También desde las agonías de la pasión estrangulada o cautiva, la vileza de las enfermedades, la crueldad de la vejez. El sadismo grotesco del dolor. Y que soporta, el paso implacable, perverso, cínico del tiempo, que cumple a cabalidad su alianza depredadora con la muerte.
Y se escribe porque la palabra es un arma. Porque se entiende que el arte y la muerte van juntas. Para superar todos los límites. Porque la ficción vuelve dioses a los hombres. Escribir permite al escritor sangrías de claridad. Y engaños al destino. Y recreos espasmódicos frente a la belleza, al sexo, a lo estravagario de la naturaleza.
Versos de vida y muerte ha sido publicada por Siruela, en 120 páginas envolventes, en las que el protagonista es un autor escritor sin nombre. Un nómada como cualquiera de nosotros que siente que está vivo porque lee y escribe o porque escribe y lee, que llegado a una velada literaria ha de tener respuestas a preguntas tales como: ¿Por qué escribes? ¿Y para quién? ¿Extraes el material de tus historias de la imaginación o de la vida? ¿Qué querías decir exactamente en tu último libro?
El lector como se ve tiene respuestas pendientes a bordo de la novela del polémico y brillante autor judío. La imaginación es el sexto sentido. La obra que abarca nuestra reseña tiene tal savia, tal elemento, esa cara.
“Sabes dirá el autor, la verdad es que me hubiese gustado mucho que en vez de tanta palabrería te hubiesen dejado leer durante toda la velada, es decir, que toda la velada hubiese sido un recital, en vez de tanto fisgoneo, tantas interpretaciones y análisis, y todas esas ocurrencias que yo mismo he soltado al final”. (Pág. 42)
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