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Sobre servir café en los velorios
por Diego Enrique Osorno

“Lo que me gustó de Ahmed es que era un chico muy seguro de sí mismo pese a que no tenía nada por ser palestino, ni derechos ni nada; y a pesar de eso siempre estaba sonriendo y siempre estaba muy seguro de sí mismo”, me dijo Marcela, una hermosa mexicana a la que conocí por casualidad en un campo de refugiados palestinos en Líbano, a donde viajé durante un mes en 2007. Ahmed, el hombre de quien ella hablaba, era su esposo, un palestino musulmán de quien se enamoró y al que no le gustaban los fundamentalismos, ni los políticos en general.

Ahmed era traductor y trataba de vivir de eso en el campo de refugiados. No hacía demasiados aspavientos, como muchos otros palestinos, en los días en que lo conocí, justo cuando el Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, recorría Medio Oriente con la amenaza de ampliar la invasión de Irak a Siria e Irán si estos países se seguían portando mal. Le pregunté su opinión al respecto y recuerdo que Ahmed me dijo: “Los pájaros, unos segundos antes de morir, dan los aletazos más fuertes”.

Me he acordado mucho de él en estos días, no sólo por las insurrecciones árabes que ocurren fuera de todo cálculo (como de por sí pasa con las revoluciones), sino también por una historia metafórica que Ahmed me contó cuando le pregunté lo que pensaba sobre la Guerra, así, con mayúsculas, esa palabra que tenemos tan en la mente y en la cotidianidad de México desde que se convirtió en el mecanismo ideal de un gobierno débil para encubrir la crisis política profunda iniciada en 2006, cuando el candidato presidencial perdedor desconoció al ganador, y éste, en lugar de hacer política para evitar que siguiera rompiéndose el tejido social, lanzó una guerra. Maquiavelo recomendó eso a los líderes con temor de perder su poder: “Emprende un debate con un enemigo imaginario y eso te hará ver más fuerte”.

Ahmed me contaba que entre los musulmanes se acostumbra que cuando una persona muere, sus familiares más cercanos la velan durante tres días, durante los cuales se bebe mucho café para mantenerse despiertos, como indica la tradición. No cualquier café consigue eso, y en los velorios musulmanes se bebe un café especial, uno turco, que ayuda a mantener la vigilia obligatoria. Antes este café era preparado exclusivamente por alguien de cada familia, como indicaba la tradición. Sin embargo, ahora los musulmanes con dinero contratan a personas para que se encarguen de dar este servicio durante los funerales de sus muertos: así, por unos 200 dólares, el café siempre está listo durante la jornada de despedida.

“No es difícil imaginar que quizá algunas noches estas personas que se dedican a servir café en los funerales, cuando rezan, le piden a Alá que tengan más trabajo. O sea, que haya más muertes”, me dijo Ahmed, para luego concluir su reflexión: “Así como pasa con esas personas ocurre con los líderes políticos palestinos y de otras partes del mundo: de forma consciente o inconsciente, necesitan de muertos para poder seguir teniendo trabajo”.

Diego Enrique Osorno - Columna Esquirla publicada en M Semanal
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marzo 6, 2011
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