Algunas reflexiones en torno a la evaluación de impacto en educación. |
La
realidad contemporánea plantea nuevos desafíos y retos a la filosofía
de la educación, si realmente quiere ser concepción teórica y práctica
para la formación humana. Es necesario superar la simplicidad y el
reduccionismo para dar paso a un nuevo paradigma que convierta la educación en
una guía espiritual que haga del proceso enseñanza - aprendizaje un
espacio comunicativo para la construcción de conocimiento y la revelación
de valores. Al mismo tiempo, no se puede obviar que en el hecho educativo
y su evaluación, en tanto tal, convergen varios sujetos y elementos: la
dirección docente – administrativa, el alumno, el maestro, el contenido
curricular, el aula o escenario espacial, el contexto y las instituciones,
en fin, todo un
sistema interactivo a tener en cuenta. Sistema complejo que requiere de
una aprehensión filosófica profunda, capaz
de captar la multiplicidad de determinaciones y condicionamientos
internos y externos al proceso mismo.
La
necesidad de la profundidad
y amplitud de la evaluación de impacto, emerge de su propia
esencia, como proceso y resultado dialéctico complejo que encarna todo un
sistema interactivo de vínculos de índoles objetiva y subjetiva, y donde
la teoría y la práctica dialogan
incesantemente. Perder de vista estas particularidades, inhabilitan
de entrada cualquier mirada integradora y sistémica que se quiera hacer
sobre tan importante problema. La
filosofía de la educación, como concepción general del mundo educativo,
en sus múltiples mediaciones, y en sus componentes varios, incluyendo la evaluación, en general, y la de impacto, en particular, posee una
misión insoslayable: encauzar el proceso formativo con sentido cultural y
complejo, y con visión prospectiva para estar en condiciones de guiar
racionalmente y con gran sensibilidad nuevos diseños de instrucción y
formación humanas, capaces de vincular indisolublemente los mundos de la
escuela, de la vida y del trabajo, así como la posibilidad de poder
sistemáticamente evaluar su comportamiento y eficiencia. La
educación no puede verse sólo como la disciplina responsable de
transmitir valores y conocimientos a través del devenir histórico. Es
función de la filosofía dotarla de una base cosmovisiva, es decir, como
filosofía de la educación, capaz de integrar en sistema dinámico y sinérgico
los momentos disciplinarios, interdisciplinarios, multidisciplinarios y
transdisciplinarios, sobre la base de la cultura, en tanto encarnación de
la actividad humana, en las cuatro aristas que la califican: conocimiento,
valor, praxis y comunicación, y su status de medida de ascensión humana. A
una visión filosófica de la educación, con sentido cultural, le es
inmanente una actitud crítica constructiva de la realidad natural y
social, en relación con el ser humano. Por eso está en condiciones de
unir en estrecho haz la teoría con la práctica y abordar la realidad
subjetivamente, sin perder el sentido contextual y las contradicciones en
que transcurre como proceso dialéctico, en pos del desarrollo cultural
humano. Por eso asume cada evento pedagógico como momento de la formación
del hombre, con ciencia y conciencia, es decir, no separa conocimiento y
valor, tan común en los tiempos que corren, imbuido por un paradigma que
la realidad educativa misma se ha encargado de quebrar, por su esterilidad
e incapacidad para diseñar planes educativos sustentables y abiertos a
las necesidades reales. La
sustentabilidad del desarrollo humano, auspiciada e impulsada por una
educación con visión de futuro, fundada en nuevos principios e ideas, es
posible. Una educación, es eficaz, en la medida que abandone el
transmisionismo reduccionista epistemológico, el inculquismo axiológico
abstracto, el cuantitavismo finalista evaluativo, y abogue en la teoría y
en la praxis, por una actitud constructiva del conocimiento y la revelación
de valores, a través de la real creación de espacios comunicativos, y
siguiendo un método que no se imponga a la realidad contextual, sino que
se construya sobre la base de su propia lógica, es decir, como exigía
Marx, desde la etapa de su juventud: seguir la lógica especial del objeto
especial, teniendo en cuenta las diferencias específicas. Esto es común
y aplicable, como ideal y principio, para todos los niveles del proceso
enseñanza – aprendizaje, incluyendo, por supuesto, el llamado cuarto
nivel, es decir, la educación postgraduada, y la evaluación de su
impacto, ya sean positivos o negativos, en correspondencia con las
aspiraciones preludiadas. La
evaluación, como valoración sistemática, continua, del logro de los
objetivos diseñados en el proceso enseñanza - aprendizaje, y de las
implicaciones sociales de los procesos educativos, puede ser eficaz
siempre y cuando sea guiada por una amplia visión integral, y se le
considere como parte integral de la totalidad educativa. Naturalmente,
existe la evaluación parcial, pero el sentido de totalidad no se puede
perder. De lo contrario los juicios valorativos sobre el proceso no
reflejan los avances, progresos, y eficacia con sentido de mediatez. La
filosofía de la educación debe estar en condiciones de realizar una
aprehensión epistémica, axiológica y práctica del proceso evaluativo
con sentido universal y orgánico, sin desechar las necesidades
contextuales propias del sistema mismo, y de los intereses y necesidades
que encauzan el diseño. La
política y la práctica de la evaluación de impacto, incluye, por
supuesto, consenso, acuerdos entre los evaluadores y otros sujetos
involucrados. Todo sistema de evaluación comporta una variedad de
consecuencias para los estudiantes, los profesores y los centros, y por
ello tendrá que ser públicamente aceptado en términos de validez y
oportunidad. El sistema tendrá que ser, pero también parecer, el mejor
posible, y esto significa incorporar criterios de validez con determinada
“legitimidad”, independientemente de que siempre estemos expuestos a
las incertidumbres, al error y a la necesaria complejidad, así se
requiere de la evaluación de los estándares por otros medios como
inspección y/o referencias que crucen los datos de las entidades
evaluadas. El
impacto social, en su aprehensión filosófica, refiere al proceso de
efectos varios sobre el entorno económico social, y cultural, en general.
Un momento, comprendido como continuidad en despliegue. Es en sí mismo,
proceso en devenir y resultado de la actividad humana. En nuestro caso, el
curso de postrado constituye el inicio de ese proceso mismo, en su
dinamicidad sistémica. El
impacto, su realización, es esencialmente mediato y los resultados de su
maduración sobre el entorno social, son concretos y específicos. Ello es
de imprescindible consideración para no incurrir en posiciones
subjetivistas. Un
curso de posgrado es una inversión de esfuerzo social y como tal necesita
un tiempo de maduración, durante el cual la sociedad debe recuperar lo
invertido y posteriormente lograr beneficios adicionales de esa inversión. Cualquier
cualidad que se cultiva en el hombre debe tener un efecto medible,
controlable, cuantificable, mediato, más o menos profundo a mayor o menor
plazo, y siempre expuesto a los cambios, en correspondencia con el
contexto y otras determinaciones. Es la única manera de hacer objetiva la
valoración, buscar relaciones proporcionales, cuantificables a mayor o
menor plazo. Se debe aproximar el pensamiento evaluativo a esa idea, es
decir, pasar a establecer relaciones cuantitativas a través del efecto
mediato, más o menos alejado del fenómeno cualitativo, pero
cuantificable, pues no son medidos siempre, de manera mediata. No
siempre es posible cuantificar la variable comportamiento humano, a menor
plazo, pero sí se puede considerar el efecto útil que el mismo tiene
sobre el entorno social. Se mide el efecto cualitativo, a partir de los
efectos cuantitativos que tiene sobre el entorno. Lo cuantitativo y lo
cualitativo en la evaluación de impactos constituyen una unidad dialéctica
inseparable, independientemente, de su posible diversidad sistémica y
relativa independencia. La
evaluación como componente valorativo e instrumento del proceso educativo
tiene una connotación especial. Ante estos grandes desafíos debe
traspasar su concepción limitada buscando transformaciones, que sean
resultado de la interacción con el entorno social, es decir,
una evaluación de impacto, cuyos objetivos sean globalizadores,
sobre la base de un método constructivo del objeto investigado, que lo
aprehenda y refleje como totalidad orgánica en despliegue, que tenga en
cuenta los posibles efectos o consecuencias de la acción educativa y su
repercusión social, en tanto que la búsqueda del conocimiento, fundado
en la praxis, es la primera aproximación al cambio, a la transformación. El
proceso de postgrado requiere de una evaluación posterior al momento académico
que indique en qué medida se logra el impacto social transformador, con
los nuevos conocimientos y habilidades adquiridos por el profesional; por
eso la educación requiere de cambios en el pensamiento y en las
mentalidades, si queremos lograr realmente los fines propuestos. El
proceso de evaluación de impactos, debe poseer en esencia, un enfoque
dialéctico, complejo y cultural; sin embargo, a pesar de las aportaciones
realizadas a través de la historia por las distintas teorías y modelos
de la educación, aún no se ha logrado la conjunción orgánica de dichos
momentos en su planificación. Tanto el positivismo, el neopositivismo, el
conductismo, el cognitivismo, la teoría crítica y el pragmatismo, más
que al proceso mismo, se han dirigido a los contenidos o a los efectos que
se pretende lograr a través de los objetivos. Se pierde la visión
integradora y compleja del ser humano. Los análisis resultan abstractos y
permeados de objetivismos o subjetivismos estériles. No se logra pensar
la realidad humana subjetivamente, desde el prisma de la acción
comunicativa, que es donde realmente el hombre se expresa como sujeto que
piensa, siente, actúa, valora y se comunica. El
proceso de Evaluación de Impacto aporta elementos que precisan la oferta
y demanda en las condiciones históricas concretas y a su vez, rebasando
los límites de lo valorativo de un nivel facto-perceptivo (descriptivo) a
llegar a proponer un nivel cualitativo superior, capaz de medir la
transformaciones experimentadas en el entorno, como resultado de la
aplicación aprehensiva del objeto evaluado, en nuestro caso el curso de
postgrado. Para ello el proceso que se
presenta, se establece a partir de 6 elementos que permiten lograr
las metas que debe cumplir en su devenir, los cuales son: finalidad,
unidad de evaluación, toma de decisiones, rol del evaluador, enfoque de
evaluación y proceso metodológico. Esta estructura aproxima los
intereses de la sociedad a los intereses de los evaluadores, logrando el
perfeccionamiento continuo del proceso evaluativo de impacto. El análisis de todo un conjunto de propuestas de modelos de evaluación en su referente histórico-lógico y en su devenir, conduce al reconocimiento, de la necesidad de asumir estudios críticos mas integrales para la búsqueda de propuesta acertadas de procesos evaluativos de impacto con sentido cultural complejo, que consideren no sólo las condiciones internas del proceso docente educativo, sino también los factores vinculados al contexto donde este se produce, para que cumpla el requisito imprescindible, de provocar transformaciones en el plano económico y socio-cultural. Esta estructura acerca los intereses de la sociedad a los intereses de los evaluadores, logrando el perfeccionamiento continuo del proceso evaluativo de impacto. Además, crea condiciones para la elaboración de un futuro modelo de evaluación de impacto. Un modelo flexible que más que imponer esquemas, como a veces sucede, oriente nuevos procesos evaluativos integradores, sobre la base de la revelación de los fundamentos integradores del proceso de evaluación de impacto y el despliegue sistémico y complejo de la epistemología, la transdisciplinariedad y el método como camino constructivo creador. |
por Dra. Marisel Oliva Calvo
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