Diario interior de René Favaloro |
Vuelco en el papel y hago público
lo que generalmente sólo se dice en el secreto murmullo, a media voz,
como las pequeñas naderías de la vida literaria, conocida por todos y al
mismo tiempo censurada. Suspendo el vínculo de complacencia indulgente
que entablan unos y otros, a título de revancha, y que constituye el
fundamento ordinario de la vida social. |
En términos más universales, Favaloro intentó por momentos, en la intimidad, denunciar a los dueños del monopolio de la objetivación pública. Revela el poder, y el abuso del poder, haciendo volver ese poder contra aquel que lo ejerce, simplemente por una estrategia de mostración. Enseña el poder científico enfrentándolo con el poder que la ciencia médica ejerce cotidianamente contra cada uno de nosotros. Detrás la industria que él necesitaba y maldecía, esa industria que posee el monopolio de la difamación legítima. Aliada a los políticos de turno, al periodismo de investigación y al otro. Una paradoja de base: profesiones poderosas compuestas por individuos frágiles. Mentecatos que se quiebran en sus carreras y también en sus conciencias. Y otra paradoja: se vuelven peligrosos, terminan transfiriendo su dolor hacia fuera, bajo la forma de la violencia o el menosprecio. Uno de los emblemas de Favaloro es ofrecerse como una suerte de arquetipo, de manual del combatiente contra la dominación simbólica. Pero lo ejercía muy cercano al poder. Allí su lucha, su contradicción, su deseo de destrucción y de hacer, de acusar y de acción, de rodearse en el mismo poder, donde los hombres manipulan las estructuras cognitivas. No resulta nada fácil –en verdad es imposible– enseñar técnicas o normas o lecturas en el ámbito prostibulario. Quiso desenmascarar sin los espacios históricos necesarios. Por eso reúne la provocación para tornar visible aquello que sólo la intuición o el conocimiento permite presentir. Por eso queda solo. Sus allegados más próximos en los que él confiaba les interesaban el bienestar, el stablishment, el poder. Trágicamente construyeron lo contrario, las sumisiones y los conformismos ordinarios. Descubre entre sus allegados, sobre el final más que nunca, el oportunismo de cada uno de ellos. Siente que todo puede simularse –él no escapa a esta situación– incluso el vanguardismo y la trasgresión. Los científicos y médicos que René Favaloro parodia en sus breves y hondas confesiones son el conformismo del anticonformismo, el academicismo del antiacademicismo. Siente y mastica la astucia, la perversidad, la envidia. Detecta que introducen a sus espaldas trucos cínicos. Y entonces denuncia los beneficios intelectuales ligados a los mecanismos de la economía, del poder social, de la representación, de los intercambios. Pero él es eje de esa perspectiva dentro de un universo que se parece mucho a lo que desea destruir. Lo notable, ahora sí, lo dramático, es que es un médico a la antigua, formado a la antigua, que se siente amenazado por los nuevos tiempos, por la nueva corrupción e hipocresía cotidiana. Siente que sus colegas son la encarnación de la sumisión al mercado que él mismo impulsó. Por eso denosta a burócratas, presidentes de pacotilla, sellos de goma de institutos sumisos y entregados al negocio sucio y vil. En esa batalla descubre poco a poco que él mismo es parte de esa coyuntura histórica. Intentando revelar, develar y desenmascarar al otro se descubre en el espejo. |
Nuestro problema es cultural y ético. Es el sistema el que no da más.
Todo se agotó. La creatividad para enfrentar a la crisis. Siempre admiré
en él su energía ejecutoria. Desconfiaba del despotismo burocrático, no
tenía confianza en la gestión de los gobiernos. Buscaba hombres ideales,
a su medida, a su esfuerzo. Por eso su afecto por los agricultores, los
chacareros. No por los representantes de las sociedades que planifican el
robo y el saqueo. A los seres humildes, desdichados. Recuerdo esta frase
de Goethe: “Dos viajeros que parten de puntos alejados, se encaminan a
igual destino y se encuentran a media jornada, suelen acompañarse mejor
que si hubieran comenzado juntos el viaje.” |
No eres tú, muerte grave, ave
de plumas férreas, |
Pablo
Neruda Mi formación fue a través de mis padres y hermanos. Ellos me guiaron con el afecto y la pasión hacia la búsqueda de la belleza y la rebeldía. He contado en más de una oportunidad que mi padre cuidaba cabras y ovejas de sus amos cuando apenas tenía seis años. Llevaba consigo una hogaza de pan en el morral que le dejaba su madre y la honda de Goliat que su padre le había enseñado a usar para defenderse de algún ladrón o cazador furtivo. Y de los lobos. Horas en el monte, solo, hasta que lo recogía mi abuelo Pedro, que venía cansado con su azada al hombro de otra finca vecina. Mi padre al llegar aquí se formó con obreros anarquistas. Allí comprendió en verdad el exilio, el hambre, la injusticia social, los movimientos revolucionarios. Zola, Kropotkin y Shakespeare le ordenaron una nueva sensibilidad y una nueva visión de la vida. De mis hermanos, la música, el cine, la pintura, el teatro. De todos la necesidad de conocer, de formarse, de trabajar, de emular a los hombres de bien. Y de mi madre el amor a las plantas, al orden del hogar. Cuando publiqué mi primer libro se me abrieron nuevos horizontes: González Tuñón, Juan L. Ortiz o Ricardo Molinari fueron hombres que respondieron con generosidad a aquellos primeros poemas. Pero fue la figura de Luis Franco la que orientó y cambió mi destino. Se transformó en mi juventud en un ser fundamental, no sólo por lo literario sino también por su trayectoria ética. En
1978 publico Conversaciones
con Luis Franco, libro que dos editoriales habían rechazado por
temor a la dictadura militar. Luego de varias discusiones, decidimos
editarlo por nuestra cuenta. Un grupo de amigos nos ayudó a financiarlo.
Es allí cuando en un programa de televisión veo a un médico, a un cardiólogo,
que afirma con énfasis que los jóvenes deben leer a dos escritores
fundamentales de nuestro país: Ezequiel Martínez Estrada y Luis Franco.
Días después le alcanzo mi libro. A los dos meses me llama su
secretaria, Graciela Cordero, para decirme que el doctor deseaba conocerme
personalmente. Después de esa primera entrevista, que duró casi dos
horas, comenzó nuestra amistad.
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Editado por el editor de Letras Uruguay
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