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Cadáver con sombrero de charro
por Diego Enrique Osorno

ESQUIRLA- Milenio Semanal

Una foto que hizo Leo Espinoza el viernes 25 de junio de 2008 en las afueras de Culiacán me parece una de las imágenes que mejor capta el traumático momento que vive México. Recargado bajo un árbol, tapado con una cobija de cuadros y un sombrero de charro tricolor, el cadáver de un policía municipal ejecutado por el narco se despide de este mundo.

Luego descubrí Pueblos del viento norte, un espléndido libro publicado en 1994 en Jalisco, el cual me ayudó a entender la tragedia humana que vivimos en la actualidad con “la guerra contra el narco”, la misma tragedia que se cuenta en esa foto de Leo Espinoza publicada en el periódico El Debate de Sinaloa.

Los autores de Pueblos del viento norte, Luis de la Torre y Manuel Caldera, se dan a la tarea de recopilar testimonios de campesinos y rancheros que sobrevivieron a las batallas de la Revolución y/o a las de la Guerra Cristera, dos acontecimientos que anteceden en cuanto a violencia y muerte a los días actuales.

Foto Leo Espinoza

 

Recuerda Carmelita Fernández:

“El de la soga ya quería ejecutarlo. Buscaba la rama y hacía la lazada.

—¡Pepe! —le dijo mi papá—, concédale a mi hija lo que pide. No me cuelgue. Que mi hija le pague las balas que ocupe. No quiero ser ahorcado [...]

Busqué entre mis hilachos las únicas monedas que tenía. Salí a la puerta y se las aventé”.

Las guerras así son. Muestran lo peor y lo mejor de los seres humanos, creando situaciones que parecen inverosímiles. Otro testimonio recopilado en el libro es el de José Atilano Guzmán, quien rememora:

“A las cinco de la tarde se me acercó un viejito, muy humillado, y me dijo:

—Permítame levantar a mi hijo para darle sepultura... ¿qué puede deber un hombre que con la vida no lo pague?”.

Cualquier similitud entre la historia de hace 70 años que comparte en el libro Juan Francisco Ruiz con algún testimonio presentado en una nota del mes pasado en Ciudad Juárez o Navolato, no es casualidad.

“A Vicente, que había quedado mal herido, lo amarraron a un pino y ahí lo iban a dejar, pero él empezó a rogarles que no lo abandonaran así, que lo desataran para morirse a gusto”.

Los relatos de guerra son universales. En este libro, lo que resalta de los testimonios recopilados es la riqueza oral que quizá sólo puede dar el recuerdo y esa narrativa rulfiana del campo mexicano. Narra el peón José Ramírez:

“El tiro de gracia que le dieron sonó sofocado, sordo. La cabeza nomás le rebotó entre las piedras blancas. Ahí quedaron los sesos rallados con sangre y los ojos se le abrieron como para mirarlo todo”.

Guadalupe Cisneros dice en un momento dado:

“A ése nadie lo sepultó. Con el tiempo se secó y el aire lo hacía sonar como un bule”.

A su vez, Gabino García, platica de esta forma sus memorias de guerra:

“Cuando arrendamos para acá, otro día, yo me acuerdo, había llovido, y afuera del pueblo estaba el reguero de muertos, unos boca arriba con los ojos llenos de agua”.

La foto del cadáver con sombrero de charro nos muestra lo que recuerdan de otras guerras mexicanas los campesinos entrevistados por Luis de la Torre y Manuel Caldera. He ahí el poder de esa imagen. Poder parecido al del relato del ranchero Eulogio Bañuelos:

“La jornada ha sido dura, vamos a tirarnos como palos. Y sí, nos tendieron cobijas y petates para acostarnos... pero el sueño estaba lleno de muertos que no dejaban dormir”.

Diego Enrique Osorno - Historias de Nadie
diego.osorno@gmail.com
y www.twitter.com/diegoeosorno
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blog de Osorno |
Milenio.com
enero 11, 2010
Autorizado por el autor

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