Enajenación,
Praxis y Resistencia cultural. Dr. Milvio Alexis Novoa Pérez. |
El proceso de enajenación social,
consustancial al sistema capitalista, fue explicado por Carlos Marx a
partir de sus estudios de la filosofía y la economía política en el
siglo XIX, en ellos demostró su fundamento económico a pesar de sus
variadas y cambiantes formas de manifestación social. Desde la época en
que escribió sus polémicos Manuscritos Económicos y filosóficos de
1844, Marx analizaba con un enfoque histórico y humanista las
circunstancias sociales, inherentes al capitalismo, que condicionan el
trabajo enajenado y sus repercusiones objetivas y subjetivas para los
propios sujetos: “El medio con el que se realiza la enajenación es de
por si un medio práctico. Así, mediante el trabajo enajenado el hombre
no genera solo su relación con el objeto y el acto de la producción como
con fuerzas ajenas y hostiles, genera igualmente la relación que otras
gentes guardan con la producción de este y con su producto, al igual que
la relación que guarda este hombre con estas otras gentes“[1]. Esta cosificación de las verdaderas
relaciones humanas impide la aprehensión cultural humana. Fuerzas extrañas
al hombre lo dominan y esclavizan. La mediación de la mercancía,
convertida en fetiche, hace del hombre una cosa más entre las cosas. Estas tesis, son de extraordinaria actualidad
en los tiempos actuales de globalización neoliberal, “los conceptos
enajenación, praxis y cultura, devienen totalidad compleja imprescindible
para explicar la realidad actual y cambiarla humanamente. Una realidad
donde la aprehensión cultural del hombre resulta quimérica, en la medida
que la enajenación impuesta separa al hombre de su obra y lo convierte en
objeto, anulando su capacidad como sujeto de identidad, reduciéndolo a
hombre billetera, solo consumidor. Pero el proceso real de enajenación en el
capitalismo, denominado fetichismo por Marx, ha ido adoptando nuevas
formas de manifestación, sin perder su esencia económica. Con el
desarrollo de la industria, de las tecnologías, con la informatización
de los grandes grupos empresariales trasnacionales de la producción,
distribución y comercialización de los productos también se ha
fracturado el proceso productivo, diversificándose las formas de obtención
de plusvalía en calidad y cantidad. Este proceso ha excluido millones de
personas de acuerdo con la lógica del capital, por un lado, al mismo
tiempo que proletariza grandes capas de profesionales, especialistas e
intelectuales vinculados al producción y reproducción del capital en a
nivel local, regional y global. “ De ahí también que la lucha contra
la enajenación resulte una necesidad ( y tarea) de cada vez más amplios
sectores sociales proletarios, aunque no directamente obreros, ni obreros
de la producción”[2]. Este proceso de interacción asimétrica de
culturas con diferentes niveles de desarrollo socioecómico dentro de la
civilización occidental, se ha visto acelerada mediante los avances
tecnológicos en los medios de comunicación social desde la segunda mitad
del siglo XX, difusores de la cultura de masas, uniformadora del espíritu
humano con su tendencia a homogeneizar los patrones consumistas y otros símbolos
correspondientes a la ideología neoliberal, lo cual representa un grave
daño a las identidades culturales de los pueblos y regiones. Se trata de la construcción de significados y
símbolos desde un discurso que se presenta como universal, flexible,
actual, eficaz, funcional. Un discurso que se pretende innovador,
avasallante y desestructuralizador. El discurso neoliberal ha logrado
descreer en la posibilidad de la emancipación humana en el sentido
marxista radical, pues el liberalismo entiende la emancipación como la
libertad de vender o comprar la fuerza de trabajo, de tener propiedad y de
ser iguales en el mercado de trabajo. El modelo neoliberal legítima valorativamente
la lógica discursiva del capitalismo sobre la vida humana. En este
discurso homogeneizador confluyen distintos imaginarios sociales, los
cuales, si bien no se identifican entre sí, terminan por ser funcionales
al sistema: el imaginario de la razón instrumental que ahoga las
potencialidades de las prácticas emancipatorias; el imaginario
postmoderno que disuelve las utopías y subjetividades en una pluralidad
fragmentada; el imaginario de la despolitización que insiste en
identificar la actividad política con las decisiones de expertos,
obviando la participación ciudadana; el imaginario social conformado
sobre la convicción de que hay que aceptar el sistema tal y como es pues
carecemos de la posibilidad de construir alternativas. Estos y otros
imaginarios sociales se conjugan dando lugar a una cultura de la
desesperanza y configurando una identidad de la sumisión[3]. En este contexto de pérdida de horizontes y
creciente exclusión aparece la paranoia creativa. Todos los medios son
utilizados para que la creatividad quede controlada. “No obstante, se
delimitan dos bandos, uno, que se debate en cómo crear para el mercado y
las grandes empresas y el otro, en cómo crear, vivir y pensar, desde esa
realidad, otro mundo posible”[4]. América Latina participa también en las
asimetrías económicas, financieras y culturales que le impone al mundo
el nuevo orden económico neoliberal y la pretendida mundialización de la
cultura hegemónica. Aquí cabe distinguir por un lado, las enormes
potencialidades de enriquecimiento humano, disponibles para todas las
sociedades, a partir de su articulación intercultural. Por el otro, la
realidad neoliberal que supone un proyecto hegemónico que busca imponer
la masificación, un orden económico excluyente de millones de personas y
su correspondiente pensamiento único que tiene por modelo la versión
caricaturesca y reducida de la cultura de masas norteamericana. Es el
pretendido triunfo de la cultura del “tener” sobre las acciones
humanas por el “ser”. La existencia del hombre se limita a la búsqueda
de medios para consumir, estos medios (el dinero) se convierten en fines y
las actividades y valores que debían ser fines se desvalorizan al
convertirse en medios para alcanzar: la riqueza, el poder y la felicidad
como expresiones del éxito en oposición a la pobreza y humildad como sinónimos
de fracaso. Y que en la esfera de la vida individual se
manifiesta en que las personas solo vivencian “su valor” durante el
proceso del consumo de mercancías: artículos, productos y servicios. Las
personas enajenadas se sienten sujetos, sólo a través de la cantidad de
productos que pueden adquirir o poseer, extraviando así su identidad.
Veamos como lo expresa el investigador de la realidad mejicana, Felipe
Estrada: “La inhumanidad lo penetra todo y lo hace impersonal, pues el
hombre despojado de su esencialidad genérica social, deviene cosa entre
las cosas que consume para seguir “viviendo” y continuar reproduciendo
el mismo proceso que lo hace extraño. La aprehensión cultural resulta
enajenada”[5]. Esta enajenación es reforzada con mensajes
muy bien estructurados desde el punto de vista sociológico y psicológico,
que emiten los omnipresentes medios de comunicación social. Es bien
conocido que la televisión, la prensa, la radio, el cine y más
recientemente las nuevas tecnologías de la comunicación han devenido
importantes medios de socialización junto la familia, la escuela y el
trabajo. “Los nuevos escenarios de desarrollo, en el
ámbito de la globalización, de la terciarización de la economía y las
comunicaciones interactivas, empieza a presentar múltiples aristas a los
tradicionales procesos de socialización formal llevados a cabo en la
institución educativa. De alguna manera, se están presentando profundas
fisuras entre las relaciones sociales en el aula y las que se producen en
el mundo de las productivas y de servicios, en igual proceso de
resquebrajamiento se encuentran las seudo-formas de participación democráticas,
lo cual de alguna manera, acentúa la contradicción entre apariencias
formales y realidades prácticas, en el proceso de socialización escolar,
bajo el slogan estereotipado de igualdad de oportunidades para todos,
cuando los centros educativos en países capitalistas, no son comunes para
todos. Tal situación, propicia sistemas de clasificación diferenciada
para los alumnos en el mundo del trabajo y de la participación social”[6].
Esta es la manifestación de la ruptura, que provoca la globalización
neoliberal, entre los mundos de la vida, del trabajo y de la escuela y
junto con ella la destrucción de las identidades nacionales, regionales
con mínima resistencia. Esta situación evidencia la necesidad de
reformar los paradigmas educativos. La participación de los medios de comunicación
en la socialización de las personas ha ido creciendo junto con los
avances económicos del capitalismo y de la cultura de masas. Para algunos
investigadores de la comunicación social los medios de comunicación han
desplazando a las restantes vías de socialización de niños y jóvenes
en la educación de sentimientos, creencias, sentidos y demás
construcciones mentales reguladoras de la actividad de las personas como
sujetos. Con el surgimiento de la cultura de masas,
gracias a la expansión de los medios de comunicación, la noticia ha
devenido centro de la cultura popular y a la vez un producto elaborado, a
partir de algún suceso real o inventado, que al ser difundido
reiteradamente, es asumido por el público como verdadero y así queda
reemplazada la realidad objetiva en la formación de opiniones a nivel de
psicología social o en la orientación de las creencias de las personas
influyendo en la confrontación ideológica entre grupos sociales. “Al
mismo tiempo, continua Felipe Estrada, los medios de comunicación movidos
por intereses egoístas divulgan la violencia, la frivolidad, lo banal y
la inhumanidad que impersonaliza y lo convierte todo en objeto y cosas
para vender. Se pierde el hombre como sujeto, cuando en realidad se
requiere de mucha espiritualidad para superar los efectos alienantes de la
globalización salvaje neoliberal”[7]. En los estudios sociológicos acerca de los
efectos de los medios ha predominado el interés en aspectos puntuales de
la conducta y actitud de los sujetos, como sostiene E. Guinsberg en su
obra “Control de los medios control del hombre”, donde resume los
resultados de otros investigadores al respecto: los medios de masas,
sobretodo en aquellos casos en los que prevalece su función mercantil,
pueden promover una especie de conformismo social, una lealtad irreflexiva
a la estructura social; poseen carácter persuasivo creando opiniones o
actitudes y pueden cambiar la opinión de las personas a posiciones
opuestas[8]. En mi opinión, no han sido suficientemente
revelados sus efectos sobre los sujetos como agentes constitutivos de la
totalidad sociocultural desde el punto de vista de los efectos ideológicos
que provocan en nuestras identidades. Nuestros gustos, colores y sabores
costumbristas son víctimas de la manipulación ideológica, utilizada
para la movilización y hasta de entusiasmo bélico, mercantilista, de
esta manera se confunden los días de amor patrio, establecidos por las
gestas de próceres y guerreros, con los arrebatos y el frenesí causado
por las hazañas deportivas y los imperativos consumistas de las campañas
publicitarias que nos invitan a comprar determinados mercancías con la
misma retórica que sugieren votar por un politiquero de turno. Los medios han jugado múltiples funciones en
dependencia de los intereses económicos y políticos de los grupos
humanos que los financian y ponen a su servicio. Tal es el caso de los
llamados “golpes de estado con suavidad y disimulo”[9],
diseñados por los tanques pensantes del primer mundo, como es el caso de
la Universidad de Harvard y la organización denominada Albert Einstein
Institution. Estas instituciones han preparado la opinión pública y los
lideres de los mencionados golpes en los últimos quince años, por
encargo de la OTAN y la CIA en diversos países del mundo. Es conocido que entre los medios de comunicación
de masas la televisión tiene un lugar importante en el mundo actual, por
el carácter íntimo de su consumo y la facilidad de ocuparnos en nuestro
tiempo de ocio como ventana abierta en nuestros propios hogares. Uno de
los efectos más sutiles y destructuctivos de los medios de comunicación
social hegemónicos sobre de la identidad cultural es la conversión del
tiempo de ocio de los sujetos en entretenimiento mediante la industria de
contenidos, orientados a el consumo como parte de la manipulación
cultural[10],
que deja poco tiempo y estímulo para pensar en alternativas al
capitalismo, y ni si quiera desearlas. Esto es la enajenación objetiva de
los productos de la actividad mediática que se vuelven enemigos de los
propios sujetos, al inhabilitarlos para identificarse, sentirse
pertenecientes a sus culturales comunitarias y regionales, solo les deja
el sentirse y actuar como consumidores. Por ello Fidel Castro Ruz, refiriéndose a la
complejidad de los retos actuales del movimiento revolucionario en América
Latina y el mundo, expresó en la Conferencia Mundial Diálogo de
Civilizaciones celebrada en La Habana en el 2005: “ si ustedes quieren
crear conciencia, tienen que luchar contra los reflejos …generados por
la publicidad, así que las batallas no son batallas fáciles…”[11]. Además de revelar los efectos destructivos
del poder mediático sobre nuestra identidad, es necesario contribuir a la
concientización de la necesidad de cambios en los sujetos sociales y
lograr su participación en la praxis de resistencia y lucha. Pero los movimientos sociales no solo
resisten, si no aprovechan las oportunidades para encontrar su lugar y las
respuestas a su situación de excluidos por el neoliberalismo, ”este
tiempo de globalización que vuelve más evidente la constitución híbrida
de las identidades étnicas y nacionales, y la interdependencia asimétrica,
desigual, pero insoslayable en medio de la cual deben defenderse los
derechos de cada grupo. Por eso, movimientos que surgen de demandas étnicas
y regionales, como el zapatismo de Chiapas, sitúan su problemática
particular en un debate sobre la nación y sobre cómo reubicarla en los
conflictos internacionales. O sea, en una crítica general sobre la
modernidad. Difunden sus reivindicaciones por los medios masivos de
comunicación, por internet, y disputan así esos espacios en vista de una
inserción más justa en la sociedad civil.[12] Para enfrentar la ofensiva neoliberal no basta
su denuncia, los movimientos sociales deben superar la espontaneidad que
ha caracterizado la actividad de los actores sociales en América Latina,
muy vinculada con el esclarecimiento de la interrogante. ¿Quién es (o
debe ser) el sujeto de los cambios?, acerca de ¿cuál es la relación
entre los movimientos sociales y los partidos políticos de izquierda?,
acerca del tipo de organización política que reclaman los tiempos
actuales, acerca de lo que significa conducir. Se impone superar las
posiciones reformistas, vanguardistas y elitistas que actúan como una
retranca ante las nuevas realidades sociales, económicas, políticas,
históricas, culturales. Isabel Rauber considera que “el debate de
las relaciones entre movimiento social y organización política resume
otros debates interrelacionados e intercondicionantes, en primer lugar
expresa un punto de vista acerca de las relaciones entre la sociedad civil
y política en el contexto del capitalismo, donde la sociedad civil es,
por un lado el ámbito en el que se genera la alienación fundada en el
mundo del trabajo, regido por la lógica del capital, que afianza y
multiplica universalizando, por medios políticos, sociales, culturales,
etc., su dominación hegemónica , por otro, el ámbito donde brota y se
multiplica también la rebelión ante ello, en primer lugar, por parte de
los que están en el centro mismo de la producción de la base de esa
enajenación política, económica, cultural y social: los trabajadores”[13]. Esta rebelión es el fundamento real que
condiciona la lucha por eliminar las bases de la enajenación en lo económico,
en lo político y en lo cultural a la cual se suman cada vez más sectores
excluidos por el neoliberalismo, y que no han sido tomados en consideración
por la visión del marxismo dogmático extrapolado a nuestra región. Esta
visión dogmática, establece una fractura entre clase y partido de la
clase que a su vez reduce la clase proletaria a la clase obrera industrial
y la considera como único sujeto (histórico) de la revolución social,
desconociendo así las particularidades identitarias latinoamericanas. La
práctica resultante ha conducido a organizar verticalmente y con rigidez
las relaciones entre partido-clase-movimiento-pueblo, las cuales resultan
estrechas e inoperantes para aprovechar la pujanza de movimientos tan
influyentes en la actualidad, como los movimientos antiglobalización-neoliberal. Por todo lo anterior se requiere una
reconstrucción de los propios principios estratégicos de las
organizaciones políticas que movilizan los actores sociales sobre nuevas
bases desde una óptica más participativa. Se requiere de una comprensión
más amplia de la política y de sus relaciones con el poder y lo político,
pues lo político ha penetrado como nunca antes en el mundo del mercado,
mezclándose con un espacio antes reservado casi exclusivamente a la
economía. “Esto permite replantear los nexos entre lo político, la política
y el poder (objetivo último de la acción política), sin reducir a éste
al poder político, concepción tradicional y frecuente entre sectores de
la izquierda latinoamericana,…que entendían por lucha política popular
solamente a aquella dirigida directamente a golpear el poder político de
la dominación y a conquistarlo o tomarlo”[14].
Se trata de la comprensión amplia de poder que desarrolla Gramsci como
hegemonía. En mi opinión la articulación de una praxis
emancipatoria debe basarse en la conciencia identitaria de resistencia y
liberación, resultado de la aprehensión cultural de los propios sujetos
interesados en el cambio. Para ello es necesario además educar para la
resistencia con espíritu de raíz identitaria y espíritu universal que
contribuya a subvertir la lógica cultural neoliberal, y desarrollar la
hegemonía alternativa a la sociedad mercadocéntrica. Esta cultura de resistencia supera la simple
oposición a la dominación, debe ser comprendida como el proceso de
formación, integración y síntesis de una concepción emancipadora, que
se ha ido forjando en América Latina intervinculada a los procesos políticos
y revolucionarios y que en nuestros días emerge con fuerza en varios
paises latinoamericanos. Se trata de educar una concepción ideológica,
que cohesione la rebelión espontánea de los diversos actores sociales
contra la enajenación estructural del capitalismo, con espíritu
inclusivo y de tolerancia en relación con sus diversos intereses. Una
lucha colectiva contra la lógica de reproducción ampliada del capital
que se entreteje con la de liberación nacional y se acompaña de
propuestas ideológicas asumidas por los sujetos históricos. Es oportuna insistir en la no confusión de la
resistencia con la mera negatividad, la real actitud de resistencia,
implica instrumentos de análisis, a través de los cuales los sujetos
elaboran la crítica y sus propuestas de cambio. Al referirnos a
instrumentos de análisis estamos asumiendo ideas que surgen en los
sujetos no comprometidos con el capital e interesados en el cambio y que
se afianzan en ámbitos colectivos: organizaciones sindicales, barriales,
juveniles, estudiantiles, ecologistas entre otros. En América Latina, los actores sociopolíticos
han acumulado experiencia y cierta conciencia del sentido de sus luchas
pero el desafío es potenciar la actividad transformadora de los
actores-sujetos hacia objetivos superiores, articulando su participación
plena en las propuestas de lucha y transformación de la sociedad y, sobre
esa base, avanzar en la construcción de la conducción sociopolítica
colectiva”[15]. Es imprescindible también asumir una concepción
nítida de cultura de resistencia, distinta de las nociones que la asocian
a la simple negatividad y que se base en el concepto que la designa como
“esquema de pensamiento que rechaza la penetración cultural del modelo
occidental…un proceso de búsqueda de alternativas emancipadoras que
sintetiza varios momentos: la conservación y protección de lo propio, la
asimilación de lo ajeno con un fín superador, y la creación, el
desarrollo del hombre y su cultura”[16]
. En esta concepción, la cultura de resistencia
en tanto proceso permanente de elaboración ideológica es parte de
la tradición trasmitida como herencia a determinados agentes sociales que
la asumen en forma de rechazo a los artificialmente impuesto, de
asimilación de lo extraño si es compatible con lo propio y, por
consiguiente, de desarrollo cultural, de creación de lo nuevo por encima
de lo heredado. La complementariedad entre cultura de resistencia y de
liberación se manifiesta con mayor fuerza en el momento de creación ya
que los sujetos portadores de una cultura de resistencia se acercan a las
aspiraciones que se manifiestan a través de un cultura de liberación,
aunque no siempre se llegue a la comprensión de la necesidad de subvertir
el orden capitalista, aspecto que si es característico de las culturas de
liberación. Sin embargo, las experiencias de las luchas
sociales en Latinoamérica permiten identificar un conjunto de elementos básicos
para promover las relaciones sociopolíticas horizontales, plurales y
participativas requeridas en el funcionamiento, la toma de decisiones y la
gestión en el seno de los movimientos sociales. De acuerdo con Rauber
(2004) estos son:
respetar
la autonomía de cada uno de los actores sociopolíticos.
Reconocer
la identidad de cada actor social para su cohesión interior en alianza
con los otros actores diferentes.
Promover
y desarrollar relaciones horizontales entre los diversos actores sociopolíticos.
Articular
los distintos espacios de luchas respetando las decisiones de cada sector
y también sus ritmos.
Superar
los prejuicios por parte de los partidos de izquierda y las organizaciones
sociopolíticas populares[17]. La construcción práctica cotidiana de lo
nuevo y la reflexión sobre esas prácticas contribuirán a ir
construyendo un nuevo saber colectivo basado en la experiencia de
aprendizaje que irá conformando y acuñando en la memoria un nuevo modo
de hacer, de estar, de ser, es decir un modo de proyección social
culturalmente diferente y un correspondiente poderoso movimiento
sociocultural que superará los imaginarios sociales del pensamiento. Se trata de una nueva visión, de ¿cómo
concebir la construcción de la hegemonía revolucionaria? Como acto pedagógico,
no escolar, no reducible a la instrucción. Sino de la educación de una
nueva concepción del mundo, a partir del buen sentido común, portador de
elementos de una nueva racionalidad humanizada, de un pensamiento crítico[18].
Esta es la razón de ser de la filosofía de la praxis, señala Gramsci,
lograr la capacidad de las clases subalternas de superar el sentido común
anterior y autoeducarse en el arte de gobernar. Estas ideas revisten una gran actualidad en
los debates actuales acerca del socialismo del siglo XXI, que se proyecta
como necesidad histórica, y superación de las fallidas experiencias de
Europa del Este: el centralismo burocrático y el elitismo político. Se
debe construir la articulación entre un centro organizador del proceso
político-cultural y los grupos interesados en el cambio del modo
capitalista de apropiación. Los retos anteriores en el ámbito de la
praxis política y la conciencia identitaria nos remiten a la reflexión
acerca de la razón utópica realista[19].
La utopía es realidad idealizada, que nacida de realidades empíricamente
registrables, la trasciende y opera como meta que afirma al hombre y a la
sociedad como sujeto creador que se propone ascender peldaños superiores.
La gran utopía de Nuestra América y su integración unitaria, fundada en
la obra de Bolívar, Martí y otros, constituye en sí misma, un resultado
engendrado en necesidades reales e impulsadas por la praxis social de
nuestros pueblos. Y esta utopía no puede morir, porque sería matar a la
esperanza. Mucho tiene que hacer aún, pues las condiciones reales que le
sirvieron de sustentación, aún existen. Y en los tiempos que corren
nuevas acechanzas y desafíos enfrenta que la actualizan y renuevan para
seguir viviendo, así como nuevos sujetos portadores de proyectos que
hacen “camino al andar”. Martí lanzaba su utopía, hace 117 años:
“El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en
color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y
el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en
la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos,
de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de
avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en
un periodo de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado
del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y
débiles, que le país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es
servir…ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede
resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno de y la unión
tácita y urgente del alma continental. ¡Porque ya suena el himno unánime;
la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los
padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado
en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas
del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América
nueva”[20].
Esta utopía se me ocurre más realista que entonces. La
América nuestra es la esperanza de la humanidad. A ella se orienta con
pupila crítica, a revelar el ser existencial de nuestra América, su
grandeza, exuberancia y valores, que es al mismo tiempo, rescatar su
memoria histórica, su confianza en sí misma, su identidad como fuerza
fundadora, catalizadora de energías y creación para realizarse como
pueblo libre y próspero en el concierto mundial de las naciones. No importan las vicisitudes, los retrocesos
para desbrozar el camino hacia la meta. Lo importante es que continúe
alumbrando, pues de lo contrario, la muerte de los sujetos sería
inevitable. He ahí la importancia de una utopía como bandera de lucha y
de resistencia para no dejar de ser; así como la necesidad insoslayable
de que praxis y razón utópica marchen unidades en la proyección del
futuro. Se requiere además de
una cultura de la comprensión, fundada en la educación comprensiva de la
tolerancia para asumir con eficacia los obstáculos de la incomprensión y
la comprensión misma, los autoritarismos infecundos, la ignorancia de los
retos que presenta la trama de la vida, tanto a nivel de conocimiento como
a nivel de los valores, fundados en ideas, argumentos, visiones
diferentes, de carácter egocéntrico, etnocéntrico, sociocéntrico, en
detrimento de la individualidad, la socialidad o la cultura de grupos. Es
necesario, entonces, en función de la comprensión productiva con todos y
para todos, asumir una conciencia de la complejidad humana que presida las
acciones con apertura subjetiva
incluyente, para comprender las incertidumbres de lo real, del
conocimiento, de los valores, en fin, la incertidumbre de la ecología y
de la acción, en pos de la humanidad planetaria que requiere el futuro de
la supervivencia de nuestro planeta. La humanidad como
destino planetario, es decir, la sensibilidad de la comprensión para
ponerse en el lugar del otro, sin dejar de ser, y sin atomización ni
homogeneidad estériles, por ser ineficaces e inviables, humana y
culturalmente. Se trata de la necesidad de una nueva ética
de “ solidaridad que deriva de la acción y la experiencia humanas,
respeto a la diferencia, pluralidad y diálogo de las culturas,
reconociendo al otro, en tanto actuación del principio de alteridad, lo
que he llamado unidad en la diversidad”[21].
Una propuesta ética basada en la imbricación entre inteligencia
sentiente, la praxis y la eticidad. La ética de género
humano, compendia en síntesis concreta toda la cosmovisión humanista de
la obra de Edgar Morin, particularmente el contenido de “Los Siete
saberes necesarios para la Educación de futuro”[22]:
La
ceguera del conocimiento: el error y la ilusión. No se enseña el riesgo
del error y la ilusión.
Los
principios del conocimiento pertinente: separación de las disciplinas,
del objeto y el sujeto, lo natural y lo social, separación del contexto,
etc.
Enseñar
la condición humana el significado de ser humano. No todas las ciencias
enseñan la condición humana. Enseñar la calidad poética d3 la vida,
desarrollar la sensibilidad. Necesidad de una convergencia de la condición
humana.
Enseñar
la identidad terrenal. Conciencia de que se es ciudadano de la Tierra. Se
comparte un destino común y se confrontan problemas vitales. Identidad
terrenal, paz, globalización…
Enseñar
a afrontar las incertidumbres. Las ciencias enseñan muchas certezas, pero
no los innumerables campos de incertidumbre.
Enseñar
la comprensión. Enseñar a establecer un diálogo entre las culturas.
Enseñar y explicar cómo integrarnos al otro. Tolerancia. Empatía hacia
el otro.
Enseñar
la ética del género humano. Una ética basada en valores universales. La
humanidad debe convertirse en verdadera humanidad y encontrar su realidad
en ella. Estos principios
generales son solo propuestas para encauzar el debate entre maestros,
estudiantes, padres e hijos y contribuir a la necesaria reforma del
pensamiento que supere el paradigma reduccionista de la modernidad y
contribuya a la realización de la utopía realista de pensar y actuar lo
global desde lo local. En palabras del propio
Edgar Morín se trata de nueva ética propiamente humana, la atropo-ética
la cual supone la decisión consciente y clara:
“De
asumir la humana condición de individuo-sociedad-especie en la
complejidad de nuestra era.
De
lograr la humanidad en nosotros mismos en nuestra conciencia personal.
De
asumir el destino humano en sus antinomias y su plenitud.
Esta ética del eje
individuo-sociedad-especie nos pide asumir la misión antropológica del
milenio:
Trabajar
para la humanización de la humanidad.
Efectuar
el doble pilotaje del planeta: obedecer a la vida, guiar la vida.
Lograr
la unidad planetaria en la diversidad.
Respetar
en el otro, a la vez, tanto la diferencia como la identidad consigo mismo.
Desarrollar
la ética de la solidaridad.
Desarrollar
la ética de la comprensión.
Enseñar
la ética del género humano. La antropo-ética conlleva, entonces, la esperanza de lograr la humanidad
como conciencia y ciudadanía planetaria. Comprende, por consiguiente,
como toda ética, una aspiración y una voluntad pero también una apuesta
a lo incierto. Ella es conciencia individual más allá de la
individualidad[23]. Su idea pedagógica
rectora se generaliza teóricamente en: Una Cultura del ser existencial
para la convivencia humana, sin autoritarismo e intolerancias estériles,
como prerrequisito para el advenimiento de una humanidad como ciudadanía
planetaria, donde la relación individuo – sociedad – especie, se
aborde en toda su complejidad de mediaciones, determinaciones y
condicionamientos contextuales planetarios. Una ética que propicie la
democracia participativa y se construya en espacio comunicativos, sobre la
base de la razón y la sensibilidad dialógicas. Ante la realidad dramática
que impone la globalización cultural neoliberal no podemos cruzarnos de
brazo. La razón utópica, consciente que es posible un mundo mejor, capaz
de globalizar la solidaridad hace “camino al andar”. “Hoy se impone crear una nueva ética civilizatoria y responsabilidad social mundial para oponer a la injusticia, frustración y desesperanza que ha generado los odios y el terrorismo de los excluidos. Un nuevo orden político mundial sin exclusión y de respeto a la diversidad social, espiritual, cultural y filosófica, un nuevo orden mundial con equidad y tolerancia y donde los estados nacionales redimensionen y reinventen su papel y su soberanía; en suma, un nuevo orden mundial enfocado a partir de un bien común planetario en donde la participación activa y crítica de la sociedad civil mundial sea uno de los principales protagonistas. Otro mundo es posible, necesario y urgente”[24]. Pero hay que construirlo… Y el marxismo, como filosofía de la praxis, enriquecido con las nuevas experiencias y aportes teóricos y prácticos de la contemporaneidad, tiene aún mucho que decir y hacer para lograr la aprehensión cultural humana a través de una praxis de resistencia y liberación. Referencias: [1]
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Correa de Molina, C. Aprender y enseñar en el siglo XXI. Bogotá:
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Estrada, F. Aprehensión Cultural
y enajenación. (Caso Monterrey). Tesis en opción al grado de
doctor en ciencias filosóficas Universidad de La Habana, 2003.Pág.:
76. [8]
Ver Guinsberg, E. “Control de los medios control del hombre” en
Medios masivos de difusión y formación psicosocial. Editorial
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Ver articulo de Thierry Meyssan Golpes de estado con Suavidad y
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Ver Carrión, J. Reflexiones sobre identidad cultural regional. Centro
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marzo/2007 [11]
Castro, Ruz, F. El diálogo de civilizaciones. Oficina del Consejo de
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globalización imaginada, Edit. Paidós, México, 1999.pag:46. [13]
Rauber, I. América Latina: Movimientos sociales y Representación política.
Editora de Ciencias Sociales, La Habana, 2004. [14]
Rauber, I. Actores sociales, luchas reivindicativas y políticas
populares, UMA, Buenos Aires, 1997.pp:8-9. [15]
Rauber, I. 2004, obra citada. Pág.: 97. [16]
González, M. Calibán: una necesaria defensa a nuestra identidad en
Revista Islas, 43(129):114-121, julio-septiembre, 2001. [17] Rauber, I. 2004.obra citada. Pag:108. [18]
Gramsci, A. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto
Croce. Ediciones Revolucionarias, La Habana, 1966. Pag:34. [19]
Ver el interesante ensayo titulado “La utopía y sus
mediaciones complejas”, en
el libro de Rigoberto Pupo: El ensayo como búsqueda y creación.
Universidad popular de la
Chontalpa, Méjico, 2007.Pág.:49-56. [20]
Martí, J. Nuestra América. O. C. T. 6 Edit. Nac.de Cuba, La Habana
1963.Pag: 22.
[21]
Alejandro Serrano Caldera al analizar las relaciones entre Ética y
mundialización, en su trabajo homónimo, trae a colación la concepción
de X. Zubiri acerca de la intelección humano como un acto de doble
aprehensión donde se integran acción intelectiva y la praxis humana,
proyectada hacia un horizonte mas amplio de la experiencia humana en
el mundo, que su vez conlleva a una actitud ética mediante la cual el
ser humano atribuye a su acción un determinado valor . Serrano, A.
Etica y Mundialización, Revista Polis, vol.3, número 009, Santiago
de Chile, 2004. [22]
Ver el interesante ensayo titulado Educación y pensamiento complejo
de Pupo, R. en El ensayo
como búsqueda y creación. Universidad
popular de la Chontalpa, Méjico, 2007. pp:43-48. [23]
Morin, E. Los siete saberes necesarios a la educación del futuro, París,
Francia, UNESCO. 1999. [24] Samuel Sosa Fuentes. El reto del nuevo siglo: la cultura global de la violencia y el terror o una nueva ética mundial social y humana. Cuadernos Americanos No. 95. Sep- oct. Año XVI Vol. 5. 2002, p. 32. |
Dr. Milvio Alexis Novoa Pérez
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