De lo visible y lo invisible
En nuestro país, la mentira se ha convertido no sólo en categoría moral, sino en un pilar del Estado. Alexander Solzhentsyn |
Desde antes de nuestro nacimiento estamos rodeados de mitos, leyendas, falsedades, crímenes, guerras y demás yerbas. Al crecer nos inundan con creencias, relatos, instituciones, banderas, líderes, patrias y voces laberínticas. Caro lector: no se entiende la política sin la religión.
Podemos tomar diversos caminos. El más
sencillo es el asesinato. Desde un púlpito – laico o religioso – nos
suelen hablar de moral, de ética, de humanismo. Y proponen la
justicia, la igualdad, el esfuerzo, la solidaridad, el
comportamiento cotidiano en base a la paz, la nobleza, la lucha
contra el hambre, contra la pobreza. A veces hasta nos hablan de
educación, de cultura, de ciencia. Lo cierto es que vivimos rodeados
de ignorancia.
Hubo un caballero cuyo nombre cayó en
el olvido. El hidalgo se llamó Mastro Titta. Con su mujer pintaba
sombrillas que vendía a los turistas que recorrían Roma. Tenía, por
supuesto, otro trabajo, era funcionario del Vaticano. Trabajó bajo
las órdenes del Papa Pío VI desde los diecisiete años. Pudo
jubilarse a los ochenta y cinco bajo el Papado Pío IX. Una pensión
considerable de treinta escudos anuales. No era poco en 1865.
Giovanni Battista Bugatti es el
verdadero nombre de Mastro Titta. Desde 1796 hasta 1865 fue el
verdugo del Vaticano. O si usted quiere, el verdugo del Papa. O el
verdugo de los Estados Pontificios. Dejó, para algunos, cerca de
ochocientos decapitados; para otros, quinientos dieciséis. Lo hizo
de a uno y a la vista de la buena gente. Leamos un fragmento de
Javier Sanz.
“Era un hombre corriente, tranquilo.
El día que tocaba muerte se levantaba con la fresca, se ponía su
capa roja y cruzaba el puente de Sant’Angelo, sobre el Tíber, para
ir al trabajo. El cadalso estaba situado habitualmente en la Piazza
del Popolo o el Campo dei Fiori. No, nunca hay nombre apropiado para
el lugar de una ejecución. Tras finalizar, se volvía a su barrio,
del que no salía nunca porque lo tenía prohibido. En parte por su
propia seguridad. La frase “Mastro Titta passa ponte”, quedó en Roma
para referirse a una ejecución anunciada.
Era un tipo versátil. Durante su
carrera profesional utilizó varios métodos: la maza, con la que
aplastaba la cabeza del reo, el hacha o la horca. Cuando las tropas
napoleónicas entraron en Roma, en 1798, trajeron con ellas la última
tecnología en ejecuciones, La Guillotina, a la que Bugatti, como
buen profesional, no se pudo resistir. De hecho, fue durante el
periodo de dominación francés del Vaticano cuando el trabajo del
Mastro Titta se multiplicó. A los delincuentes comunes se añadieron
los políticos. Y bien es sabido que cuando empiezan a brotar, los
presos políticos se multiplican por algún motivo que no logro
entender. A pesar de todo lo anterior, la mayoría de los testimonios nos dicen que el Mastro Titta no era un psicópata, no disfrutaba matando, sino todo lo contrario. Procuraba ser lo más profesional posible, ejecutar rápido y evitar el sufrimiento del condenado. Les trataba de forma amable (no sé qué da más miedo) y era delicado con ellos en tan difíciles momentos. Varios grabados nos lo muestran ofreciendo tabaco al reo o unas palabras de aliento. De hecho, a él le gustaba usar la palabra pacientes para hablar de los ajusticiados y tratamiento para referirse a las ejecuciones. La masa aplacaba sus peores instintos a la vez que el príncipe exhibía su poder. En este caso el poder, temporal, del Papa. Había cosas para las que la excomunión y la condena a los infiernos eternos parece que no era suficiente.
Cuatro años después de su jubilación,
en noviembre de 1868, se produjo la última ejecución en Roma, a
manos de Antonio Balducci, que fue aprendiz del Mastro Titta durante
años. Ignoro si don Giovanni acudió y pudo sentirse orgulloso del
trabajo de su pupilo”.
Sabemos, estimado amigo, que la pena
de muerte fue mantenida por los Estados Pontificios hasta 1969. La
última ejecución data de 1870. Ahora, el Santo Padre, la acaba de
derogar. Estamos en 2018. Un avance progresista, que tiene su
trasfondo. Averígüelo usted, no tengo por qué decir todo.
No recordaremos al Santo Padre que
tenía un elefante como mascota ni a Juan VIII ni a Juan XII o la
silla gestatoria. Tampoco los Evangelios apócrifos o las
indulgencias. No hablaremos de la Inquisición en América, ni de los
Antipapas. Otro tema que no trataremos es el de la pedofilia en
Irlanda, Estados Unidos, Alemania y Chile, de La legión de Cristo,
de la responsabilidad de Juan Pablo II y de Benedicto XVI al haber
encubierto el abuso sexual infantil. Hablamos de sexo anal y
penetración oral a niños de tres a doce años. Seminarios y
orfanatos, caballeros. Entre nosotros el famoso padre Grassi y su
Fundación Felices los Niños. No está preso hasta la fecha. Y mucho
menos recordaremos lo que ocurre con las Hermanas Misioneras de
Nuestra Señora de África violadas con total impunidad por sacerdotes
y misioneros. Desde los años noventa hasta hoy se viene denunciando
ante la Santa Sede. (Se acusaron, en estos días, a trescientos
sacerdotes por pedofilia en Estados Unidos). Hay bibliotecas
enteras, documentación en todo el universo. Y más allá.
Pero vamos a los asesinatos concretos
y acreditados. Con guadaña, hacha y cuchillo. Los prelados se
solazaban en el lodo, en lo más abyecto. He aquí una verdad
irrefutable. Los primeros aparecieron con Agustín de Tagarte
(345-430). Seguimos, respire hondo. Teodosio (382), Cirilo I,
verdugo de Hipatia (415), Concilio de Clermont (1095), Papa Urbano
II con su frase enigmática: “Dios lo quiere”. En 1184 - lo anterior
fue el preámbulo- se crea la Inquisitio Haeretiace Pravitatis
Sanctum Officium. Vulgarmente conocida como Inquisición. En 1542 el
Papa Paulo III da a conocer el célebre Licet ab initio. Hay más.
Llegamos al Banco Ambrosiano, al Banco del Espiritu Santo, a la
Banca Cattolica del Veneto, a Michele Sindona o al cardenal Paul
Marcinkus. Sin mencionar la muerte de Albino Luciani -Juan Pablo I-
el 4 de octubre de 1978. La Santa Sede todavía no ha investigado su
defunción. El estalinismo, el franquismo, el fascismo, el castrismo, el chavismo, el nazismo, dictaduras nacionalistas, populismos, frentes de liberación, tercermundistas y de las otras, nacen de este mundo maravilloso. En cada religión encontrará estas semillas. Inmaculado todo: el fin justifica los medios. Campos de concentración, cámaras de gas, torturas, secuestros, profanaciones, impunidad. Siempre en nombre de la revolución, siempre en nombre de la libertad. Luego se mezclan, se oponen, se olvidan, se elevan, se bendicen, se maldicen, se transmutan, se recrean, se frivoliza. Pero ya no tengo ganas de seguir escribiendo. Usted comprenderá, usted comprenderá. Déjeme paso. |
Carlos Penelas - www.carlospenelas.com
Buenos Aires, agosto de 2018
Editado por el editor de Letras Uruguay
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