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Personajes populares venezolanas La nueva Penélope por Lucila Palacios (Mercedes Carvajal de Arocha) Suplemento dominical del Diario El Día Año XXXIX Nº 2029 (Montevideo, 28 de mayo de 1972)
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El nombre era extraño: Melitona. ¿De dónde provendría? Nadie, llegó a pensar que se trataba de un derivado de Melitos, el griego, "acusador de Sócrates". La escasa cultura de loe ascendientes de aquella mujer impedía tal suposición. Nunca se supo por qué la llamaron ahí en su choza de la zona agreste que rodeaba a la antigua Angostura, ni se trató de averiguar la procedencia de ese nombre. Todos se acostumbraron a llamarla Melitona sin solicitar ninguna explicación. Ella tenía la tez negra. Una tez reluciente, con brillo de ébano pulido, y sus vestiduras eran blancas, de una blancura que deslumbraba bajo el sol. Solía vender frutas junto a la puerta de una escuela. Sentada sobre el piso mantenía a su lado el canasto repleto de mangos, mereyes, tamarindos y guayabas, deleite del paladar de los escolares. Melitona resguardaba su cabeza de los rayos solares con un pañuelo, limpísimo también también respondía a las preguntas de los niños que compraban la tentadora mercancía, no dejaba de tejer. Era un contraste el de aquel hilo —que formaba encajes como la espuja— con el negror de los dedos ágiles y siempre en movimiento. La historia de Meltona la conocían todos en la ciudad e iba pasando de generación en generación. Habla enloquecido de amor. Se le murió el novio en vísperas de la boda, ella no quiso convencerse de la realidad y lo siguió esperando. Parece que en el instante en que la muerte destruyó el idilio, la joven había comenzado a tejer su velo de desposada. Y al perder la razón siguió tejiendo año tras año, atenta siempre a su boda imaginaria. Se oía decir que Melltona durante la noche desbarataba el encaje que había tejido en el día. Así le daba paso al tiempo, así podía vivir en un mundo de ilusión permanente. Envejeció sin abandonar su idea, su amorosa ficción. La gente ya no ae sorprendía ante aquella locura y los sentimentales la rodeaban siempre con su interés. Era una figura común, sin ningún ribete legendario. Mas en su presencia había que evocar un hecho remoto, ligado al mito. ¿Por qué a través de los siglos, sin punto de contacto alguno, distintas en el origen y en la posición socia!, la esposa de un rey de Itaca y una humilde mujer del pueblo en la Guayana venezolana habían vivido de un modo similar? La de tez negra y vestiduras blancas, la vendedora de frutas junto a la escuela de un país sudamericano, aguardó siempre al novio imposible y mientras tanto tejía el velo destinado a sus desposorios. La otra, la princesa, durante largo tiempo esperó a Ulises, semidiós gracias a sus hazañas, con quien ella había consumado el ciclo nupcial y pudo rehuir a sus pretendientes a fuerza de bordar y bordar. Las dos mujeres utilizaron al mismo ardid: deshacer su trabado diario al amparo de la quietud nocturna. Mas la lealtad de Penélope estaba signada por la guerra y la muerte. En cambio, la campesina fiel vivía en paz, en el mundo azul e impreciso de su imaginación. Melitona no tuvo pretendientes que se la disputaran ni que murieran al final por su amor y su trono. Penélope era hermosa, disfrutaba del poder y Ulises no podía perdonar a quienes pretendían sustituirlo como hombre y como soberano. La ambición, la gloria, la intriga palaciega tendían su red en torno a los personajes ligadas a la guerra de Troya. Mas al parecer, los sentimientos de Penélope se mantenían al margen de este juego. Nos sorprende la similitud que existe en la vida de ambas mujeres, índice de que la humanidad es una misma en sus reacciones emocionales ¡Cuántas situaciones similares habrá en cada caso y las desconocemos! Lo único que podemos saber es que entre los actores de la comedia humana reina una gran distancia, debido a la desigualdad social. A Penélope la han transportado a la inmortalidad, gracias a su gesto y a su ejemplo. Fue madre de Telémaco, personaje que oscila entre la historia y la leyenda como todos sus predecesores. Acerca de Melltona reina el silencio, modelo de fidelidad, por no haber sido el centro de ninguna acción heroica, por no haber tomado parte en ningún acto decisivo en la formación de su país, carece de comentarios. Su muerte no produjo conmoción, fue un hecho natural, una eliminación de la Naturaleza en su siega de vidas, de una de estas vidas puras y simples que pasen inadvertidas a pesar de su ejemplaridad. ¿Dónde estás, Melitona, la que no fue leyenda sino historia? ¿Dónde estás, junto con todas aquellos que se olvidan, aunque hayan alcanzado un alto nivel moral a fuerza de renuncias, sacrificios y amor? Son preguntas que no tienen respuesta, mi nueva Penélope. |
por Lucila Palacios - Caracas, 1971.
(Mercedes Carvajal de Arocha)
Suplemento dominical del Diario El Día
Año XXXIX Nº 2029 (Montevideo, 28 de mayo de 1972)
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
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