Un materialismo redentor en Gonzalo Rojas:

lectura del poema “La materia es mi madre”

Ensayo de Manuel Ossa Bezanilla

Centro Ecuménico Diego de Medellín

ossa.manuel@gmail.com

El poema “La materia es mi madre”[1] es un himno a la tierra y la materia como único espacio capaz de liberar la identidad propia de los embrujos que amenazan con enajenamos. Evoca un Anteo que en su lucha contra Hércules recobra sus fuerzas al abrazar a su madre, la Tierra. Sólo en el cobijo materno de la materia el ser humano libera su identidad de la angustia que le hace buscarse en espacios o modelos donde no puede llegar a ser sí mismo.

Llama la atención que, en un poema no religioso, sino materialista, se describan algunos paisajes de este camino hacia la autenticidad con palabras y frases que vienen de un libro religioso, la Biblia. Tales son el “demonio”, el “árbol de la ciencia”, la “serpiente” del paraíso, “polvo eres y en polvo te convertirás”, “todo esto te daré...”, “tomen y coman”, “segadora del trigo que sembraste llorando”, “perecí en el diluvio”. Con todo, Dios no es mencionado en ninguna parte. ¿Es esto contradictorio?

El camino hacia la identidad auténtica pasa por cinco estancias que revisamos en los párrafos siguientes, a continuación del poema incluido en La miseria del hombre (1948)[2]:

                                                                                         La materia es mi madre

1.    La mano del demonio

2.    me hace hablar, me acaricia, me estrangula,

3.    me arranca la comida de la boca, me obliga,

4.    se aprovecha de mí. Me pasea en su palma

5.    como en un trono errante por un libre desierto.

6.    Ay, mi alma poseída

7.    en las afueras del paisaje llora,

8.    como virgen violada que se traga su lengua.

9.    Ahogado en el clamor de su estridencia muda,

10.    con el trastorno de la sed y el hambre

11.    —ya sin color ni sabor mis sentidos—

12.    subo a pedir aire a gritos a las cumbres.

13.    Ay, cuando estoy a punto de volarme y perderme,

14.    la mano de mi madre

15.    me sostiene, me sacia, me oprime, me perdona,

16.    me redime, me saca las espinas. Me mece

17.    en su regazo, porque yo soy el hijo ciego

18.    que pone en pie su sangre.

19.    Yo sé por dónde nace, de qué grietas exhala su destello.

20.    Como empieza a romperse. Con qué dulzura anúnciase su gracia.

21.    Cuánto es el gran latido de su prudencia. Qué congoja

22.    la estremece al tocarme por adentro.

23.    A ese golpe, ya nada es imposible. Las piedras se levantan.

24.    Descorren sus visiones las cortinas terrestres.

25.    Del sepulcro, la cara de mi alma se incorpora.

26.    De todos los objetos mana un éter distinto,

27.    como si en esa atmósfera mi madre me pariera

28.    desde el sol de su entraña, donde roe un cangrejo;

29.    oh gran cáncer que pudres

30.    la vertiente y el vino de mis actos.

31.    Yo me como a mi madre en el pan y en el vino.

32.    Oh materia materna.

33.    Tú estás escrita en todas las letras de los árboles.

34.    Tu memoria está escrita en la corteza.

35.    Labrada en roca hermética, en la arena y la playa.

36.    En la ciudad está tu viudez y tu brío.

37.    Tu mano está conmigo en todas partes.

38.    De la abundancia de tu corazón

39.    habla mi boca.

40.    Ahora eres mi hija

41.    ya vuelta inspiración como una nube.

42.    Tú trabajas en mí. Riegas mis árboles. Atiendes

43.    tu labor sin fatiga, ordenándolo todo.

44.    Callada, pero múltiple, preparando mi viaje.

45.    Siempre despierta en un insomnio fúlgido.

46.    Segadora del trigo que sembraste llorando.

47.    Ahora libre en toda tu riqueza.

48.    Mirando el tiempo mío en un día sin tiempo.

49.    tú bebes en mi copa. -

50.    La mano del demonio

51.    me llama desde el árbol de la ciencia.

52.    Me llama por mi número.

53.    Me regala su reino

54.    por un verso de orgullo contra el polvo

55.    del que nací, y al cual retornaré

56.    como mi madre.

57.    Ella está en mí. Yo, en ella. Ambos estamos

58.    dentro de un mismo vientre, reunidos

59.    adentro de las cosas que existen y se mueren

60.    de su existencia, adentro de los árboles,

61.    donde despunta el sol en sus raíces.

62.    Porque si soy el día, ella es la aurora,

63.    ella es la identidad, y yo su idea fija.

64.    Ambos desembocamos en el vientre

65.    de la madre común, estremecida

66.    en su virginidad preñada por el fuego.

67.    Estoy creado en fósforo. La luz está conmigo.

68.    La materia es mi madre.

69.    Soy el pájaro ardiente de negra mordedura

70.    que hace su nido en el pezón de la virgen,

71.    por donde sale la materia

72.    como una vía láctea,

73.    a iluminarme el movimiento de la obscura

74.    mancha solar del solo pensamiento.

75.    A esas ubres estériles, hoy vive amamantando

76.    lo ilusorio de mi naturaleza,

77.    que busca en el carbón la veta de su sangre,

78.    que pide a la tiniebla su ciega dinamita

79.    en el proceso del alumbramiento

80.    de la palabra.

81.    De ese musgo gastado de apariencia difunta,

82.    me nutro como un puerco.

83.    De esos pechos jugados, como naipes marcados.

84.    y vueltos a jugar hasta el delirio

85.    me alimento, me harto, y en ellos me conozco

86.    cómo era antes de ser, cómo era mi agonía

87.    antes de perecer en el diluvio.

1. “Mi alma poseída, en las afueras del paisaje llora” (Versos 1 -12)

La primera estancia habla de un yo, el del poeta, que se siente poseído, violado, por otro, hecho ajeno de sí mismo y, por tanto, manipulado y torturado por una fuerza extraña, a la que designa con el nombre de “demonio”, símbolo de una potencia cuasi divina del mal. Es una potencia ambigua - “me acaricia, me estrangula”. Manejado por la “mano” de ese extraño, no reconoce ni sus propias palabras como suyas, pues es el otro quien le “hace hablar”. Lo eleva con mano poderosa que parece un “trono errante”. Nada de lo que ve desde esa altura vertiginosa pertenece a un mundo habitable, sino tiene la apariencia de un desierto. Desde una exterioridad ajena, se ve a sí mismo llorando: su “alma poseída llora, como virgen violada que se traga su lengua”.

En un clamor inarticulado y anónimo, atragantado en el redondel de una boca y unos ojos desorbitados, como en el cartón El grito de Edvard Munch, “ahogado en el clamor de su estridencia muda”[3], sube y vuela del fondo de un abismo “a pedir aire a gritos a las cumbres”. Es el de profanáis no religioso que recuerda el Salmo 130: desde lo más profundo clamé, aunque sin el “a ti” a quien se dirige el salmista.

2. La mano de mi madre" (Versos 13 -30)

En la segunda estancia es tal su ahogo y desesperación, que saca fuerzas de flaqueza para emprender el vuelo hacia lo alto de unas cumbres hacia donde clama, pidiendo que le ayuden a respirar. Comienza así el rescate del yo en el descubrimiento de una “madre”.

La respuesta a su grito no es una voz, sino una mano, la “mano de mi madre” que, al darlo a luz, le sana las heridas, lo sostiene, lo cobija y le abre el mundo ante sus ojos hasta ahora ciegos, como los de todo recién nacido. Lo “mece en su regazo”, sanado, perdonado, redimido de una existencia enajenada. ¿De qué se le perdona? ¿Dónde, en qué existencia le fueron clavadas sus espinas? Se palpita aquí una historia oculta, vergonzante tal vez. El “redimido” es en realidad un liberado de una culpa que lo hizo ajeno de sí mismo.

Esa madre naturaleza nace al hacerme nacer desde su vientre, pues “empieza a romperse” al darme a luz. Ella es sabia, pero está conmovida con mi misma angustia -una congoja la estremece al tocarme por adentro”. Recuerda los “dolores de parto” que aquejan a la criatura según Pablo (Rom. 8, 22).

¿Es ésta una experiencia de nuevo nacimiento, como obra divina de sanación y redención? Nacimiento es pasar de la muerte a la vida, “del sepulcro, la cara de mi alma se incorpora” - con ojos deslumbrados con lo que descubren a su alrededor: el vientre materno es el sol, fuente de vida, pero trae escondido un regreso, como el del cangrejo, donde la fuente de las aguas se agota y la embriaguez de la acción se amortigua: “pudres la vertiente y el vino de mis actos”.

3. “Yo me como a mi madre en el pan y en el vino”

En la tercera estancia (versos 31-49), responde a su grito algo que no es una voz, sino una mano de madre que, al darlo a luz, le sana las heridas de su estadio anterior. El yo se vuelve uno con la “madre”, la cual se desdobla en la figura de la “hija”.

Esa madre es la materia universal y originaria. El poeta se siente su hijo y, como tal, hace vivir a su madre en sí; se siente acompañado por ella y referido a ella como al sentido de su vida.

Hay una manifiesta alusión a la eucaristía cristiana... El misterio de la unión de todos en una comida en común. Misterio de comunión: “Yo me como a mi madre en el pan y en el vino” -un ritual, como el del tomen y coman, éste es mi cuerpo, en que la mutua pertenencia de la madre naturaleza y del yo se vuelve real-, “tu mano está conmigo en todas partes”. “Materia materna” que igual está en la corteza de los árboles que en el ritmo acelerado de la ciudad, donde “está tu viudez y tu brío”. Lo que ahora sale de la boca viene del corazón de la madre-materia: “de la abundancia de tu corazón habla mi boca”. El corazón es aquí el de la materia, diosa y madre, de cuya abundancia habla el yo, pero no ya más por sí mismo solamente, sino en representación de una memoria milenaria. En el verbo producido por el poeta, la madre-materia se vuelve hija suya. Así participa él en la generación del universo, pues crea pensamiento al formular ahora palabras que brotan del corazón de su madre que es también el suyo.

“Segadora del trigo que sembraste llorando”... como en el salmo 126, donde los que siembran padecen el trabajo como esclavitud, pero al cosechar vuelven riendo, “ahora libre en toda tu riqueza”.

La tercera estancia termina como había comenzado, en un banquete: “tú bebes en mi copa”. Eternidad y comunión -”en un día sin tiempo”. La copa es mi destino, a veces feliz, a veces aciago, primer compás de una fiesta (copas de oro llenas de perfume, Apoc. 5,8), o amargura mortal (pase de mí esta copa... (Lc. 22, 42) y ruina apocalíptica (cáliz de desolación y amargura, Ezeq. 25, 33; cf. Apoc. 16, 3-8).

4. Del árbol de la ciencia a la materia, mi madre  

En la cuarta estancia (versos 50-68), la unidad de madre e hijo se reafirma en la confrontación con la angustia inicial y su superación.

La evocación de la copa en su ambigüedad simbólica trae nuevamente el recuerdo y la presencia, ahora desde afuera, de la potencia extraña y temible en cuyo poder estaba en un comienzo. “La mano del demonio me llama desde el árbol de la ciencia”, como la serpiente del Génesis (3,1-7). La ciencia aleja de la experiencia inmediata, el “árbol de la ciencia” es conciencia de sí, pero al mismo tiempo, pérdida del instinto nativo, y extravío en la multiplicidad de lo posible, caída (¡que no subida!) del instinto a lo racional, pero sin brújula.

La tentación se personifica en el “demonio”, quien, como otrora a Jesús tras sus cuarenta días de desierto, “me regala su reino, por un verso de orgullo contra el polvo”. El verso recuerda al de Horacio, quien se asegura de “no morir completamente” gracias a la eternidad escultural del verso (“levanté un monumento más durable que el bronce...”, Horacio, Carmina, III, 30), orgullo y sublevación “contra el polvo del que nací y al cual retornaré, como mi madre”, eco del polvo eres y en polvo te convertirás del Miércoles de Cenizas.

Pero esta nueva confrontación con el demonio no angustia como en la primera estancia, porque es sólo tentación externa. Lo íntimo y perdurable es la vinculación de la materia, madre universal, con el yo: “ella está en mí, yo, en ella. Ambos estamos dentro de un mismo vientre, reunidos......La materia es mi madre”. Morimos, ella y yo, para volver a nacer. Ella es virgen, porque el fuego que la preña no le viene de afuera, sino de ella misma: “ella es la aurora, ella es la identidad... ”

5. "En el carbón la veta de su sangre” - Identidad recuperada

Es la quinta y última estancia (versos 69-87), donde se define la identidad múltiple del yo recuperado en la relación con un universo en continua muerte y regeneración.

“...soy el pájaro ardiente...”: representa un vuelco en la experiencia del vuelo. Volar no es como antes (verso 13) “perderme” sino ahora “anidar” “en el pezón de la virgen”, vinculando así la creación poética con el origen de la materia, donde el pensamiento es el movimiento de una “obscura mancha solar” iluminada por la vía láctea de la materia toda.

Esterilidad y alumbramiento, ilusión del sí mismo, pero búsqueda pertinaz de su origen en “la veta de su sangre”, en el carbón de Lebu donde el poeta naciera. La imagen del “pezón de la virgen” en contraste con las “ubres estériles” se degrada en el triste recuerdo de una noche de juerga, la de los “pechos jugados, como naipes marcados y vueltos a jugar hasta el delirio”, imagen de una diosa-madre y a la vez conviviente del ser humano en su historia milenaria: este ser que una vez agonizara y pereciera “en el diluvio” exterminador que se reitera en la historia universal y personal. Sin embargo, este pobre ser renace para seguir “alumbrando la palabra” en un eterno retorno dado a luz por la diosa-madre-materia.

6. Experiencia humana – Experiencia religiosa

No sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos ni a qué grande entidad pertenecemos. El poeta intuye en medio de su angustia que el destino humano está ligado a la materia, madre universal de toda vida, al fuego y a la luz de los que todo procede. Ciertamente también al agua y a la tierra. Y al aire que, tras el ahogo de nuestras ciudades, se busca en las alturas, en los bosques y junto al mar. Fraternidad universal, creación y re-creación, instintiva y responsable a la vez, de lo que reiterativamente muere.

Más de setenta años han pasado desde que Gonzalo Rojas publicara este poema. Hoy se vuelve actual como nunca ante el cambio climático ya irreversible con sus sequías e inundaciones, la evaporación de los glaciares, la licuación de los hielos polares, los incendios forestales, las interminables filas de fugitivos que buscan asilo, las guerras por el agua y la energía y muchas otras amenazas que se ciernen sobre nuestras cabezas por la mera voluntad de lucro de los grandes consorcios.

La experiencia humana de Gonzalo Rojas se expresa en términos religiosos. Aquí se han señalado algunas reminiscencias de textos bíblicos o litúrgicos. Pues la religión, antes de dejarse capturar por la institución social con la que se la suele identificar, es fundamentalmente símbolo de lo que pasa en las profundidades del alma individual y universal. El lenguaje del poeta es más alusivo y menos claro que el de algunas doctrinas o teologías que pretenden saberlo todo. Pero ese lenguaje, con algún eco del de Jesús en sus parábolas, nos deja, mejor que aquellas doctrinas, al borde del misterio al que por falta de otro mejor le hemos dado el nombre de Dios.

¿Es esta una visión materialista de lo divino? Puede que sí. Y si la “materia es mi madre”, hay aquí también una visión feminista de Dios. La palabra del poeta desentraña la materia y descubre al espíritu que la habita. Podemos decir, parodiando a Péguy, que lo espiritual es de por sí también carnal o material.

A ese misterio hay que respetarlo en la materia que es nuestra madre, si no deseamos que un día a nuestros hijos e hijas los paseen, como títeres y por mano ajena, “en un trono errante por un libre desierto”.

Notas:

[1] Este poema está incluido en La miseria del hombre (1948). Citamos según la edición digital de 1948, del sitio web de la Universidad de Chile: http://www.gonzalorojas.uchile. cl/ Compilación, diseño y edición: Miguel Ángel Martínez Barradas (arcanaartis@gmail.com).

[2] La numeración de los versos no está en el original, sino ha sido agregada editorialmente para facilitar la lectura del comentario que sigue.

[3] En la expresión “estridencia muda” se combinan dos palabras de significado opuesto en una misma estructura (figura llamada oxímoron), lo que remite a un significado distinto que puede ser buscado en el ámbito de la representación visual del “grito” en el mencionado cuadro de Munch. En la edición crítica de Marcelo Pellegrini, UCV, y Marcelo Coddou, UPLA, p. LXIX y ss. se establece un vínculo entre el expresionismo de Munch y el lenguaje expresionista de Rojas. La ilustración de la portada, obra de Carlos Pedraza, está inspirada en El Grito de Munch.

 

Ensayo de Manuel Ossa Bezanilla

Centro Ecuménico Diego de Medellín

ossa.manuel@gmail.com


Publicado, originalmente, en: Anales de Literatura Chilena Año 23, diciembre 2022, número 38, 351-358 ISSN 0717-6058

Anales de Literatura Chilena es una publicación del Centro de Estudios de Literatura Chilena de la Pontificia Universidad Católica de Chile (CELICH)

Link del texto: https://analesliteraturachilena.letras.uc.cl/index.php/alch/article/view/56117

 

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