El
método como camino constructivo
del
proceso de evaluación de impacto. por Dra. Marisel Oliva Calvo. |
En
toda estrategia investigativa, el método constituye un elemento
constitutivo esencial, pues alumbra el proceso mismo de búsqueda de la
verdad. No es posible asumir la educación en general y la de impacto, en
particular, sin la mediación de un método. Existen
muchas definiciones de método, pero generalmente se aborda como guía
para la investigación científica. [1].
Sin embargo no siempre se destaca el momento constructivo del método, en
tanto se construye en el proceso mismo de la investigación, es decir, que
si ciertamente existen determinados procesos lógicos a tener en cuenta,
no se puede reducir a ello. Es un camino, que más que resultado en sí
mismo, es proceso y resultado, en la construcción del objeto y la búsqueda
de la verdad. Es una lógica que se construye y guía la aprehensión de
la realidad; por tanto, no precede[2],
sino sucede. Por eso, con gran certeza y profundidad, Marx, criticando la
metafísica de Hegel, enfatizaba que era necesario seguir la lógica del
objeto que se va construyendo, y no obviar las diferencias específicas y
contextuales. De lo contrario, el método se convierte en algo externo al
objeto que se investiga. Por supuesto, tampoco es correcto asumir una
posición anárquica como P. Feyerabend que
sostiene que el método de la ciencia es no tener ningún método, o que
toda investigación científica con éxito supone precisamente la
inobservancia de las reglas metodológicas vigentes. No hay que ir a los
extremos, sino realmente preocuparnos
por hacer del método una lógica “vital” aplicada que siga el
devenir del objeto en sus varias mediaciones y
contextos, pues como bien destacaba Gastón Bachelard, todo
descubrimiento real determina un método nuevo, y por lo tanto debe
arruinar un método anterior. No se puede hacer del método algo estático
aplicable por igual a todos los objetos investigados, sino construirlos
sobre su base. En
esta dirección Edgar Morin aporta o subraya algunas ideas valiosas. Según
el pensador francés, “el pensamiento complejo incluye en su visión del
método la experiencia del ensayo. El ensayo como expresión escrita de la
actividad pensante y la reflexión, es la forma afín al pensar moderno.
Pensar una obra como ensayo y camino es iniciar una travesía que se
despliega en medio de la tensión entre la fijeza y el vértigo. Tensión
que, por un lado, permite resistir al fragmento y, por el otro, a su
contrario: el sistema filosófico, entendido como totalidad y escritura
acabada (…). Hay una relación entre el método como camino y la
experiencia de búsqueda del conocimiento entendida como travesía
generadora de conocimiento y sabiduría; en “Notas de un método”, María
Zambrano habla de una metafísica para la experiencia y señala la
peculiaridad de un método-camino para transitar la experiencia de la
pluralidad y la incertidumbre, experiencia que hoy la educación debe
favorecer, en directa relación con la revelación de la multiculturalidad
de las sociedades en el seno de la planetarización”[3]. En
sentido teórico el concepto que se propone refuerza la concepción
esencial del carácter diferido y con la necesaria distancia temporal que
debe mediar entre el curso y sus efectos, mientras que en sentido metodológico
la concepción que proponemos supera
la antinomia cuantitativo- cualitativo reconociendo la necesidad
impostergable de que en el acto evaluador se trabaje desde los dos
enfoques, sin olvidar que el instrumentalismo y el tecnicismo no nos
pueden hacer olvidar al sujeto de la evaluación, porque, tan enfrascados
en los objetos evaluables, los modelos
precedentes han olvidado lo más importante: al sujeto, artífice
de todos los procesos. Lo
anterior lo planteamos generalizadamente, aunque podemos resumir esta vez
de modo analítico los siguientes fundamentos:
Naturalmente,
como todo proceso que trata de aprehender una realidad compleja, como es
la evaluación de impacto, y prefigurar resultados que se acerquen lo más
humanamente posible a la verdad,
posee múltiples incertidumbres, y limitaciones de toda índole que
la praxis se encargará de decir la última palabra.
Lógicamente, la aprehensión de un método construido siguiendo la
lógica del objeto investigado puede ser eficaz, pero no totalmente
seguro. Su eficacia funciona,
siempre y cuando se conciba dicho proceso de evaluación de impacto en su
naturaleza sistémica, cultural y compleja, y desde posiciones humanistas
comprometidas con las necesidades reales del
hombre, y la sociedad en su conjunto. La
filosofía de la educación, como concepción general del mundo educativo,
en sus múltiples mediaciones, y en sus componentes varios, incluyendo la
evaluación, en general, y la de impacto, en particular, posee una
misión insoslayable: encauzar el proceso formativo con sentido cultural y
complejo, y con visión prospectiva para estar en condiciones de guiar
racionalmente y con gran sensibilidad nuevos diseños de instrucción y
formación humanas, capaces de vincular indisolublemente los mundos: de la
escuela, de la vida y del trabajo, así como
la posibilidad
de poder sistemáticamente evaluar su comportamiento y eficiencia. Una
evaluación de impacto, resulta eficaz,
en la medida que no separe el conocimiento de los valores y la
ciencia de la conciencia, y con ello, la asunción de un método con
sentido cultural y complejo[4],
resulta insoslayable. Un método que como bien señala E. Morin: “Lejos
de la improvisación y, al mismo tiempo, en la búsqueda de la verdad, el
método como camino que se ensaya es un método que se disuelve en el
caminar. Esto explica la actualidad y el valor de los versos de Antonio
Machado, que siempre nos acompaña y nos da valor: “«Caminante no hay
camino, se hace camino al andar”. Este verso es muy conocido pero quizá
no del todo comprendido. La sencillez expresiva de Antonio Machado esconde
la experiencia de una dolorosa y lúcida percepción de la complejidad de
la vida y de lo humano, tal vez no sea otra cosa la verdadera literatura:
mostrar la experiencia anónima de la humanidad traducida en saber y
conocimiento, tantas veces dejada de lado en la actividad académica e
intelectual, y hoy tan necesaria para educar y educarnos.”[5]
Una educación que requiere racionalidad humana y medios necesarios para
revelarla sin apriorismo estériles. En
fin, método y
racionalidad se hallan estrechamente interrelacionados, por cuanto todo método
es una manera de revelar la racionalidad, pero a su vez la racionalidad
misma puede definirse como el método de justificar adecuadamente nuestras
ideas y creencias, para evitar lo más posible los errores, si se trata de
la racionalidad teórica, o de adoptar los medios adecuados a los fines
perseguidos, si se trata de la racionalidad práctica. La cuestión
fundamental que plantea todo método es que no se trata simplemente de una
manera útil y razonable de averiguar o conseguir algo, sino que el hecho
de adoptar un método concreto determina ya aquello mismo que puede
averiguarse o conseguirse. Del método hay que decir lo mismo que se
afirma del conocimiento en general: que modifica aquello mismo que intenta
conocerse. Precisamente, porque se construye en el proceso mismo del
conocimiento. De lo contrario, resulta
una “camisa de fuerza” a la cual tiene que adecuarse la realidad,
cuando de lo que se trata es que el método sea lógica “vital”, que
siga el devenir del objeto, sin imposiciones y apriorismos abstractos. Por
supuesto, el método es parte
sustancial del sistema. Así, el método socrático es, no sólo de núcleo
de la actividad filosófica de Sócrates, sino hasta inicio de la filosofía
occidental; la duda metódica se identifica con el pensamiento de
Descartes; el método trascendental de Kant no es sino el contenido de su
Crítica de la razón pura; el método dialéctico es la marca de
identidad del idealismo de Hegel y de la interpretación de la vida humana
y de la sociedad, de Marx; el método fenomenológico caracteriza
igualmente a la filosofía de Husserl y al existencialismo de Sartre. La
actual filosofía de la ciencia, superadas de algún modo muchas de las
anteriores discusiones sobre el método científico, pone de relieve el
pluralismo de los métodos empleados en las diversas ciencias. Lo
anterior confirma una vez más
la esencialidad del método y su valor integrador en cualquier ámbito del
saber, incluyendo la evaluación, en general, y la de impacto, en
particular. Sencillamente, porque el método es búsqueda, investigación, meta, vía, camino que debe ser recorrido para llegar a un punto o resultado, o modo de hacer o encontrar lo que buscamos. Referencias: [1] En general, manera regulada, ordenada y sistemática de proceder en la práctica de la actividad científica. Si se trata de ciencias formales, el método consiste en el razonamiento y la demostración de los enunciados y, en el mejor de los casos, en su axiomatización. Pero en las ciencias empíricas, como que los enunciados se refieren a hechos, debe comprobarse si aquéllos están de acuerdo con éstos. Por ello, ya en un sentido restringido y más propio, por método científico se entiende el conjunto de procedimientos que siguen las diversas ciencias para someter a contrastación las hipótesis formuladas [2]
Por esta razón el método no precede a la experiencia, el método
emerge durante la experiencia y se presenta al final, tal vez para un
nuevo viaje. «La experiencia -dice Zambrano -precede a todo método.
Se podría decir que la experiencia es a priori y el método a
posteriori. Mas esto solamente resulta verdadero como una indicación,
ya que la verdadera experiencia no puede darse sin la intervención de
una especie de método. El método ha debido estar desde un principio
en una cierta y determinada experiencia, que por la virtud de aquél
llega a cobrar cuerpo y forma, figura. Mas ha sido indispensable una
cierta aventura y hasta una cierta perdición en la experiencia, un
cierto andar perdido el sujeto en quien se va formando. Un andar
perdido que será luego libertad.» (Zambrano, M. Notas de un método.
Mondadori, Madrid, 1989, p. 65. [3]
Morin, E. y otros. (2003). Educar en la era planetaria. Gedisa
editorial, Barcelona, España. pp. 19 – 20. [4]
“En la perspectiva compleja, la teoría está engramada, y el método,
para ser puesto en funcionamiento, necesita estrategia, iniciativa,
invención, arte. Se establece una relación recursiva entre método y
teoría. El método, generado por la teoría, la regenera”. (Morin,
E. y otros. Educar en la era planetaria. Gedisa Editorial, Barcelona,
España, 2003, p. 25). [5] Ibídem, pp. 21 – 22. |
por Dra. Marisel Oliva Calvo
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