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Nosotros
que hemos mirado siempre con ironía e indulgencia
los objetos abigarrados del fin de
siglo: las construcciones
trabadas en oscuras levitas. Nosotros
para quienes el fin de siglo fue a lo sumo
un grabado y una oración francesa.
Nosotros que creíamos que al final de cien años sólo había
un pájaro negro que levantaba la
cofia de una abuela.
Nosotros que hemos visto el derrumbe de los parlamentos
y el culo remendado del liberalismo.
Nosotros que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres
y a quienes nos parece absolutamente
imposible
(inhabitable)
una sala de candelabros,
una cortina
y una silla Luis XV.
Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos
y de científicos supersticiosos,
que sabemos que en el día de hoy está
el error
que alguien habrá de condenar mañana.
Nosotros, que estamos viviendo los últimos años
de este siglo,
deambulamos, incapaces de improvisar
un movimiento
que no haya sido concertado;
gesticulamos en un espacio más
restringido
que el de las líneas de un grabado;
nos ponemos las oscuras levitas
como si fuéramos a asistir a un
parlamento,
ientras los candelabros saltan por la
cornisa
y los pájaros negros
rompen la cofia de esta muchacha de
voz ronca.
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