Una fábrica de muñecas es una casa grande con inmensas ventanas de cristal
en cuyos vidrios el paisaje alemán se determina como un sueño alas 1O a.m.
En los edificios públicos las águilas de bronce abren un cielo campesino
como un telón de papel sobre estos hombres de pies largos y miradas de profesor.
Sin embargo en Unter den Linden, a la sombra de los tilos caminan
sus hembras, estas mujeres cara de manzana.
Una brisa de seda cruda vende revistas ilustradas y se sienta en las
bancas de las grandes estaciones que parecen dirigibles en reposo.
Los serios relojes exteriores de los almacenes caminan por Wilhem, Franz, Fritz y Hans,
y alientan con alguna lieb-kossun la vida de estos buenosmuchachos de queso,
hasta que adquieren con el tiempo una gran panza con una gran cadena de oro
y unos largos bigotes a lo kaiser bajo una nariz roja.
La sencillez alemana rebosa en la espuma de los bocks y muestran
su burguesa bondad en las sonrisas frescas y maduras de los herr.
Pero, no. Somos un pueblo fuerte, una raza militar con un casco de acero puntudo
y vamos marchando hacia lo kolosal
con la carne joven de Berlín
y la estatua de acero de Bismarck.
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