Me he acordado mucho de él en estos días, no sólo por las
insurrecciones árabes que ocurren fuera de todo cálculo (como de por sí
pasa con las revoluciones), sino también por una historia metafórica que
Ahmed me contó cuando le pregunté lo que pensaba sobre la Guerra, así,
con mayúsculas, esa palabra que tenemos tan en la mente y en la
cotidianidad de México desde que se convirtió en el mecanismo ideal de
un gobierno débil para encubrir la crisis política profunda iniciada en
2006, cuando el candidato presidencial perdedor desconoció al ganador, y
éste, en lugar de hacer política para evitar que siguiera rompiéndose
el tejido social, lanzó una guerra. Maquiavelo recomendó eso a los líderes
con temor de perder su poder: “Emprende un debate con un enemigo
imaginario y eso te hará ver más fuerte”.
Ahmed me contaba que entre los musulmanes se acostumbra que cuando una
persona muere, sus familiares más cercanos la velan durante tres días,
durante los cuales se bebe mucho café para mantenerse despiertos, como
indica la tradición. No cualquier café consigue eso, y en los velorios
musulmanes se bebe un café especial, uno turco, que ayuda a mantener la
vigilia obligatoria. Antes este café era preparado exclusivamente por
alguien de cada familia, como indicaba la tradición. Sin embargo, ahora
los musulmanes con dinero contratan a personas para que se encarguen de
dar este servicio
durante los funerales de sus muertos: así, por unos 200 dólares, el café
siempre está listo durante la jornada de despedida.
“No es difícil imaginar que quizá algunas noches estas personas que se
dedican a servir café en los funerales, cuando rezan, le piden a Alá que
tengan más trabajo.
O sea, que haya más muertes”, me dijo Ahmed, para luego concluir su
reflexión: “Así como pasa con esas personas ocurre con los líderes
políticos palestinos y de otras partes del mundo: de forma consciente o
inconsciente, necesitan de muertos para poder seguir teniendo trabajo”. |