¿Quiénes, sino ella y yo? |
¿Quiénes,
sino ella y yo? Fotografía
de amor eterna. Luego
de una avalancha de abrazos y algunos besos en penumbras desapareció de
mi lado, casi corriendo hacia el otro extremo de la habitación para tomar
la perilla y encender la luz del velador. Había
roto el climax, aunque el aire seguía cargado de ese fuego invisible que
despierta la pasión. Nos
miramos nuevamente. Tomó mi mano y nos sentamos pegados uno frente al
otro en el colchón, hasta que en un movimiento alado, ese ángel, me
regaló la imagen de su frágil espalda. De
por ahí sacó un libro, y con sus suaves manos acarició le tapa.
Después se inmovilizó unos instantes, como escuchando un sonido
que a ella solo llegaba. Luego, fue hojeando sus páginas hasta encontrar
la que guardaba los pétalos perdidos de una flor desnuda. Con
sus manos tibias tomó el tallo y la miró, como quien mira un ocaso;
luego me la ofreció. Sin
decirme algo volvió su vista al libro, y me recitó un mágico poema
cargado de tinta tenue dibujada en papel de añoranzas. Narró
con ritmo, siguiendo el compás cadencioso de los puntos y las comas. Allí
me di cuenta que la suave música de su voz le hacía amor a mi alma. Y
las dos almas volaban. Se
habían dormitados nuestros besos en un sumiso almohadón de plumas para
escuchar aquella música sacra. Fue
antes de fundir nuestros cuerpos que jugando, descubrimos una manera
simple y pura de fusionar nuestras almas. |
Fabián Irineo Pelaez
Buenos Aires- Argentina
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