Caro lector, amigo, por favor lea
estas líneas con detenimiento. Éste artículo es un epítome. Sé que
la literatura si no ofrece encanto cae en el olvido. Sucede que hoy
me levanté iconoclasta. Sí, no me reproche, no me diga nada. Sé que
hay gente pulcra, investigadores con talento, hombres y mujeres
solidarios, jóvenes plenos de utopías y bellezas, adolescentes
enamorados, niños creativos, señores honrados. Lo sé, no me
reproche. Sé también que buscamos la felicidad, el porvenir, el
gusto por las mujeres hermosas, el deleite del mar o la montaña. Y
también el olvido. Pero hoy sentí la degradación, la perversión, los
actos alucinados, el engaño sistemático, la farsa, lo primitivo,
mutaciones, estertores demagógicos, indolente prepotencia. Miedos,
consignas y mentiras. Mítines, rencores, venganzas, lupanares,
héroes, mártires y desprecio. O si usted quiere: me desperté harto
de las imbecilidades cotidianas, de la falta de cultura, de
criterio, de sentido común, de interpretaciones descabelladas. Sin
meternos con obispos pedófilos ni en las arcas del Vaticano. Amén.
La sociedad del narcotráfico crece sin límite. Pero hay más, todo de
la mano. Desde la telefonía celular, la hiperconexión, la ansiedad,
la obligación de llenar un vacío, la superposición de tareas, el
home office, la necedad de la necedad, las pantallitas
pletóricas de gansadas. Nuevas tendencias supuestamente
progresistas, la falta de tacto, la pérdida de elegancia. Y las
cadenas de comidas, los flamantes lugares en los cuales se reúnen
generaciones de abombados, donde creen que piensan y actúan desde
“la libertad”. Y cuestionan sin base, sin formación. Y opinan, si
lector, opinan con certeza, sin duda, con fidelidad. De lo que sea.
Y cambian de opinión con la misma insensatez. Un fárrago de
contradicciones siempre virgen.
Así estamos con los populismos de izquierda y de derecha, en este
territorio y en los otros, agitando banderas, odios, líderes,
pancartas, dogmas, negociados, fachadas, luchas imaginarias y
teorías excéntricas. Entonces: desatino, imprudencia, disparate,
embuste, extravío. En lo político, en lo sindical, en lo económico,
en lo social, en lo educativo. Profesionales lamentables, jueces
lamentables, caballeros lamentables. En lo ético y en lo estético.
Rodeamos de pseudos filósofos, pseudos intelectuales, pseudos
artistas. Sin entrar en el feminismo, que se las trae. Ni en modas
culinarias o en clases de gimnasia y la energía cósmica. Mucho menos
con los movimientos tercermundistas. La tecnología ha vencido a la
ciencia, compañero. Nos presentan la memoria del horror en tonos y
gestos maquillados para la ocasión. Mafia, intransigencia,
corrupción, hipocresía. Tampoco opinaremos sobre el alquiler de
vientres ni en las cirugías plásticas ni en las características
biológicas o fisiológicas o psíquicas del ser. Ni en los tatuajes de
brazos, piernas, muslos y entrepiernas. Y nalgas. Y los
nacionalismos, caballeros, los nacionalismos. Un paquete con todo;
incluida la esquizofrenia. Sin tocar las tesis en torno a los
veintidós millones de refugiados, los dreamers, Instagram,
Facebook, los fundamentalistas, los apátridas, las declaraciones,
los pésames y los aplausos. Así estamos, caro leedor, así estamos.
Sé lo que piensa: “Penelas, lo suyo es cultural, es anacrónico;
envejece”. Lo dejo allí, lo dejamos allí. Hoy colaboran con el
artículo dos queridos amigos. Aquí se los presento.
Avelina Lésper.
“No fueron pocos los que se identificaron, hace un par de años, con
aquella mujer de la limpieza de un museo alemán tan celosa de su
trabajo que se empleó a fondo para eliminar unas terribles manchas
que había en una de las obras expuestas. Ni se le ocurrió sospechar
que formaban parte vital de la pieza Wenn es anfängt durch die
Decke zu tropen (Cuando empieza a gotear el techo) del
artista Martin Kippenberger, valorada en 800.000 euros. El Museo
Ostwald de Dortmund (cuyas primeras entradas en Google son sobre el
suceso, superando a su web oficial), llegó a afirmar que “estamos
intentando aclarar cuanto antes qué tipo de capacitación tiene el
personal de la limpieza”. La crítica de arte mejicana Avelina Lésper
diría que esa pobre trabajadora, además de un gran sentido de la
pulcritud, tenía también un gran sentido común. Lésper, colaboradora
de diferentes medios de comunicación latinoamericanos y directora
del programa de televisión El Milenio visto por el Arte, es
una de las voces que más suenan contrarias al arte contemporáneo,
cuestionando desde los ready-made (el uso de objetos comunes como el
urinario de Duchamp) a las performances efímeras.
-¿Cómo definiría el arte contemporáneo en una palabra?
-Fraude
-Explíquese…
-Carece de valores estéticos y se sustenta en irrealidades. Por un
lado, pretende a través de la palabra cambiar la realidad de un
objeto, lo que es imposible, otorgándoles características que son
invisibles y valores que no son comprobables. Además, se supone que
tenemos que aceptarlos y asimilarlos como arte. Es como un dogma
religioso.
Albert Boadella.
“La pintura de Picasso se fue convirtiendo con el tiempo más en un
acto financiero que en un acto artístico y él fue muy consciente de
ello”, señala el director, tras un ensayo de la ópera. “Picasso es
un fetiche”, agrega. Picasso fue un genio, un hombre con una mano y
una mente dotadísimas para el arte y la pintura. Una figura
indiscutible que, sin embargo, el dramaturgo quiere poner en
discusión. Y lo hace sin pelos en la lengua y abiertamente. “Un
artista puede, en un momento de su vida, decidir el camino a seguir,
profundizar en su arte cueste lo que cueste o declinarse hacia una
cierta facilidad, buscando oro y fama. Esto último fue lo que hizo
Picasso, que asestó así un golpe mortal a la pintura”.
Y algo más: “Acabó con la época de Monet o Cézanne, cuando el pintor
trabajaba días y días sobre un cuadro. Industrializa, de alguna
manera, el arte, al hacer 20 o 30 obras al día. Picasso fue un genio
desaprovechado y sobrevalorado. Incluso me atrevo a decir, aunque
parezca un sacrilegio, que El Guernica no es una obra
importante. Es importante sociológicamente, pero no artísticamente.
En el fondo, no deja de ser un graffiti”.
Le hago este legado sin cobrarle, querido lector. La próxima vez es
posible que escriba sobre Anselme Bellegarrigue o Eeva Kilpi.
Créame, dos personalidades fascinantes. O tal vez se resuma todo
leyendo Esperando a Godot. Qui le sait?