¡Viva Quito! que enfiestada amanece. Al mediodía de hoy, los de la tierra y los peregrinos nos habremos de ver, “con el permiso de la autoridad y si el tiempo lo permite”, en la Plaza de Toros. “La reina de la plaza no es la muerte, es la vida: el exceso de vida. De eso se contagia la gente, como si delegara la extraña tarea de vivir más; por eso vocifera y se
despendola.
La muerte es la conspiradora. Está allí; puede ganar la batalla; es lo que da a la vida la dimensión de su triunfo. Quienes van a ver cómo se mata a un toro o a un torero, se equivocan; salen de allí sin haberse enterado. Lo que allí se hace es jugarse sonriendo, rebrillando frente a una fuerza oscura, de la que nosotros recibimos la nuestra...” Antonio
Gala. Celebramos 475 años desde que la Madre Patria nos bautizó y en la papeleta de tal acto los fundadores dejaron cosido un capote. Son desde entonces siglos de andares taurinos, que ni el viento, las aguas, la politiquería y la intolerancia podrán extinguir, por mucho que se empeñen. La Fiesta de los Toros le es a Quito esencial, como Quito le es a la Fiesta de los Toros. La Fiesta que no es tal. Se trata en realidad de un rito maravilloso, de liturgia y semiótica fascinante. Requiere todo aficionado que se precie pasarse algunas horas frente a los libros para ir subiendo de grado. El tomo, cuya portada presentamos, es el par de otro que se titula El discurso de la corrida, escrito por Francois
Zumbbiehl, los dos cual trofeos, o sea orejas para el torero, me han sido entregados, por un alguacilillo amigo luego de que los ha cruzado entre sus maletas por todo el charco Atlántico. Todavía contienen aromas de la calle de
Alcalá. El que destaca porque así ha tocado en suerte, Filosofía de las corridas de toros, tiene la firma del francés Francis
Wolff, escritor y catedrático universitario de la Escuela Superior de tal materia en la Sorbona de París. En el tratado de marras se hace filosofía de las corridas de toros, para con el aporte de Sócrates indagar desde los peligrosos terrenos del amor por la sabiduría -sobre todo en los tiempos de intolerancia fundamentalista en que vivimos- acerca de la existencia y el porqué, la verdad, la moral, la belleza, el lenguaje, el simbolismo, el arte, el misticismo y la mitología de las corridas de toros. Las razones de los toreros y las incógnitas misteriosas de los
astados. La advertencia sabia dictada queda:
“Si un día llegaran a prohibirse las corridas de toros allí donde están autorizadas, sería no sólo una pérdida cultural o estética, sino también moral. Doblemente: una dimensión esencial del ‘ser hombre’, pero sobre todo una dimensión esencial del ‘ser animal’, desaparecería con ellas. Prohibirlas sería no sólo condenar a la extinción inmediata a la especie animal que es su protagonista, sino también privar a los hombres de una relación insustituible con los animales, la que han mantenido en todas las civilizaciones con los toros bravos.” Pág. 39.
Póngale usted tiempo a la lidia de los ejemplares expuestos. Nadie le tocará un aviso.
