Cuentos de Navidad |
Gracias a Dios, querido lector, hay temas que nos unen. No dudamos, por ejemplo, de la seriedad y el sacrificio que realizan nuestros legisladores. No dudamos, gracias a Dios, de sus gestos patrióticos, sus esfuerzos, sus gustos por determinadas cenas y banquetes. A veces, es verdad, parecen pagados de sí mismos. Al votar nos da una cosa que parecería que no tuvieran escrúpulos ni vergüenza. Al verlos escurridizos en ciertos restaurantes reservados, encorbatados, con zapatos finos y miradas lúcidas llegamos a desconfiar. Pero son instantes, sólo instantes. Gracias a Dios están ellos y no los militares, los curas, los empresarios, los grandes trust internacionales, el lavado de dinero, el Pentágono o los sucesores del estalinismo. Ellos pueden controlar a la policía, el comercio en negro, el lavado de la droga y los negociados de los otros empresarios; los sindicalistas, digo. Gracias a Dios todo está en orden. Los populistas siguen siendo populistas, los profesores de historia desconocen Historia, nombramos la Carta del Lavoro y nadie sabe de qué estamos hablando. El salario de los jueces, el de los fiscales y el de los gobernadores. Las escuelas, las huelgas, los hospitales, el hambre, la desocupación, las mafias, los cuarteles, la publicidad, el paco, los ministerios, las señoras legisladoras peripuestas y pavoneándose como quinceañeras, los intelectuales de televisión, los periodistas de política internacional, los jugadores de fútbol y las botineras… en fin todo marcha como Dios manda.
El problema del burgués y el lumpen es que se conozca, que sepa de su estupidez, de su falta de valor, de su vitalidad corrupta y egoísta. Eso no lo debe saber nunca. El otro es el corrupto, el subversivo, el avaro o el cornudo. El otro, yo no. El individuo aspira a la moral y es básicamente inmoral. Por eso los políticos tienen aire de cinismo y de arbitrariedad. Como los profesionales, los comerciantes o los ladrones. O los directores de cementerios o de las academias de peluqueros. Se sienten felices cuando cocinan a fuego lento su felicidad, cuando le planifican vacaciones, jubilación, enfermedades, hoteles, cementerios: las normas a seguir en una sociedad pornográfica. (Todo no es así, Penelas, todo no es así. Parece que usted no quiere ver otras cosas.) Sí que veo seres que se sacrifican, que luchan por un mundo mejor, que dan todo para la humanidad y para el otro. No son tantos, no son tantos. Bueno, déjeme hablar desde lo emocional, como Danton. En el fondo creo que nadie en el mundo se hace muchas ilusiones respecto a la sustancia política de las elecciones ni a los Premios Nóbel de la Paz o de Literatura. La humillación simbólica tiene lo suyo. Las conquistas sociales parecen ser fases de una neutralización que no cesa. De ahí el delirio de muchas respuestas de izquierda y el acartonamiento de la socialdemocracia. El resto ya sabemos de qué se trata. ¿Vale la pena discutirlo? |
Carlos Penelas / Buenos Aires, diciembre 2009
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