Amor y anarquía |
El
misterio es el placer, el gozo, la emoción de la mirada. El misterio es
la vida, el tacto, el ensueño que nos lleva a mirar la luna y las
estrellas. Sin otro fin que admirar la belleza y el infinito. No hay
programa anarquista. No se habla de la destrucción de las instituciones
de manera irracional. Se habla, se habló siempre de otra cosa. No se
lee, no se entiende, todo es superficial. Por eso los dogmáticos se
dejan llevar por supuestas lecturas, por preconceptos, por la
ignorancia. Entre los jóvenes y no tan jóvenes se desconoce quién es
el subcomandante Marcos. ¿Qué podemos pretender del resto? Tal vez
como auto-justificación escribimos poemas, artículos o libros. Para no
morir del todo vamos al cine, trabajamos sobre ciertos hechos históricos
o sociales. Nos conmovemos ante una obra de pintura o ante una obra de
teatro. Sentimos, junto a otros, la ilusión, el afecto, la vibración
que nos hace amar, comprender, desear lo imposible. Sin esperanzas pero
sin resentimiento. La chatura del sistema lo invade todo, desde la cuna.
No hay respiro. Por eso resistimos. Los
viejos anarquistas se oponían a la llamada familia patriarcal, a la unión
conyugal sea por civil o
por iglesia, al matrimonio en una palabra. Luchaban contra la doble
moral. Y proponían una nueva relación de pareja: el amor libre. Muchos
no lo entendieron, otros se hicieron los distraídos, los más lo
negaron. En esta nueva pareja sin garantía de durabilidad se valoraba
(además del amor, la sexualidad, la solidaridad, el afecto, la
comprensión, la división de tareas, el compromiso social e individual)
la fidelidad. En 1895 se podía leer en Buenos Aires un periódico que
se llamaba La Questione
Sociale.
Veamos que decía entre
otras cosas: cuando dos seres se aman la sociedad no tiene nada que ver
en ello, la unión del hombre y la mujer no es indisoluble, el amor es más
poderoso que todas la leyes. Discutible, sin duda, pero inquietante. Discutieron
mucho sobre si este tipo de relación se podía llevar a la práctica en
una sociedad enferma de egoísmo, de imbecilidad, de injusticia social,
de sectarismos religiosos y de los otros, de guerras, de oprobio
cotidiano. Vale la pena recordar por un instante que François Noël
Babeuf (1760-1797) escribió en El
Tribuno del Pueblo el 9 Frimario del año IV (para ser más claros
el 30 de noviembre de 1795) lo siguiente: Maldito aquel que a la vista
de este desastroso espectáculo, permanece frío y predica paciencia. -que
todas nuestras instituciones civiles, nuestras transacciones recíprocas
no son más que los actos de un perpetuo bandidaje, autorizado por
absurdas y bárbaras leyes, a la sombra de las cuales no nos hemos
ocupado más que de despojarnos- -que la educación es una monstruosidad-,
en fin, el Manifiesto de los
plebeyos es largo e insurgente. No
es un concepto individualista burgués el que plantea el anarquismo en
torno del amor. Es definitivamente revolucionario. Las opiniones de
Mijail Bakunin o las de Luigi Fabbri, aunque pueden aparentar ser
encontradas, corresponden a circunstancias históricas diferentes. Además
se estaba planteando algo fundamental por primera vez en la historia,
nos referimos, claro está, a la discusión en torno a la emancipación
femenina, el cuestionamiento del matrimonio religioso o civil, la
maduración de la mujer para ser madre, que el matrimonio y el amor no
tienen nada en común como afirmó Emma Goldman, que el amor no necesita
protección alguna, que los celos se relacionan con el tema del
capitalismo (propiedad privada, caro lector), que la mujer no es un
objeto del marido, la cuestión de la propiedad del cuerpo, que la mujer
logrará su plena emancipación cuando logre la económica. No son pocas
ausencias para empezar. Sin
duda plantean incertidumbres -la falta de coraje para afrontar las
posibles miserias de una unión libre que puede concluir con el abandono
y con el hambre para ella y sus hijos. Para muchos pensadores
libertarios del siglo XIX el amor es imposible si no existe la libertad
absoluta. ¿Todos sostenían, tenían la claridad de que las cosas eran
de este modo? No, desde ya. Estamos hablando de posiciones, de miradas
inéditas, de giros, de tentativas que oscilan de polo a polo. ¿Existe
la libertad absoluta en el individuo? ¿Puede existir? ¿En el amor, la
libertad es posesión o algo que se bambolea entre lo complejo y lo
contradictorio? ¿Qué relación habita entre el amor y la libertad? ¿Qué
es lo que nos lleva a amar, qué significa siempre, cuáles son los límites
de la individualidad? Sí, tal vez no analizaron la neurosis, la
histeria, el hastío, las interneuronas, la menopausia o la
testosterona. Recuerde, descreído lector, que como escribió Fabio Luz
el anarquismo no decreta leyes ni hace profecías. La
cooperación humana está implícita en el sentimiento anarquista. Es
eje de su visión, de su tolerancia, de su amor. Y vieron en el amor
-claro que vieron- la
influencia del sistema social, las luchas del proletariado, el
capitalismo, los enjuagues económicos y políticos, la explotación, la
educación distorsionada. ¿Qué duda cabe? Y más aún: la liberación
de la mujer es de orden sexual. Desde Adán y Eva se discute lo
indiscutible. El amor es carencia, es necesidad, búsqueda. Duda y
certeza. El amor es vidente y es ciego, como la libertad. El amor -al
decir de Errico Malatesta- es una pasión que engendra por sí misma
tragedias. Hace tres mil quinientos años un poeta egipcio escribía: Mi bien amada / qué dulce / bajar / a bañarse en el estanque / ante tus ojos / y dejarte ver cómo / mi túnica de lino empapada / y la belleza de mi cuerpo / se casan. / Ven, mírame. |
Carlos
Penelas
Buenos Aires, febrero de 2008
Ir a índice de América |
Ir a índice de Penelas, Carlos |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |