Y el Tilo, mi padre, laburante de comercio, uno de los doce hijos de mi abuelo zapatero, sexto grado con esfuerzo, salió a laburar temprano. Rubio, de ojos celestes, se fue codeando con otros gringuitos en el auge del primer gobierno de Perón. Vaya uno a saber cómo, pero se hizo radical. Cuando yo nací, tenía un barcito en una esquina, a las afueras de la ciudad. Lo metieron preso por agio y especulación. De ahí, más gorila que nunca. Después tuvo algún carguito con la Libertadora.
La Coca, para colmo, era peronista. Con apenas cuarto grado hecho en la escuela rural de la estancia del Molezún. Su padre fue cochero de plaza. Evita era lo más grande, recordaba lo que la abanderada de los humildes le había dado a ella y a su familia.
Poco o nada se hablaba en casa de estos temas. Así, vengo de padre gallina y gorila y de madre bostera y peronista, que, a pesar del insondable abismo, siguieron teniendo hijos hasta la cuenta de seis y cumplieron el mandato del hasta cuando la muerte nos separe.
A mí no me quedó otra que ir viendo cómo, inexorables, crecían pelos en mi cuerpo, diría mejor: canutos de gallina, contaminando la piel y la palabra.
No voy a caer en falsas antinomias. El cóctel social y deportivo soporta las más benditas contradicciones.
Basta con ver a Macri presidente de Boca o al Mamita, mi compañero de fútbol, fanático de River, de derecha ultraliberal, borracho, desdentado, de piel oscurísima, changarín.
Sos buena o mala gente: las habas se cuecen en ollas de acero o de barro. Menos mal que mi viejo no perdió del todo su origen barrial y nos hizo hinchas de Atenas. Sin eso, tal vez no hubiera soportado tamañas desavenencias en la vida. Ah, no lo toqués a mi viejo, más bueno que el pan.
Atrás fue quedando la adolescencia. River era lo más grande. Perón, un dictador. La primera novia, el secundario concluido. Y, en Córdoba, el viento del 29 de Mayo de 1969 despeinó mis escasas ideas y fui abrazando la primera propia, la de cambiar al mundo, idea arraigada aún como la banda roja. Vino el después, la historia reciente de los argentinos, historia no terminada de contar aún.
Post dictadura, empezaron a inquietarme mis canutos gorilas. Y entendí, de una sola vez, la miopía incorregible de nuestros teóricos de izquierda.
En el fútbol, estamos todos de acuerdo en que Diego es el mejor. Una verdad tan contundente (además de haberle metido la mano a la inmaculada Albión) no la puede ocultar ni la gallina más acérrima. Ahí el Diego es dios, es lo más grande que hay.
Con la pelota en los pies -dicen condescendientes los anti patria y anti pueblo- no hay con qué darle.
-Pero mejor que no hable- agregan sentenciosos.
¿Y de qué habla el Diego cuando habla? Habla de la mafia de la FIFA de los negociados de la AFA se pone la camiseta defensora de los jugadores, y se carga al hombro a los napolitanos pobres sojuzgados por el norte poderoso. Y se tatúa el Che, se hace amigo de Fidel y acompaña a Chávez para hundir al ALCA: cuestiona al poder.
Y, por amor, es capaz de salir del infierno y arriesgar su idolatría popular para intentar la hazaña que lo coloque definitivamente en el altar de los argentinos. Como lo ha nombrado Galeano: "Diego es un dios sucio, que se nos parece, es el más humano de los dioses". Verborrágico, contradictorio y frágil, casi nuestra cédula de identidad.
Entonces, hay que apostar a su fracaso.
Diego, exabrupto inapelable, los invita a beber. De la ineptitud pasa al acierto. Del descuido a la meticulosa jugada preparada para el cabezazo del gringo. El maestro aprende con los alumnos y el grupo es una fiesta y silba la cumbia del amanecer contigo en una cabaña. Y es capaz de consolar al caído por los dardos periodísticos y televidentes cuando lo matamos al Demi por ese error imperdonable: "Nunca para el medio, reventala".
Gestos humanos, que le dicen.
Y Palermo tiene que estar porque es el murmullo de la mitad más uno.
Gestos de los grandes, con el corazón en la gente.
Antes, a un burrito desbarrancado y apedreado lo vistió de selección.
Gestos de clase, de Villa Fiorito, a ver si se entiende.
Así que, Diego, hablá, seguí siendo el que sos; dejá que algún moralista tire el primer cascote. La gente del pueblo te escucha, te apoya, se embandera de patria y será quien llorará con vos si nos derrotan. |