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Desde estas lomas,
las de la barra,
al noreste del arroyo Maldonado,
en las terrazas del hotel Montoya
adonde estamos,
mirando a través de los años
puedo ver muchas ciudades
y poblaciones
todas distintas
ocupando sucesivamente el sitio
de la ciudad de ahora.
Ora arenas batidas por el viento
y casuchas pobres
de paredes permeables,
guaridas de pescadores
y de animales,
redes secándose al sol
colgadas del risco,
fogatas de asados de carne de vaca
y parrillas con peces
recién sacados,
a bote y a caballo
en el silencio únicamente
roto por olas y gaviotas
(¡como extraño hoy
las calles de tierra o de balastro!),
ora la impertinencia del cemento
bajo distintas formas
agresivas y amables,
rutas rápidas de negro asfalto
calles de balastro
y artefactos de metal, multicolores,
luces en guirnaldas,
altoparlantes en aviones,
música de día en la arena
y de noche en las calles.
Miles de personas
que disputaron
y ganaron
el lugar donde pastaban los rumiantes,
empujaron hacia adentro a los árboles
y hacia afuera a las naves.
Las formas angulosas
reemplazaron a las suaves,
y ánimos,
a veces fuertemente encendidos,
a los tranquilos
de los pastores.
Velas blancas contra el cielo,
árboles nativos y extranjeros
... y amores...
Ha pasado mucho, mucho tiempo.
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