Es cierto, pues, que aparecen, y se reconocen, las tres regiones de
nuestro vasto y todavía inexplorado territorio, pero tanto aquélla, como
éste, y, del mismo modo, la Costa –negra, mulata, criolla- se amalgaman
en un todo para el que los rostros que son filmados, representan una
suerte de fuerza telúrica, patente en el leit motiv del agua, con cuya
espléndida imagen se abre (y se cierra) la película: la mujer nativa
shipiba, Roni Wano (Madre del agua) de la Amazonía, con su voz
excepcional y en idioma shipibo conibo, canta para denunciar el desastre
ecológico ad portas, y lo hace con su navegar en un río, que no viene a
ser otro que el de la propia vida.
Y, luego, la presencia entrañable de Máximo Damián Huamaní, el
violinista que, a pedido de Arguedas, acompañara su tránsito en el
camino de la inmortalidad: tocó en el entierro del gran poeta y narrador
de Todas las sangres...
Porque, en el fondo, y la forma, la película de Javier Corcuera, quiere
ser una sui generis interpretación del título de esta polémica novela,
que encierra la imagen raigal de nuestra poliédrica nacionalidad.
Coproducida por La Mula y La Zanfoña (felicitaciones por el gran
acierto del necesario auspicio) esta obra de espléndido arte viene a ser
la coronación de la fúlgida carrera de artista de la cámara, de poeta
–la raíz no le falta- de lo audiovisual que tiene el también autor de
esa excepcional película que es “La espalda del mundo”.
En el filme participan rostros conocidos sobradamente, verdaderos íconos
de la música peruana como el propio Máximo Damián, Raúl García Zárate,
Jaime Guardia, el inmortal Carlos Hayre, Félix Casaverde, Susana Baca,
los hermanos Valleumbrosio (en especial don Amador, maestro del zapateo
y violinista negro de polendas), Laurita Pacheco, Consuelo Jerí, Magaly
Solier, Rosa Guzmán, Sara Van (es estremecedora su versión de “Cardo o
ceniza”, de Chabuca Granda, cuya presencia, igualmente, es como una
sombra benéfica, en cuanto a música de la costa); Lalo Izquierdo y
multitud de anónimos intérpretes de las melodías peruanas de todas las
regiones. (amén de las evocaciones de Felipe Pinglo, Pablo Casas, Manuel
Acosta Ojeda). Y el singular “bautizo” de Palomita, una muy joven
danzante de tijera (su origen es puquiano) actividad que, hasta donde
sabíamos, era –otrora- reservada para los hombres
“Es una deuda que tenía pendiente con el Perú”, acaba de declarar Javier
Corcuera, y estamos de acuerdo en que ella ha empezado a ser pagada con
creces, aunque nunca ninguna obra de arte podrá llegar a plasmar lo que
es nuestro desmesurado país y sus múltiples avatares.
Si bien es cierto que no puede señalarse un “hilo argumental”, la obra
tiene, como basamento, el curso del agua, que parte de los ríos de la
selva –imágenes de antología- baja a la sierra y concluye en el mar:
“Nuestras vida son los ríos…”, escribió el clásico. Y eso es lo que se
puede aprehender en este filme, destinado a abrir una brecha en la
cerrazón de un mundo que, para muchos, ya estaba definitivamente perdido
en la alienación.
Asimismo, es simbólico, como una suerte de “viaje a la semilla”. el
retorno., paradigmático, de artistas como Máximo Damián, quien vuelve a
su lar nativo, vernáculo: como quien necesita “cargar las baterías”: y
esto no deja de ser sintomático.
De este modo, vemos que, aún, queda mucho por descubrir, y que,
Arguedas, y ahora Javier Corcuera, interpretan en (con) ese “Sigo
siendo” , una suerte de testimonio de que, malgrado el genocidio
cultural -y del otro-, el Perú, nuestro Perú, y nosotros mismos,
seguimos siendo.
De otro modo no nos explicaríamos la vitalidad de un filme que está
destinado a perdurar, por (con) el camino de su música, del arte de los
sonidos que trasciende territorios, compartimentos estancos, y se planta
en el centro de la escena de una patria a la que aún no hemos
descubierto del todo.
Esta película es, apenas, el comienzo: su lección parece decirnos que es
necesario volver a las raíces entrañables, simbolizadas, verbi gratia,
en los viajes hacia el origen, hacia su ayacuchana comunidad de Ishua,
que emprende Máximo Damián Huamaní, quien no solo se desenvuelve en el
Ande, sino, asimismo, participa en el homenaje –nada menos que en el
cementerio de El Carmen- a don Amador Valleumbrosio, con su comunidad
chinchana, en medio de los zapateos y el ritmo frenético del lado afro
que, igualmente, tiene nuestro Perú de todas las sangres.
Ahora, así como ha triunfado en el reciente Festival de Cine de Lima,
esperamos los justos galardones para “Sigo siendo”,en calificadas
competencias como la de San Sebastián y, en general, en el Asia, o
adonde sea llevada la imagen indeleble de la patria peruana a través de
sus indelebles melodías.
Desde “La espalda del mundo” (año 2000), el autor ha inaugurado la
presente centuria fílmica nacional, con pasos auspiciosos, que
dignifican su prosapia de creador, con la poesía dilacerada de sus imágenes.que,dada su juventud, aún tiene mucho por regalarnos. |