Cartas antipatrióticas |
He finalizado de leer y marcar intensamente un libro que hubiera deseado compilar. Cartas de una hermandad es un libro que reúne epístolas que fueron enviándose Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg. Un material único para comprender una época, una línea estética, posiciones ideológicas y conductas. Una comunidad espiritual acosada por la incomprensión y la soledad. Pero combatiente, hacedora, comprometida. Un trabajo recopilado con inteligencia, con sensibilidad, por Horacio Tarcus. Su prólogo es, realmente, el prólogo que hubiera querido escribir. Lúcido, claro, preciso. Reitero, entonces, inteligente y agudo. Cartas donde vamos viendo un país en decadencia, un país que anuncia este territorio en descomposión. Corrupción, bombo, murga; autoritarismo y patota. “Todo me da asco”, escribe. “El mundo se pone infame”, leemos. “…la peste, cuya etiología y síntomas ha descrito tan bien el epidemiólogo Sarmiento”, escuchamos. “Todo anda así, en manos de bandidos y rateros”, recuerdan. Conocí a Luis Franco en 1970, cuando salió mi primer libro de poemas. Lo acompañé hasta el final, el 1 de junio de 1988. Siempre señalé que, después de la figura de mi padre, Franco fue quien me formó y guió en todo sentido. Lo admiré como poeta, como escritor, como hombre. Una conducta única, un modelo de firmeza, de valor, de integridad. Gracias a él conocí a Samuel Glusberg, hombre bondadoso por demás, un ser de formación profunda. Con Luis Franco recorrí lo ideológico, los grandes escritores del siglo XIX, la Naturaleza, las bibliotecas sociales, la poesía desde otra óptica. Y todo un mundo que parte con Sarmiento, una línea que continúa en Hudson, se prolonga en Lugones, se contacta con Darío, crece en Quiroga, y salta Martínez Estrada. Y llega, naturalmente, a Luis Franco y a Samuel Glusberg, dos seres olvidados, ignorados, tachados por el canon de la izquierda estalinista y de la otra. Un libro de imprescindible lectura. Resume lo literario, el amor al Maestro – más allá de profundos cuestionamientos ideológicos – el respeto y la admiración de verdaderos hermanos de creación y de búsqueda, de lucha, de denodadas convicciones culturales. Así deambulan, una y otra vez, los ejemplos de Babel, de Whitman, de Goethe, de Thoreau, de Trotsky, de Kafka, de Martí, de Sarmiento, de Cunninghame Graham, George Orwell y tantos otros. Un mundo literario en el cual cada uno de ellos, desde su perspectiva, nos configura una mirada única. Enfrente, en la otra vereda, el catolicismo, la reacción, la banalidad, el militarismo, los golpes de estado, la irracionalidad de lo ortodoxo. Y “una indomable vocación de lacayos…en sus noches de ayuno e insomnio…en la atmósfera de servilismo monárquico.” Porque este libro es un testimonio fundamental que Tarcus nos entrega para que apreciemos “las afinidades electivas” de una verdadera hermandad, donde se nos ofrece un intenso panorama de la intimidad y de las ideas, donde la ironía o el tono burlón también están presentes. Y la historia argentina con sus entretelones políticos y celos literarios. Un ejemplar que debe estar en toda biblioteca que se precie. Es importante señalar esto pues vivimos en la ignorancia, la imbecilidad cotidiana y la fatuidad. No hace mucho tiempo, en uno de nuestros célebres suplementos culturales, se lo encasilla a Lugones como hombre “de la literatura de derecha”. Lugones tuvo sobre sus hombros la triste posición que todos conocemos con “la hora de la espada”. Reprochable, sin duda, criticable. Ofensivo, voluble Pero eso no significa que “su literatura” sea de derecha. Fue uno de los mejores poetas y cuentistas argentinos, un hombre con conocimientos de las lenguas clásicas, un ser volcado al hecho literario y a la creación. Es imposible que mezclemos lo ideológico con lo estético. ¿Qué quedaría de Neruda, de Dostoievsky, de Balzar? ¿Qué quedaría de tantos creadores, compositores, músicos o actores? En la lectura de estas cartas vemos como comparten una sensibilidad modernista y una estética. Aprecian en Hernández y en Sarmiento lo mejor de la literatura argentina del siglo XIX. En sus palabras, en sus conceptos vemos un anticapitalismo -romántico sin duda- pero anticapitalismo. Apreciamos un clima libertario y una sensibilidad antiburguesa. Todos son, en gran medida, hijos de Lugones. Vale la pena recordar que Lugones jamás fue antisemita, pues también se lo quiso hacer pasar como antijudío. La amistad con Glusberg o la creación, a pedido de Albert Einstein, del Instituto de la Universidad de Jerusalem en Buenos Aires son dos ejemplos concretos. En cada página vamos descubriendo una cosmovisión de la política (nacional e internacional), una reflexión colectiva, una relevancia fundacional, un fructífero escenario en lo estilístico y en lo social. Palpitamos sus angustias económicas, los estados depresivos, sus desembarcos combativos, sus fisuras, los manifiestos en defensa de una cultura diferente. Y la vejez y la soledad que van sintiendo junto a la indiferencia de una sociedad burocrática, obsecuente y patriótica. |
Carlos Penelas / Buenos Aires, setiembre de 2009
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