Emiliano, mi hijo
mayor, lee con pasión a John Berger. Entre otros autores y entre otras
actividades. Uno de sus libros, Aquí nos vemos, es un libro nómada, con
historias aparentemente descolocadas. Pero se encuentran. Se encuentran
los vivos y los muertos, los sueños y las utopías, la complicidad del
amor y el arte. Se lo recomiendo, desconcertante lector. Es
infinitamente mejor que leer o ver cómo actúan los políticos, los
negociados inmundos que recorren entre pasillos y bastidores, el humor
de una plebe sin salida y enferma. Demagogia, estupidez, trampas.
Es terrible cómo a lo largo de los siglos el Poder, las castas, los
dogmas, el autoritarismo, los templos laicos o sagrados, han intentado
destruir lo mejor del hombre. Velos y más velos sobre su sensibilidad,
sobre su posibilidad de imaginar, de pensar, de amar.
Wallace Stevens, poeta estadounidense, señaló: “…la maravilla y el
misterio del arte, como por cierto de la religión, consisten en la
revelación de algo absolutamente otro, gracias a lo cual la inexpresable
soledad del pensamiento se quiebra o se enriquece. El poeta, el hombre
religioso, ni siquiera sueñan con dictar las reglas del juego: se
limitan a andar por el mundo con el amor de lo real (de esa realidad
otra) en sus corazones.”
“Hay algo más importante que la lógica: la imaginación” dijo en una
ocasión nuestro amado Sir Alfred Hitchcock. Giacometti, suizo y
escultor, señaló algo que siempre se supo: “el arte es un medio de ver”.
“La pasión del amor es amar sin medida”, escribió san Agustín en sus
Confesiones. Y dijo más: “La pasión del amor no puede comprenderla quien
no la sienta.”
Vivimos una promiscuidad mental, una promiscuidad física. Tal vez desde
siempre. Uno sospechó que en el siglo XXI ciertos temas no existirían.
Todo se ha vuelto vulgar y obsceno, banalidad que invade de manera
corriente cada gesto, cada nuevo hábito. El deseo no existe, existe el
poder, el discurso político, la afectación, la fachada; simulacro,
parodia. Sobre eso se montan mitos, leyendas, delirio, saturación,
desvergüenza. Vivimos el espejismo de la pasión, de lo otro,
charlatanerías prolijas y hasta correctas, pornografía en el arte, en la
información, en las estadísticas, en referencias de la vacuidad.
Teatralidad y simulación.
“La pregunta sobre el origen del Estado debe precisarse así: ¿en qué
condiciones una sociedad deja de ser primitiva?” También reflexiona el
autor de La sociedad contra el Estado y Arqueología de la violencia:
“…quizás la solución sobre el momento del nacimiento del Estado permita
esclarecer las condiciones de posibilidad (realizables o no) de su
muerte”. Las investigaciones e ideas del renombrado antropólogo y
etnólogo Pierre Clastres (1934-1977) sobre las poblaciones primitivas
dan una antropología de alternativa. En esas sociedades se trabajaba
sólo cinco horas, lo necesario. Ahora todo debe ser explotado. Por
supuesto Clastres es un teórico no siempre recordado.
Podemos hablar de polarización crispada, de una cultura oficial
materializada en manifiestos, premios o arquitecturas de poses,
celestiales. Pero también del esfuerzo desesperado de soñadores, del
pensamiento utópico, de una vida plena de poesía, de realidad caótica
pero vital.
“La historia corre mientras el espíritu medita. Pero este retraso
inevitable crece hoy en proporción a la aceleración histórica”, escribió
Albert Camus en 1954. El sentir, el pensar, parecería que no es parte de
la ética, de la imaginación, del otro, del diferente. De lo
auténticamente humano. La poesía fue comparada en muchas ocasiones con
la mística y con el erotismo. Pero el poeta nombra a las palabras más
que a los objetos, la experiencia poética es una tonalidad verbal, un
clima interior. La palabra es el reverso de la historia, es el reverso
de lo cotidiano. Exige, como la mística y el amor, una entrega. Por eso
la insensatez del creador, del amante o del místico; lo imaginativo del
soñador en un pujante querer decir, un balbuceo permanente de libertad.
"…Pues el encuentro de todos los seres en uno engendra la cesación de
ellos y acaba con su nacimiento, pero al desunirse los seres el
nacimiento vuelve y se desvanece la cesación. Y este perpetuo movimiento
alternante nunca tiene fin, unas veces reuniéndose todos los seres en
uno por el Amor, otras separándose todas las cosas arrastradas por la
repulsión del Odio. Esta lucha la manifiesta el conjunto del cuerpo
humano tan pronto todos los miembros reunidos por Amor en uno se obtuvo
un cuerpo, floreciendo la vida en su plenitud; tan pronto separados
nuevamente por funestas discordias andan errantes cada uno por su lado
en las rompientes del oleaje de la vida". Esta es la mirada de
Empédocles.
El poeta no sabe nunca qué es lo que va a ocurrir. “Lo único que tienes
que saber es si mientes o tratas de decir la verdad, ya no te puedes
permitir equivocarte en esta distinción…” nos dejó escrito este hombre
sin fronteras ni dogmas. De John Berger, hablamos, confundido leedor.
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