La joven de azul jacinto, de Susan Vreeland |
“El arte es la vía más alta que conozco para digerir la historia”, dice Antonio Gala, pensamiento que me ha sido una constante mientras he leído, con enorme placer y sin dejarme detalles en el recorrido, como si mirara un cuadro, el bellísimo libro de la escritora Susan Vreeland que esta semana viene conmigo. La joven de azul jacinto lleva el sello de la editorial Salamandra, que es garantía de buenos trabajos, de lo cual doy fe como leyente frecuente. Se ha impreso en 215 páginas que cabalmente calzan en la definición citada del escritor cordobés; ya veréis por vosotros mismos porqué digo lo que digo. Desde el título todo el texto es conmovedor y lleno de colores, de luces, de sombras, de pliegues. Se ha escrito con pinceles y se ha novelado pintando. Todo es arte. El recorrido caligrafiado de un cuadro invisible que ha viajado por el tiempo, marcando la vida y la muerte de quienes efímeramente le dieron cobijo. Es el diario de una dama errante, de una mujer que con el paso de los siglos se ha vuelto más bella. En el lienzo plasmadas quedaron sus costumbres temporales, sus olores frugales, sus sabores exquisitos y sus dolores: la intolerancia, la injusticia, la pobreza. A flor de tela o de piel, dichas todas las victorias y todas las derrotas, es decir la vida misma. La novela total es la bitácora de una obra de arte perdida, escrita en ocho jirones. Letras que pueden leerse de forma anárquica. Iguales efectos de asombro os aseguro que experimentará iniciando la lectura por el final o por el medio. Líneas pulcras, armónicas, de gran semblante, esenciales para los que dicen amar los buenos libros. Aquellos a los que se entregan horas con la mejor disposición. Ficción e historia de la mano para recuperar a la vida, al tiempo y al espacio, un cuadro herencia, patrimonio de la humanidad que se difuminó en algún traslado de la memoria cuando ésta decide irse a ninguna parte. Una pintura que el lector llegará a amar, poseer, tocar y desear. Una pieza gloriosa que el magín del visionario, del soñador, del imagínante que hace camino, ubicará en el centro mismo de alguna estancia material o espiritual en el rincón de los recuerdos imborrables. Esos que son tales porque nunca se almacenaron. |
La literatura ha suscrito un cuadro apócrifo desde su exquisita magia, desde su atrevimiento, desde la pluma talentosa y erudita de la autora, que se apropió de un objeto y de una personalidad, la del genial pintor holandés Johannes Vermeer, (Holanda, 1632-1675) “el gran voyeur”. Un artista que no se consagró pintando para la religión -sus biógrafos le apuntan tres cuadros con tales motivos- y que se interesó desde su estravagaria genialidad más por lo humano, por los seres de carne y hueso. Y de telón de fondo siempre Holanda. Los molinos de viento, su paisaje, su mar domesticado, sus quesos deliciosos, sus tulipanes hermosos, sus mujeres enigmáticas, su gran pueblo, su cultura, su aporte a la humanidad. Cumple el cuaderno recomendado los tres requisitos que apuntaba Joubert para un buen libro: talento, arte y oficio. Es decir naturaleza, factura y costumbre. |
Biografía |
Dr.
Oswaldo Paz y Miño
Autorizado por el
autor
La Hora - Revista cultural
"Artes"
11 de abril del 2010
Gentileza
de "Desde la Acacia: la vitrina de los libros y autores"
http://lavitrinadeloslibrosyautores.blogspot.com/
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