Arde otoño

poema de Delia Pasini

 

La melancolía dorada de las hojas

se esparce por el jardín. Un celeste

desvaído brilla con el sol del mediodía.
Se fueron los veraneantes y volvieron los pájaros.

 

La sencillez de cosechar los frutos y hacerlos alimento.
Así los pájaros, así las manos extendidas

apartando las ramas.
Naturaleza comestible alberga sus retoños y su muerte

sin estridencias ni noción alguna de tragedia.

 

En el atardecer, música y sombras en los cuartos templados.

Antes de los sabores y del vapor humeante en la cocina.

 

Se va, con el agua, el ansia. Aniquilada

por el cuadro viviente que se impone.
Allá, en la ciudad, ánima errante sin sosiego,

se deja triturar y se desgarra en la lucha desigual.

 

Entonces, ¿cómo agradecer, al despertarse?
¿Cómo no temer la oscuridad del día?

 

Los hombres se siguen inventando sacrificios

y al inmolarse, títeres de un nuevo ídolo, trocan

sueños por sumisión, adeudan su destino.

 

Asiste a la fiesta del renacimiento:

se mezclan instintos y faenas, sopor y euforia.
La rutina es avivar el deseo, traducirlo en actos.

 

Piensa en cuanto dejó atrás y en lo que nunca

se hizo realidad. Piensa, también, en la grandeza

de un poema que recupera para sí y para otros.
Piensa en la sonoridad de esas palabras rebotando

contra el césped, estrellándose contra los troncos,

rociándose en el riego, perdurando.

 

Ellas sostienen todos los actos, también las omisiones.

Sin palabras los actos carecen de sentido, eso lo

sabe, pero, ¿acaso si pensamos cada paso no caeríamos

agobiados por el peso de la faena?

 

Entonces los hombres levantan casas, se

construyen viviendas, las habitan en revuelo de

voces y de manos. Los hombres aturden con sus

martillos y sus ruidos. Los hombres hablan

y en su decir apenas hay tiempo escurriéndose

invisible, esa necesidad de demostrarse.

 

Mientras, en el silencio, escucha lo inasible,

y aprende que el sonido es callado y vivaz

como una llama oscilando antes de las cenizas.
Y respira a bocanadas: eucaliptos balsámicos,

apetitoso romero alimonado, fragante lavanda

mezclados a los jazmines y a las rosas.
Jugos de azahar y madreselva corren por el

pasto, trepan por la pared, ascienden a lo alto.


Es el territorio de los pájaros, ese lugar donde los ojos

se fuerzan por entrever la vida inalcanzable.


poema de Delia Pasini

 

Publicado, originalmente, en: Inti: Revista de literatura hispánica No. 52-53 Otoño 2000 - Primavera 2001

Providence College’s Digital Commons email: DigitalCommons@Providence

Link del texto: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss52/50

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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