El devenir de los modelos de evaluación |
A
continuación abordaremos la evolución de los modelos evaluativos, para
llegar a una serie de planteamientos y dificultades que condujeron a la
aparición de formas evaluativas mejor fundamentadas y que consideraban
con mayor amplitud y perspectiva el efecto de los objetos evaluables. Para
ello hay que determinar las condiciones que permiten realizar el proceso
de conocimiento de un determinado objeto por mediación de su modelo. Por
lo que no constituye sólo un acto subjetivo a voluntad del sujeto, sino
que tiene una significación decisiva, poder descubrir el fundamento
objetivo de las operaciones modeladoras, llegando a establecerse la
correspondencia objetiva entre el modelo y el objeto modelado. “Todo
modelo de evaluación define algunos de las dimensiones o los elementos básicos
o dimensiones que lo componen y son los siguientes: finalidad científica
y política, toma de decisiones, ámbito o unidad de evaluación, rol del
evaluador, enfoque. y proceso metodológico.”[1]
Por
las diversas clasificaciones de los modelos de evaluación en función de
criterios disímiles, han tratado de agruparlos en función del contenido
y también en función del enfoque metodológico, podemos encontrar entre
ellos, Stufflebleam (1987), Pérez Gómez (1983) y Sanz Oro (1986). Otros
autores realizan un análisis desde una propuesta más general, utilizando
como criterio básico la conjunción de los distintos aspectos teóricos y
metodológicos, llegando a agruparlos en modelos: “Objetivistas”,
“Subjetivistas” y “Críticos”. Esta agrupación en tres grandes
concepciones responde por un lado a las distintas epistemologías y
filosofías de evaluación y por otro lado a enfoques metodológicos muy
diferentes. Existen otros autores que también se inclinan a esta línea,
Worthen y Sanders (1987) y Colás (1992). Tomamos como referencia el análisis
realizado por estos dos últimos autores.
Modelos
Objetivistas: Consideran
que la evaluación es: la determinación del valor o mérito de un
programa. Los criterios de evaluación, son esencialmente, el
grado de productividad y el nivel de eficiencia del programa. (Colás
1992) Estos modelos se proyectan, en su mayoría, en la toma de decisión
de las autoridades políticas o académicos/científicos (Bates 1989). El
evaluador desempeña un rol técnico (habitualmente externo al programa).
Es el responsable de la evaluación y de proporcionar información
relevante acerca del mérito o valor del mismo. La información recogida
se utiliza para tomar decisiones, normalmente política, acerca del futuro
del programa (mejora del diseño, nueva implementación etc.). La
epistemología objetivista que nace en estos modelos requiere: ·
Que la información evaluativa sea científicamente objetiva (Farley
1985) ·
Se consigue utilizando instrumentos objetivos de recogida de datos
(tests y cuestionarios.) ·
Los datos obtenidos sean reproducibles y verificables por otros
profesionales ·
El análisis de los mismos se lleva a término mediante técnicas
estadísticas que aseguren el rigor científico en las conclusiones. Si
bien existe similitud en los criterios con respecto al concepto y a las
funciones que debe cumplir la evaluación de un programa de los modelos
objetivistas, éstos presentan diferencias significativas que responden a
una nueva evaluación, producto del desarrollo de nuevos modelos. A
continuación presentaremos algunos de estos modelos bajo la perspectiva
objetivista.
Modelo
de Tyler Su
modelo se orienta hacia la toma de decisiones, estas deben basarse en la
correspondencia real entre los objetivos del programa y los resultados
obtenidos. El proceso a seguir dentro de este modelo se dirige a
las siguientes acciones: 1.
Especificar metas y objetivos del programa. 2.
Estricta delimitación de estos objetivos de modo jerárquico (de
mayor a menor concreción) en términos de objetivos medibles. 3.
Seleccionar o elaborar instrumentos adecuados para medir las
situaciones o condiciones del programa en que se produce o no la consecución
de dichos objetivos. 4.
Recopilar la información necesaria utilizando los instrumentos de
medida del punto anterior sobre dicha consecución o no de los objetivos. 5.
Análisis comparativo de lo logrado, que se deduce de la información
recopilada y de lo que quería lograr (objetivos/metas establecidas
previamente).[2]
Los
aspectos básicos de la propuesta de Tyler, quedan expresados del modo
siguiente:
A
nuestro juicio, el modelo reconoce por primera vez la necesidad de
considerar la evaluación a partir de los objetivos, como elementos
orientadores del proceso de evaluación al corregir el camino real del
proceso educativo, en función de lo que se ha planificado. Sin embargo,
evaluar sólo a partir de cómo se han alcanzado los objetivos previstos,
atenta contra la flexibilidad y originalidad del proceso educativo y hasta
del propio proceso de evaluación, pues los objetivos se proclaman como únicos
referenciales para tomar decisiones y no todo comportamiento que sea
susceptible a una evaluación puede medirse de forma rápida, inmediata.
Esta evaluación no prevé los posibles efectos o consecuencias del
programa y mucho menos su repercusión social. Sencillamente, porque se
obvia la unidad inseparable, entre lo objetivo y lo subjetivo, sobre la
base de una epistemología que ignora la complejidad y sentido cultural de
todo proceso evaluativo, incluyendo su mediación práctica..
Modelo
Cronbach Uno
de los aspectos claves determinante en la evaluación es su función política.
Las informaciones que se recogen en las evaluaciones responden en la mayoría
de los casos, a motivaciones políticas. En este sentido la evaluación
debe tener la misma flexibilidad, tanto respecto a sus propios resultados
como a los intereses cambiantes de la comunidad política.[3]
Las
evaluaciones, se realizan a petición de un administrador que contrata al
evaluador en calidad de experto, aplica técnica de muestreo, valoración
y análisis estadísticos. Desde su posición, el evaluador puede y debe
aportar su visión acerca de las posibilidades del diseño de la evaluación
antes que se produzca la toma de decisiones política, siempre haciendo
uso de extremada prudencia con los responsables políticos de la evaluación.
Considerando como aspectos claves para una buena evaluación: la
conciencia política, la mentalidad abierta y la buena comunicación
establecida por el evaluador. En
este sentido, las instituciones políticas aprenden de la experiencia
evaluativa y la utilizan para promocionar y/o reforzar sus proyectos políticos.
La evaluación está concebida para acelerar el proceso de aprendizaje por
medio de la comunicación entre el evaluador y las instancias políticas.
Hace énfasis en el trabajo en equipo, según él, ningún individuo está
totalmente calificado para encargarse él solo de la planificación de la
evaluación, la responsabilidad debe ser compartida por un equipo. Pues la
labor colectiva presenta múltiples perspectivas que enriquecen el trabajo
y los debates profesionales que suscita. A
diferencia del modelo de Tyler; Cronbrach incorpora la evaluación del
producto, la evaluación de los procesos de implementación del programa
como una dimensión relevante para realizar una adecuada toma de
decisiones. Elementos básicos para el diseño y realización de una
evaluación son:- Unidad: Individuos o clase el tratamientos: Programa a
lo que el denomina tratamiento regularizado y operaciones de observación:
Todas aquellas operaciones que el evaluador tiene que emprender para
evaluar un programa, recogida de datos (aplicación de tests, observación,
etc.) y análisis de datos. Los rasgos teóricos esenciales pueden
apreciarse en forma gráfica seguidamente:
Como
puede apreciarse, si Tyler se limitaba a la valoración de los resultados
de manera exclusiva. Cronbrach consideraba que el proceso para llegar a
los resultados también debía ser objeto de evaluación. Al
considerar los resultados, él los ve involucrados en el producto, pero el
producto se valora desde el ángulo de la “utilidad” y la
“relevancia” que puede representar para los interesados en que se
lleve a cabo la el proceso evaluativo- administrador. Esa
valoración por parte de los interesados en realizar el proceso
evaluativo, entiende Cronbrach, que está fuertemente atada a sus
intereses políticos y este reconocimiento de una verdad objetiva, parece
ser una declaración de principio que informa la función de objetivos del
sistema evaluativo. Esto más bien que de reconocimiento de una característica
objetiva es manifestación de un deseo u objetivo a lograr. Cronbrach
busca ajustar la evaluación a los intereses del cliente. Estos intereses
pueden insistir en una promoción política. Se
olvida al mismo tiempo que lo político sólo es eficaz, inserto en la
cultura, y desde una perspectiva sistémica.
Modelo
de Stuflebeam (C.I.P.P) Aparece
a finales de los años 1960 cuando propone una nueva definición de
evaluación alternativa a la de Tyler. Según él “(…) la evaluación
es un proceso mediante el cual se proporciona información útil para la
toma de decisiones.” Parte de la concepción de que “(…) la evaluación
es el proceso de: identificar, obtener y proporcionar información útil y
descriptiva acerca del valor y el mérito de las metas, planificación,
realización y, el impacto de un objeto determinado, con el fin de servir
de guía para, la toma de decisiones, solucionar los problemas de
responsabilidad y, promover la comprensión de los fenómenos
implicados.”[4]
El
proceso a seguir es el siguiente: 1.
Determinar necesidades que existen y hasta que punto los objetivos
propuestos reflejan las necesidades surgidas. 2.
Describir el programa de intervención, las propuestas alternativas
contempladas y análisis conceptual de la adecuación de la propuesta
elegida a los objetivos. 3.
Determinar grado de realización del plan de intervención
propuesto y descripción de sus modificaciones. 4.
Resultados/consecuencias observadas en la intervención y grado en
que se han satisfecho las necesidades. Para
conseguir esta información, Stufflebeam plantea lo que llama modelo CIPP,
que es sencillamente la enumeración de cuatro tipos distintos de evaluación.
El
primer tipo de evaluación se centra en el análisis de la población
objeto de la intervención, en la valoración de sus necesidades,
identificación de programas de intervención alternativas y análisis de
la coherencia de los objetivos propuestos. El segundo se centra en el análisis
de los programas, entrada, diseño y la planificación de la intervención. La
evaluación del proceso lo hace en el análisis de la realización de la
intervención, las actividades desarrolladas y la implementación del
programa. La
evaluación del producto incide en el análisis de los resultados, poniéndolo
en relación con los objetivos y la información obtenida en los otros
tipos de evaluación. Su
aporte se evidencia en la cuestión de los contenidos de la evaluación,
fundamentalmente en el producto y en algunos casos en el proceso, amplía
la metodología tradicional, creando una alternativa complementaria: una
evaluación totalizadora. En este modelo también se debe prestar interés
en: cuáles son las necesidades, si están plenamente recogidas en los
programas/servicios, cómo se implementan éstos y cómo funcionan. Los
principales rasgos que configuran el modelo son los siguientes:
Stuflebeam
propone una alternativa diferente a la de Tyler y Cronbrach, tanto al
concepto de evaluación como a sus criterios. Su modelo traspasa los
marcos de evaluar la realización de los objetivos previstos, sino la
medida en que su consecución contribuye a la satisfacción de las
necesidades del “contexto.” Su
modelo demuestra un estadio cualitativamente superior a los anteriores,
pues además de ampliar la metodología evaluativa tradicional, concibe no
solo los objetivos perseguidos e inmediatos, sino también los mediatos.
Considera los objetivos como nuevos tipos de evaluaciones tales como:
Evaluación de necesidades o “contexto”, de planificación, intervención,
de “resultados”, “producto” hasta llegar dentro de esta última a
proponerse un tipo de evaluación de impacto. Este crea una evaluación más
general, superior a las anteriores. Sin
embargo un entorno social que puede estar liberado por conceptos
neoliberales en materia de organización social, carece en gran medida de
perspectiva social y ello constituye una limitación objetiva a la
aplicación de un sistema evaluativo que no puede llegar a conocer cuales
son realmente los objetivos sociales aunque se lo proponga. Además el
modelo carece de un concepto del entorno, pues solo concibe como caja de
resonancia lo que denomina “contexto” que nada o poco tiene que ver
con el entorno social. Por lo que en realidad en su modelo no llega a
proponerse realmente lo que podríamos llamarlo una evaluación de impacto
social.
Modelo
Scriven El
modelo sin referencia a objetivos surge como una fuerte oposición al
modelo basado en objetivos, Scriven propone que el evaluador desconozca
deliberadamente los objetivos del programa. El conocimiento de los
objetivos de un programa, particularmente cuando el éxito de un programa
se basa en la valoración del grado de consecución de sus objetivos,
puede obstaculizar la evaluación de múltiples aspectos. Centrarse en los
objetivos identificados en el programa limita la evaluación únicamente a
los indicadores de estos objetivos. El resultado de esta acción es que la
información recogida será incompleta y errónea. Puede ocurrir con
frecuencia que los resultados no previstos sean más importantes a
considerar en el valor o mérito del programa que aquellos identificados
inicialmente como objetivos. Los
puntos o criterios que desarrolla en su modelo son los siguientes: 1.
Antecedentes, contexto, recursos y función del programa/servicio
que se quiera evaluar. 2.
Sistema de distribución del programa/intervención. 3.
Descripción de los usuarios o población objeto de la intervención. 4.
Necesidades y valores de los que se ven realmente afectados por la
intervención. 5.
Existencia o no de normas/criterios previos para la evaluación. 6.
Proceso de intervención social. 7.
Los resultados de la misma 8.
Los costos de la intervención 9.
La comparación con programas/servicios alternativos.[5] Este
modelo se centra en el énfasis en las consecuencias reales y totales que
produce la intervención social, tomando como criterio de evaluación las
necesidades del los usuarios/consumidores. Toma como grupo de referencia a
los receptores del programa educativo más que a las autoridades políticas,
descansando sobre las necesidades políticas, sobre las necesidades del
cliente, pasando a un plano secundario los objetivos e intenciones del
programa. Estas necesidades, intereses, pensamiento y aspiraciones de los
individuos son, sin embargo, definidas de forma externa y objetiva por
parte del evaluador. Esta
identificación objetiva junto con el rol del evaluador sitúa a este
modelo en una perspectiva objetivista. Los principales rasgos que lo
caracterizan se aprecian en el siguiente esquema:
Scriven
se percata de las limitaciones del concepto de “contexto” en calidad
de caja de resonancia del logro de los objetivos, a la vez que ante las
limitaciones del entorno social y la imposibilidad de conocer
proyectivamente las consecuencias reales y totales de la realización de
un programa, se propone recoger todo tipo de efectos en un ámbito tan
extenso como se lo permita los recursos. Sin embargo, aunque pretende
superar la falta de objetividad de los criterios evaluativos pretendiendo
descansar en elementos del entorno social—usuario—consumidor—pone en
manos del evaluador la determinación del entorno, por lo que esta categoría
fundamental queda en manos del evaluador o sea, constituyendo un factor
“suelto” o no regulado dentro del sistema. Este
autor no puede tener en cuenta una verdadera planificación social, eso
implica que su modelo carezca de la proyección y amplitud necesaria. El
hecho que el pretenda ampliar el “contexto” de Stufflebeam cuando
habla de consumidores y otros grupos sociales no dominantes no hace por
ello, que estos grupos dejen de moverse automáticamente dentro del
sistema, por lo que tampoco constituye un punto de referencia
verdaderamente objetivo; porque, categorías como la de consumidor,
usuario, “contexto” etc. no pueden dejar ser resultantes del sistema
económico social, están en función de la política de seguridad social
y de la medida en que los intereses de la clase dominante afectan a las
mismas.
Paralelo
a todos estos modelos objetivistas Whorthen y Sanders (1987) identifican
otro grupo de modelos alternativos que se posicionan en una vertiente
subjetivista del acto evaluativo.
Modelos
subjetivistas Se
desarrolla en torno a la década de los sesenta coincidiendo con el
surgimiento del paradigma interpretativo en la investigación educativa.
Desde esta perspectiva, la evaluación es concebida como la comprensión y
valoración de los procesos y resultados de un programa educativo. La gran
diferencia con respecto a la perspectiva anterior radica en su concepción
con la realidad y en su forma de entender el conocimiento. “El saber es
una creación humana que está vinculada a los valores, creencias y
actitudes de quienes están inmersos.”, por ello para estos autores,[6]
“Los contenidos de la evaluación son los procesos de implementación
del programa. La finalidad es proporcionar información para mejorar la práctica
educativa. Su principal interés es captar la singularidad de situaciones
concretas, la característica que define una situación.”[7]
A
diferencia del anterior, el evaluador desde esta perspectiva asume un rol
de cooperación con los participantes e implementadores del programa. De
esta forma, el evaluador proporciona información al propio cliente del
programa para tomar conciencia del proceso vivido y ampliar sus
conocimientos sobre el mismo. En esta perspectiva se encuentran entre
otros, el modelo de evaluación de Stake, la evaluación de Parlett y
Halmilton y la evaluación de Mc. Donald, A continuación reflejamos los
modelos que se encuentran bajo esta perspectiva. Igualmente,
en este modelo se separa lo objetivo de lo subjetivo, en tanto unidad, y
se hiperboliza el momento subjetivo. No es posible avanzar a partir de una
epistemología que establezca dicotomía entre lo objetivo y lo subjetivo,
cuando realmente constituyen una unidad dialéctica inseparable.
Modelo
Stake Se
desarrolla a finales de los años 60, basado en la concepción Tyleriana;
comparación entre los resultados deseados y los observados. “Este
modelo incluía el estudio de los antecedentes del proceso y los juicios
previos sobre el mismo, además de los resultados. Su tendencia metodológica
lo conduce a elaborar dos matrices de datos: una para recoger este tipo de
información y otra para analizarla.”[8]
Son importantes para la compresión de este modelo, los conceptos de
antecedentes, transacciones y resultados fundamentales, en la medida en
que un evaluador recoja, analice y presente información referente a estas
tres dimensiones, basándose en múltiples fuentes, la evaluación será más
completa. Los
antecedentes se refieren a las condiciones previas para implementar el
programa, el evaluador debe realizar un diagnóstico de las condiciones
personales, institucionales y del contexto que se aplica el programa. La
información referida a las transacciones es de carácter procesal. Este
incluye las interacciones entre los destinatarios del programa y otras
personas relacionadas en mayor medida con el programa: director
implementadores, consejo escolar y comunidad). Los
resultados se refieren a los logros conseguidos a través del programa.
Esta información incluye actitudes generadas, capacidades desarrolladas y
aspiraciones de los participantes y debe contemplar los efectos
secundarios y las consecuencias inesperadas, producto del impacto causado
en los participantes. Este
modelo se desarrolla durante los años 60 y principios de los 70. En el
1975 Stake presenta la evaluación, producto de la evolución y desarrollo
de su propuesta anterior. Esta alternativa rompe con la tradición
Tyleriana basado en la medición y la comprobación de los resultados. Desde
este nuevo enfoque, la finalidad de la evaluación es responder a los
problemas y cuestiones reales que se plantean los alumnos y profesores
cuando desarrollan un programa educativo. El propósito fundamental del
proceso de recogida de información es fomentar la comunicación y el
debate acerca de las intenciones iniciales de la evaluación y como estos
han podido ir cambiando. Entre los presupuestos básicos del modelo se
encuentra el cambio de actitudes, opiniones y creencias de los implicados
en la evaluación, por eso se propone una evaluación continua y fluida
entre evaluador y evaluados; con el objetivo de investigar y solucionar
los problemas que se puedan producir durante el proceso. Stake
fue el creador de una nueva evaluación, pues exigía un método flexible,
interactivo, holístico, subjetivo y orientador hacia el cliente. Las
interpretaciones de los implicados en el programa son imprescindibles para
el desarrollo de la evaluación. Tiene como finalidad esta perspectiva de
evaluación, la de describir y ofrecer un relato completo y holístico del
programa educativo; por lo que la misma presenta las siguientes características:
Consideramos,
que si bien dentro de los calificados
como objetivistas, ya existía la preocupación por abordar de manera
integral todos los resultados, esperados y no
esperados. de la aplicación de un programa. Stake se propone por primera
vez establecer la relación
funcional existente entre los resultados esperados y los contingentes, es
decir los casuales, tratando de profundizar en las relaciones causa
efecto. Ello significa algo más que
considerar la trascendencia del programa abarcado en su totalidad para
adentrarse en el estudio de las regularidades que habrán de determinar
los fenómenos contingentes. No solo se sabe que el programa
necesariamente habrá de tener efectos más amplios que los esperados,
sino que se pretende penetrar en el reino de lo esperado en cierta medida
aunque solo fuese de manera global. Sin embargo la utilización de
variables predeterminadas parecía contradecir estos propósitos. Por
otro lado se avanza al tratar de abordar el problema relativo a las normas
de calidad, a partir de determinaciones absolutas y a la vez se
establece que la determinación
de esas normas de calidad, se
realizaría por grupos de
referencias previamente establecidos, trabajando con un programa “crítico”
alternativo. Solo a partir de estos momentos, dichos grupos podrían
establecer las normas relativas finalmente válidas y calificar
definitivamente el programa en cuestión.
Parlett
y Hamilton A
mediados de la década de los 70 estos autores proponen un modelo de
evaluación que implica el estudio intensivo de un programa educativo como
un todo, con sus fundamentos, evaluación, estrategias de aplicación,
logros y dificultades en el contexto escolar o ambiente de aprendizaje.
Sus propósitos eran resaltar problemas, cuestiones y características
principales del programa. Esta evaluación se relaciona con la descripción
y la interpretación, no con la medición y el control. Su finalidad de
describir y comprender el complejo contexto educativo y no manipular y
controlar variables. La importancia de estudiar los contextos educativos
radica en la variedad de factores que influyen en los programas (de tipo
político, económico, social, institucional, personal, etc.) y por tanto
en los efectos derivados de su implementación. En este sentido, la tarea
del evaluador debe centrarse en facilitar una comprensión global y holística
de la compleja realidad en la que se ha desarrollado el programa. Desde
esta perspectiva evaluativa, se espera que la información aportada por el
evaluador sirva a diferentes grupos para tomar decisiones, donde el
evaluador no emite juicios de valor, sino que descubre y genera debates
acerca de la implicación del programa y los participantes en él. Su
función será poner de manifiesto los juicios de valor aportados por
ellos en el programa. Los aspectos de este modelo adopta un enfoque
cualitativo, sus características básicas son: ·
Los métodos principales para la recogida de información son la
entrevista y la observación. ·
Las estrategias metodológicas son elaboradas situacionalmente como
consecuencia del acuerdo con los participantes. Emergen de los procesos de
negociación. ·
El diseño de investigación cambia en el transcurso de la propia
investigación en función del conocimiento que se va generando de la
realidad.”[9]
-
Sus aportaciones son:
Con
el afán de abarcar más consecuentemente la totalidad de los resultados
en el proceso de evaluación, es de considerar el intento hecho por
Parlett y .Hamilton. Estos
autores consideran importante estudiar el “contexto educativo” a
partir del estudio del conjunto de factores que sobre el mismo se
proyectan, reconociendo con ello la incapacidad de hacerlo a partir de
abstracciones predeterminadas. Partiendo
del principio que todo diseño de investigación –el evaluativo
incluido—evoluciona en la medida en que se realiza, por el conocimiento
que su aplicación aporta a los evaluadores, se descarta la posibilidad de
disponer proyectivamente de un conjunto de abstracciones (variables) que
permitan valorar a cabalidad el curso de un proceso que se desconoce. Ahora
bien el hecho de que este afán abarcador objetivo esté enmarcado dentro
de límites “contractuales” no permite que esos conceptos tengan una
realización práctica considerable, puesto que “las estrategias metodológicas
son elaboradas situacionalmente como consecuencia del contrato o de
acuerdo a los participantes. Emergen de los procesos de negociación.”[10]
Mc
Donald. Según
el autor los evaluadores no sólo viven en el mundo de la política
evaluativa, sino que influye de hecho en sus cambiantes relaciones de
poder. La evaluación proporciona información que sirve a intereses y
valores personales. La elección de los roles, los fines, audiencias,
contenidos y procedimientos para la evaluación configuran evaluaciones
muy diferentes.[11]
Identificándose tres tipos de evaluación:
Entidad
como un servicio incondicional a las autoridades políticas que controlan
los recursos educativos. El evaluador acepta el funcionamiento jerárquico
que impone el sistema burocrático; proporciona información que ayuda a
los objetivos de la política. Los conceptos clave de esta evaluación son
servicio, utilidad y eficacia.
Ofrece
un servicio a los responsables en política educativa, no tiene carácter
intencional: El evaluado ofrece una validación externa de su política a
cambio del reconocimiento público de su labor. La propiedad intelectual
de la evaluación es compartida. De esta manera, no solo produce
rendimiento a las autoridades políticas, sino también al evaluador. Los
conceptos claves son los referidos a normas y a la objetividad.
Es
un servicio de información a la comunidad sobre las características del
programa educativo. El evaluador reconoce el pluralismo de valores y
persigue que se expresen los diferentes intereses en la formulación de un
tema. El valor básico es una colectividad de ciudadanos informados. “El
evaluador intercambia información entre grupos que desean conocimientos
recíprocos y establece una negociación periódica entre los responsables
políticos y los participantes del programa.” [12]
Las técnicas de recogida y análisis de los datos, tienen que ser
accesibles para personas no especialistas. Sus conceptos claves son:
confidencialidad, negociación y accesibilidad. Este
tipo de evaluación estudia e investiga la realidad como un todo vivo en
movimiento, propone facilitar y promover el cambio. Se considera característica
bajo la perspectiva de esta evaluación:
El
hecho de que intereses de los políticos es el que define el carácter de
la evaluación, eso determina el proceso evaluativo. Cronbrach
consideraba que el proceso evaluativo debía orientarse ex-profeso a los
fines políticos y no veía en ello una limitación porque no aspiraba a
dar una valoración integral de los efectos. McDonald
considera la evaluación política como una limitación subjetiva del
evaluador que le impide ver la universalidad de los resultados. En tanto
Cronbrach busca centrar de manera exclusiva la atención en los objetivos
políticos y con ello no ve una deficiencia sino una ventaja porque se
halla aún más alejada del impacto total que la misma puede acarrear. McDonald
amplía el espectro pues no considera solamente los intereses del cliente,
a la hora de realizar el análisis evaluativo, sino que tratando de
reflejar la universalidad del tema de los resultados, los clasifica en
tres tipos fundamentales: evaluación burocrática, autocrática y democrática. Esta
clasificación de los resultados obedece al hecho de que en ocasiones los
resultados de la evaluación son de interés exclusivo de una entidad
“burocrática” por lo que los criterios evaluativos se ajustan
exclusivamente a las actividades de esa entidad. Por lo que el considera
que los conceptos claves de este tipo de evaluación son los de
“servicio”, “utilidad” y “eficacia.” En
realidad este tipo coincide en lo fundamental en lo esbozado por Cronbrach
aunque el autor no se limita solamente al mismo, parece más bien estar
denunciando sus limitaciones con relación a un modelo integral que nunca
termina de esbozar. Así
es que cuando McDonald se refiere al tipo de evaluación él califica
autocrática considera que la misma a pesar de no tener un carácter
intencional, si está determinada en ofrecer un servicio a los
responsables políticos. Para
McDonald la evaluación no depende de la amplitud de mira de los
evaluadores, sino de la supuesta amplitud de mira de los usuarios, de los
resultados evaluativos. Ya que la comunidad que está representada por
grupos sociales, por grupos dominantes, puede carecer de la debida
objetividad que si le permitiera tener una evaluación científicamente
armada de instrumentos metodológicos adecuados. A
pesar que considera la “comunidad”, termina negociando con sus
representantes de manera contractual y política, puesto que: “el
evaluador intercambia información entre grupos que desean conocimientos
recíprocos y establece una negociación periódica entre los responsables
políticos y los participantes del programa”[13]
Estas
limitaciones son las que en definitiva obstaculizan el propósito de
“(...) investigar la realidad como un todo vivo en movimiento”[14],
que propone, facilita y promueve el cambio.
III.-
Modelo crítico: Este
modelo concibe la evaluación de forma distinta a las anteriores. “Desde
esta perspectiva, la evaluación de un programa, es un proceso de recogida
de información que fomenta la reflexión crítica de los procesos y
conduce a la toma de decisiones pertinentes de cada situación específica.”[15]
Se presenta con escaso desarrollo teórico, se destacan autores como
Farley, Colas, Mckinney, Brown, Midlkiff, Burke. Su
escaso desarrollo en lo metodológico y teórico, no permite realizar un
estudio tan detallado como los realizados en los modelos anteriores. Este
modelo persigue la transformación de los destinatarios de programa
individuos, grupos y comunidades. Esta
se centra en el análisis crítico de las circunstancias personales,
sociales, políticas, económicas que rodean la propia acción. Este análisis
pretende fundamentar el cambio institucional y comunitario, ya que los
cambios individuales de los participantes del programa serán la base para
los cambios más globales. El
contenido básico de la evaluación concurre tanto al proceso por el que
se atraviesa, para tomar una decisión como a las acciones derivadas de
tales decisiones, por lo que los contenidos de la evaluación no podrán
ser estáticos y prefijados, sino se plantearán de forma abierta y
flexible. El
evaluador deberá ayudar a que se manifiesten las auténticas necesidades
y comprometerse en apoyar y recogerlos en dimensiones importantes del
programa. Su posición es de implicación y compromiso. Esto permite el
desarrollo de la evaluación y la planificación de acciones futuras
relacionadas con la misma. El evaluador es fundamental en la dinamización
de la propia intervención. El
ritmo del programa estará condicionados por las circunstancias sociales,
vivenciales, políticos e históricos de los participantes, el proceso
evaluativo será lento y se desarrollará en la medida que los
participantes lleguen a consensos y posiciones conjuntas de acción. Sus
características principales se resumen seguidamente:
El
hecho de que se parta del concepto de que es la acción del individuo la
que determina la acción colectiva y el curso de la estructura social en
su conjunto, hace que los autores abandonen el camino objetivo en el que
tienen lugar los acontecimientos realmente. El
individuo es el resultado de la evolución social y no viceversa, el
efecto de la acción del individuo sobre la estructura social es
secundario, aunque muy válido y en ocasiones puede ser primordial, pero
proponerse cambiar el curso de los acontecimientos sociales, sin
considerar la acción determinante que la sociedad ejerce sobre el
individuo, resultado de la cual él es, sería abandonar el curso real
determinante en última instancia de los acontecimientos. El
individuo no solo es responsable del curso de los acontecimientos
sociales, de las características de la estructura social en la que él se
encuentra, si no que resulta un producto de las mismas. Ello,
independientemente de la importancia que reviste el análisis de la acción
individual sobre el colectivo y la sociedad, que en ocasiones pueden ser
determinantes, sobre todo cuando el entorno económico social ha madurado
objetivamente para los cambios que pueden impulsar los individuos. El
efecto de impacto puede ser limitado en la medida en que la acción del
individuo sobre la sociedad es limitada. Una
investigación, que aborda la evaluación de impacto de un programa y que
nos permitió también contar con un estudio precedente, es la se aportada
por una Universidad de Ecuador, la cual, aunque sin referencia, establece
una metodología general de evaluación de impacto de un programa económico
del medio ambiente. Esta
experiencia, concretada en una metodología, puntualiza un estudio
preliminar del proyecto o programa de acción, al identificar los efectos
que ocasionaría este, incluyendo hasta los negativos, a través de
instrumentos investigativos y concluyendo con la toma de decisiones por
los implicados en el programa de intervención. Podemos
resumir planteando, que desde la perspectiva “tayleriana”, se mide el
efecto de la intervención, concentrándose en la evaluación para
constatar si los objetivos se cumplen o no y el grado en que se produce.
Stake, insiste
en que la evaluación no termina
hasta que no se emitan los correspondientes juicios de valor,
considerando la descripción como un paso previo a los correspondientes
criterios o enjuiciamientos del programa, para establecer de tal modo,
los tres niveles o procesos que funcionan como
soportes sistemáticos de la evaluación. Por
otro lado Schuman, identifica una evaluación como investigación aplicada
sobre la efectividad de una intervención social, pues no solo considera
la consecución de los objetivos, sino también los motivos o las razones
del éxito o el fracaso del programa, midiendo el éxito como el logro de
los objetivos propuesto, resaltando la filosofía base de la intervención
que ha tenido éxito y la redefinición de los medios necesarios para
lograr los objetivos, que en la evaluación de impacto son prioritarios.
Por su parte Stufflebeam, amplía los objetivos de la evaluación de forma
más sistemática y global, al establecer con su modelo (CIPP) los cuatro
tipos de evaluación, considerando no solo el conocimiento del logro de
los objetivos sino también, las necesidades, su correspondencia con el
programa de intervención, su implementación y funcionamiento. Hasta
que Scriven altera de modo radical las perspectivas evaluadoras
anteriores, pues fundamenta la evaluación en las consecuencias reales y
totales que produce la intervención social tomando como criterio la
evaluación de las necesidades usuarios/consumidores. Todos
estos modelos han hecho posible fundamentar que la evaluación de impacto
ha llegado a delimitar: términos propios, conjunto de instrumentos
conceptuales, técnicos y metodológicos muy específicos que traspasan
los limites de una evaluación de resultados del proceso de enseñanza-
aprendizaje hasta llegar a un instrumento valorativo del Sistema
Educacional que quedará explicado en el próximo capítulo. Las
concepciones metodológicas de la evaluación reflejadas y analizadas a
través de sus modelos, fruto del estudio histórico-lógico, nos permite
generalizar la necesidad de profundizar en la evaluación de impacto a
partir de las carencias en los criterios evaluativos, apreciadas en los
modelos anteriores, pues la evaluación ha de considerar la interacción
de los procesos educativos con el entorno socio-económico. A partir de
los presupuestos de la Educación Permanente y considerando que el objeto
evaluable seleccionado, cursos de posgrado, es
una forma de superación exclusiva de los graduados universitarios, y éstos
a su vez se encuentran vinculados y forman parte de los recursos
laborales, podemos comprender la importancia del
proceso evaluativo y de impacto. Sin
embargo, a pesar de todos los elementos positivos develados en el devenir
de los procesos y modelos evaluativos, se aprecia con relieve
la primacía de los reduccionismos epistemológicos que establecen
dicotomías innecesarias entre lo objetivo y lo subjetivo, lo cuantitativo
y lo cualitativo, la causa y el efecto, y entre lo general y lo
particular. Además de la pérdida
de la transdisciplinariedad como visión unitiva. Así, no se comprende cómo
en el proceso evaluativo, lo ideal y lo material como totalidad sistémica,
se convierten recíprocamente, mediante la práctica. No se asume la
realidad subjetivamente como aconsejaba Marx; y con ello, se olvida que la
conciencia no es otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres,
un producto de su vida real y práctica. Por eso resulta necesaria una reforma del pensamiento y las mentalidades, capaz de fundar una epistemología con sentido cultural y complejo, así como una visión transdisciplinaria de la realidad evaluable, incluyendo los impactos, que asuma los vínculos e integración de saberes, garantizados, al mismo tiempo, por un método constructivo del objeto de estudio, al margen de apriorismos epistemológicos excluyentes. Referencias: [1]
Ibídem. p. 36 [2]
Alvira Martín, F. (1991) Metodología de Evaluación de Programas.
Colección “Cuadernos Metodológicos”No 2. CIS. Madrid. España.
p. 2 [3]
Stufflebeam, D. L. y Shinkfield, A. J. (1987) Educación Sistémica,
Guía Teórica y Práctica. Editorial Paidós. México. Barcelona,
España. p. 2 [4]
Colás Bravo, M. P. y Rebollo Catalán. (1993) Evaluación de programa:
Una guía práctica. Editorial Kronos. España. p. 39 [5]
Ver Elvira Martín, F. (1991) Metodología de Evaluación de
Programas. Colección “Cuadernos Metodológicos”Op.cit. p. 17 [6]
Ibíd. a la anterior. p. 17 [7]
Ibíd. p. 17 [8]
Elvira Martín, F. (1991) Metodología de Evaluación de Programas.
Colección “Cuadernos Metodológicos” op.cit. p. 41 [9]
Roger Amengual, B. Evaluación Formativa. Editorial Cincel. Madrid.
España. p. 44 [10]
Elvira Martín, F. (1991) Metodología de Evaluación de Programas.
Colección “Cuadernos Metodológicos” Op.cit. p. 46 [11]
Colás Bravo, M. P.
y Rebollo Catalán. (1993) Evaluación de programa: Una guía práctica.
Editorial
Kronos. España. p. 46. [12]
Ibídem. p. 47 [13]
Roger y Shcemaker. (1961) Comunication and Innovation. A Cross
Cultural Approach (II Edition) p. 19 [14]
Angulo, J. F. y Nieves Blanco. (1994) Teoría y desarrollo del currículo.
Ediciones Aljibe. Barcelona. España. p. 45 [15] Cruz Cardona, V. (1994) II Junta Consultora de Postgrado de Iberoamérica. AVIP. España. p. 3 |
por Dra. Marisel Oliva Calvo
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