Leyendas venezolanas

San Esteban y su río encantado

Leyenda de Lucila Palacios

(Mercedes Carvajal de Arocha)

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVII Nº 1918 (Montevideo, 12 de abril de 1970) pdf

San Esteban - Puente los Españoles - Parque nacional San Esteban . Puerto Cabello, Venezuela

Foto Antonio Carreño (Pinterest antoniocarr01)

Mírate en el río, mírate la cara, niña, tan bonita, tan dulce, tan serena, llena de curiosidad, eso si, por contemplarte a ti misma. ¿Qué te revela el fondo del agua? La linfa te ha copiado el terso cutis, los ojos relampagueantes, la boca fresca y jugosa en un conjunto de gracia y de inocencia. Todo en ti es risueño, bullicioso como tu corazón que a veces quisiera cantar cual un pájaro. Rompe a reír y que no se te trueque el gozo en un gesto de horror, ni el asombro cuaje tu palidez terrosa en tus mejillas de canela. Estás en presencia de !o extraordinario y las cosas cuando no se entienden producen confusión.

¿Qué has visto, en efecto, qué has visto criatura incauta, después de contemplarte tanto? Es otro rostro de niña, otra angélica faz, descompuesta, amoratada o lívida, una cara de muerte la que se asoma en el cristal del agua frente a tus pupilas indagadoras.

Cara y cuerpo que se han inmovilizado para siempre después que su dueña acudió al llamamiento de la noche misteriosa.

Y la doncella que azuzada por la voz interior de la coquetería propia de sus años quiso ver en el río su propio y lozano rostro, pudo correr hasta el pueblo vecino, hasta San Esteban, para denunciar el siniestro hallazgo. Y de nuevo en los corrillos populares se hizo alusión al hecho ya olvidado, al viejo caso.

Durante mucho tiempo había habido que cuidar a las niñas del lugar para defenderlas del hechizo del río. Un río "encantado”. Con su cauce de piedras negras, con sus macizos de flores en las márgenes: morados lirios, aterciopelados cual ninguna otra flor, excitantes con su perfume singular y absorbente. Cientos de manos juveniles se extendieron hacia la orilla derrochadora de color y de aroma. Pero el peligro no estaba en la captura de las flores que parecían escapar —tan altas, tan inaccesibles, tan movedizas bajo el viento— cuando a ellas se acercaban. La obsesión nocturna acentuaba el riesgo. Ved allí los lirios —parecía decir una voz misteriosa al oído de la enajenada doncella— ved allí la luna. ¿Cómo estarán los campos con su verde y plata bajo un temblor de brisa? ¿Y el agua? ¿Cómo será el agua a estas horas? Vete, criatura, y emprende la conquista del rio. Anda en busca de los lirios enigmáticos que tientan a los mortales cuando conocen su leyenda. Funde con la noche tu figura grácil. Anda, criatura, virgen sin par, anda y no desdeñes la cita.

La cita, ¿con quién? ¿Era de amor acaso? Por virtud del “encanto" que pesaba sobre el rio de San Esteban, pronto se hacía sentir aquella señal. Un cuerno de caza. Nadie había visto al cazador nocturnal. Su estampa furtiva escapó siempre a los ojos que lo buscaban. Mas, las jóvenes, conocedoras de la leyenda, pensaban que era hermoso, de figura arrogante, viril en el gesto y en la voz. ¿Con qué adornan de señor y dueño llevaría el cuerno de caza a los labios para llamar a la elegida? ¿Quién sería su predilecta? Las doncellas estaban poseídas de temor y de anhelos. Sabían cuál era el fin. de qué modo terminaba el encuentro con el hombre invisible. Pero a la vez experimentaban la atracción de la aventura y del misterio Sería una delicia la escapatoria, fundirse con la claridad lunar y correr bajo los árboles, extender las manos hacia los lirios, sentir la ayuda de un puño fuerte aunque invisible, iniciar la escala de las piedras altas y resbalosas, perderse a través de los riscos. Y luego sentir un abrazo de fuego y hielo al mismo tiempo, consumirse hasta los tuétanos en el ardor de una pasión extraña sobre el pecho absorbente aunque fugaz del río.

El agua "devoradora de juventud" —decían los grupos supersticiosos que aun conservaban el recuerdo de esta leyenda— nunca atrapó a los viejos. Únicamente los cuerpos mórbidos, tiernos y frescos le servían de apetitoso manjar. El "encanto”, la llamada misteriosa, tenían lugar casi al despuntar el día, como si la madrugada fuese cómplice en la destrucción de una vida en comienzos.

La época en que se forjó la versión legendaria no tiene edad ni fecha. Después San Esteban, población que debe su nombre al río, fue lugar de veraneantes. Los que llegaban al lugar, concedían sitio en algún minuto de ocio a la pintoresca y a la vez dramática conseja. Y al acercarse el río, en alegre caravana, abrieron muchas veces una pausa en su regocijo para meditar, sumidos en la contemplación del agua corriente y tranquila.

Mírate en el río, mírate la cara, niña, tan bonita, tan dulce, tan serena —dictó un deseo ya vital, ya morboso, al oído de muchas doncellas— y algunas, intrépidas, trataron de mirar su rostro en la linfa sin temor de encontrar en el fondo una cara lívida, una cara de niña muerta, atrapada por el “encanto”. Otras, en cambio, tuvieron miedo. Jamás trataron de descifrar el enigma. Durante la noche, a pesar de la transformación de San Esteban, cualquier ruido les parecía sospechoso. Aguijoneadas por la curiosidad evocaban al cazador nocturno sin salir a su encuentro.

Y se conformaban con ser veraneantes, con escuchar los comentarios acerca del extraño suceso, evocado por los vecinos para entretener al forastero. No se podían citar nombres propios. Nadie había sido testigo del hecho tremendo. Mas, lo sobrenatural que flotaba en el aire hacía más atractivos los días de los visitantes del sitio de descanso y expansión. Y en esto reside tal vez el hechizo, el verdadero "encanto” de la campiña carabobeña por donde fluye y parla el río de San Esteban.

 

Leyenda de Lucila Palacios Londres, 1970

(Mercedes Carvajal de Arocha)

 

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXVII Nº 1918 (Montevideo, 12 de abril de 1970)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                       Lucila Palacios en Letras Uruguay

 

                                                       Leyendas varias en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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