afuera se escuchan los gritos de aliento, las hinchadas no tiran papelitos pero despliegan rezos, miran al cielo y entonan cánticos que no se parecen a los gregorianos. Códigos. Se
escucha: tocando de primera, distribuyan la pelota, vayan por las
puntas, se marca a presión. En el Colegio Marista se hizo una especie
de concentración con un almuerzo balanceado: pavo. El cocinero fue el
padre Ignacio, Ignatius si usted conoce algo de latín. Hay
sobrenombres, motes. Todo con beatitud. Algunos,
devotos de Un gol; el jugador levanta el puño derecho. Estatura canónica. Maradona, susurran. Admite, el goleador mira y admite. Pero hay más. Va hasta la platea y lo grita. Las matracas y los redoblantes hacen lo suyo. Está filmado: matracas y redoblantes. Describo, cuento aquello que leí y pude ver. Poco, poco. Y la gente corea, se abraza, se besa, tocan el cielo con las manos. No hay insultos, no hay laicos ni ateos ni desvergonzados. Reina la pulcritud, la pureza y el balón tiene algo espiritual, algo mágico. Impoluto, angelical, asexuado. Ninguna relación con el Mundial de Fútbol Gay que se hizo en Buenos Aires. Acá no hay maricas ni travestis ni onanistas. Ni monaguillos ni prostitutas. (Estoy seguro que ninguno de ellos vio Sin techo ni ley de Agnés Varda ni Nadie sabe de Hirokazu Kore-eda. Tal vez me equivoque pero no creo, no creo.) Hay tarjetas amarillas, no por el color de la bandera del Vaticano. Crearon una tarjeta azul, una tarjeta intermedia. Hay spray, ídolos, ritos. También algunos periodistas, devotos, moralizantes. No hay denuncias de proxenetas aunque el nombre de Marcial Maciel da vueltas en el campo de juego y sus alrededores. Silencio de monasterio. Los jugadores son, además, alumnos destacados. Estudian filosofía, teología, bioética. Algunas camisetas llevan el auspicio de Lotto en el pecho. Obediencia debida. Al finalizar el encuentro se siente el olor a transpiración, no a santidad. No se sabe por qué pero muchos seminaristas brasileños no fueron convocados. En algunos el resentimiento se hizo ver. Culpas, algunos golpes beneméritos. Confesionario y a verlo todo detrás del alambrado. De Darwin no se habla. Ni de Galileo. Hay
fotos en los colegios de los muchachos. Alguien dice: yo no estoy para
hacer banco. Aunque parezca
mentira algunos les agrada la cumbia villera. Citan a Messi y a Carlitos
Tévez. Saben que mañana les espera los abdominales, los piques, las
carreras cortas, la elongación. Las duchas son como las de Afuera, en los jardines, se escuchan los grillos. Moralejas eclesiásticas. Que Dios te bendiga, acotan al retirarse. El encargado del bufet les pregunta sobre el resultado, cómo jugaron, cómo están. En el bufet hay un bello crucifijo, grande, detrás de la caja, arriba del mueble de las gaseosas. Sutilezas, panoplias, platerías. Felizmente,
desde el día en que nací, soy
de Independiente, de los Diablos Rojos. Como toda mi familia:
padres, tíos, hermanos, primos. En la cancha aparece un fana disfrazado
de diablo y en la popular una bandera lleva con claridad un número
amenazante: 666. Una vez -hace años- pisé ese césped, caminé lo místico.
Un proceso de levitación. No hay iglesia que nos ampare, me digo. Tal
vez de allí el agnosticismo; de esas banderas rojas, de esa gente
voluptuosa, de esos seres indolentes (como yo) que se emocionan en ese
templo pagano, ateo, que sólo tienen fe en Lucifer. El de la visera, el
de |
Carlos
Penelas
Buenos Aires, febrero de 2008
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