Una tromba que irrumpiendo en aquella comisaría hiciera girar a todos sus agentes cabeza abajo como trompos, difícilmente causara tanta conmoción:
-¡Vengo a denunciar un crimen! - dijo.
El oficial de guardia le clavó una mirada recta, semejante a un rayo láser.
-¿Quién es la víctima?- preguntó
-¡La víctima soy yo! - respondió el visitante con dignidad.
-¡Usted está loco de remate!- optó por responder el oficial, indeciso entre arrojar al canasto el sumario recién iniciado o consignar en el, tan evidente circunstancia.
-¡Vaya con su franqueza! - insistió molesto el visitante -¿Es que acaso preferiría usted verme tendido entre cuatro velas y que otro, en mi lugar, hiciese la denuncia?
-No me negará que se trata de lo acostumbrado - replicó el oficial con mal disimulada sorna.
-Puede ser que esté en lo cierto, no lo niego. Sucede que en mi caso, la tradición no cuenta para nada... - susurró el visitante - El crimen que vengo a denunciar es de índole moral. Lo han cometido en perjuicio de mi mujer. Duele confesarlo, pero el hecho me afecta a mí, solamente.
El oficial, armándose de paciencia, suspiró:
-Prosiga usted, por favor...
-¡A mi mujer le fue hecho un trasplante de cerebro!- alcanzó a murmurar el visitante, presa de creciente agitación.
-¡Bah! En esta época cibernética, eso es poco menos que moneda corriente. ¿O, acaso, sugiere usted la existencia de una mala praxis médica? Que también suele suceder con harta frecuencia...
¡No, por el contrario! Ella se encuentra muy repuesta de una brillante intervención quirúrgica a la que fue sometida,
pero el cerebro que por desgracia le tocó en suerte, arrastró consigo la condenada memoria de su donante: ¡un hombre! |