El deber anárquico |
No
creo en ustedes, patriotas, guapos y politiqueros. En febrero de 1934, en un escrito publicado en Tierra y Libertad, Diego Abad de Santillán señala: “Nuestra revolución quiere transformar a cada individuo en el constructor de su propia vida. No queremos ser redentores de nadie y nuestro anhelo se cifra en romper las ligaduras que impiden al hombre ser dueño de sus acciones, de su pensamiento y de su voluntad”. El poder corrompe siempre. Mixtifica y aparenta, a veces, desaparecer. El tiempo se transforma en degradación o cataclismo. Hay un intercambio de lugar y de ocultación de elementos. González Prada escribió a principios del siglo XX que “ no hacemos la apología de la especie humana”, En estas coordenadas la inserción virtual del tiempo en la visión del objeto es ambigua. Hay un tiempo para nada. Generación tras generación jugando al Gran Bonete, estructurando hombres imbéciles, pueblos sin conciencia sometidos a líderes, héroes populares de baja estofa, por el juego o el alcohol. Es fácil: una educación absurda, una cultura de excluidos, una sociedad que reconoce la hipocresía y el crimen desde el egoísmo. De ahí que vemos el mundo según el Poder nos dice que es: apreciamos la vida según el espectáculo onírico o irracional que nos presenten. Los dioses nuevos que quieren entronizar son dioses que aún no hemos vencido. De allí la importancia de La Orestíada de Esquilo, que nos permite comprender con claridad que la historia es fluida, al servicio de los hombres. En ella encontraremos, como afirma Roland Barthes, “una marcha de la historia, un levantamiento difícil pero indiscutible de las hipotecas de la barbarie, la seguridad progresiva de que el hombre es el único que posee el remedio de sus males…” |
Hacia
el año 820 el autor de los Antirréticos, Nicéforo, patriarca
de Constantinopla, Padre de la Iglesia iconódulo exiliado por León V, el
emperador iconoclasta quería en cierto modo asumir plenos poderes,
ignorando así una distinción entre lo temporal y lo espiritual, del
Imperio y la Iglesia. Nicéforo veía en esta actitud, en la iconoclasia
eso a lo que hoy denominamos “tentación totalitaria”, unida a un
enmascaramiento de la empresa divina de la redención. Mediación entre el
cielo y la tierra, representación de lo absoluto, algo negociado entre el
hombre y Dios. Gustave Flaubert (1821-1880), el genial autor francés de Madame Bovary (1857), escritor de método analítico, de estilo llano y conciso, escribió una carta a Madmoiselle Levoyer de Chantepie, donde manifestaba: “Se sorprende usted del fanatismo y de la imbecilidad que le rodean. Que uno se sienta herido lo comprendo, pero que lo sorprenda eso sí que no. Hay en la humanidad un fondo de estupidez que es tan eterno como la humanidad misma....” Más adelante agrega: “....lo que niego es todo aquello que se refiere a la inteligencia de las masas, sé lo que nos espera....en cuanto a la zona bajas del cuerpo social, nunca llegaremos a elevarlas. Hay que consolarse y vivir en una torre de papel.” Y a George Sand en 1866: “...hay un único mal que nos aqueja: la estupidez. Pero es una estupidez formidable y universal. Cuando se habla de embrutecimiento de la plebe, se habla en términos injustos e incompletos. Conclusión: hay que ilustrar a las clases ilustradas. Empezad por la cabeza que es la parte mas enferma, el resto, que es inútil para la mayoría, seguirá.” Discutible, sin duda, pero para polemizar a fondo. La humanidad recorre el camino entre equívocos, malos entendidos y sombras cósmicas. No olvidemos aquellas palabras de Pier Paolo Pasolini: “Usted no entendió nada porque es un hombre-medio. Un hombre-medio es un monstruo, un peligroso delincuente, racista, conformista, esclavista, indiferente a la política.” El fondo de la cuestión siempre es la misma. Entre la tierra y el cielo, sordera y aquelarre. Una vez más debemos reiterarlo, hasta el cansancio. La erudición sólo es válida si ayuda a esclarecer el conocimiento real que hizo del antropoide un hombre. |
Carlos Penelas
Gentileza: http://www.carlospenelas.com/
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